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Lo que NUNCA debes hacer al llevar a tu hijo a psicoterapia (6): retirarlo del tratamiento sin despedirse del terapeuta

A mí nunca me ha ocurrido que un paciente niño o adolescente, que está próximo a salir de alta a su tiempo, fuera retirado bruscamente por parte de sus padres. Cuando llega el alta de un niño o adolescente, la relación con los papás suele ser buena, o al menos armoniosa, de tal forma que me parecería extraño que se dé algo así.

Esto de que los papás dejen de llevar a su hijo a su psicoterapia abruptamente, sin siquiera poder decirle “chau” a su terapeuta, más bien sucede con los papás que retiran a sus hijos unilateralmente del proceso, sin que haya sido indicado por el profesional.

La relación terapeuta paciente no tendría que ser tomada a la ligera

Ya bastante malo es que los papás interrumpan el tratamiento de su hijo; ya bastante malo es también que no sigan las recomendaciones del profesional; a esto habría que agregarle ahora que, encima, privan a su hijo de la posibilidad de despedirse de la persona con la que se han abierto completamente en las sesiones, de la persona a la que han confiado sus cosas más íntimas o de la persona con la que se han permitido llorar y compartir su sufrimiento.

Pues sí, se separa abrupta, unilateral y sin posibilidad de despedida al niño o adolescente de esta persona, con quien ha tenido esta relación o, en todo caso, con quien empezaba a tener esta relación. Si uno lo piensa así, es hasta cruel.

A mi hijo no pareció importarle

No vamos a decir que los hijos van a demostrar sentirse terriblemente mal en el momento (aunque algunos, los más saludables, sí harían ver un malestar). El tema no es que los hijos sufran por no despedirse. El tema es que con esta experiencia, se somete al niño o adolescente, deliberadamente, a la posibilidad de las relaciones vacuas, a la inconstancia de las personas, a la frivolidad del contacto humano, a la posibilidad de que alguien importante simplemente desaparezca.

Otros chicos sí sentirán la extrañeza, la separación intempestiva y la muda ruptura de la relación. Esto los podría hacer sentir tristes o furiosos, pero cuando uno les pregunta, ellos podrían decir que no pasa nada, como hacemos los adultos cuando nos preguntan “¿cómo estás?”… “bien”.

Algunos chicos, a sabiendas de que los responsables son sus padres, preferirán echarle la culpa al terapeuta. Es más sencillo y menos doloroso enojarse con el terapeuta que con los papás de uno. “Dejé de ver a mi terapeuta de pronto y él jamás me buscó ni mostró ningún interés, resulta que no le importaba”. A estos chicos, que guardan este pequeño resentimiento injusto e irracional, los veo de adultos como alguien que se resiste a la salud mental, condenándose a sí mismo y a sus futuros hijos a la desatención y a la negligencia cuando lo necesiten. Así es como luego se pueden desarrollar ideas como “no me sirvió de nada”, “sólo le importaba la plata”, “es una estafa”, y estas ideas posteriormente se pueden convertir en argumentos cuando son adultos, y todo habría empezado con esto, con un negar a su hijo simplemente despedirse.

¿Qué implica despedirse?

Si los padres no pueden (o no quieren) seguir llevando a su hijo a psicoterapia, es muy posible que el terapeuta, luego de intentar hacer ver a los padres lo inconveniente de esta acción, proceda a recomendar unas últimas sesiones con el hijo para cerrar el proceso. Recordemos que la psicoterapia es un proceso de salud. Retirar al hijo de psicoterapia de forma brusca es como levantarte del quirófano e irte con las tripas afuera. Por eso es muy común referirse a esto como “cierre”, “cerrar el proceso”.

Una buena despedida podría tomar entre 2 y 8 sesiones, depende de lo que recomiende el profesional. Estas sesiones le servirán al hijo para sintetizar junto a su terapeuta lo que han trabajado, darle un sentido a esta despedida fuera de tiempo, decirse “chau”, tener la oportunidad de escuchar de su terapeuta que su consultorio siempre estará abierto para cuando él lo desee. Esto es muy distinto a simplemente dejar de verse.

Nota aparte: el cierre cuando se da de alta

Ojo, no confundir esta despedida, que vendría a ser el mal menor, cuando los papás quieren interrumpir el proceso, con el cierre o proceso de despedida cuando realmente el chico alcanza el alta. El cierre del proceso terapéutico cuando se alcanza el alta puede ser muy diferente a lo que he descrito acá y dependerá del tipo de psicoterapia que esté llevando.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“Lo que nunca debes hacer al llevar a tu hijo a psicoterapia (6): retirarlo del tratamiento sin despedirse del terapeuta” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Llamando a los padres por sus nombres

Ilustración: Klinko

Hay muchas personas que llaman a sus padres por su nombre y no los llaman “papá” o “mamá”. Algunas personas empezaron a hacer esto siendo niños, otros siendo adolescentes. Algunos lo decidieron así en algún momento de sus vidas, otros lo empezaron a hacer sin darse cuenta. Otros incluso fueron animados por el padre y/o la madre para que los llamaran por su nombre, muchas veces argumentando aquello de que quieren que el hijo los vea como un amigo(a) y no sólo como padre o madre.

Esta vez me voy a referir a los niños o adolescentes que están decidiendo, conscientemente, dejar de llamar “papá” o “mamá” a alguno de sus papás, o a ambos.

