“La ejecución de Saddam no resolverá los problemas”

Fecha 31.12.2006
Autor DW-WORLD / pk

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Sunitas y chiítas: ¿Qué es lo que los separa?

Superioridad numérica en el mundo musulmán. Sunitas: 87% de los musulmanes. Chiítas: 13% de los musulmanes.

Mientras que muchos gobiernos criticaron la ejecución de Saddam Hussein, los diarios dominicales opinan que no tendrá consecuencias sobre los enfrentamientos que destrozan a Irak.

No puede haber excepciones

Le Monde, París: “Si se defiende el principio de rechazar la pena de muerte, como es el caso en toda la Unión Europea, no puede haber excepciones. Tener en cuenta circunstancias excepcionales sería socavar el propio principio. El presidente francés, Jacques Chirac, lo ha comprendido y, en vista de una opinión pública que aún se siente atraída por la ley de la venganza, quiere fijar en la Constitución la abolición de la pena de muerte. George W. Bush no sabe por qué debe dejar a sus 140.000 soldados en Irak ni cómo sacarlos de allí. Bush saludó la ejecución de Saddam Hussein como “una importante etapa en la senda hacia la democracia”. Ésa es su concepción de la democracia, pero no la nuestra.

Amenaza terminar abruptamente con el análisis del pasado

NZZ am Sonntag, de Zúrich: “La muerte de Saddam luego de la conclusión de sólo uno de por lo menos una docena de juicios por crímenes de lesa humanidad amenaza con terminar abruptamente con el análisis del pasado. En un esmerado esclarecimiento del pasado no tienen interés ni los EE. UU. ni los chiíes, que hoy dominan la política en Irak. (…) Que con la muerte del déspota pasan a ser superfluos los juicios preparados contra él será asumido por muchas víctimas como un segundo castigo. Cuando el Estado no está en condiciones de permitir a sus ciudadanos hacer constar en actas sus sufrimientos y no llama a los responsables a responder por sus hechos, ese Estado ha perdido. Las imágenes de los sangrientos atentados desplazan ya hoy el recuerdo de los horrores del régimen de Saddam Hussein. Ahora, Saddam es historia. Su herencia destructora aún no.

Una gritería excesiva

Berliner Morgenpost, Berlín: “La gritería con que políticos de la Unión Europea, el Vaticano y defensores de los derechos humanos han salido a la palestra por el genocida Sadam es excesiva. Irak es sólo uno de 68 países en los que se practica la pena de muerte. ¿Dónde estuvo el enfado internacional cuando Japón ejecutó a cuatro personas la semana pasada? Da la impresión como si con la crítica a la ejecución de Saddam más de un crítico de EE. UU. quisiera vestir con nuevas ropas su rechazo a la guerra de Irak. El tribunal se atuvo a los preceptos de la ONU y satisfizo con la ejecución del criminal las leyes iraquíes, como dijo el primer ministro, Al Maliki. Se puede estar contra esa ley y contra la pena de muerte, pero sin una excesiva compasión con Saddam Hussein.”

No tendrá consecuencias

The Observer, Londres: “La muerte de Saddam ni tendrá consecuencias para los diversos levantamientos que destrozan al país. Quienes participan en ellos no luchen en memoria del dictador depuesto, sino por su propio futuro. El presidente Bush calificó la ejecución de “hito en la senda hacia la democracia”, pero es difícil reconocer cómo ello puede ser posible sin que la Casa Blanca modifique radicalmente su estrategia en Irak. Cada vez queda más claro que Bush y sus asesores rechazan por completo las recomendaciones del grupo de análisis sobre Irak bajo la dirección de ex ministro de RR. EE. James Baker. Ello es lamentable.”

Conclusión espantosa de una historia

Corriere della Sera, Milán: “El ahorcamiento de Saddam Hussein cierra espantosamente una historia que esperábamos hubiera tenido otro fin. Espantosa como toda pena de muerte, pero también porque enlaza la trágica aventura de la guerra de Irak con este oscuro hecho que pesará sobre la conciencia de todos. (…) La muerte de Saddam Hussein sólo puede ser útil de una forma: si lleva en Occidente a un rechazo tal que la comunidad internacionales se convenza de que algo así no puede repetirse más. Nunca jamás. Bajo ninguna condición. Por nada del mundo”.

En: DW 

Irán y el Islam Chiíta

15 de junio de 2015 00:00 AM

Imagen en: http://yalibnan.com/2015/07/24/yemens-war-shifts-in-favor-of-saudi-arabia/

Imagen en: http://yalibnan.com/2015/07/24/yemens-war-shifts-in-favor-of-saudi-arabia/

Una ola de enfrentamientos entre seguidores del sunismo y el chiísmo azota actualmente al Medio Oriente. Las causas de esta confrontación son múltiples y complejas, pero en la revolución islámica que tuvo lugar en Irán en 1979 podemos encontrar atisbos de una explicación.

