LA MODERNIZACION TRADICIONALISTA

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Un acucioso joven de 16 años, ante la publicidad de una empresa de celulares con los Yaguas, en medio de la amazonía peruana, se preguntaba ¿Y dónde van a cargar sus teléfonos si carecen de servicio eléctrico?

Lo mismo se podría decir de los escolares de nuestra serranía andina que reciben laptops como fundamental apoyo en su formación educativa, pero que carecen de los servicios básicos en sus casas, como electricidad, agua corriente e internet y en cuyas cocinas aún se cocina a leña.

Camino a Espinar, en Sicuani, a 3500 msnm, en la segunda ciudad más importante luego del Cusco, un restaurante ofrecía sus reparadores potajes a los viajeros. En su salón, un TV plasma de pantalla plana exhibía en directo, en tiempo real, la Champions League con lo mejor del futbol europeo. Sin embargo, su baño seguía siendo un silo sin desagüe ni agua corriente. Es decir, sin las condiciones de salubridad esenciales para sus clientes ni los anfitriones que deben soportar el clima que su altura impone.

La modernización tradicionalista se define como el desarrollo híbrido de naciones pobres insertas en un sistema económico, industrial y tecnológico moderno, en las que se confluyen al mismo tiempo, condiciones de atraso y pobreza y tecnología y desarrollo industrial de punta importados del primer mundo. Por eso nuestros Yaguas se pueden conectar por la telefonía celular, pero no tendrán dónde cargar sus aparatos cuando sus baterías inexorablemente se agoten. Por eso el poblador de Sicuani, en la ciudad más importante luego de nuestra capital turística, pueden seguir en tiempo real el campeonato europeo de futbol, o estar conectados con el mundo en directo, pero carecen de los servicios de agua y desagüe elementales en una comunidad medianamente próspera. Por eso nuestros escolares pueden tener en sus manos una tecnología de punta, con ordenadores que le faciliten el acceso al conocimiento más avanzado, pero sin acceso a los servicios complementarios (y necesarios) de internet y electricidad, que son los medios en que esa tecnología despliega todo su potencial. Y así, podríamos hacer el recuento indefinidamente.

La modernización tradicionalista es un concepto aprehendido de las clases de Fernando de Trazegnies, en la Facultad de Derecho de la PUCP, hace ya algunos años. Da cuenta de ello en su magnífica obra “La Idea de Derecho en el Perú Republicano del S. XIX”. Y se define como el proceso de modernización “desde arriba” en el que el desarrollo social y económico recibe el impulso de la modernidad industrial y tecnológica (y económica) que recae sobre estructuras sociales, económicas y culturales atrasadas o pendientes de desarrollo, produciéndose un shock híbrido en el que lo más moderno de la actualidad en el orbe (sobre todo con la globalización y el espectacular desarrollo de las comunicaciones) se conjuga con el menor desarrollo (o atraso) pendiente de superarse. Eso agranda la brecha entre el “primer mundo” y el “tercer mundo”, acrecentando la asimetría entre los países desarrollados y los subdesarrollados. La posibilidad de ascenso del tercer mundo al primer mundo es sólo una utopía, ya que la brecha –en esta interdependencia- está destinada a hacerse cada vez más profunda.

De allí nace, entre otras cosas, la cultura chicha, la cultura combi, el caos en el tránsito, la anomia normativa, el fracaso del derecho en tanto regla sociales básicas que aseguran la convivencia pacífica y con igualdad de oportunidades y la ausencia de una básica institucionalidad. El permanente afán de adaptación a lo más moderno, a lo ultimito de la moda en todos los campos, generará una realidad dependiente del desarrollo y signada por el atraso. Vivimos con el confort que la modernidad ofrece, pero despreciamos las reglas sociales y de convivencia básicas que hacen posible que ese confort llegue con seguridad, con paz, con relaciones más igualitarias (o menos inequitativas). Esa es nuestra tarea pendiente camino hacia nuestro Bicentenario.

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