No mereces ser llamado “papá”

Hay muchos casos, por lo menos entre las personas que conozco, que esto se da como una respuesta a la sensación que tiene el hijo de que sus padres no se comportan como tales y que por eso no deben ser llamados “papá” o “mamá”. Frente a esta situación, el hijo opta por retirarle el título de padre a su mamá y/o papá, y empieza por llamarlo deliberadamente por su nombre.

Cuando los papás no pueden frenar esto, el hijo se acostumbra y se forma un hábito. Es más, yo diría que el hecho mismo de que los papás no puedan frenar esto, confirma en el hijo que no son dignos de ser llamados así.

Un consejo para todos los hijos que planean hacer esto

Si tú eres un niño o adolescente y estás planeando retirarle el título de “papá” a alguno de tus padres, o tal vez ya has empezado a hacerlo, te aconsejo que desistas y busques otra forma de resolver los problemas con ellos.

¿Por qué digo esto? Lo digo porque empezar a llamar por su nombre a tus padres viene a ser como un atentado suicida. No sólo atacas a tus papás (que, entiendo, tal vez opines que lo merecen), sino, y esto es lo más importante, te haces daño tú mismo.

¿Cómo así? Si tus papás no te frenan, esto se convertirá en un hábito y dentro de un tiempo, será ya muy difícil para ti volver a llamar a tus padres “papá” o “mamá”, aunque lo quieras. De esta forma, pasarán los años y posiblemente ya no haya marcha atrás. De alguna manera simbólica te quedarás sin padres, y esto, créeme, afectará como un onda expansiva tu futuro, no verás con los mismos ojos a tu pareja cuando decidas tener hijos, no te verás igual a ti mismo siendo papá o mamá, tu relación con tus propios hijos en el futuro estará afectada pues eso de “papá” o “mamá” estará ya trastocado en tu cabeza desde las mismas palabras.

No quiero ahondar en estas razones, pues haría falta demasiado texto académico para explicarlo en profundidad, pero la idea es esa. Dejar de llamar “papá” o “mamá” a tus padres es una bomba que te explotará en la cara a ti también, así que mejor será solucionar los problemas de otra forma.

Un consejo para los papás

Si su hijo o hija empieza a hacer esto o ya lleva tiempo haciéndolo, siendo una decisión voluntaria, es tiempo de hacer dos cosas:

1) No confirmar que no merecen el título y comportarse como papás: no permitan que los llamen por su nombre. Si ya se hizo un hábito, puede que ya sea demasiado tarde, así que será asunto de llevar a cabo la segunda recomendación.

2) Entender que si su hijo o hija ha empezado a hacer esto, es porque hay problemas en dos niveles: en un nivel familiar y en un nivel individual. Es tiempo de consultar con un profesional. Es muy probable que se necesite psicoterapia.

Es necesario realizar ambas cosas. Si sólo se limitan a aplicar disciplina y autoridad, sólo están atacando la punta del iceberg y no la raíz, y el problema volverá a emerger, tal vez convertido en otra cosa peor. La raíz se ataca enfrentando las dificultades emocionales, individuales y familiares que han originado esto.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“Llamando a los padres por sus nombres” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Papás que insultan a sus hijos

En la cabeza de los niños y adolescentes, está indefectiblemente grabado, por naturaleza, que papá y mamá son quienes los mantienen vivos, que son aquellos que los cuidan, que los alimentan, que los forman para la vida adulta, que son los adultos que los crían.

Cuando un papá es negligente, golpea o abusa sexualmente de su hijo, este supuesto biológico se rompe, la vida del menor entra en un estado terrible y generalizado de indefensión, el mundo se torna horriblemente amenazante, pues no está más ese papá que protege a su cría, que le da lo necesario para que se logre, sino que se ha convertido en el victimario, en quien más bien lo daña, lo usa o lo destruye.

Los insultos: una cuarta forma de corromper la crianza

Mencioné negligencia, maltrato físico y abuso sexual. Hay una cuarta acción que genera los mismos efectos: el maltrato psicológico, y en particular, los insultos.

Si un amigo o amiga insulta a un niño o adolescente, éste se defenderá, se reirá, contraatacará, irá a la chacota o a la broma. En todo caso, queda claro que el niño o adolescente podría defenderse o podría no tomarlo tan en serio. Lo mismo sucede más o menos con los primos o los hermanos.

Sin embargo, cuando es el papá o la mamá quien le dice  “estúpido”, “huevón”, “imbécil”, “idiota”, “cojudo” o cuantas más perlas puedan ocurrírsenos, algo muy distinto sucede. Esa sola palabra resulta tan dolorosa, tan humillante, tan devastadora para la autoestima del menor, que muchos chicos cuando hablan de ello afirman que prefieren los golpes.

Si estas palabras se repiten sistemáticamente, el daño es gigantesco, ya que este papá o mamá, no es que sea indiferente ante los logros de su hijo, no es que no vea lo bueno que es, no es que desapruebe o critique, sino que directamente está destruyendo la autoestima de su hijo, pues es su propio padre o madre quien lo señala y le dice lo inútil, lo imbécil, lo bueno para nada que es; sí, su papá o su mamá, quien supuestamente lo cría, lo protege y lo forma para la adultez. Si había alguien en el mundo en quien se podía confiar, justamente habría sido él o ella. Démonos cuenta del contrasentido, de la ruptura del orden natural de las cosas.

