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¡No hables lisuras, carajo!

A varios pacientes en edad de adolescencia o pubertad les he escuchado contarme que su papá o su mamá les exigen no hablar groserías cuando de boca de ellos mismos las escuchan y las aprenden.

Los niños y adolescentes actuales son hijos de papás miembros de la llamada “generación X” (personas nacidas en las décadas de los 70 y 80). Estas personas (yo soy una de ellas), hemos crecido cuestionando todas las normas dadas por sentado por nuestros padres y abuelos. Uno de los reflejos de ello es la total proliferación de vocabulario soez. Ahora los papás hablan y escupen palabrotas como si nada delante de sus bebés y de sus hijos chiquititos.

Yo no quiero decir que esto esté mal. Lo que quiero decir es que tal vez no sea tan práctico, pues luego, cuando esos bebés o niños chiquititos crezcan, ¿cómo hacer para que respeten la presencia de sus papás? ¿Cómo hacer para que incluso no se dirijan a sus padres utilizando esas palabras que han oído siempre?

Un ejemplo

Yo tengo por vecinos a unos padres con dos hijos adolescentes. El menor, calculo que debe tener 14 o 15 años. Varias veces sus discusiones se escuchan hasta mi casa y algunas de esas veces le he escuchado decir a ese hijo menor “¡ya, carajo!”, “¡no me jodas entonces!“, a su papá en alguna discusión. Y es que, claro, al padre también le escucho carajear a cada rato, de él mismo es que ha aprendido ese mocoso.

Como se puede entender, un panorama así no es nada conveniente. ¿Por qué? Porque ese chico está creciendo con una figura de autoridad totalmente debilitada y eso le puede traer serios problemas. Si no ha aprendido a respetar a su propio papá, ¿cómo se espera que respete a una autoridad o a la ley misma de la comunidad en la que vive? ¿Cómo se va a esperar que respete a su mujer o a sus hijos en el futuro? Si la idea es criar a un hombre de bien y exitoso, y sembrar las bases para una buena descendencia, un panorama en el que al padre o a la madre se le mande al carajo o a la mierda en cada discusión no es precisamente el camino más seguro.

Menos aun dirigirse a ellos hablando palabrotas

A veces, los papás, especialmente los padres varones, por dárselas de “bacansitos”, les hablan a sus hijos con palabrotas.

Si arriba he explicado cómo el solo hecho de que los chicos crezcan escuchando palabrotas de sus padres puede traer problemas, con mayor razón no es recomendable dirigirse a ellos hablándolas.

Cosas como:

  • Primera fiesta del hijo púber: “ni se te ocurra tomar trago, huevón, ¿ah?”.
  • Hablándole en tono juguetón a un pre púber que está muy demandante: “fulanito, ya pues, no jodas a tu madre, ¿ya?”.
  • “Estás en la casa a las 2 de la mañana, ni se te ocurra demorarte más, cojudo, ¿eh?”.
  • Mamá a hija: “no seas huevona, pues”.
  • Papá a hija: “¡si ese pendejo no te trae temprano se caga conmigo!”.

Evidentemente no se recomienda para nada utilizar este lenguaje. Al hacerlo, el padre o la madre lo único que logran es bajarse de nivel frente a su hijo o hija, que está en crianza y bajo su responsabilidad. Inmediatamente su nivel de respeto baja, y no, no van a lograr la confianza que quieren ganar, por lo menos no sin arriesgar su estatus de papá o mamá respetables. Esa no es la forma. Más bien muchos chicos pueden arrugar el entrecejo en señal de extrañeza o incomodidad. Hay que recordar que los chicos pueden hacer amigos en la esquina o en cualquier lado, pero papás, solo tienen dos en todo el mundo. No vale la pena rebajar el nivel de la paternidad en aras de una especie de amistad vulgar y forzada.

Para ilustrar esto: ¿alguna vez has visto a un policía o a un sereno hablar con lenguaje inapropiado, con lisuras o jergas, o utilizando formas vulgares? Cosas como “ya ‘pe causha, déjame trabajar ‘pe” de boca de un agente de seguridad ciudadana. ¿Qué sientes cuando escuchas o eres testigo de estas cosas? Por lo menos, lo que yo siento es que esa “autoridad” ya perdió toda su investidura y no merece el respeto de ningún ciudadano. Ya, eso mismo pueden sentir los hijos cuando sus padres hablan vulgaridades, con la enorme diferencia de que ya no se trata de un policía X o de un sereno X de la calle, no, se trata de papá o de mamá en persona. Policías o serenos pueden haber miles; papá o mamá solo hay dos en el universo; es mucho peor y más chocante.

