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Papás: informándose acerca del desarrollo adolescente

A mediados del siglo pasado, se empezó a hacer popular entre los papás primerizos el ir a las librerías y comprar publicaciones que ofrecían guías para la salud de los niños y de la familia. También se hizo costumbre el adquirir libros dedicados exclusivamente a la crianza de los hijos, muchos de ellos muy centrados en el aspecto psicológico.

Aun ahora esta costumbre sigue, sólo que los papás, además de buscar libros impresos, acuden a internet, usan buscadores, ven vídeos o leen publicaciones en línea. 

 ¿Y en la adolescencia?

Sin embargo, este entusiasmo por la investigación y por aprender muchas veces se mantiene mientras dura la primera infancia del primer niño. Muchos papás, luego de superado el trance de mantener vivo a su primer hijo, se sienten más seguros y se olvidan de que hay muchas cosas que no saben.

De esta manera, al llegar la pubertad o la adolescencia, muchos papás ya no sienten el impulso por investigar, por leer, por hacerse esponjas que absorvan lo que haya que aprender en su rol de crianza. Y esto sucede a pesar de que la pubertad y la adolescencia pueden traer más problemas a los papás que la niñez.

Investigar, leer, aprender, también en la adolescencia

Cuando nuestro hijo llegue a la pubertad es importante que los papás dediquen algo de su tiempo a investigar, a informarse acerca del desarrollo adolescente. Si no quieren leer o no confían en las publicaciones, consulten con un profesional y manifiéstenle las dudas que quieran resolver. Si su pareja no desea, que no es lo ideal, no se frene y hágalo sola o solo.

La adolescencia suele traer cambios muy notorios y muy radicales en las relaciones, en las problemáticas, en las prioridades y en las costumbres de una familia, que no es poco común que dejen descolocados a muchos padres. Cuando los papás no saben cómo adecuarse a un cambio evolutivo tan notorio e intenso, se suelen dar luego problemas de salud mental en consecuencia, ya que el hijo todavía está en formación.

También para el otro sexo

En la adolescencia esto es aun más notorio que en la niñez: no basta con investigar e informarse cuando su primer hijo llega a la pubertad. Si le sigue otro del sexo opuesto, en realidad es como si no se hubiera informado antes. La pubertad y la adolescencia en hombres y mujeres es muy distinta, y es necesario saber muchas cosas en su momento por separado. Vuelva a investigar, vuelva a interesarse, vuelva a informarse cuando otro hijo llegue a la pubertad y es el primero de ese sexo que llega a esta etapa de la vida.

Espero posteriormente poder recomendar textos o material audiovisual que, en alguna medida, cubran la necesidad que he planteado aquí.

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

La música: aliada de la salud física y mental

Esta entrada fue publicada originalmente en Rumbo Norte en noviembre del 2012.

 En un artículo titulado “Música y neurociencias”, los autores mencionan que a raíz de las investigaciones se ha propuesto que la música, a pesar de no ser necesaria para sobrevivir, sí “puede ser significante para mantener una salud física y mental” (ver referencia, página 163).

Escuchar música (respetando a los demás, por supuesto) puede, por tanto, ser un factor importante para mantener la salud de las personas, y hay quienes dicen que también de los animales y de las plantas. Efectivamente, algunas personas afirman que poniendo música suave en el lugar donde están las plantas, éstas tienden a crecer más fuertes, vitales y frondosas.

Para los niños y adolescentes

– Si su hijo manifiesta deseos de aprender a tocar algún instrumento, de cantar o de bailar, podemos aplicar lo mismo que mencionamos en una entrada anterior acerca de los deportes: aproveche la oportunidad de que su hijo se interesa por algo que le hará bien y concédale el deseo, sin condicionarlo a las buenas notas o al buen comportamiento. Si su hijo le toma gusto a un instrumento o al canto, no sólo escuchará mucha música, sino que también la hará él mismo, generándole muchos beneficios a su desarrollo, por la cantidad de habilidades que tendrá que poner en marcha para interpretar, ejecutar o incluso componer.

En el caso de la danza, del mismo modo, la cantidad de funciones que la persona debe desplegar para la ejecución y la interacción con la música le otorgarían, con la práctica, otros tantos beneficios. Además, con la danza, las personas realizan trabajo físico, lo que ya de por sí es muy valioso para la salud física y mental.