Por supuesto, demás está decir que, a diferencia de lo que pasa con los amigos, los primos o los hermanos, aquí el niño o adolescente no puede defenderse y no hay forma de que no le dé importancia al ataque, no hay forma de que no lo sienta, de que no lo destruya poco a poco.

Por eso, en general, se recomienda desterrar estas palabras del vocabulario en el trato con los hijos. Es mejor no usarlas, no sólo para evitar agredirlos con ellas, si no para que ellos no escuchen cómo sus padres las utilizan para agredir a otras personas o para hablar mal a sus espaldas.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
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“Papás que insultan a sus hijos” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

¿Por qué el cerebro humano necesita el arte?

El arte muchas veces es ninguneado, especialmente cuando se ve su relación con la formación de los niños y adolescentes. También muchos adultos lo reducen a mero entretenimiento, a ir al cine a ver alguna película fastuosa o a ir a algún concierto de música popular.

Sin embargo, el arte es importantísimo para el desarrollo de los menores y para la salud de los mayores, que no por gusto la actividad artística ha estado acompañándonos desde que el ser humano apareció en este mundo.

¿Por qué el cerebro humano necesita el arte?

Esto lo escribo a raíz de un artículo interesante que encontré en Escuela con Cerebro, un blog dedicado a temas de neurociencias y educación. El artículo precisamente se llama así: “¿Por qué el cerebro humano necesita el arte?“. Este artículo tiene bastante información condensada de investigaciones científicas que abordan la importancia del arte en la educación de los niños y adolescentes.

Un ejemplo: la música

En una entrada anterior habíamos comentado la importancia de la música en la salud de las personas. En otra entrada habíamos hablado de cómo el sistema nervioso, al no utilizar sus capacidades empieza a perderlas por desuso.

Pues bien, en el artículo que he citado, se comparte un vídeo en el que claramente se ve cómo se relacionan ambas cosas. Prácticamente toman al músico Sting y lo ponen a componer música mientras le hacen una resonancia magnética. Resultó que la actividad musical ponía en acción todo su cerebro. Aquí dejo el vídeo:

Y si quieren ver sólo la parte de Sting, pueden seguir este enlace:

https://youtu.be/yzQGr7MGYlI?t=2m36s

Finalizando

A modo de conclusión, en la educación de los chicos no todo es deportes y matemáticas, el arte es un gran aliado, y además es necesario. Se puede tomar en cuenta esto incluso al elegir colegio para los niños de inicial. Hay colegios que usan mucho arte y otros que lamentablemente no. Se puede tomar esto como un criterio más en la elección.

 

Lo que NUNCA debes hacer al llevar a tu hijo a psicoterapia (5): retirarlo de tratamiento antes de que se le dé de alta

Esta entrada es difícil porque la mayoría de padres precisamente lo hacen: retiran a sus hijos antes de terminar el tratamiento.

Esto normalmente sucede porque la psicoterapia, al empezar a modificar los patrones de comportamiento del niño o adolescente, amenaza también con el equilibrio familiar. Esta amenaza, a pesar de que sea para mejor, lleva a los papás, muchas veces de forma inconsciente, a retirar a sus hijos de la psicoterapia con cualquier pretexto, la falta de dinero, la falta de tiempo, o cualquier otra razón.

Es poco común, al menos en mi experiencia, que los papás saquen a sus hijos de la psicoterapia debido a la aparente falta de resultados, aunque en realidad sería fácil caer en esto, ya que lamentablemente, la psicoterapia es un proceso de mediano o largo plazo. En términos de salud sería como una ortodoncia. En términos de educación, se parece a los procesos educativos normales, inicial (1 o 2 años), primaria (6 años), secundaria (5 años), universidad (de 5 a 8 años), instituto (3 años), maestría (1 o 2 años).

Digo “lamentablemente” porque sería muy deseable que los procesos de psicoterapia sean rápidos, de corto plazo. Tristemente esto no existe, lo cual también es comprensible: una persona, un niño o adolescente no puede ser “transformado” en 4 o 5 horas. Un niño de 5 años, tiene justamente eso, 5 años de vida tras de sí, más 9 meses de gestación. Sus patrones de conducta, sus sentimientos, todo lo que le hace sufrir, todo de lo que disfruta o aquello que lo satisface, no puede ser modificado en unas cuantas sesiones de 45 minutos, eso lindaría con la magia. Menos aun con un adolescente de 16 años o un adulto de 30 o 40.

Pero sí, los procesos de psicoterapia suelen ser más largos de lo que desearíamos, y eso definitivamente no ayuda a que los tratamientos culminen.

Sin embargo, creo que la razón que subyace a muchísimos de los procesos de psicoterapia interrumpidos es justamente la que mencioné: la psicoterapia conduce a un cambio no sólo en la persona que asiste al tratamiento, sino en toda su familia y entorno. Esto muchas veces es una amenaza, ya que inicialmente los papás sólo desean que la psicoterapia cambie a su hijo, mas no a ellos o a su modo de vida, lo que es poco realista, ya que lo más probable es que los malestares de sus hijos se deban precisamente a cómo viven sus papás.

Ya lo veo bien, ya está bien, ya no necesita

A veces los papás me han retirado al niño o adolescente de psicoterapia porque “ya lo ven bien”. Sin permitir que la psicoterapia consolide los logros. Esto es desperdiciar la enorme oportunidad que se tiene de que los logros se conviertan en algo duradero. Es muy posible que los niños o adolescentes retirados de esta forma, al no tener consolidados sus avances retrocedan tarde o temprano, más o menos como las recaídas terribles cuando uno se enferma de gripe o resfrío y se descuida antes de estar completamente recuperado.