Usar un lenguaje correcto

Con los hijos es mejor utilizar palabras convencionales, por lo menos hasta la mayoría de edad. Esto no quiere decir que los papás tengan que ser serios y aburridos, no. Solo se trata de mantener el estatus padres – hijos. Los chicos necesitan a sus papás. Estos son los que le dan la seguridad, el sostén, el ejemplo frente a un mundo adulto extraño, desconocido e incierto. No es conveniente arruinar las figuras de los padres con palabrotas que luego pueden regresar a los padres de boca de los hijos, dejando a los chicos sin figuras qué respetar, solos, sin seguridad.

Por otro lado, si los padres hablan estas lisuras y luego censuran a sus hijos impidiéndoles a ellos hacerlo, involuntariamente se les está enseñando a ser hipócritas e inconsecuentes. Este hijo podría pensar: “o sea, me dices que está prohibido lo que tú mismo haces”. Así el hijo pierde el respeto por su papá o su mamá y aprende que por lo bajo puede quebrar las normas, teniendo la raza de exigir que los demás las cumplan (esto lo podemos ver a diario en nuestras pistas, por ejemplo).

A los hijos es mejor criarlos sin palabrotas. Las palabrotas mejor usarlas entre adultos, entre amigos, y si es posible, fuera de casa.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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Pregúntale a tu papá / pregúntale a tu mamá

Especialmente cuando nuestros hijos son adolescentes (aunque también antes) se da la escena conocidísima aquella de que el hijo aborda, por ejemplo a la mamá, y le pide permiso para ir a una reunión, a una fiesta o a quedarse a dormir a la casa de algún amigo, viniendo entonces la clásica respuesta: “pregúntale a tu papá”.

Incluso a veces sucede que el hijo va efectivamente con su papá a hacerle el mismo pedido, resultando que éste le responde “pregúntale a tu mamá”, dándose una situación caricaturesca en la que el menor ve que sus padres no asumen la responsabilidad de una decisión y lo “pelotean”, como si se tratase de una papa caliente.

Inseguridad de los padres

Esto puede suceder porque los papás no están seguros de cuán adecuado sea decir “sí” o “no” ante el pedido del hijo. También se puede dar porque papá o mamá  no se sienten con la autoridad suficiente, o porque quieren evitar el conflicto con su hijo, ya que la respuesta sería “no”, lo que generaría una disputa (discusión o pedidos insistentes), entonces manda a su hijo con su pareja para librarse de ello.

Si no es tan bueno dar esta respuesta, entonces, ¿qué se podría decir?

Tomar la decisión en pareja

El hijo aborda a su mamá y le pregunta:

– Mamá, ¿puedo ir a la fiesta de fulanito?

Entonces, la mamá siente la inseguridad. No sabe qué decir. Cualquiera de las dos respuestas (sí o no) no acaban de convencerla poniéndola en una situación molesta. Pero ella sabe que es mejor no responder “dile a tu papá”, entonces dice algo así:

– Hmm… no estoy segura; déjame hablarlo con tu papá y de ahí te respondo.

Lo que se dice se cumple

Dicho esto, es necesario que la mamá haga, apenas pueda, lo que aseguró. Conversará el tema con el papá y juntos tomarán una decisión.

Naturalmente, hacer esto requiere una relación de pareja armoniosa, e incluso puede aplicarse también con papás separados.

Ventajas

A veces los hijos se dan cuenta de estas inseguridades y de que los papás pueden no conversar sus decisiones. Entonces usan esta información para manipular a sus padres. Por ejemplo, la mamá le dice al hijo que no puede ir a la fiesta. El hijo va con su papá y éste le dice que sí. Entonces el hijo se empieza a alistar. Cuando la mamá se da cuenta, el hijo ya tiene una respuesta:

– ¡Pero mi papá me dio permiso!

Resultado: problema disciplinario, agravado por el hecho de que papá, sin querer, desautorizó a mamá.

– Ventaja 1: conversando las decisiones ambos se evitan estas manipulaciones. Papá y mamá darán la misma respuesta.

– Ventaja 2: al dar ambos papás la misma respuesta, el hijo tiene la experiencia de solidez disciplinaria y moral en ellos. Esto lo incorporará para sí mismo y para su vida presente y futura.

– Ventaja 3: también se le brinda al hijo un modelo de toma de decisiones pensadas, no impulsivas.

