LA DESIGUALDAD DE LA POBREZA Y DEL SUB EMPLEO
Efraín Gonzales de Olarte*
Bajar la pobreza en un país con alta desigualdad no es fácil, por ello es necesario reconocer que la reducción promedio de la pobreza el 2013 es una buena noticia, pero que ocho regiones no la hayan reducido o hayan aumentado es una mala noticia. Las preguntas cruciales son: ¿por qué no todas las regiones bajan su pobreza de manera convergente? es decir, ¿por qué Cajamarca tiene 52.9% de pobreza monetaria, mientras que Arequipa, Moquegua, Tacna, Ica y Madre de Dios están por debajo de 10%? ¿qué clase de economía de mercado tenemos que no logra igualar resultados económicos? ¿a lo mejor es el modelo económico y la geografía que inhiben la reducción igualitaria de la pobreza? o ¿por qué los esfuerzos del Estado son insuficientes para tal fin? Son preguntas que no tienen hasta ahora respuesta.
En mi opinión, la forma más efectiva de reducir la pobreza es generando “empleo decente”, definido por la Organización Internacional del Trabajo como aquel trabajo formal, adecuadamente remunerado y con buenas condiciones laborales. Por ello, que la mejor forma de disminuir la pobreza es reduciendo la tasa de subempleo, la cual es definida como el porcentaje de trabajadores que trabajan menos de 30 horas a la semana no alcanzan el sueldo mínimo vital o trabajan más de 40 horas y reciben menores ingresos al referencial de 711 soles.
En el Perú el 48% de los trabajadores están subempleados en promedio, sin embargo la mayor tasa de subempleo la tiene Huánuco con 68%, Puno 61% y Apurimac 60%, y tienen las menores tasas: Lima 34%, Callao 36% y Tacna 38%. Nuevamente, estamos frente a un problema de desigualdad, que tiene que ver con la capacidad de absorción que tienen los mercados de trabajo por regiones, es decir de las robustez de las economías regionales.
La ventaja de atacar el problema de la pobreza a través de la reducción del sub empleo y de la generación de empleo decente es que nos concentramos en tres puntos importantes: 1. Relacionamos la producción con el empleo, es decir nos preocupamos de conectar los sueldos y salarios con la productividad, lo que hace de la reducción de la pobreza el efecto directo del crecimiento del centro de trabajo o del sector productivo, en cada región. 2. Dejamos de esperar que el crecimiento macroeconómico resuelva el problema de la pobreza promedio y comenzamos a priorizar el crecimiento regional y a revalorizar las políticas sectoriales capaces de generar mayor producción, productividad y empleo decente en cada región. 3. Dado que la mayor pobreza está en el campo, sobre todo en las zonas rurales de sierra y selva, es absolutamente necesario incorporar a los productores y trabajadores del ámbito rural en las políticas sectoriales. Ahora se los incorpora básicamente a través de las políticas sociales, lo cual es insuficiente, pasajero y no resuelve el problema del punto 1.
Una de las principales causas de la desigualdad en la reducción de la pobreza a nivel regional es la poca conexión económica que hay entre las ciudades y su entorno rural. El crecimiento de las ciudades es casi independiente de las economías rurales, lo que significa que el desarrollo de los mercados regionales de bienes, de trabajo y de crédito es insuficiente, por lo que la pobreza rural no disminuye con el crecimiento de las ciudades de cada región y tenemos –y seguiremos teniendo- los resultados que comentamos si no cambiamos de enfoque.
El modelo económico peruano ha llegado a un punto en el que la pobreza no va seguir disminuyendo si se espera que el crecimiento macroeconómico resuelva el problema. Es imprescindible pasar a otra etapa del modelo, en la que se dé mayor prioridad a las políticas sectoriales-regionales, para promover la inversión en las regiones con dos criterios: 1. Apoyar aquellas inversiones en sectores que transformen la producción rural, lo que ciertamente desarrollará los mercados de trabajo regionales. 2. Para esto es imprescindible la asociación del capital privado con el estado, sobre la base de planes de inversión, con la activa participación de los gobiernos regionales y locales.
Es obvio que para que esto suceda se requiere que el Ministerio de la Producción pase a ser el más importante, como lo fue el Ministerio de Industria en el milagro japonés, y que el Ministerio de Economía sea sólo el guardián de la sanidad macroeconómica y apoye decididamente al primero. La segunda condición es que los gobiernos regionales deben coordinar la promoción y el seguimiento de la política de inversión regional con el Ministerio de la Producción. Si todo esto sucede la creación de “empleo decente” será un resultado efectivo y, en consecuencia, la pobreza disminuirá de manera estable.
*Profesor Principal del Departamento de Economía de la PUCP. Artículo publicado en La República del 13 de mayo 2014