Algunas veces los papás que hacen esto se lo dicen al terapeuta antes de proceder a terminar con la relación. Otras veces no lo dicen y simplemente dejan de llevar a su hijo. Ambas opciones son muy malas opciones, pero la peor es la última. Por lo menos en la primera le darán la oportunidad al terapeuta de darles las razones para que no lo hagan. Esto vendría a ser una recomendación profesional y lo lógico es seguirla.

Es como que tu médico te diga, “fulanito, tienes que tomar tus antibióticos por una semana”, y tú a los 3 días, como “ya estás bien”, dejas de tomarlos. Ya sabemos qué es lo que va a suceder después de semejante decisión. Lo mismo pasa con la psicoterapia, sólo que con el agravante de que encima lo estás haciendo con tu hijo.

Él ya no quiere venir

Otros papás retiran a sus hijos porque ellos se lo piden. Aquí la respuesta es bastante obvia. ¿Si tu hijo tuviera alguna enfermedad, tú lo dejarías de llevar al médico porque él te lo pide? Aquí lo que pasa es que, o los padres están gobernados por sus hijos, o eso de que “ya no quiere venir” vendría a ser un pretexto para evitar decir “yo no quiero que él siga viniendo”.

Situaciones reales

A veces, los papás efectivamente se ven imposibilitados de llevar a su hijo a psicoterapia por un tiempo. Se dan motivos económicos o logísticos (mudanzas, falta de quien se haga cargo, etcétera). Esto vendría a ser creíble si es que cuando se soluciona el impasse el niño o adolescente volviera a su proceso, lo cual muchísimas veces no sucede y hace pensar que, a pesar de que el impasse podría ser real, tal vez también haya estado encubriendo una razón más poderosa, como la que creo que está detrás de la mayoría de terapias abortadas: el rechazo al cambio real.

En contraparte, en mi experiencia, aquellos que se han visto imposibilitados de seguir con el tratamiento, pero realmente deseaban continuarlo, a los meses o incluso años, me han llamado para continuar.

Pelearse con el terapeuta

Algunos papás empiezan a sentir antipatía o rechazo hacia el terapeuta de su hijo. En el fondo creo que es por lo mismo, por el terror al cambio. Los papás entonces es como si buscaran pelearse con el terapeuta, se crean situaciones de dinero, de cumplimiento de acuerdos, de horarios, como que se busca el roce o la confrontación. Muchas veces si uno investiga qué hay detrás, encuentra que lo que hay son recomendaciones que los papás no están para nada dispuestos a seguir.

Ante una recomendación indeseada por los padres puede suceder que directamente los papás nunca más lleven a su hijo a su terapia. Yo he visto esto, por ejemplo, cuando insinúo o recomiendo que la mamá vaya preparando a su hijo para dormir solo, sin ella, en el caso de hijos ya grandes que duermen con la madre. A pesar de que le doy a la mamá las razones y los peligros de que esta conducta, sucede que a la siguiente sesión el niño ya no asiste.

Lo otro que puede suceder es que los papás sigan llevando a su hijo, porque efectivamente lo ven con problemas, pero ya lo empiezan a hacer con antipatía hacia el profesional que amenaza su modo de vivir. Poco a poco estos papás, de repente sin darse cuenta del todo, pueden empezar a buscar la confrontación que justifique el retiro del proceso.

La recomendación final

Aunque suene utópica la voy a dar: nunca, jamás retires a tu hijo de psicoterapia sin que haya sido dado de alta, a menos que la situación esté fuera de tu control (como por ejemplo, que el terapeuta se vaya del país o que efectivamente se esté dando una situación económica o cosas por el estilo).

Al retirar injustificada, deliberada o unilateralmente a tu hijo de su proceso, puede que tú te sientas más aliviado, puede que incluso tu hijo sienta ese alivio, pero a la larga lo que estás haciendo es dejar pasar la oportunidad de que tu hijo logre una salud óptima, y esto puede pasar la factura más adelante de muchas maneras. Tu hijo crece, está creciendo, y tal vez luego se den cosas que ya no puedan ser atendidas o modificadas, debido a que el tiempo ya pasó y no se hizo lo que se debía en su momento.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“Lo que nunca debes hacer al llevar a tu hijo a psicoterapia (5): retirarlo de tratamiento antes de que se le dé de alta” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Lo que NUNCA debes hacer al llevar a tu hijo a psicoterapia (4): llevarlo de mala gana

Llevar a tu hijo de mala gana (o quejándote) a sus sesiones de psicoterapia es una de las acciones más destructivas que puede hacer un papá o una mamá en contra del proceso de salud de su hijo. Todo el trabajo que se realiza queda reducido a su mínima expresión debido a esta acción. De tal forma que si el tratamiento de tu hijo está como para un año, tu malhumor y tus quejas injustas podrían hacer que tu hijo acabe en cinco años. Así de grave, así de pernicioso es.

¿Por qué?