– Ventaja 4: el hijo obtiene un modelo y una experiencia de rectitud y solidez, que al mismo tiempo es dialogada y flexible.

– Ventaja 5: el hijo experimenta una pareja de papás coherente, sin contradicciones.

Recordemos que la pareja de padres es el primer modelo de relación de pareja y de paternidad que tienen las personas. Es importante darles un buen primer modelo.

Referencia

Baltazar Ramos, Ana María; Palacios Suárez, Celia (2011). Consejos prácticos para la educación de los hijos. México Distrito Federal, México: Editorial Trillas.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
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<<La vida infantil hállase en tal dependencia de los adultos que, según la voluntad de éstos, un motivo ocasional podrá producir o evitar la formación de una neurosis.>>

Freud, Anna (s.f.). El yo y los mecanismos de defensa. Buenos Aires, Argentina: Editorial Paidós. Página 116.

Salud por los golpes que me diste / más me pegas más te quiero

Viendo mi sección de noticias en Facebook me encontré con este “chiste”:

La risa, el chiste, tiene muchas funciones en la vida de las personas. Muchas son funciones netamente saludables y positivas, otras no lo son tanto. Una de ellas es la de defendernos de aquello que nos duele o nos angustia, convirtiendo lo doloroso o angustiante en algo gracioso. De esa forma, la experiencia es más llevadera.

Un ejemplo de ello es cuando vas al cine a ver una película de terror. Después de cada buen susto podrás escuchar a algunas personas del público que se ríen o empiezan a bromear. De esa forma trivializan la película y la historia terrible que se está contando y la convierten en un juego, en una seguidilla de chistes.

¡Asu mare!

Aquí en el Perú un actor conocido, llamado Carlos Alcántara, montó un show de comedia, creo que le llaman también “stand up comedy” titulado “¡Asu mare!” (de ahí salió la película del mismo nombre). Yo no asistí a ninguna de esas presentaciones, pero algo leí sobre ello y también luego vi algún vídeo en Youtube. Buena parte de ese espectáculo era para hacer gracia de cómo la madre del protagonista lo golpeaba y maltrataba cuando era niño, para disciplinarlo. Todo contado de forma graciosa y nostálgica.

Nótese a la mamá detrás con la escoba.

A mí, personalmente (no tiene que ser así para todos, ni mucho menos), no me da risa. Debe ser porque trabajo en salud mental y estoy expuesto (como testigo) día a día al maltrato físico y al maltrato psicológico. Los niños y adolescentes que experimentan esto no me lo cuentan riéndose. Muchas veces más bien es al revés. Felizmente también hay muchos papás responsables que buscan encontrar una forma más saludable de criar a sus hijos, lo que es una forma también de buscar superarse a sí mismos, de avanzar, de crecer y de ser mejores personas día a día.

Dos posibles vías para los hijos maltratados

Una persona que ha sido golpeada por sus papás o maltratada psicológicamente tiene, al menos, dos formas de llevar su adultez:

1) Reaccionando ante el dolor de haber sido maltratado por sus propios padres haciendo precisamente lo contrario: “no quiero que mis hijos pasen por lo que yo pasé”. Muchas de estas personas, cuando son papás, se convierten en la antítesis de sus propios padres, papás que sobreprotegen, faltos de autoridad y que lamentablemente pueden criar niños tiranos.

Curiosamente muchas personas echan la culpa de la proliferación de niños tiranos a la falta de golpes, cuando visto así en global es todo lo contrario. Los golpes pueden crear niños tiranos al crear padres temerosos de ejercer autoridad.

2) La segunda forma sería: reaccionando ante el dolor de haber sido maltratado por sus propios padres encontrando la forma de validar el maltrato, de darle un sentido. De ahí sale el “me lo merecía”, “la educación antigua es la mejor” y de ahí también salen este tipo de chistes. Es una forma de anular el dolor y el resentimiento aliándose con los abusadores porque peor es sentir odio por ellos, pues resulta que son los papás. Estas personas, cuando son papás, tienen muchas posibilidades de repetir el maltrato y el abuso con sus propios hijos, pues ya lo tienen validado como estrategia de crianza.

A muchos les gustará este meme, o estarán de acuerdo con él, o se reirán. A mí no me gusta, no me provoca ninguna sonrisa y, si hay alguna idea seria detrás, no estoy de acuerdo con ella. ¿Por qué? Porque, para empezar, agarrar a cachetadas a los hijos es un delito y no se puede estar a favor del incumplimiento de la ley y pretender vivir bien en comunidad.

