LA TRAGEDIA PERUANA: LA POLÍTICA CONVERTIDA EN UN MERCADO
Efraín Gonzales de Olarte
Para entender la política en el Perú no se requiere de Ciencia Política, se requiere de micro-economía. Desafortunadamente, el hacer política en el Perú se ha convertido en un negocio turbio, no de otra manera se podría entender lo que está sucediendo hoy en nuestro país.
La política, entendida como la actividad que permite gobernar una colectividad en base al poder que se constituye en el estado, es el camino que permite la gobernabilidad de grandes colectividades países, regiones o federaciones. En consecuencia, los que participan en política tienen un interés altruista, es decir, piensan en su participación en función de los otros. Para ello se organizan partidos políticos sobre la base de alguna doctrina sobre cómo debe ser la sociedad y qué debe hacer el estado para llevar a esa sociedad al ideal doctrinario. Por ello, hay el liberalismo, la social-democracia, el social cristianismo, el socialismo, el comunismo y la anarquía que es la negación del estado.
En el Perú ocurrió un gran proceso de hiperinflación en los años ochenta del siglo pasado, que debilitó los partidos que, hasta entonces, existían varios de los cuales tenían décadas de existencia. La llegada al poder de Alberto Fujimori fue la confirmación que los partidos estaban en serios problemas, pues fue elegido con un movimiento electoral denominado Cambio 90 y los partidos políticos establecidos apenas obtuvieron 20% del electorado.
A partir de entonces la política pasó a ser dominada por movimientos electorales, que se fundaban cada vez que había nuevas elecciones, ninguno con alguna doctrina conocida, todos con ofertas electorales de corte clientelista: empleo, salud, educación, carreteras, agua potable, etc. Bajo esta perspectiva la política se convirtió en una carrera para tomar el poder para provecho propio de los gobernantes y sus allegados, es decir de su clientela política que votaban por ellos y los apoyaban a cambio de prebendas, de empleo, de manejo de fondos. Poco a poco hacer política se fue convirtiendo en un negocio particular, se llegaba al estado para hacer negocios. Asi, a partir del gobierno de Fujimori la corrupción –que existe en el Perú desde su constitución como república- comenzó a hacer parte de la política y de los comportamientos políticos. Se llegaba al gobierno para usar los recursos del estado en provecho propio. La prueba es que hoy el Perú tiene el triste privilegio de tener a todos sus presidentes de los últimos treinta años con juicios por corrupción, en prisión, fugados o suicidados, además de una gran cantidad de gobernadores regionales y alcaldes procesados también por actos de corrupción.
Hoy, en el Perú tenemos corrupción de todas las dimensiones. En grande, como el caso del “Club de la construcción”, en el que las empresas constructoras más grandes del Perú están también involucradas en actos de corrupción. Pero la hay mediana y pequeña. Obviamente, si desde la presidencia de la república se gobierna haciendo negocios la política está degrada y, sobre todo, el ejemplo es seguido en todo nivel: los gobiernos: central, regionales y locales, el congreso de la república, el poder judicial.
La corrupción ha hecho metástasis en el Perú y la gente participa en política pensando en maximizar sus ingresos –que es una de las premisas de la teoría micro -económica-, no en servir al resto, no en usar el poder que se tiene al llegar al gobierno o al estado para el beneficio de los demás, sino en provecho individual.
Si uno quiere entender porque los últimos congresos elegidos para legislar se convirtieron en un mercado político, la respuesta está en la degradación de la política, la pérdida de valores morales y la crisis de la justicia peruana.
Por ello, buena parte de los gobernantes y congresistas llegan a sus puestos para hacer negocio, al mismo tiempo que gobiernan. Obviamente, no se pueden robar todos los presupuestos, pero si un porcentaje de ellos.
Cuando un congresista juró “por dios y por la plata” u otra congresista dijo que no había recuperado su “inversión”, o cuando un ex contralor con procesos legales por corrupción se hace elegir congresista para tener inmunidad, estamos frente a casos tan claros como penosos del nivel al que ha llegado la política en el Perú.
Cuando la participación en política se convierte en la participación en el mercado político, el país obviamente ha entrado en una crisis sistémica de muy difícil recuperación. Más aún, cuando esta forma de actuar se ha convertido en “normal” en la “regla”, que el no lo haga es considerado un tonto o alguien hay que sacar del “negocio”, hemos tocado el fondo de la degradación ética de la política y ya compromete el futuro del desarrollo democrático y civilizado del Perú.
El reto es cómo revertir una situación de esta magnitud. En primer lugar, necesitamos de una recuperación de la moral pública y de la ética ciudadana, y esto corresponden a la nueva generación, a los jóvenes, que han irrumpido en la arena política de manera espontánea y masiva, al parecer con otros referentes éticos. En segundo lugar, el Perú requiere de gobernantes probos, que den el ejemplo, como lo dieron Fernando Belaunde y Valentín Paniagua, de honradez y sólidos principios morales. La promesa peruana pasa por una nueva generación de políticos que hagan del estado el medio para mejorar las oportunidades de todos, para reducir las desigualdades y la pobreza y que no piensen en la política a partir de sus bolsillos.
Lima, 18-11-2020