¿Quién financia al terrorismo Islámico?

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Por León Opalín
Las rivalidades existentes entre los países islámicos del Medio Oriente y, de estos con diferentes naciones de Occidente, Rusia y China, principalmente, están fomentando alianzas entre enemigos, quizá circunstanciales, en las que se confunden los intereses de cada uno de ellos. Así, resulta una paradoja que millones de dólares en donaciones para financiar a los fundamentalistas islámicos provengan de los aliados cercanos de EUA en materia energética y militar; en este ámbito, Qatar y Kuwait; han sido fundamentales en el financiamiento del Ejército Islámico (EI) que se ha extendido rápidamente en el Norte de Irak y en parte de Siria. Las donaciones de Qatar al EI fueron en un principio muy importantes para la consolidación del mismo, quien ahora tiene recursos propios originados en la apropiación de los pozos petroleros que conquistó en Mosul y del Banco Central de esa región, también obtiene ingresos de las principales zonas agrícolas de Siria e Irak, además de cobrar impuestos y extorsionar a pequeñas y grandes compañías en las ciudades que controla. Se estima que en el presente el EI posee activos por más de 2,000 millones de dólares que le sirven para mantener a sus 15,000 combatientes. Por su parte, individuos de Kuwait financian a extremistas en Siria.

Qatar y Kuwait, entre otras naciones islámicas, se adhirieron el 15 de septiembre pasado a la Coalición que liderea EUA con la participación de una treintena de países para apoyar al nuevo régimen de Irak para “establecer una adecuada acción militar, contra el EI”; sin embargo, siguen financiando al terrorismo a fin de incrementar su hegemonía en la región.

En este contexto, destaca el apoyo financiero de Qatar a Hamas en su reciente guerra con Israel en la Franja de Gaza y a la Hermandad Musulmana, fundada en 1928 en Egipto. La ayuda de Qatar a la Hermandad le dio recursos a esta para obtener el poder político en Egipto en donde Morsi obtuvo la presidencia, quien fue destituido y encarcelado por los militares a un año de su gestión; empero, la Hermandad logró incrementar los sentimientos del fanatismo islámico en Egipto provocando una gran inestabilidad social.

En relación al terrorismo, Ron Prosor, embajador de Israel en las Naciones Unidas, publicó recientemente un artículo en el periódico New York Times en el que afirma que el financiamiento de Qatar a Hamas ha socavado los esfuerzos de Israel para un logro político efectivo tras el alto al fuego en el Franja de Gaza. Asimismo, analistas internacionales consideran que Qatar fue la nación que más contribuyó económicamente a estimular los movimientos de la Primavera Árabe que acabaron con los regímenes de Libia y Egipto y “precipitó la guerra en Siria”; Qatar, de alguna forma ya controla a parte del mundo árabe a través de la Liga Árabe en la que su Secretario es en la práctica un empleado del Emir. Por otra parte, a través de su única cadena televisiva, propiedad del Emir, tiene una vasta influencia en 40 millones de árabes que constituyen su audiencia.

Qatar, tercer lugar mundial en la producción petrolera, tiene enorme potencial de convertirse en uno de los líderes del Medio Oriente. El pequeño emirato de Qatar, con una superficie de solo 11,000 km2, que fuera protectorado Británico hasta su independencia en 1971, pasó de ser una economía pesquera y de recolección de perlas a una petrolera en los cuarentas cuando se descubrieron grandes reservas de petróleo y gas en su territorio: las reservas de crudo ascienden en el presente a 15,000 millones de barriles y las de gas a 26 billones de metros cúbicos. El petróleo y el gas son responsables por el 50.0% de su Producto Interno Bruto, de 85.0% de las divisas de exportación y 70.0% de los ingresos presupuestales.

El ingreso per cápita de los qataríes es de 100,000 dólares al año, el mayor a nivel mundial; ello en virtud de su enorme riqueza y de su limitada población de aproximadamente 300,000 personas, aunque en Qatar trabajan y viven 1.5 millones de extranjeros, principalmente indonesios, nepaleses, filipinos, bangladeshíes, cingaleses y paquistaníes que se emplean en las industrias de la construcción y la petrolera, principalmente.