Por otro lado, si golpeamos o insultamos a nuestros hijos estamos cometiendo actos delictivos contra ellos y por ende les estamos enseñando también a zurrarse en las normas y en la ley (contradictorio, ¿no?).

Negando la evidencia

Decía que el maltrato físico es un delito, y esto es así en todos los países civilizados de este planeta. Y es así no porque a cuatro psicólogos se les haya ocurrido, sino porque durante décadas, los estudios científicos correspondientes han demostrado que golpear e insultar hace daño a los niños y adolescentes. No es por gusto que las sociedades han penalizado esta costumbre, no es capricho ni coincidencia, es porque hay evidencias.

Por ejemplo, ahora hay evidencia de que la Tierra no es plana, como se creía siglos atrás. Afirmar que la tierra es plana ahora, en el 2015, sería un sinsentido total. Es fácil porque es un hecho externo a nosotros.

Pues bien, también hay evidencia de sobra que apunta a lo dañino del maltrato físico y psicológico. Pero a diferencia de la forma de la Tierra, este tema es algo que tiene que ver con nuestras vidas, con nuestros recuerdos, con nuestros padres, con nuestros hijos y con nuestras experiencias más dolorosas.

Es por eso que todavía hay personas que defienden este delito y lo cometen, de vez en cuando o día tras día, convirtiendo en víctimas a sus propios hijos. Luego esos niños, ahora adultos, tal vez se rían de cómo los victimizaron años atrás, perpetuando así la violencia, la ley de la selva y el dominio de la fuerza bruta.

 

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Perder a un hijo recién nacido

Perder a un hijo recién nacido representa una experiencia muy dura para los papás. A diferencia de otras pérdidas humanas, esta es la pérdida de alguien esperado durante meses o años, a quien de alguna forma las circunstancias niegan la posibilidad de vivir, al comienzo mismo de su existencia.

El hecho de esperar a esta nueva criatura y todo lo que su concepción y nacimiento genera en los papás le da a este tipo de pérdida un matiz muy especial. Esto lo podemos ver incluso en muchas especies animales, empezando por cómo defienden a su prole, cómo arman sus nidos y cómo notablemente su vida cambia y gira en torno al nacimiento.

Entonces, cuando sobreviene la pérdida, incluso los animales se encuentran de pronto en una situación que los enfrenta a un vacío enorme, donde toda su espera, todos sus preparativos, toda su abnegación, todas las energías, el tiempo y el afecto que se dedicó de pronto terminan con la pérdida, con el estar de pronto nuevamente solos, los mismos que estaban antes de la espera.

Los animales reaccionan de formas sorprendentes ante la pérdida de sus crías. Siempre recuerdo una madrugada que muy cerca de la ventana de mi casa, un gato asaltó el nido que una pareja de palomas había hecho, con sus dos pichones ya nacidos. La paloma adulta huyó inmediatamente, lo que conllevó a la muerte de los pichones. Yo acudí a mirar y vi el nido vacío. A los pocos segundos, en plena madrugada, escuché a la paloma cantar a lo lejos, en el parque. Fue una escena muy triste que de alguna forma me hizo pensar en esto. Yo, que fui testigo durante semanas del apareamiento, de la construcción del nido, del cuidado de los huevos, de la eclosión, de la alimentación pico a pico, días, semanas de cuidados y esperas, de pronto, también pude ver cómo todo ello finalizaba con un nido vacío en medio de la noche.

Los seres humanos también estamos expuestos a este tipo de pérdidas, y las experimentamos de una forma probablemente similar al comienzo. Después, la experiencia es completamente humana. Vendría lo que conocemos como “duelo”.

El duelo

El duelo es un proceso depresivo natural frente a la pérdida de un ser amado o de un objeto importante. La persona entra en un proceso depresivo asociado con la pérdida: siente tristeza, culpa, rabia, se siente vacía, llora, se siente sin fuerzas, duerme en demasía o muy poco, come mucho o muy poco, está irritable o afectada por cosas que antes no le afectaban tanto, etcétera.

La pérdida de un hijo recién nacido trae uno de los procesos de duelo más duros y difíciles a los que el ser humano se tiene que enfrentar a lo largo de su vida, y también lo enfrenta a situaciones particulares. Por ejemplo, este proceso de duelo puede involucrar a la pareja de papás. El vacío es tan grande y doloroso que muchas parejas sienten el deseo de llenarlo o curarlo concibiendo otro bebé que, de alguna forma, reemplace al bebé perdido.