Porque la terapia es una rutina. Por ejemplo, todos los martes a las 5 de la tarde tu hijo va a su psicoterapia. Llega un momento en que tu hijo ya lo incorpora en su agenda mental, en su cerebro, “hoy es martes, hoy tengo terapia”. Y esa rutina es una de las características que le da poder terapéutico al tratamiento, ya que los pacientes , cuando sienten sufrimiento, automáticamente activan su agenda mental para medir cuando es que trabajarán sobre tal o cual asunto que los hace sentir mal.

Esto se ve claramente en adultos que pasan por psicoterapia: “mañana le cuento a mi terapeuta lo que me pasó con mi novio”, por poner un ejemplo. De esta forma, la programación de las sesiones se convierte en un punto de apoyo, en una columna, en medio de la semana de la persona, sea adulto, adolescente o niño.

Pues bien, en los casos de padres que llevan a sus hijos renegando, protestando, quejándose, de malhumor, con silencios incómodos a sus sesiones, ocurre que a esta programación en la agenda mental del niño o adolescente se le agrega un componente tóxico: “mi mamá o mi papá odia traerme”; “mi mamá o mi papá se siente mal cuando tiene que traerme”; “por mi culpa mi mamá o mi papá tiene que dejar de hacer lo que está haciendo para traerme”.

¡Es tremendamente tóxico! Y hace falta sólo un poco de sentido común para darse cuenta de que esto arruina desde antes las sesiones, desde el momento en que sientes el desagrado porque llegó la hora de subirse al automóvil y conducir hasta el consultorio del terapeuta o desde el momento en que te dispones a caminar con tu hijo hasta allá o de tomar el bus con él hasta allá. Desde ahí, desde antes siquiera de que empiece la sesión, tú ya la estás bombardeando.

¿Qué hacer al respecto?

Para empezar podemos apelar a la racionalidad: estimado padre o madre de familia, si tu hijo necesita psicoterapia es tu deber proveérsela, pues es su salud y tú eres responsable de ella. Tu malhumor no se justifica pues tú decidiste ser papá o mamá y decidiste cuidar la salud de tu hijo. Tu hijo no tiene por qué soplarse tus quejas y tú no le estás haciendo ningún favor, es tu deber. Si no te gusta, lastimosamente tendrás que esperar a que tu hijo crezca para desentenderte de la responsabilidad que tú libremente asumiste y, mientras tanto, no tengas más criaturas, porque está visto que no quieres hacerte cargo.

Otra apelación a la racionalidad: hacer esto, llevarlo de mala gana o renegando, es tan nocivo como darle de comer de mala gana o renegando, como llevarlo al colegio de mala gana o renegando o comprarle su ropa o asignarle una habitación en la casa o proveerle de agua para que no muera deshidratado de mala gana o renegando, pues es su salud, y es algo tan básico como la alimentación, el vestido, la vivienda o la educación. Si le das todo esto de mala gana, ¿cuál es el mensaje? Simple: “no te quiero, me estorbas, me interrumpes, me haces gastar”. Ahora te pregunto: ¿por qué será que tu hijo se siente mal?

¿Y si entiendo todo esto pero sigo sintiendo lo mismo?

Si no puedes evitar sentirte enfadado, molesto, harto, de llevar a tu hijo a sus sesiones, es imperativo que tú acudas a psicoterapia, pues no estás pudiendo hacerte cargo de lo básico de tu hijo y eso tiene que trabajarse, porque te hace sufrir, hace sufrir a tu familia y no te está permitiendo desempeñar tu rol como probablemente quisieras.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
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Lo que NUNCA debes hacer al llevar a tu hijo a psicoterapia (3): hablar mal del terapeuta

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Nuevamente una pregunta lógica, ¿para qué llevar al hijo con un profesional al cual no se respeta?

Algunos padres, en tono muy serio, llegan a decir delante de sus hijos que el terapeuta es un tal por cual (un estafador, un carero, un usurero, un interesado, un pesado, un metiche, un mal profesional, un mediocre, un charlatán, un idiota y cuantas cosas más puedan ocurrírsenos).

Otros padres, haciéndose los payasos, o los criollos, o los vivos, hablan del terapeuta a sus espaldas en plan de chongo, y delante de sus hijos, cosas que tienen que ver más con lo gorda que es la psicóloga, su forma de hablar, la calva del psicólogo, lo pavo que es, lo gansa que es, su ropa, su huachafería y cuantas frivolidades puedan pasársenos por la cabeza.

Sea en plan “raje serio”, sea en plan “chongo”, estos padres no están haciendo otra cosa que destruir el proceso psicoterapeutico de su hijo. No le hacen daño al terapeuta, le hacen daño a su hijo, pues con estas acciones cobardes y faltas de toda educación y caballerosidad, no sólo le dan un pésimo ejemplo a los chicos, sino que minan el respeto que el niño o adolescente pueda estar desarrollando hacia el profesional, destruyen la alianza que el niño o adolescente pueda estar formando con su terapeuta o la dañan o la atacan, siendo que esta alianza es fundamental para el éxito del tratamiento.

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Por otro lado, los papás no tendrían que estar esperando que la escuela enseñe a sus hijos a ser hombres y mujeres decentes. Ellos son los principales responsables de esa formación, y un hombre o una mujer decente no anda hablando mal o burlándose de las personas a sus espaldas.

