EL EXPERIMENTO NEOLIBERAL CHILENO EN CUESTIÓN: LAS COSAS Y LAS PERSONAS
Efraín Gonzales de Olarte[1]
Las sucesivas crisis económicas de los años ochenta del siglo pasado, en América Latina, llevaron a la aplicación de las recetas del “Consenso de Washington (CW)”, opinión colegiada de organismos multilaterales, economistas de renombre y el Departamento del Tesoro americano de 1989. Este consenso tenía en esencia tres puntos centrales: la liberación de todos los mercados intervenidos o regulados por los estados, la privatización y el retiro del estado de las actividades productivas, la promoción de la libre empresa y de la inversión privada, que en su conjunto y amplitud generó el denominado neoliberalismo económico o modelo neoliberal.
El conjunto de diez recetas que contenía el CW fue aplicado de manera variada en casi todos los países de latino-américa. El que sobresalió por su aplicación temprana y dentro de un gobierno dictatorial fue Chile y, con el correr del tiempo, el modelo fue mantenido incluso por los gobiernos democráticos que reemplazaron al pinochetismo, tanto de derecha como de izquierda. El crecimiento de Chile fue paradigmático y se convirtió en el “modelo” a imitar, no sólo en el manejo macro económico, la reducción de la pobreza, sino también en varias de las reformas institucionales: el sistema de pensiones, la regulación del mercado laboral, la quasi privatización de la educación superior, etc. El modelo neoliberal funcionaba mucho mejor en Chile que en los otros países de América Latina. Hubo sin embargo, un tema crítico: la desigualdad de la riqueza y de los ingresos, que con el correr del tiempo se incrementó. Este tema parecía de menor preocupación, pues el PBI per cápita pasó de US$ 2,500 en 1990 a $22,000 en 2018, lo que cubría los otros resultados, el problema fue que los ingresos personales no crecieron como el producto, hoy el ingreso mensual promedio es de sólo 550 dólares. Adicionalmente, los programas sociales (educación y salud) no ayudaron a reducir las desigualdades del desarrollo humano. Al parecer en Chile se convalidó la tesis de desigualdad señalada por Thomas Piketty en su libro El Capital en el Siglo XXI, es decir, el crecimiento de las ganancias fue mayor que el crecimiento de los ingresos.
Se podría decir que a Chile, considerado ya un país de ingresos altos, sólo le quedaba como tarea mejorar la equidad, mejorar la política social y el acceso a oportunidades para todos los chilenos.
Sin embargo, cuando se aumentó 30 pesos (unos cuantos centavos de dólar) el boleto del metro de Santiago, nadie pensaría que se desencadenaría una revuelta social de dimensiones y violencia absolutamente desconocidas en América Latina. ¿Cómo explicar que el país ejemplar, reviente como una bomba social y ponga en cuestión el modelo y la experiencia más exitosa del neoliberalismo?
Tratando de responder a esta pregunta, tengo algunas hipótesis a proponer. La primera es que crecimiento no es lo mismo que desarrollo, la producción en Chile creció de manera sostenida, mejoró su infraestructura física, se redujo la pobreza, pero no mejoró el bienestar de los chilenos de abajo tanto como mejoró el bienestar de los chilenos de arriba, es decir no ha sido un crecimiento equitativo, no hubo desarrollo para todos y las desigualdades generan resentimiento y envidia. La segunda es que a la Ciencia Económica predominante le importa más las cosas que las personas, pues los objetivos de las políticas son siempre: incremento del producto (cosa), mejora de la competitividad (abaratamiento de las cosas para vender), el incremento de la inversión (cosas nuevas), estabilidad económica reflejada en bajas tasas de inflación (que las cosas no cuesten más) y etc. El crecimiento es cómo lograr tener cada vez más cosas y más baratas, lo secundario es si estas cosas se reparten con criterios privados o con criterios sociales, y aún más si estas cosas están al alcance de todos, en consecuencia, lo que pase con las personas estará en función de cómo evolucionan y se manejan las cosas. Las personas fueron la variable de ajuste de las cosas, el mundo sólo visto de lo alto de la pirámide social. La tercera es que el excesivo individualismo promovido por las tesis neoliberales lleva al debilitamiento de las relaciones humanas y a la reducción de los principios de la convivencia: la solidaridad, la empatía, la caridad, la dignidad y finalmente la justicia social. Esta última se ha hecho funcional a la justicia económica definida por el modelo económico predominante, lo que ciertamente ha generado una crisis de los valores morales.
Creo que este conjunto de factores están en el origen de la indignación de los chilenos, que los ha llevado a romper las buenas maneras, pero sobre todo a mostrar que los mecanismos democráticos e institucionales están fuertemente debilitados en sus bases esenciales, así como sus fundamentos éticos. La salida de esta crisis pasa por la restitución de los valores humanos, el cambio de los referentes morales y democráticos y por anteponer a las personas sobre las cosas. Es decir, toda una revisión del modelo neoliberal y en general de la idea del desarrollo.
Lima, octubre 219
[1] Departamento de Economía de la PUCP