– Si usted es padre o madre y sabe tocar algún instrumento. Ofrézcale a su hijo aprender a tocar para hacer música juntos. Si su hijo o hija se anima y llegan a establecer una práctica, la relación entre ustedes podría mejorar notablemente o mantener sus niveles óptimos, además de aplicarse las mismas ventajas que se mencionaron en el punto anterior.

– Lo mismo que se mencionó acerca de la lectura en otra entrada, se aplica para la música. Nunca se debe obligar a un niño o adolescente a practicar música, canto o danza. La persona debe hacerlo porque lo desea. La obligación puede hacer que el niño o adolescente crezca sintiendo rechazo a una actividad buena.

Para los adultos y adultos mayores

– Si usted es adulto y desea retomar su práctica, hágalo sin pensarlo mucho. Le hará mucho bien.

– Si usted es adulto y no sabe tocar ningún instrumento, ni cantar, ni bailar, pero siente deseos de aprender alguna de estas disciplinas, no se desanime. Hay muchas personas que han empezado siendo mayores y han reportado beneficios significativos para su salud, además de satisfacer su deseo y pasarla muy bien con su nueva actividad. Si sus papás no pudieron dárselo siendo niño, podría pensar en dárselo usted mismo ahora que es adulto.

Referencia

Masao, Ricardo; Martínez, Alma; Vanegas, Mario (2010). “Música y neurociencias”. En: Archivos de Neurociencias. Volumen 15. Número 3. Julio – septiembre 2010. Páginas 160 – 167.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

Neuroplasticidad positiva y neuroplasticidad negativa

Ilustración: Lucía Fernández

En la entrada anterior hablamos acerca de la neuroplasticidad o plasticidad neuronal. Esta propiedad natural de nuestro sistema nervioso puede jugar en nuestro favor o en nuestra contra, dependiendo de nuestras acciones.

Pongamos un ejemplo: un joven muy inteligente, con enormes posibilidades de desarrollo profesional egresa de la secundaria. Esto es lo que naturalmente se le dio, con estas capacidades vino al mundo, y hasta salir de la secundaria fueron desarrolladas y aprovechadas de manera adecuada.

Para decirlo de forma extremadamente simplificada, a este joven se le dan dos caminos extremos:

1) Desarrolla sus capacidades: por ejemplo, ingresa a una universidad y aprovecha esta etapa de su vida, con lo cual su sistema nervioso se fortalecerá y adquirirá habilidades nuevas y más complejas para desenvolverse en ámbitos especializados y de alto rendimiento.

2) Desaprovecha sus capacidades y las pierde con el tiempo: por ejemplo, adquiriendo una adicción que le impida especializarse, haciéndose expulsar de la universidad o repitiendo los ciclos y los cursos constantemente, drogándose y/o emborrachándose sistemáticamente con los amigos sin hacer nada más a conciencia.

En el primer camino, la neuroplasticidad en el sistema nervioso de la persona juega a su favor: sus células se unen entre sí en nuevas conexiones, arman nuevos circuitos, se generan nuevas neuronas, adquiriendo de esa forma nuevas capacidades y habilidades.

En el segundo camino, la neuroplasticidad juega en su contra. Sus redes neuronales se desconectan por el desuso, no se desarrollan las vías que anteriormente se habían aprovechado, las redes neuronales se debilitan, la persona no gana capacidades, sino que las pierde día tras día, sintiéndose a sí mismo cada vez más torpe, incapaz y poco inteligente.

Naturalmente, en la vida real las cosas no son tan simples. En la mayoría de casos veremos que las personas toman un camino intermedio entre estos dos extremos, pero de todas formas lo dicho puede servir para entender la idea esquemáticamente.

Factores que fortalecen la neuroplasticidad positiva

Actualmente se sabe que hay algunos factores que definitivamente fortalecen la neuroplasticidad positiva, animando a que nuestro sistema nervioso juegue a nuestro favor. Algunos de estos son:

– Actividad física – Educación – Nutrición adecuada – Interacción social

Factores que fortalecen la neuroplasticidad negativa

También se sabe algunos factores que más bien animan a nuestro sistema nervioso a jugar en nuestra contra. Algunos de estos son:

– Poca actividad física – Mala o pobre educación – Mala nutrición  – Mal estado de salud – Pocas horas de sueño

Para recordar

Aquí se tienen entonces cuatro cosas qué hacer y cinco cosas qué evitar; y esto vale para todas las personas, sean bebés, niños, adolescentes, jóvenes, adultos o adultos mayores. Piense en usted mismo y en sus hijos y cuente. ¿Lleva a cabo los cuatro factores positivos? ¿Cuál le faltaría o lleva a medias? ¿Lleva a cabo algunos de los factores negativos? ¿Cuáles serían esos?