En realidad es mejor NO HABLAR del terapeuta

Vamos a hacer una extensión al tema principal de esta entrada: en realidad lo ideal es que los papás hablen lo menos posible del terapeuta frente a sus hijos. El espacio terapeutico es mejor que esté neutro, ya que es un espacio en el que el hijo trabaja sus sentimientos, su intimidad. Hablar bien o mal, de alguna forma introduce desde el exterior (desde los papás) juicios de valor, sensaciones, palabras que son extraños a las sesiones, lo que puede contaminar u obstaculizar el proceso.

Es mejor en realidad hablar lo mínimo posible del terapeuta, tal vez sólo para cosas necesarias, como que de tal fecha a tal fecha el terapeuta no trabajará por fiestas de fin de año, asuntos formales o informativos. Pero de ahí a hablar asuntos innecesarios o juicios de valor, mejor no, y menos aun cuando son negativos o destructivos, como acabamos de mostrar.

No darles cuerda a los hijos

Algunos hijos son de salir de las sesiones y contar todo a los papás, muchas veces sólo por compartir. A veces lo hacen inmediatamente, otras veces lo hacen en otros momentos de la semana. Aquí lo ideal es escucharlos, no hacerlos sentir censurados, pero tampoco darle cuerda para que sigan y sigan, y cuidando de hablar o comentar lo menos posible, por más que el hijo diga algo que al papá o mamá no le guste, como “mi terapeuta me ha dicho que tú tienes la culpa de mi comportamiento” (cosa que para empezar sería errónea, ya que ningún terapeuta que se respete diría realmente algo así en circunstancias normales).

Sería bueno tomar lo que dice el niño o adolescente como SUS asuntos, SUS fantasías, SUS sentimientos, y no ahondar en el tema del terapeuta (que no está presente), sino más bien en lo que piensa y siente el hijo. Por ejemplo, “¿tú crees que yo tengo la culpa de tu comportamiento?”.

Por supuesto estamos refiriéndonos a situaciones normales, estamos excluyendo situaciones anómalas que involucran denuncias de maltrato o abuso de parte de los profesionales hacia los menores. Estas situaciones sí es necesario que sean atendidas de otra manera por parte de los papás.

Conclusión

No hablar mal del terapeuta de tu hijo, no hay que darle el ejemplo de ser cobarde, rajón, patán, y hay que cuidar el espacio de salud del hijo y no destruirlo. Si hay problemas con el profesional o desacuerdos, estos se resuelven entre adultos, los chicos no tienen nada qué hacer allí.

Es importante hablar lo menos posible del terapeuta con los chicos, para cuidar la neutralidad del espacio, para que lo que los chicos sientan o piensen sea sólo de ellos, sin mayor intervención de otras personas ajenas a la pareja paciente – terapeuta. De esa forma, la psicoterapia avanza mejor y más eficientemente.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“Lo que nunca debes hacer al llevar a tu hijo a psicoterapia (3): hablar mal del terapeuta” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Lo que NUNCA debes hacer al llevar a tu hijo a psicoterapia (2): no seguir las recomendaciones del profesional

Es decir, ¿para qué solicitar el cuidado de un profesional en salud si no se va a hacer caso a lo que recomienda?

Lo que sucede es que existe la fantasía en las cabezas de muchas personas de que los hijos son como televisores, celulares o computadoras, que se los lleva al técnico para que los arregle bonito, sin que los padres tengan que hacer nada al respecto.

Los niños y los adolescentes no son máquinas. Si tienen dificultades no es porque están fallados, es porque responden a hechos que muchísimas veces provienen de las acciones de los propios padres. Es más, muchas veces no sólo es el hijo el que requiere psicoterapia, sino los padres también, o la familia completa. Cuando se dice esto, muchos papás reaccionan mal: “pero el que se supone que tiene el problema es fulanito, no yo”.

Seguir las recomendaciones

Cuando el terapeuta da recomendaciones a los padres, es absolutamente necesario que éstos las sigan. Un niño o adolescente por supuesto que puede ser dado de alta de una psicoterapia, no es un imposible, lo digo por experiencia.

Ser dado de alta de psicoterapia es un gran logro y trae innumerables beneficios, pero esto es posible sí y sólo sí los padres siguen las recomendaciones del profesional.

Todos los casos de los que sé que han alcanzado un alta exitosa (incluidos los que yo mismo he llevado) tienen esa carácterística: los papás siguieron las recomendaciones del terapeuta.

No seguir las recomendaciones

De por sí, la psicoterapia no es un tratamiento fácil, porque la mayoría de veces toma tiempo, constancia y es costoso. No seguir las recomendaciones del profesional agrega más obstáculos, hace más complicado, hace más costoso y más largo un tratamiento que ya de por sí es complejo.

Lamentablemente algunas recomendaciones son difíciles, más para los padres que para los hijos, pues tocan hábitos perjudiciales que ya se han hecho costumbre o tocan acciones que los padres no desean modificar. Por ejemplo (un ejemplo frecuente), un terapeuta puede recomendar a un padre separado de la mamá de sus hijos que es mejor que deje de entrar a la casa donde viven estos y que mejor ceda la llave a la mamá. Algunos padres pueden resistirse a esta recomendación, les resulta difícil, no desean y, para validar su inacción al respecto, crean justificaciones o argumentan en contra del profesional.

Obviamente, el profesional no va a hacer nada más para que se cumpla su recomendación (porque no puede). Al final los que deciden sobre la vida de los hijos son los papás, y eso tiene que respetarse. Lo lamentable es que lo más seguro es que el profesional asista impotente a una serie de consecuencias negativas: alargamiento innecesario del tratamiento, estancamiento del proceso, empeoramiento de la salud del hijo, incluso la ruina o desbaratamiento del proceso.