Qatar tiene una ubicación geográfica estratégica en el Golfo Pérsico y a pesar de que financia al terrorismo, aloja en su territorio una base naval de EUA y recientemente firmó un contrato con este último país para la adquisición de armas sofisticadas por 11,000 millones de dólares ante el temor de que pueda experimentar una insurrección popular promovida por fundamentalistas islámicos o un conflicto bélico con sus vecinos del Golfo.

Cabe destacar que los Estados del Golfo no son oficialmente los donadores de recursos para el terrorismo, los principales fondos generalmente son entregados a nombre de individuos y organizaciones privadas (ONGS e instituciones de caridad); el más importante conducto de entrega de recursos se hace vía el lavado de dinero. El Fondo Monetario Internacional ha consignado que ambas actividades están frecuentemente vinculadas, que representan delitos financieros que tienen consecuencias económicas que pueden amenazar la estabilidad del sector financiero de un país o su estabilidad externa en general; a través del lavado de dinero y el financiamiento al terrorismo se distorsiona la asignación eficiente de recursos en menoscabo de las instituciones y en el desaliento de la inversión extranjera. Así, las medidas para evitar y combatir el lavado de dinero y el financiamiento al terrorismo no solo responden a un imperativo moral, sino a una razón económica.

En este marco, resulta un contrasentido que el gobierno de EUA encabece la Coalición Internacional Contra el Terrorismo y, a su vez haya enviado informes de inteligencia y ayuda militar indirecta a la organización terrorista Hesbolla; ciertamente, en una entrevista del periódico New York Times al responsable de las relaciones públicas de esa organización, Mohamed Afif, este confirmó que la ayuda de EUA se canalizó por medio del Ejército Libanes, estrechamente coordinado con Hesbolla. Por otra parte, Afif acusó a EUA de haber apoyado la creación del EI, Hesbolla aparece en la lista de organizaciones terroristas de EUA.

También resulta incongruente que el Congreso de EUA aprobara el Plan Obama para entrenar y armar a rebeldes sirios moderados que luchan contra el EI; en la realidad los supuestos combatientes sirios “moderados” del Ejército Libre Sirio (ELS) son minoría, predominan los radicales inspirados en alqaeda; en este sentido, un gran número de efectivos del ELS están desertando de este para junto con el EI derrocar a Bashar al Hassad. Él está integrado por sunitas, enemigos de los chiitas; en Siria la minoría aluita, a la que pertenece Assad, es vertiente del Islam Chii, cabe destacar que el EI y otros grupos fundamentalistas que operan en Siria como Al-Nostra (filial de al-Qaeda), han recibido miles de millones de dólares de Qatar para incrementar el número de sus armas y de combatientes. Qatar ayuda esencialmente a suníes en desacuerdo con grupos chiíes y musulmanes seculares. Igualmente, Arabia Saudita impulsa la ofensiva de los suníes a pesar de que su gobierno incluyó en mayo pasado al EI en su lista de grupos terroristas y anunció castigos hasta de 20 años de cárcel para quienes respalden y financien al EI. Arabia Saudita es enemigo del Irán Chiita y aliado de EUA a quien ha pedido que no llegue a un acuerdo con Irán para combatir al EI, a su vez Irán ha condicionado su cooperación en la lucha contra el EI si Occidente le alivia las sanciones que le impuso por su programa nuclear. Benjamin Netanyahu consignó que “aliviar las sanciones a Irán es un verdadero despropósito; Irán y el EI se han estado peleando por quien será el gobernante del mundo islámico”. Es desconcertante lo que está pasando en el Medio Oriente.

Irán y el Islam Chiíta

15 de junio de 2015 00:00 AM

Imagen en: http://yalibnan.com/2015/07/24/yemens-war-shifts-in-favor-of-saudi-arabia/

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Una ola de enfrentamientos entre seguidores del sunismo y el chiísmo azota actualmente al Medio Oriente. Las causas de esta confrontación son múltiples y complejas, pero en la revolución islámica que tuvo lugar en Irán en 1979 podemos encontrar atisbos de una explicación.

En enero de 1979, el Shah (monarca) de Irán es derrocado. Un consejo supremo religioso, presidido por el Ayat-Allah (ayatola) Jomeini, asume el poder. Con el consentimiento de Jomeini, el liderazgo religioso iraní va a elevar y promover los principios del chiísmo en el Medio Oriente, generando entusiasmo entre sus seguidores y tensión entre sus detractores.