La idea sería ver la manera de ir sumando los positivos e ir cancelando los negativos, tanto en usted como en sus hijos o en las personas que tiene bajo su cuidado.

Referencia

David E. Vance, PhD, MGS; Anthony J. Roberson, PhD, PMHNP-BC; Teena M. McGuinness, PhD, CRNP, FAAN; Pariya L. Fazeli, BA (2010). How Neuroplasticity and Cognitive Reserve Protect Cognitive Functioning. En: Journal of Psychosocial Nursing and Mental Health Services. April 2010 – Volumen 48 – Número 4: 23-30.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“Neuroplasticidad positiva y neuroplasticidad negativa” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Los papás deben estar de acuerdo

Con relación a la disciplina de los niños y adolescentes hay varias consideraciones que es necesario que ambos padres tomen en cuenta, si no desean tener problemas con el comportamiento y los límites de sus hijos. En esta oportunidad hablaremos muy brevemente, como para que quede lo más claro posible, de una de aquellas consideraciones, que podría funcionar como principio o base de la disciplina en la casa.

La idea se puede resumir en una sola premisa:

«Los padres deben estar de acuerdo»

Si no es posible, es necesario minimizar los desacuerdos, y si aun así quedan algunos puntos irreconciliables, es fundamental que nunca, jamás, los hijos sean testigos de tales contradicciones entre sus padres.

¿Cómo minimizar los desacuerdos?

Para los futuros papás, prevenir podría ser una buena forma, conversar sobre cómo educar a los futuros hijos, detectar los desacuerdos desde antes y ver la forma de resolverlos conversando, asesorándose, investigando, preguntando a profesionales, etc.

Para los que ya son papás, es recomendable no dejar pasar un desacuerdo con la pareja. Nunca se debe olvidar que estas situaciones no se arreglan solas. Se puede igualmente investigar juntos o buscar consejo; y si es un consejo profesional, mejor. También se puede pedir ayuda, ambos al mismo tiempo, a las personas de más confianza.

Eso sí, nunca se debe dejar que un tercero decida, ni profesional, ni familiar, ni amigo, nadie debe decidir por los padres. Son los papás los que deben decidir cómo resolver su discrepancia.

¿Y si no hago nada?

Los desacuerdos en cuestiones de disciplina siempre traen consecuencias. Dependiendo del asunto sobre el que los papás discrepan, los hijos percibirán necesariamente (aunque no lo parezca) el problema, lo que los llevará necesariamente a afirmar algo como: “uno de ellos no tiene la razón, uno de ellos está equivocado, uno de ellos comete errores, uno de ellos no tiene autoridad”, originándose ahí mismo un problema de autoridad paterna y, por consiguiente, un problema disciplinario que si no se resuelve pronto podría empeorar.

Para recordar

– Los papás deben estar de acuerdo con respecto a la disciplina.

– Los desacuerdos deben resolverse pronto y juntos, ambos papás trabajando como equipo.

– Nunca dejar que decida un tercero distinto a los papás. Se puede escuchar ideas, pero sólo los papás deciden.

– Ambos papás deben estar de acuerdo en la forma de resolver una discrepancia.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
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“Los papás deben estar de acuerdo” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

El horror de maltratar a nuestros hijos

Diego Fernández Castillo

Dañar o agredir a la prole cuando aún no ha completado su desarrollo hacia la adultez es una práctica que casi se encuentra sólo en el ser humano. Cuando se ven casos de agresión de padres a hijos en otras especies, generalmente se encuentran razones que permiten entender que finalmente la naturaleza opera según un orden, a veces cruel, pero fácilmente comprensible. En el caso del ser humano esto es más complicado, ya que las razones que encontramos nos remiten directamente a la psicopatología y no a un orden natural.

Aquí sólo voy a tratar de poner énfasis en un sólo punto ligado al maltrato que pueden sufrir los niños y adolescentes por parte de sus padres. Éste punto tiene que ver con el rompimiento de un orden natural para ceder a una humanidad trastocada por la enfermedad y por el horror que no debería ser.