La peor consecuencia es la que queda fijada en la biografía del hijo: “mi papá no fue capaz de hacer algo distinto por mi salud”. Muchas veces esto queda grabado inconscientemente, condicionando la vida de las personas, otras veces sale a la luz cuando las personas son adolescentes o adultos o incluso rápidamente siendo aun niños, generando cólera, resentimiento, relaciones ambivalentes, negativas o tóxicas con los padres, etcétera.

El absurdo

Llevar a tu hijo a psicoterapia y no seguir las recomendaciones es tan absurdo como ir con un contador, que te diga “fulano, no te olvides que en tal fecha tienes que pagar tus impuestos”, y tú te zurres en la noticia, y encima a propósito. Obviamente la consecuencia es nefasta: una multa enorme por parte de la SUNAT. Lo mismo sucede con la salud de tus hijos, sólo que como no se trata de dinero, es más fácil no darse cuenta (o hacerse de la vista gorda).

Conclusión

Conclusión: si llevas a tus hijos a psicoterapia, acuérdate de que no se trata de llevar una lavadora a un técnico, se trata de tu hijo y tú tienes parte activa en su salud; ¡sigue las recomendaciones!  Si te cuesta mucho, convérsalo, enfréntalo y si es necesario trabájalo tú mismo en tu propia terapia. No es un juego, es tu salud y la salud de tus hijos.

Y recuerda: los que salen de alta y más rápido, son los que siguen las recomendaciones. Los que no siguen las recomendaciones no salen de alta nunca (el tratamiento acaba siendo interrumpido), o lo hacen muchísimo más lento.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“Lo que NUNCA debes hacer al llevar a tu hijo a psicoterapia (2): no seguir las recomendaciones del profesional” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Lo que NUNCA debes hacer al llevar a tu hijo a psicoterapia (1): el ‘¿qué tal te fue?’

Cuando un hijo (niño o adolescente) va a psicoterapia, los papás muchas veces incurren (casi siempre sin querer) en algunas acciones que perturban el proceso de salud de su hijo o directamente lo arruinan.

Veamos una de estas acciones:

Preguntar “¿qué tal te fue?” o, peor aun, “¿de qué hablaron?” después de cada sesión

Una sesión de psicoterapia es algo muy íntimo para toda persona. En una sesión se tocan temas difíciles, dolorosos o muy personales. A veces la persona sale contenta, aliviada, otras veces sale triste o con cólera. Las sesiones de psicoterapia no son algo fácil, así como no son fáciles las visitas al médico. Así son los tratamientos de salud, muchas veces difíciles, complejos y, sobre todo, personales.

Los chicos pueden sentir que sus padres irrumpen en su espacio personal al estar constantemente preguntándoles cómo les fue en sus sesiones. Si una sesión ha sido difícil, la pregunta del papá muy posiblemente perturbe innecesariamente al hijo o posiblemente provoque que el hijo estalle en ese momento y diga “¡mal! ¡ya no quiero venir!”.

Pensémoslo de este modo: tu hijo sale de una curación dental, la primera de 5 curaciones programadas. La curación le causó dolor o malestar. Él sale, tú le preguntas cómo le fue y él te responde: “¡mal! ¡ya no quiero venir!”. ¿Acaso tú le dirías “ok, hijito, al diablo con las otras 4 curaciones, no importa que se te caigan los dientes o que se te pudran, si ya no quieres venir, ya no vienes más”?

Es el mismo efecto, sólo que en los tratamientos médicos, el interés de los papás va hacia el cuerpo de los hijos y a su estado de bienestar. En el caso de la psicoterapia, se trata del mundo interno del niño o adolescente, de sus cosas, de sus pensamientos, de sus afectos. Esto merece respeto. Si tu hijo voluntariamente empieza a conversar de su terapia, bueno, se le escucha, pero tampoco es conveniente animarlo a seguir en el tema. La psicoterapia es un tratamiento que surte efecto poco a poco y en silencio. Más bien la cháchara perturba el proceso.

Si ves a tu hijo afectado, enojado, triste o preocupado, pues le puedes preguntar si hay algún problema, como se haría, supongo, en cualquier situación similar, pero no es necesario preguntar cómo le fue en la sesión o, peor aun, preguntar qué exactamente se tocó en ella. Cuando un hijo está en terapia es bien importante ser discreto.

Efectos negativos que pueden traer estas preguntas

Preguntar constantemente “¿qué tal te fue?”, “¿qué hablaron?”, “¿cómo te fue hoy?” puede ocasionar por lo menos tres efectos negativos:

1) El hijo siente que cada sesión finaliza con una irrupción incómoda de parte de su papá o mamá. Asocia esta incomodidad con las sesiones. En consecuencia empieza a percibir las sesiones mismas como algo desagradable, ya que estas traen como consecuencia las preguntas molestas de siempre.

2) El hijo accede a ventilar sus asuntos con sus padres y habla de sus sesiones abiertamente. Aquí el tratamiento se empieza a contaminar con las intervenciones de los padres. Si el hijo quiere hablar de algo, que salga de él, sino es mejor que procese sus asuntos en soledad. La intervención forzada de los papás puede contaminar el avance de la terapia.