Si esta pareja tiene hijos anteriores en crianza (niños o adolescentes), ellos se verán afectados también, no solo por la pérdida de su hermanito, sino también por el proceso doloroso por el que están pasando sus padres, que son para ellos las personas más importantes de su vida y las encargadas de mantenerlos vivos.

El duelo: un proceso natural que tiene un final

Los procesos de duelo son superables. De forma natural las personas se sobreponen a la pérdida, le dan un sentido a la experiencia, se terminan de despedir del ser amado y cierran el proceso para continuar con su vida. Debido a que corporalmente la mamá ha vivido más cerca todo el proceso, desde la concepción hasta la muerte, es probable que a ella le tome más tiempo reponerse. Esto también sería comprensible.

No es que haya un tiempo fijo para considerar un duelo como normal. Esto dependerá de la persona y de lo que implica su pérdida. Se suele hablar, en casos de pérdidas importantes para la persona, de etapas depresivas normales de medio año aproximadamente. Sin embargo, fácilmente se puede comprender que en el caso de la pérdida de un hijo recién nacido, este proceso pueda extenderse, especialmente para la mamá.

Evitar el clavo que saca otro clavo

No sería recomendable buscar concebir nuevamente antes de una real superación de la pérdida. Esto, salvando las enormes distancias, vendría a ser algo así como cuando algunas personas, frente al rompimiento con la pareja, buscan inmediatamente a otra para llenar el vacío y no enfrentar su tristeza, sus sentimientos de culpa o su rabia. A esto popularmente se le conoce como “el clavo que saca otro clavo”. No es recomendable. Es mejor que un hijo venga al mundo deseado por sí mismo, por lo que él será, no porque tenga que “salvar” a sus padres de la depresión (que dicho sea de paso, encima, no funcionará). Un bebé tendría que venir al mundo con unos papás fuertes que lo sostengan, no para sostener a unos papás que se encuentran débiles y que dependen de él. Esto, como se puede ver, invierte el orden natural de las cosas y traería consecuencias.

Es mejor que los papás que han sufrido este tipo de pérdida superen física y emocionalmente la pérdida de su bebé antes de intentar concebir de nuevo. Mientras tanto hay que protegerse para que esto suceda en el momento adecuado.

¿Cuándo buscar ayuda profesional?

Los papás que han sufrido esta pérdida podrían pensar en acudir a apoyo profesional en dos casos: cuando, a pesar de haber transcurrido poco tiempo de la muerte del bebé, los sentimientos son tan duros y tan insoportables que realmente se ve que lo saludable sería dedicar un espacio y un tiempo para trabajar este tema con un especialista, especialmente cuando la situación empieza a incapacitar a la persona en otras áreas de su vida. No es necesario que con la excusa de que “es normal sentirse así”, una persona tenga que soportar un dolor tan grande. Esto también incluye aquellas situaciones en las se empiezan a generar otros síntomas que evidentemente necesitan atención, como ataques de pánico o de ansiedad en general, violencia o agresiones, ideas de suicidio, alucinaciones o ideas extrañas, etcétera.

La segunda situación en la que los papás podrían pensar en buscar apoyo profesional es cuando se considera que ya ha pasado mucho tiempo y no se ve un final del proceso de duelo. Si ya ha pasado, por ejemplo, un año y la mamá o el papá siguen sintiéndose heridos por la pérdida de su bebé, sí ya se estaría sobrepasando el duelo saludable o tal vez ya se habría sobrepasado. Sería necesario recurrir cuanto antes a un espacio de salud emocional que permita cerrar este proceso de forma armoniosa y natural.

Estas consideraciones habría que tomarlas más en cuenta aun cuando la pareja tiene niños o adolescentes. Estos hijos, al estar vivos, necesitan de sus papás y son emocionalmente tan frágiles como esos pichones que mencioné antes. Si la crianza se empieza a ver alterada en demasía, la vida de estos hijos se puede ver muy afectada. ¡Cuántas veces no habré recibido pacientes niños o adolescentes aquejados en gran medida por la depresión de su mamá o de su papá!

Una mamá deprimida o un papá deprimido podría no tener ganas ni fuerzas para pasar momentos con sus hijos, paciencia para formarlos, entereza para no maltratarlos, son más fáciles de irritar, de desear golpear o de caer en el insulto o en la descalificación, también estando deprimido es más fácil ser negligente, tirar al abandono a los chicos. Por su parte, los papás que son especialistas en la simulación, en ocultar sus sentimientos, expondrán a sus hijos a experiencias falsas y muchos de ellos en el fondo se darán cuenta de que su papá o su mamá en realidad esconde cosas.