Se supone que en la generalidad de animales superiores, como lo es el ser humano, el padre y/o la madre, son sujetos que no sólo traen al mundo a su criatura, sino que justamente son llamadas por su propia naturaleza a cuidarla, protegerla, alimentarla y prepararla para la adultez.

Cuando se trata del maltrato físico o psicológico de parte de los padres a sus propios hijos es necesario comprender que en dichas situaciones se quiebran, se destruyen estos supuestos naturales, especialmente el que llama a cualquier padre (hasta a la madre de un perro o del ganado) a proteger a su criatura.

Diego Fernández Castillo

Cuando un padre o una madre empieza a golpear, a insultar, a humillar a su hijo o hija, a abusar de él o ella, en la mente de ese niño o niña se está destruyendo ese supuesto. Su padre o su madre se transforma dolorosamente, incomprensiblemente, de la figura que supuestamente debería protegerla, a la figura que utiliza su poder para hacerle daño. El orden de las cosas se trastoca, la vida se convierte en una amenaza, el amor se mezcla con el odio y el resentimiento, se empieza a crecer con la certeza insana de que la amenaza más cercana, de que el daño más probable que podamos recibir, proviene de nuestros propios padres y de que nadie puede protegernos de eso como lo podría hacer justamente el papá o la mamá de cualquier animal.

Esta es sólo una de las muchas razones por las que es necesario desterrar de los hogares la práctica de maltratar física o psicológicamente a los hijos. En futuras entradas desarrollaremos más de estas razones.

Diego Fernández Castillo

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“El horror de maltratar a nuestros hijos” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

He decidido

Ilustración: Lucía Fernández

Si alguna vez su hijo o hija adolescente ha utilizado la frase “he decidido” para comunicarle algo a usted, bien podría estar preparado para una próxima vez en que la escuche de su boca y pensar qué es lo que más conviene en ese caso.

Las decisiones graduales del adolescente

Cuando las personas dejan de ser niños o niñas, poco a poco empiezan a adquirir la necesidad, el deseo o el impulso de tomar decisiones propias acerca de su vida. Si esto no aparece en un adolescente podemos empezar a preguntarnos qué sucede, pues lo esperado es la adquisición de una mayor autonomía conforme pase el tiempo. Pero, ¿hasta dónde llega el límite de lo que un adolescente puede decidir o no?

Por ley, en nuestro país, los padres o sus sustitutos adultos son los responsables de la manutención de los menores de 18 años. Ellos obligatoriamente deben cuidar de la salud y educación de los menores, lo que incluye vivienda, vestido,  alimentación, integridad física y psicológica, y demás. Por tanto, corresponde a ellos otorgar gradualmente el poder de decisión acerca de tales o cuales áreas de su vida a sus hijos.

Hay momentos, sin embargo, en que el adolescente o incluso el niño pasa a probar si puede prescindir del acuerdo de sus  papás y simplemente tomar una decisión de forma unilateral. En el mejor de los casos, el adolescente comunicará a sus papás  la decisión y ahí escucharemos probablemente una expresión similar al consabido “he decidido…”.

Ahora, ¿qué pueden decidir y qué no? ¿Hasta qué punto su determinación para decidir puede ser permitida por sus papás? A continuación presentaremos algunos casos en los que creemos que el adolescente no debería poder decidir por su cuenta. Pueden parecer situaciones demasiado obvias para algunos papás, pero que sí suceden en la realidad de muchas familias.

He decidido no ir al colegio

Es posible que alguna vez el adolescente o niño anuncie esta decisión. Como ya se dijo, son los padres los responsables de la educación de sus hijos menores de edad, por tanto no le corresponde al adolescente tomar una decisión así, ni por un día. Los padres y el hijo pueden hablar de por qué no quisiera ir al colegio, pero ese “he decidido” está de más.

He decidido no estudiar por un año

Esta “decisión” es relativamente común en los adolescentes que terminan la secundaria. Pueden ser muchas las razones que lleven a un joven a desear y a sentirse con la necesidad de parar toda responsabilidad por un año. Podemos mencionar algunas: temor frente a la incertidumbre, inseguridad por sus decisiones futuras (recordemos que en este momento el adolescente ya no tiene la guía y las pautas de la época escolar), necesidad de darse un tiempo para definir claramente sus planes, sensación de incapacidad frente al nuevo momento del desarrollo, deseos de probar la autoridad de los padres en esta etapa, necesidad de reclamar por un pase a la adultez que no se desea, depresión por el fin de la vida escolar, entre otras.