3) Las preguntas de los padres provocan constantemente que el hijo repita y repita que no quiere ir a terapia, provocando constantemente situaciones de malestar después de cada sesión. Nuevamente el hijo asocia “sesión” con “discusión”, “malestar”, “impotencia”, porque los papás le dicen siempre que seguirá yendo. Esto lo podría llevar a sentir que son las sesiones las que le traen malestar, cuando no necesariamente es así. También esto puede ocasionar que finalmente los padres accedan a no llevar más a su hijo a terapia. De repente, si se hubieran quedado callados, el hijo no habría protestado tanto al final de cada sesión.

Se pueden dar otros efectos un poco más rebuscados, como por ejemplo que el hijo repita y repita que sólo juega y que no ve el sentido de ir sólo a jugar. Aquí la pregunta de los papás impide que el hijo salga de la idea de que la terapia no tiene sentido. Al final de cada sesión estos papás están provocando que el hijo repita y refuerce la idea negativa, como si fuera un ritual, impidiendo que él poco a poco encuentre sentido a su psicoterapia. Nuevamente, si se hubieran quedado callados, es casi seguro que su hijo encontraba el sentido a su terapia.

Conclusión

Así que ya se sabe: si tienes hijos en terapia, evita preguntar estas cosas. Si ves mal a tu hijo, pregúntale si sucede algo, lo normal. Si no, mejor habla de otra cosa o hablen de qué hacer antes de regresar a casa, tal vez ir a algún lado, o de cualquier tema que venga al caso.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“Lo que NUNCA debes hacer al llevar a tu hijo a psicoterapia (1): el ‘¿qué tal te fue?’” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

¿Teléfonos celulares y tablets antes de los 14?

Los teléfonos celulares, las computadoras portátiles y las tablets han sido creadas para uso adulto. Esto no es ninguna novedad. Este tipo de dispositivos nació con la idea de mejorar aspectos de la vida laboral de las personas, y es sabido también que los niños y adolescentes no trabajan (o no deberían trabajar), y si trabajan, es raro que necesiten para ello un dispositivo electrónico.

Los dispositivos portátiles que sí han sido concebidos (también) para menores han sido las consolas de videojuegos, pensadas y hechas principalmente para jugar, puesto que, a diferencia del trabajo, menores y mayores sí juegan (o deberían jugar).

Si no es con fines laborales, ¿para qué quieren o para qué se les da teléfonos celulares y tablets a los niños?

Los niños y adolescentes piden a sus padres este tipo de dispositivos electrónicos, o estos se los dan de forma espontánea, básicamente para 4 cosas:

1. Para jugar o entretenerse: papel que también siempre han cumplido las consolas de videojuegos.

2. Por monería, por moda, por lucimiento, de tal forma que más valiosa es la marca y el modelo del dispositivo que el dispositivo mismo: aquí sí las consolas de videojuegos no pueden cumplir este rol. Es imposible que se haga la caricatura, hasta cierto punto ridícula, de ver a un niño de 8 años haciéndola de ejecutivo con un iphone pegado a la oreja, con una consola Nintendo DS.

3. Para mantener ocupado y lejos a su hijo: este objetivo también es compartido con las videoconsolas, con la diferencia de que el uso intensivo de internet que se hace a través de las tablets y teléfonos celulares hace que el menor esté expuesto a más factores nocivos, en comparación con los riesgos que conlleva el uso de las videoconsolas, que ya es bastante (con las videoconsolas los riesgos tienen que ver esencialmente con las adicciones; con los teléfonos y tablets, estos riesgos se multiplican y llegan hasta niveles físicos – por ejemplo, ondas electromagnéticas provenientes de las señales telefónicas y wi-fi y su posible asociación con enfermedades físicas como el cáncer).

4. Para mantenerse en contacto con el menor: esta básicamente es una necesidad de protección (o de sobreprotección según sea el caso) y se aplica básicamente a teléfonos celulares. Lo interesante de esta razón es que para cubrir esta necesidad o deseo, no es necesario un dispositivo muy sofisticado.

Una recomendación interesante al respecto

La Asociación Protegeles, institución española de protección a la infancia, ha hecho una recomendación que me ha parecido muy interesante. Protegeles recomienda primero algo que ya se ha dicho muchas veces: no comprar dispositivos electrónicos como tablets o celulares a menores de 14 años si los padres no van a supervisar directamente su uso.

En otras palabras: si usted trabaja demasiado y no está en casa con sus hijos lo suficiente (esos papás que llegan a casa en la noche todos los días) o si no puede o no desea dedicarle demasiado tiempo a sus hijos, por favor, no le compre tablet o celular a su hijo menor de 14 años. Básicamente ése es el mensaje.

Lo interesante viene en este punto: Protegeles recomienda que si los papás están dispuestos a involucrarse en serio en la supervisión del uso de estos dispositivos, es bueno iniciar a sus hijos en el uso de los dispositivos antes de la adolescencia (por ejemplo, a los 9 o 10 años). ¿Por qué? Porque a esta edad, a diferencia de la pubertad y de la adolescencia, los chicos son más receptivos a las indicaciones y a la supervisión de sus papás y también son más abiertos; por ejemplo, podrían incluso desear compartir abiertamente sus fotos o sus conversaciones con sus papás. De esta forma se hace más sencilla y llevadera la necesaria supervisión parental.

Referencia

“Diez consejos para que controles la tablet o el móvil de tu hijo”. Online: Abc.es

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“¿Teléfonos celulares y tablets antes de los 14?” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.