MODELO ECONÓMICO, DESIGUALDADES, DEMOCRACIA Y GOBERNABILIDAD EN EL PERÚ
Efraín Gonzales de Olarte[1]
Las desigualdades sociales y económicas han sido una constante en el Perú, por lo menos desde la época colonial. Pese a habernos acostumbrado a convivir con ellas casi de manera natural, por alguna razón éstas se exacerban en momentos de crisis. La múltiple crisis acarreada por la pandemia no sólo ha confirmado la situación de pobreza y desigualdad, sino que las ha proyectado al escenario político. Su mejor expresión es la intención de voto -en las elecciones presidenciales del 2021- por un profesor provinciano de escuela primaria que, como candidato a la presidencia, sostiene su campaña sobre la base de la plataforma: “en un país rico no debe haber pobres” sustentada en las grandes desigualdades socio-económicas que tiene el Perú.
Las desigualdades son inherentes a los modelos económicos basados en la economía de mercado. Su reducción a niveles socialmente aceptables depende del poder del mercado y de la capacidad del estado para disminuir las desigualdades, ya sea a través de los impuestos o del gasto público. Por ello, es fundamental entender qué economía de mercado se tiene y qué capacidad tiene el estado para corregir las “fallas del mercado”, entre ellas la desigualdad.
Por ello es importante responder a las preguntas: ¿qué origina la desigualdad? ¿qué capacidad tienen los modelos económicos para corregir las desigualdades extremas? y ¿cuál es el papel del estado para promover igualdad de oportunidades para todos los habitantes? En sociedades democráticas basadas en economías de mercado es importante reducir los “conflictos distributivos”, para aspirar a un desarrollo pacífico e inclusivo.
Los determinantes de la desigualdad son múltiples, no sólo económicos. Las tecnologías, los niveles educativos, el tamaño y papel asignado al estado, las organizaciones que representan intereses, entre otros. Es pues un problema de origen multidimensional.
En el Perú, tenemos grandes disparidades tecnológicas. Mientras que las minas modernas utilizan tecnologías altamente intensivas en capital, los campesinos de la sierra o de la selva cuentan con apenas unas herramientas y animales como capital y sus actividades son altamente intensivas en mano de obra. El resultado es una gran disparidad de productividades y consiguientemente de ingresos.
Los niveles educativos muestran una gran desigualdad entre ciudad y campo, entre la sierra y la selva, en relación a la costa. Además, la calidad es bastante crítica, en la medida que en las pruebas PISA seguimos a la cola de los países en desarrollo. Además, sólo un 16% de la población tiene estudios superiores. Todo ello se refleja en una desigualdad de ingresos determinada por la educación.
El Estado peruano es uno de los más pequeños en América Latina, medido por la presión tributaria que apenas alcanza un 15% y un gasto total que llega a sólo 20% del producto bruto interno. Además, su capacidad de gestión es bastante mala. Es decir, tenemos un Estado chico e ineficiente. Obviamente, con estas condiciones es bastante difícil reducir las desigualdades, no sólo porque no alcanzan los ingresos fiscales para dar educación y salud de manera adecuada, pero también porque el gasto es poco eficiente.
Por otro lado, las instituciones que podrían manejar el conflicto distributivo o son muy débiles como los sindicatos, o son muy indolentes como los gremios empresariales. No existe una cultura de negociación de intereses, lo que existe es una cultura de confrontación de intereses, que en un país con bajos ingresos engendra tensiones y conflictos sociales, entre los que tienen mucho y los que tienen poco.
Bajo estas características, no debe sorprender que una gran cantidad de peruanos manifiestan apoyar una candidatura que promete reducir las desigualdades y darle un mayor papel al estado.
Este tema hay que tomarlo en serio, más allá de las elecciones. La democracia no puede avanzar si las desigualdades y la pobreza que emana de ellas no se reducen. Para ello se requiere obviamente de un estado de mayor tamaño y, sobre todo, más eficiente y mejor descentralizado, pero también se requiere de un modelo económico que reduzca las desigualdades aún sin la intervención del estado.
La única manera de lograrlo es modificando el modelo económico actual, incorporando mecanismos para generar más inversión y empleo en sectores donde está la mayor parte de la fuerza laboral y que tiene bajas productividades. La vía es una combinación creativa de políticas sectoriales con políticas sociales. El apoyo a un mayor desarrollo de la agricultura abastecedora de los mercados urbanos, de la agro-exportación, de la industria y servicios para la exportación, acompañada de políticas sociales –educación, salud e infraestructura básica- que complemente las políticas sectoriales, con trabajadores mejor educados y calificados. Este tipo de políticas fueron las que promovieron el crecimiento con redistribución en el Japón y el Sudeste asiático.
El próximo gobierno, cualquiera que sea, debería estar consciente de estas desigualdades y emprender un cambio en el modelo económico, manteniendo la estabilidad macroeconómica, pero incorporando las políticas sectoriales coordinadas con las políticas sociales como ingrediente fundamental, es decir fortaleciendo el papel del Estado. De lo contrario el Perú va camino a conflictos sociales mayores, que se deben evitar, si creemos en la gobernabilidad democrática como parte de nuestro pacto social.
Fines de mayo 2021
[1] Profesor de Economía en la PUCP.