Es verdad, como veremos de forma detallada en otra entrada, que este momento de transición es delicado y que, efectivamente muchos adolescentes necesitan sus tiempos, para definir su vocación, para ganar experiencia laboral (si es que decide trabajar), para probar fracasos de admisión en la universidad o en el trabajo deseado; del mismo modo que el bebé necesita caerse para poder caminar después.

Sin embargo, de comprender esta realidad a tolerar que el adolescente decida no hacer nada durante tanto tiempo hay una distancia demasiado grande. No es necesario tomarse un año completo para madurar una transición como esta. Parte de ese primer año bien puede ser para tomarse unas vacaciones de verano en las que el adolescente tenga como objetivo madurar su decisión de qué hacer a continuación, pero el resto del año debe ser utilizado para hacer intentos, para poner en práctica las decisiones, si es necesario, para fracasar, y, si todo sale bien, para comenzar una vida adulta con un primer triunfo.

Finalmente, otro punto importante es que el adolescente no puede tener la experiencia de que con desearlo y decidirlo, puede tomar los recursos (económicos) de alguien, por más que sean sus padres, y beneficiarse de ellos. Definitivamente una experiencia así no sería formativa; por el contrario sería bastante dañina para un ser humano todavía en formación.

He decidido estudiar solo

Nos referimos a los adolescentes preuniversitarios que “deciden” estudiar solos después de un primer fracaso de postulación, lo que prácticamente garantiza un segundo fracaso (si está postulando a universidades cuyo proceso de admisión es muy competitivo). Lo que posiblemente suceda es que el adolescente, frustrado por el fracaso previo, crea que reforzando lo previamente aprendido sea suficiente para conseguir el objetivo final, lo que no necesariamente es así.

El nivel de competencia en las universidades, especialmente en las más importantes, es duro. Con la formación escolar no suele bastar y lo común es que la exigencia universitaria sobrepase largamente el nivel académico con el que egresan los escolares. De ahí que generalmente lo de “prepararse solo” no funcione y sea augurio de fracaso, ya que el adolescente está compitiendo con cientos o miles de chicos preparados en academias preuniversitarias.

Estudiar solo antes de un primer fracaso de postulación podría ser útil para que el adolescente “pise tierra” y se dé cuenta de que las cosas en realidad no son tan fáciles, y aun así los padres bien podrían y deberían guiar al estudiante para que tome una vía más segura. Pero para un estudiante que ya ha pasado por la experiencia de no haber alcanzado vacante una vez, optar por un camino tan riesgoso representa más un retroceso que un avance. Una decisión así no debería permitirse de forma tan simple. En este caso pareciera que el adolescente está necesitando justamente de la guía y el soporte de sus padres. Dejar que tome una decisión tan peligrosa es como decirle “estás solo, cáete de nuevo”.

He decidido dejar el ciclo

A veces es verdad que un ciclo universitario o preuniversitario está perdido. A veces es imposible que el estudiante  apruebe sus cursos o que ingrese en el próximo examen de admisión. A veces las razones que explican estas situaciones son comprensibles, una enfermedad, un viaje repentino, un problema familiar. Pero la mayoría de veces, se trata de un mal manejo de los estudios por parte del adolescente. Sea como sea, y debido a que el joven está aún bajo las reglas y manutención de sus padres, una decisión así no puede ser unilateral. ¿Cuánto falta para que finalice el ciclo? ¿Realmente ya no hay opciones de conseguir un buen resultado o tal vez lo que sucede es que hace falta un esfuerzo que el estudiante se siente incapaz de desplegar? ¿Qué va a hacer el joven mientras el ciclo continúe? Son cosas que tienen que discutirse y que deben tomarse en consideración antes de decidir esto. No hacerlo, especialmente cuando no hay hechos que justifiquen el mal rendimiento del estudiante es como inculcarle que su incapacidad en el mundo real adulto puede no tener consecuencias, y eso, ya se sabe, no es verdad.

¿Sobre qué está decidiendo mi hijo?

Estos han sido unos pocos ejemplos de decisiones adolescentes que deberían ser tomadas con mucha cautela por los papás. No hace falta escuchar al menor decir la frase para darse cuenta de que está tomando una decisión. Vale preguntarse entonces sobre qué está decidiendo mi hijo. ¿Le corresponde decidir sobre ese asunto o más bien es un tema que debe ser conversado? O tal vez es un tema sobre el que un hijo de tal edad y en tal situación no debe decidir.