En enero de 1979, el Shah (monarca) de Irán es derrocado. Un consejo supremo religioso, presidido por el Ayat-Allah (ayatola) Jomeini, asume el poder. Con el consentimiento de Jomeini, el liderazgo religioso iraní va a elevar y promover los principios del chiísmo en el Medio Oriente, generando entusiasmo entre sus seguidores y tensión entre sus detractores.

Para ese momento los chiítas predominaban en Irán (89%) y constituían una mayoría de la población de Yemen, Bahrein e Irak. También existían importantes comunidades chiítas en la costa este de Arabia Saudita y el Líbano. Sin embargo, sólo en Irán gobernaban los chiítas. El temor de que esta nueva efervescencia del chiísmo pudiera cruzar las fronteras y fomentar rebeliones internas, alarmó al liderazgo político y religioso sunita de muchos países de la región, posiblemente desencadenando una fiebre de radicalización religiosa cuyos efectos se hacen sentir hoy día.

Durante siglos, las diferencias entre chiítas y sunitas habían quedado relegadas al plano interno de los Estados. Con la llegada del ayatola Jomeini al poder surgía la posibilidad de una confrontación más amplia. Para comprender mejor lo que estaba en juego debemos hacer un breve recuento histórico.

En el año 610, el profeta Mahoma funda el Islam. Para el momento de su muerte en 632, Mahoma había consolidado su poder sobre Arabia, y sus sucesores construirían un imperio que se expandiría desde el centro de Asia hasta España en menos de un siglo. Pero un debate sobre su sucesión dividiría la comunidad del Islam.

Mientras parte de los seguidores del Islam, quienes luego serían conocidos como sunitas, consideraban que el sucesor del profeta Mahoma debía ser elegido por la comunidad, otros argumentaban que el profeta había escogido a su hija Fátima y -en particular- a su yerno Alí (y sus descendientes) para sucederlo como líderes del Islam. Los seguidores de Alí pasarían a ser conocidos como chiítas. Esta es la esencia del gran cisma del Islam.

Los sunitas dominarían el mundo del Islam durante nueve siglos. Hasta que en el año 1501, Persia (actualmente Irán) se independiza del Imperio Islámico y adopta el chiísmo como credo oficial del Estado. No se trataba de cualquier país, Persia había sido un gran imperio entre el año 550 a.C. y la conquista islámica en 651 d.C. A pesar de que los chiítas representaban, para ese momento, apenas una minoría del pueblo persa, la declaración del chiísmo como religión oficial del Estado contribuyó a elevar y proyectar esta rama del Islam en toda la región.

Lo más importante a destacar es que hasta entonces, la división entre sunitas y chiítas había sido comunal u horizontal, no había estado acompañada por una segregación territorial. Pero con la secesión de Persia de la unidad islámica y su adopción del chiísmo como religión oficial del Estado, el cisma se iba a tornar territorial y pondría en curso una fragmentación definitiva de la casa del Islam (Majid Khadduri, 1988).

Persia va a erigirse en contraposición a los sultanes del imperio Turco-Otomano, quienes se habían convertido en herederos del imperio Islámico y portavoces del credo sunita. Se creaba así, por primera vez en la historia, una gran división territorial entre las dos grandes ramas del Islam (sunismo y chiísmo).

Durante dos siglos (XVI y XVII), persas y turco-otomanos, chiítas y sunitas, se enfrentarán sin cesar. Eventualmente, agotados por la guerra, ambos se verán obligados a someterse al orden de las naciones europeas y aceptar las reglas de juego del Tratado de Westfalia que relegaba las confrontaciones religiosas al plano interno. El Islam, ya sea chiíta o sunita, seguiría jugando un papel fundamental en la vida de los musulmanes e influiría en la conformación de los Estados independientes que surgieron en el Medio Oriente después de la I Guerra Mundial, pero al menos por un tiempo dejaría de ser una fuente de conflicto en la región. Sin embargo, la tensión sólo estaba latente.

En 1979, con la llegada del ayatola Jomeini al poder, la conflictividad entre chiítas y sunitas resurgiría. Jomeini le recordaba al mundo musulmán que hace casi 500 años, Persia (hoy día Irán) se había independizado del imperio Islámico y había adoptado el credo chiíta como religión oficial del Estado. Con la revolución islámica de 1979, Irán volvía a reafirmar su carácter chiíta y lo proyectaba sobre un Medio Oriente gobernado, casi en su totalidad, por sunitas. Parecía inevitable que el legado de la rivalidad ancestral entre sunitas y chiítas, se hiciese presente una vez más.

alfredotorocarnevali@gmail.com
@alfredotoro1

En: eluniversal