Por eso, en estos casos, es mejor resolver la pérdida para que el bebé fallecido deje en algún momento de ser la prioridad en la mente de sus papás y así estos puedan centrarse en los hijos que tienen, que están vivos y que los están esperando.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
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A los abuelos engreidores

En el tiempo que llevo haciendo psicoterapia a niños y adolescentes, he tratado varias veces con abuelos. Hay abuelos intratables (con los que no se puede tratar), algunos no dejan al terapeuta siquiera la opción de conversar (plantan al terapeuta, no vuelven a aparecer por el consultorio, etcétera) o directamente intentan destruir el tratamiento de su nieto o nieta, por ejemplo, hablando mal de la terapia delante de los chicos o a los papás, intentando convencerlos de que aborten el proceso (“eso no sirve para nada”, “mi nieto no está loco”, “eso es un sacadero de plata”, “yo no sé para qué lo llevas allá”).

En cambio, hay otros abuelos que son muy tratables, muchos de ellos son más tratables que los propios papás. Incluso he visto casos en los que el tratamiento del niño ha avanzado gracias al apoyo de unos abuelos comprometidos.

Especialmente a ellos me quiero dirigir ahora, a los abuelos que escuchan propuestas para ayudar a los papás en la crianza de los chicos y que están dispuestos a implementarlas:

Engreír a los nietos…

A los abuelos les encanta engreír a los nietos. Eso no está mal, es más, es entrañable una buena relación con los abuelos. El mensaje que yo daría desde mi pequeña tribuna es que engrían a sus nietos, háganlo, sigan así si eso les gusta y les satisface y sus nietos también lo disfrutan.

… pero nunca en contra de lo que dicen los papás

Lo que sí nunca hagan es ir en contra del mandato de crianza de los papás. Por más que su nuera o su yerno les caiga mal, si van en contra del mandato de crianza de alguno de los papás, ustedes no sólo generarán incomodidad y obstaculizarán la labor de crianza, sino que, sin querer, le estarán haciendo daño a sus nietos.

Los abuelos harían bien en recordar siempre que ellos no son los papás de sus nietos. Siempre se puede conversar, dialogar, proponer, informar a los papás, pero nunca, jamás vayan en contra de lo que los papás han decidido, porque de esa forma ustedes estarán dejando a sus nietos sin padres (en lo que a autoridad se refiere), y ese es un enorme daño.

Si, por ejemplo, su hijo o hija o su nuera o yerno, les dice que no le compren helados al niño porque el médico lo ha contraindicado o porque ellos piensan que es necesario bajar el consumo de golosinas, nunca, jamás vayan en contra de esa decisión. Repito: si lo hacen el más perjudicado va a ser su nieto o su nieta. Pueden conversarlo en privado o pueden buscar otra forma de divertirse y pasarla bien, sin ningunear la autoridad de los padres. No lo hagan por los papás, háganlo por sus nietos.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
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Poner límites a los abuelos

Muchas veces un miembro de la pareja de padres se queja de que los abuelos, sus suegros (o ex suegros), hacen lo que les viene en gana con sus hijos, desautorizando, ignorando el hecho de que ellos no son los padres, obstaculizando la crianza.

Un ejemplo muy simple: el hijo está peligrosamente subido de peso, el médico ha recomendado restringir los dulces, las galletas, los pasteles y la comida chatarra. Sin embargo, apenas se deja solo al niño con su abuelo, este va y lo atiborra de aquello que justamente le hace daño, con aquel rollo bien conocido de “es que es mi nieto, quiero engreírlo”.

El denunciante

Cuando sucede esto, el miembro de la pareja de padres que protesta, generalmente, es aquel que NO es el hijo de los abuelos engreidores; es decir, el que denuncia el fenómeno suele ser la nuera o el yerno, mientras que el hijo de los abuelos en cuestión (el otro papá) es acusado de no poner límites a sus padres.

Poner límites a los abuelos

A aquellos padres que están siendo acusados por su pareja o ex pareja de no poner límites a los abuelos de los chicos, les sugeriría que vayan pensando en resolver el tema, no por la pareja, que muchas veces es vista como exagerada, quejona, antipática o problemática, sino por los chicos. Tengan por seguro de que si no hacen nada al respecto, se van a desarrollar consecuencias en sus hijos.