Finalmente, es importante en todo esto rescatar el valor fundamental que tiene la prudencia en todo esto, el justo medio. No se trata de convertirse en un ogro para evitar ser demasiado permisivo, se trata de conversar las cosas y pensarlas juntos, tanto entre papás como entre ellos y los chicos.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“He decidido” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Hora de jugar

Esta entrada fue publicada originalmente en Rumbo Norte en octubre del 2011.

 Ilustración: Lucía Fernández

En el suplemento Mi Hogar de la edición de El Comercio del 4 de setiembre de este año salió un artículo titulado “Mucho más que un juego”, en el que se habla muy bien del ajedrez y se recomienda incentivar su práctica en niños desde los 3 y 4 años, en que pueden ir familiarizándose con las piezas sin entrar todavía a jugar una partida.

En dicho artículo se afirma que los chicos que juegan ajedrez de manera regular ejercitan funciones como la memoria, el razonamiento matemático, el razonamiento lógico, la creatividad, la atención y la concentración. Seguidamente se hace mención de que en varios países, las instituciones educativas promueven el ajedrez debido a que los aficionados a este deporte suelen obtener buenas calificaciones.

Ajedrez y muchos juegos más

Lo afirmado en el artículo del que hablo parece ser acertado y no podríamos hacer otra cosa que aunarnos a su incentivo. Pero también existen otros juegos, cada uno de ellos es todo un mundo y cada uno de ellos, jugado adecuadamente, es una mina para el desarrollo de los niños y adolescentes de la familia.

Entendiendo el jugar

Jugar puede ser entendido (sólo en parte) como una preparación para la vida futura. Si vemos a muchos de los cachorros de los mamíferos superiores, veremos que sus juegos siempre ponen en acción funciones que después le servirán al animal a sobrevivir; el morder, el dar un zarpazo, el atacar sorpresivamente, el correr persiguiendo, el correr huyendo. Los niños no son la excepción. Los niños y niñas, cada cual a su manera, pelean, luchan, batallan, son profesionales, son conductores de automóviles, son madres y padres, están a cargo de una familia o tal vez de una empresa, son pilotos de aeronaves, soldados, modelos de pasarela, cocineras, doctores, amas de casa o deportistas. También asumen roles menos felices: son (jugando) ladrones, delincuentes, asesinos, intrigantes, explotadores, tiranos y violentos; y esto no significa que se estén preparando para hacer el mal, sino que se preparan para hacerse adultos en un mundo en donde, lamentablemente, hay maldad. Y en esto hay que tener mucho cuidado. No hay que confundir el juego de un niño o adolescente que explora y experimenta, con la realidad de un adulto desadaptado.

Cada juego pone a los niños y adolescentes en una situación adulta simbolizada, donde la diferencia radica en que el perder o el equivocarse no es o no tendría que ser tan catastrófico como lo sería en un mundo adulto real. Y esto puede aplicarse con mayor o menor facilidad a todos los juegos, a los dramáticos, a los de roles, a los de mesa, a los de suerte, a los deportivos e incluso a los videojuegos. Así podemos ver con relativa facilidad que el ajedrez es en realidad un gran campo de batalla simbolizado.

Aprender a jugar con los papás

El mundo del juego infantil y juvenil es mucho más complejo e importante de lo que se ha dicho ahora. Sin embargo, podemos con estas pequeñas razones animar a los padres a incentivar el juego en sus niños. Ellos necesitan, por esta y por muchas otras razones, que espero poder tocar en su momento, disfrutar sus años de niñez y adolescencia jugando, y hacerlo no sólo en soledad, o con sus amigos, hermanos y primos, sino también con sus padres. Y es que, si jugar es una preparación para la vida adulta, ¿qué mejor preparación puede recibir un niño que la de sus propios papás?

Sólo podríamos añadir una última cosa fundamental: el juego es, en parte, una preparación para la vida adulta. Pero eso no significa que el juego tenga que convertirse en una clase o en una actividad que siempre tenga que traer una moraleja. La actividad de jugar no necesita de esas cosas para ser beneficiosa; es más, se me ocurren pocas cosas capaces de arruinar tanto un juego como el tener que escuchar a los papás dando clase y enseñanza a cada momento. Simplemente hay que jugar, ser creativos, respetar las reglas y, lo más importante, divertirse mucho.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

Licencia Creative Commons
“Hora de jugar” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.