Para ese momento los chiítas predominaban en Irán (89%) y constituían una mayoría de la población de Yemen, Bahrein e Irak. También existían importantes comunidades chiítas en la costa este de Arabia Saudita y el Líbano. Sin embargo, sólo en Irán gobernaban los chiítas. El temor de que esta nueva efervescencia del chiísmo pudiera cruzar las fronteras y fomentar rebeliones internas, alarmó al liderazgo político y religioso sunita de muchos países de la región, posiblemente desencadenando una fiebre de radicalización religiosa cuyos efectos se hacen sentir hoy día.

Durante siglos, las diferencias entre chiítas y sunitas habían quedado relegadas al plano interno de los Estados. Con la llegada del ayatola Jomeini al poder surgía la posibilidad de una confrontación más amplia. Para comprender mejor lo que estaba en juego debemos hacer un breve recuento histórico.

En el año 610, el profeta Mahoma funda el Islam. Para el momento de su muerte en 632, Mahoma había consolidado su poder sobre Arabia, y sus sucesores construirían un imperio que se expandiría desde el centro de Asia hasta España en menos de un siglo. Pero un debate sobre su sucesión dividiría la comunidad del Islam.

Mientras parte de los seguidores del Islam, quienes luego serían conocidos como sunitas, consideraban que el sucesor del profeta Mahoma debía ser elegido por la comunidad, otros argumentaban que el profeta había escogido a su hija Fátima y -en particular- a su yerno Alí (y sus descendientes) para sucederlo como líderes del Islam. Los seguidores de Alí pasarían a ser conocidos como chiítas. Esta es la esencia del gran cisma del Islam.

Los sunitas dominarían el mundo del Islam durante nueve siglos. Hasta que en el año 1501, Persia (actualmente Irán) se independiza del Imperio Islámico y adopta el chiísmo como credo oficial del Estado. No se trataba de cualquier país, Persia había sido un gran imperio entre el año 550 a.C. y la conquista islámica en 651 d.C. A pesar de que los chiítas representaban, para ese momento, apenas una minoría del pueblo persa, la declaración del chiísmo como religión oficial del Estado contribuyó a elevar y proyectar esta rama del Islam en toda la región.

Lo más importante a destacar es que hasta entonces, la división entre sunitas y chiítas había sido comunal u horizontal, no había estado acompañada por una segregación territorial. Pero con la secesión de Persia de la unidad islámica y su adopción del chiísmo como religión oficial del Estado, el cisma se iba a tornar territorial y pondría en curso una fragmentación definitiva de la casa del Islam (Majid Khadduri, 1988).

Persia va a erigirse en contraposición a los sultanes del imperio Turco-Otomano, quienes se habían convertido en herederos del imperio Islámico y portavoces del credo sunita. Se creaba así, por primera vez en la historia, una gran división territorial entre las dos grandes ramas del Islam (sunismo y chiísmo).

Durante dos siglos (XVI y XVII), persas y turco-otomanos, chiítas y sunitas, se enfrentarán sin cesar. Eventualmente, agotados por la guerra, ambos se verán obligados a someterse al orden de las naciones europeas y aceptar las reglas de juego del Tratado de Westfalia que relegaba las confrontaciones religiosas al plano interno. El Islam, ya sea chiíta o sunita, seguiría jugando un papel fundamental en la vida de los musulmanes e influiría en la conformación de los Estados independientes que surgieron en el Medio Oriente después de la I Guerra Mundial, pero al menos por un tiempo dejaría de ser una fuente de conflicto en la región. Sin embargo, la tensión sólo estaba latente.

En 1979, con la llegada del ayatola Jomeini al poder, la conflictividad entre chiítas y sunitas resurgiría. Jomeini le recordaba al mundo musulmán que hace casi 500 años, Persia (hoy día Irán) se había independizado del imperio Islámico y había adoptado el credo chiíta como religión oficial del Estado. Con la revolución islámica de 1979, Irán volvía a reafirmar su carácter chiíta y lo proyectaba sobre un Medio Oriente gobernado, casi en su totalidad, por sunitas. Parecía inevitable que el legado de la rivalidad ancestral entre sunitas y chiítas, se hiciese presente una vez más.

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@alfredotoro1

En: eluniversal