Uno de los aspectos más álgidos de la estructura de nuestro frágil Estado, es la conformación de su administración pública, es decir, el elemento humano con el que el propio Estado se sostiene y se desarrolla. Al adelgazamiento acaecido como consecuencia de las necesarias privatizaciones y el desmontaje de ese Estado mal e ineficiente empresario, en donde los burócratas manejaban sin mayor consecuencia el patrimonio público, despilfarrándolo o subordinándolo a los intereses de los políticos de turno, se ha sucedido una administración pública que -no por ser más pequeña- es más eficiente, ya que salvo contadas excepciones de tecnócratas de muy alto nivel, con contrataciones especiales, o vencedores en verdaderos concursos públicos, los puestos más importantes se han seguido sucediendo entre los allegados al partido de gobierno, sea nacional, municipal o regional.
Mantenemos un aparato púbico ineficiente, donde la calidad técnica de sus principales cuadros no tiene más título que la cercanía al poder de turno. Necesitamos institucionalizar la administración pública, otorgarle academia y la necesaria capacitación, de manera que el político en suerte se encuentre con cuadros que verdaderamente le van a ayudar a cumplir con sus metas esenciales, pero por otro lado, a los que no va a poder remover ni controlar por la estabilidad que esa institucionalidad le da.
En Francia, el bien ganado prestigio de la ENA (Escuela Nacional de Administración) compite con el de sus mejores universidades. Sus egresados ocupan los cargos más importantes en el aparato estatal francés y están a salvo de los cambios que la política coyuntural pudiera imponer. El Jefe de Gabinete del Primer Ministro contaba, en el primer gobierno de Mitterrand, que su entonces jefe era el séptimo Primer Ministro con que le había tocado trabajar, y que probablemente conocería algunos más antes de su jubilación. El, y su equipo de asesores, prestaban servicios al Estado francés, y no a los políticos de turno, garantizando una horizontalidad en el manejo de la cosa pública, base esencial de la estabilidad de la administración pública y democracia francesa.
En el Perú, salvo la elite de la tecnocracia captada para las altas esferas, no tenemos práctica ni cultura de tener una eficiente administración pública. Algunos eternos burócratas van pasando de institución en institución, siempre con las mismas condiciones y prebendas, sin solución de continuidad, medrando del erario público y haciendo de la burocracia dorada una línea de vida. Hoy los vemos aquí, mañana los veremos allá. Lo patético es que en la administración privada hay gente capacitada, que ha hecho del estudio y del esfuerzo un signo de vida, y que aportarían toda esa experiencia y conocimiento al servicio público. Pero no serán llamados, porque el sistema está hecho para lograr eficientemente su exclusión, dando cabida a la politización y a mediocridad, caldo de cultivo para la corrupción. Eso lo sufre el ciudadano de a pié en todos los niveles administrativos, en las interminables tramitaciones en los ministerios y en todos los cuerpos administrativos sin excepción. El poder del papelito o del “proveído” que siempre falta. Pero donde es más patente es en las municipalidades, provinciales y distritales, y en las regiones, al punto que por causa de ello muchos piensan que la regionalización en el Perú ha fracasado.
Será por ello que están llegando del extranjero cantidades técnicos, mandos medios y jóvenes profesionales de alta preparación, para instalarse en las burocracias municipales y regionales a fin de poder colaborar en el mejor manejo de sus recursos, los que en algunos casos son de impresionante magnitud. De esa manera dejaremos de usar el presupuesto canalizado a las municipalidades, o regiones, en monumentos al árbitro, a la iguana o a la familia con el rostro del alcalde de turno. O la construcción de verdaderos elefantes blancos, allí donde las poblaciones claman por desarrollo esencial con hospitales, educación, comunicación y carreteras.
Quizás sea la hora de plantearnos seriamente la creación público-privada de una ENAP (Escuela Nacional de Administración Pública del Perú) donde formemos del mejor modo a los futuros cuadros de una burocracia de primer nivel, acorde con nuestro desarrollo social, cultural y económico de cara al Bicentenario.