Esto sería casi como una ley: no se debería permitir que los abuelos tengan más autoridad que un papá o una mamá, de ninguna manera (salvo casos excepcionales). Y esta es la parte difícil, porque uno tendría que estar dispuesto a defender la autoridad de su pareja o ex pareja, frente a sus propios padres, aquellos que durante la mitad de su vida han sido precisamente las máximas figuras de autoridad.

Si tú te das cuenta que efectivamente tu pareja o ex pareja (en el caso de padres separados), tiene razón con respecto al comportamiento de los abuelos, pues es tu función ponerles límites a tus padres con respecto a la crianza de tus hijos. Jamás, por ejemplo, se debe llegar a un punto en el que la nuera o el yerno tenga que ponerse a discutir con los suegros, no. El que debe regular el comportamiento de los abuelos y hacerles entender que ellos NO son los padres de los chicos, eres tú, que eres su hijo adulto, padre o madre de familia.

Puntos irreconciliables

Si el conflicto no se puede resolver, si hay desacuerdos constantes, si se llega a un punto muerto en el que no hay resolución y más bien se parece entrar en una rutina de malestar, es necesario consultar con profesionales, sean ambos padres o solo uno, si es que el otro no quiere asistir.

Como mencioné, no les recomiendo dejar pasar conflictos de este tipo con los abuelos de los chicos. Las consecuencias son muy negativas. Algunas empiezan en la niñez, otras se manifiestan en la adolescencia o juventud, y tienen que ver, por ejemplo, con la falta de autoridad de los padres, con lo endeble de la ley, con la facilidad de caer en tentaciones nocivas, con la intolerancia a las frustraciones, con el engreimiento, la soberbia, el egoísmo, etcétera.

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
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Llamando a los padres por sus nombres

Ilustración: Klinko

Hay muchas personas que llaman a sus padres por su nombre y no los llaman “papá” o “mamá”. Algunas personas empezaron a hacer esto siendo niños, otros siendo adolescentes. Algunos lo decidieron así en algún momento de sus vidas, otros lo empezaron a hacer sin darse cuenta. Otros incluso fueron animados por el padre y/o la madre para que los llamaran por su nombre, muchas veces argumentando aquello de que quieren que el hijo los vea como un amigo(a) y no sólo como padre o madre.

Esta vez me voy a referir a los niños o adolescentes que están decidiendo, conscientemente, dejar de llamar “papá” o “mamá” a alguno de sus papás, o a ambos.

No mereces ser llamado “papá”

Hay muchos casos, por lo menos entre las personas que conozco, que esto se da como una respuesta a la sensación que tiene el hijo de que sus padres no se comportan como tales y que por eso no deben ser llamados “papá” o “mamá”. Frente a esta situación, el hijo opta por retirarle el título de padre a su mamá y/o papá, y empieza por llamarlo deliberadamente por su nombre.

Cuando los papás no pueden frenar esto, el hijo se acostumbra y se forma un hábito. Es más, yo diría que el hecho mismo de que los papás no puedan frenar esto, confirma en el hijo que no son dignos de ser llamados así.

Un consejo para todos los hijos que planean hacer esto

Si tú eres un niño o adolescente y estás planeando retirarle el título de “papá” a alguno de tus padres, o tal vez ya has empezado a hacerlo, te aconsejo que desistas y busques otra forma de resolver los problemas con ellos.

¿Por qué digo esto? Lo digo porque empezar a llamar por su nombre a tus padres viene a ser como un atentado suicida. No sólo atacas a tus papás (que, entiendo, tal vez opines que lo merecen), sino, y esto es lo más importante, te haces daño tú mismo.

¿Cómo así? Si tus papás no te frenan, esto se convertirá en un hábito y dentro de un tiempo, será ya muy difícil para ti volver a llamar a tus padres “papá” o “mamá”, aunque lo quieras. De esta forma, pasarán los años y posiblemente ya no haya marcha atrás. De alguna manera simbólica te quedarás sin padres, y esto, créeme, afectará como un onda expansiva tu futuro, no verás con los mismos ojos a tu pareja cuando decidas tener hijos, no te verás igual a ti mismo siendo papá o mamá, tu relación con tus propios hijos en el futuro estará afectada pues eso de “papá” o “mamá” estará ya trastocado en tu cabeza desde las mismas palabras.

No quiero ahondar en estas razones, pues haría falta demasiado texto académico para explicarlo en profundidad, pero la idea es esa. Dejar de llamar “papá” o “mamá” a tus padres es una bomba que te explotará en la cara a ti también, así que mejor será solucionar los problemas de otra forma.

