Combate de Angamos: La carta de Pedro Garezón
Pedro Garezón Thomas fue el último comandante del monitor “Huáscar”. Muertos Miguel Grau y Elías Aguirre, y neutralizados Melitón Carvajal y Melitón Rodríguez, el mando del monitor “Huáscar”, recayó en el joven Teniente Primero Pedro Gárezon Thomas, de 28 años de edad, quien asumió el control de la nave cuando ésta se encontraba sin mando y completamente averiada.
Sin posibilidades de sostener el combate por mucho tiempo, Gárezon resolvió, con los tres oficiales de guerra que aún quedaban en pie, hundir la nave, para lo cual ordenó al jefe de ingenieros que abriera las válvulas del blindado. La orden se ejecutó y cuando el “Huáscar” fue abordado, tenía cuatro pies de agua y estaba a punto de irse a pique por la popa. Todo esto, el 8 de octubre de 1879.
Años después, el 4 de septiembre de 1890, el comandante Pedro Gárezon, escribiría en un memorando:
“Después de abordado el ‘Huáscar’, por embarcaciones al mando de tenientes del ‘Cochrane’ y del ‘Blanco Encalada’, yo me negué a ser conducido prisionero con los únicos tres oficiales de Guerra de la dotación que quedaron conmigo en combate; tenientes segundos SS. Canseco y Santillana y alférez Herrera. La razón fue por no haber encontrado hasta esos momentos (11h 50 m. a.m.) los restos del Contralmirante Grau, y haber sido yo el último en quien había recaído el mando del buque.
El primer teniente señor Simpson, que era el jefe de los que abordaron el ‘Huáscar’, me manifestó con su silencio que podía continuar a bordo, y, en efecto, todos los demás fueron conducidos prisioneros a los blindados, y yo permanecí a bordo hasta las 4 o 5 de la tarde.
Cuando las dos bombas enemigas destruyeron la torre del comandante, cayó un cuerpo a la cubierta del sollado de la torre de combate y a la voz de ¡ha muerto el comandante! ese cuerpo fue llevado a la cámara. Por el humo que cubría todo el sollado y pasajes de combate, no se pudo reconocer el cadáver, así es que durante el combate estábamos en la creencia de que el cadáver del Contralmirante estaba en la cámara de popa.
Cuando me quedé solo, me dirigí inmediatamente a la cámara de popa y todos mis trabajos fueron inútiles: entre todos los cadáveres no se encontraba el que yo buscaba.
Momentos después se acercó a mi el primer teniente señor Goñi (hoy comandante del “Blanco”); me preguntó por lo que yo con tanto interés buscaba, y le contesté: lo he buscado en las dos cámaras, el cuerpo que trajeron fue del primer teniente Ferré, el cual se ha encontrado íntegro, vamos a la torre del comandante a buscarlo, a lo que me respondió Goñi: “Aguardemos un momento para que acaben de apagar el incendio en la torre”.
Media hora después se acercó un marinero donde su teniente Goñi y le dijo que ya podíamos pasar a la torre. Con este aviso salimos a la cubierta; Goñi se quedó al costado de la torre y al lado de afuera, y yo penetré en ella por el lado de babor y por el gran boquete que habían abierto las dos bombas enemigas que atravesaron la torre del Comandante, en la dirección de la amura de estribor a la aleta de babor.
Rebuscando los escombros dentro de la torre encontré, confundido con las astillas de madera y pedazos de fierro, que ahí existían, al lado de estribor y como a la altura de un metro, un trozo de pierna blanca y velluda, sólo desde la mitad de la pantorrilla al pie, el que estaba calzado con botín de cuero; y la capellada del botín había desaparecido como si se la hubiese cortado cuidadosamente con una cuchilla muy fina sin dañarse la suela ni las uñas de los dedos que estaban completamente desnudos; por la situación de ellos conocí que era pierna derecha; esto fue todo lo que encontré de 4 a 5 de la tarde.
Como el teniente Goñi se hallaba en la cubierta y al costado de la torre esperando el resultado, le pasé por encima de la torre el único resto que quedaba de nuestro Contralmirante; él llamó entonces a un sargento y la pierna fue envuelta en un pabellón de bote.