Un consejo para los papás

Si su hijo o hija empieza a hacer esto o ya lleva tiempo haciéndolo, siendo una decisión voluntaria, es tiempo de hacer dos cosas:

1) No confirmar que no merecen el título y comportarse como papás: no permitan que los llamen por su nombre. Si ya se hizo un hábito, puede que ya sea demasiado tarde, así que será asunto de llevar a cabo la segunda recomendación.

2) Entender que si su hijo o hija ha empezado a hacer esto, es porque hay problemas en dos niveles: en un nivel familiar y en un nivel individual. Es tiempo de consultar con un profesional. Es muy probable que se necesite psicoterapia.

Es necesario realizar ambas cosas. Si sólo se limitan a aplicar disciplina y autoridad, sólo están atacando la punta del iceberg y no la raíz, y el problema volverá a emerger, tal vez convertido en otra cosa peor. La raíz se ataca enfrentando las dificultades emocionales, individuales y familiares que han originado esto.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
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“Llamando a los padres por sus nombres” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Antes de decidir ser papás

Hace algunos años me contaron que una psicóloga fue invitada a un programa de radio. Durante el programa, esta psicóloga afirmó algo así como “si desean ser padres, por favor, mínimo, 4 años de psicoterapia antes”.

La recomendación parece exagerada, pero realmente si algo extraño sucediera y una parte de la población mundial le hiciera caso, tendríamos garantizado un mundo muchísimo mejor luego de esos 4 años. Y luego de otros tantos años, tendríamos toda una generación nueva de personas más saludables o, en todo caso, con menos males que cargar.

La psicóloga, de la que lamentablemente nunca supe su nombre, tiene razón. Normalmente las personas cargamos con historias muy dolorosas y en el momento en que decidimos tener hijos, o peor aun, en el momento en el que nos salen los hijos por accidente, esos males que arrastramos se actualizan en la crianza de mil y un maneras, perpetuándose luego en nuestros hijos, y esto es así en prácticamente todo el mundo, ricos y pobres, hombres y mujeres, y en todas las razas y culturas.

Que una recomendación como la que extendió esta profesional en aquel programa de radio sea tomada en serio masivamente parece algo utópico, pero, nuevamente, la psicóloga está en lo cierto: si quieres ser un buen papá, antes de tener un bebé, optimiza tu salud mental, no con libros, ni vídeos, sino con una psicoterapia de verdad. Cuando llegue tu hijo, toda tu salud mental va a ser remecida como si de un terremoto se tratara, así que vale muchísimo la pena tenerla bien puesta y sólida para el acontecimiento.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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Estrés crónico y muerte neuronal

El estrés crónico en el niño pequeño le provoca pérdida de neuronas, especialmente en un área del encéfalo llamada hipocampo. Ésta área tiene varias funciones; por ejemplo, juega un papel importante en los procesos de memoria.

Cortisol, hormona del estrés

¿Por qué sucede esto? Se ha visto que el estrés provoca que el organismo libere una hormona llamada cortisol. La segregación excesiva de esta hormona es la que provoca la pérdida de neuronas debido a los cambios fisiológicos que genera en el organismo.

Niños sobre exigidos

Así que es importante pensar qué pasa con los niños a los que desde muy pequeños se les somete a situaciones excesivamente demandantes, por ejemplo, académicas o de rendimiento, o a situaciones no recomendadas o no deseadas, como trabajo infantil, cuidado de hermanos pequeños, hacinamiento, falta de recursos básicos, falta de sueño, o a situaciones de maltrato físico o psicológico o a experiencias de abuso sexual.

Por ejemplo, si usted es padre o madre y cree que por someter a sus hijos a una sobre exigencia les van a enseñar a ser mejores, se le sugiere tomar en cuenta la posibilidad de que su comportamiento pueda estar provocando precisamente el efecto contrario, afectando y dañando físicamente su sistema nervioso, del que depende todo su rendimiento presente y futuro en toda actividad que vaya a realizar.

El punto medio entre la sobre exigencia y la irresponsabilidad

Pero cuidado, estamos hablando de una “sobre exigencia”. No estamos hablando de exigir lo necesario. Aquí es importante que los papás sepan diferenciar en qué momento las exigencias para con sus hijos pasan a ser excesivas o cuando más bien son muy bajas. Si hay dudas o desacuerdos al respecto, es necesario consultar con profesionales, absolverlas y aplicar las recomendaciones.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
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