En una falúa del “Blanco” nos embarcamos las tres personas que fuimos autores de esta triste escena y conducimos, a bordo de dicho buque, ese pedazo de la patria querida.
El teniente Goñi, que tanto interés manifestó porque se recogieran, fue desde ese momento el custodio de ellos, y se colocaron dentro de un aparato con alcohol a bordo del “Blanco”.
Esa misma noche nos trasladaron del “Blanco” al transporte “Copiapó”, y al día siguiente, el jueves 9, me mandó el Comandante General señor Riveros, a un oficial para decirme que nombrara a uno de mis oficiales para que pusiera en tierra, (Mejillones de Bolivia), las marcas correspondientes a los cadáveres que se iban a sepultar. Yo envié a esa comisión al inteligente contador Juan Alfaro, y a su regreso me dio parte de que todos los cadáveres quedaron sepultados y que los restos del Contralmirante quedaban en una cajita, habiéndose puesto como distintivo una cruz de madera con letras negras. El teniente Goñi dejó también marcado ese sitio con una banderita peruana.
Los cadáveres de Elías Aguirre 2º Comandante, y de los tenientes primeros Ferré y Rodríguez, quedaron igualmente sepultados y con sus nombres en sus respectivas cruces.
Yo tengo la plena seguridad que esos restos son del Contralmirante Grau: 1º porque yo había estado sirviendo con él cinco años y lo conocía bastante, y 2º porque en la torre del comandante no estaban más personas que él y su ayudante Ferré; el cuerpo de éste se encontró íntegro: luego, lo que en ese lugar encontré, tenía que ser del Contralmirante Grau.
El hoy obispo de Chile, Ilustrísimo señor Fontecilla, fue el primero que le dijo una misa en Mejillones de Bolivia al Contralmirante.
Poco tiempo después el señor Contralmirante Viel, de la marina de Chile, pidió a su Gobierno por medio de una solicitud, que le permitiera trasladar los restos de Grau al mausoleo de su familia en Santiago (el Contralmirante Oscar Viel y Toro, casado con la hermana de doña Dolores Cabero, esposa de Grau, era concuñado del Contralmirante Miguel Grau Seminario), donde se encuentran los restos del Ilustre General Viel, veterano de la Independencia.
El 22 de junio último el Ministro del Perú don Carlos Elías, fue en persona a dicho mausoleo para hacer la traslación de los restos a la urna en que fueron conducidos al Perú. Yo hablé con nuestro indicado Ministro, el día siguiente de la traslación, y según todas las explicaciones que me dio en la casa Legación en Santiago, los restos que trasladó eran los mismos que yo saqué de la torre el día del combate, y son también los que existen hoy en el cementerio de Lima.
Al entrar en combate el Contralmirante vestía pantalón azul sin galón, levita-paletot de paño castor del mismo color con tres botones prendidos en las bocamangas; llevaba prendidas las presillas de Capitán de Navío, calada la gorra con placa y calzado botines de cuero con elásticos. La espada se la llevó a la torre su mayordomo Alcíbar, poco antes de entrar en combate. El Contralmirante no llegó a usar a bordo el uniforme de su clase ni arboló su insignia de Contralmirante.
Mi puesto a bordo, durante este episodio tan memorable, era el de Oficial de Derrota y Señales, y mi clase la de teniente primero.
Pedro Gárezon
Lima, a 4 de septiembre de 1890.”
Memorando del teniente primero AP Pedro Gárezon Thomas, publicado el 4 de septiembre de 1890
Nota: Un “Oficial de derrota” es el encargado de trazar esa derrota y supervisar que se cumpla, tambien es conocido como “navegante”. Es el encargado de elaborar la derrota, según los criterios marcados por el capitán, la corrección de las cartas y publicaciones náuticas y de la guardia de navegación a la cual estuviera asignado. Derrota o derrotero se le denomina al “camino” que se recorre para llegar de un lugar a otro. En nautica, una derrota se compone en general de varias “etapas”: si se va de ‘a” a “g” (esa es la derrota) se irá primero de “a” a “b” (primera “etapa”) luego de “b” a “c”, de “c” a “d” y asi sucesivamente. Por la importancia de su labor y responsabilidad, los oficiales de derrota fueron los mejores pagados dentro de la tripulación de un barco.