En la cabeza de los niños y adolescentes, está indefectiblemente grabado, por naturaleza, que papá y mamá son quienes los mantienen vivos, que son aquellos que los cuidan, que los alimentan, que los forman para la vida adulta, que son los adultos que los crían.
Cuando un papá es negligente, golpea o abusa sexualmente de su hijo, este supuesto biológico se rompe, la vida del menor entra en un estado terrible y generalizado de indefensión, el mundo se torna horriblemente amenazante, pues no está más ese papá que protege a su cría, que le da lo necesario para que se logre, sino que se ha convertido en el victimario, en quien más bien lo daña, lo usa o lo destruye.
Los insultos: una cuarta forma de corromper la crianza
Mencioné negligencia, maltrato físico y abuso sexual. Hay una cuarta acción que genera los mismos efectos: el maltrato psicológico, y en particular, los insultos.
Si un amigo o amiga insulta a un niño o adolescente, éste se defenderá, se reirá, contraatacará, irá a la chacota o a la broma. En todo caso, queda claro que el niño o adolescente podría defenderse o podría no tomarlo tan en serio. Lo mismo sucede más o menos con los primos o los hermanos.
Sin embargo, cuando es el papá o la mamá quien le dice “estúpido”, “huevón”, “imbécil”, “idiota”, “cojudo” o cuantas más perlas puedan ocurrírsenos, algo muy distinto sucede. Esa sola palabra resulta tan dolorosa, tan humillante, tan devastadora para la autoestima del menor, que muchos chicos cuando hablan de ello afirman que prefieren los golpes.
Si estas palabras se repiten sistemáticamente, el daño es gigantesco, ya que este papá o mamá, no es que sea indiferente ante los logros de su hijo, no es que no vea lo bueno que es, no es que desapruebe o critique, sino que directamente está destruyendo la autoestima de su hijo, pues es su propio padre o madre quien lo señala y le dice lo inútil, lo imbécil, lo bueno para nada que es; sí, su papá o su mamá, quien supuestamente lo cría, lo protege y lo forma para la adultez. Si había alguien en el mundo en quien se podía confiar, justamente habría sido él o ella. Démonos cuenta del contrasentido, de la ruptura del orden natural de las cosas.
Por supuesto, demás está decir que, a diferencia de lo que pasa con los amigos, los primos o los hermanos, aquí el niño o adolescente no puede defenderse y no hay forma de que no le dé importancia al ataque, no hay forma de que no lo sienta, de que no lo destruya poco a poco.
Por eso, en general, se recomienda desterrar estas palabras del vocabulario en el trato con los hijos. Es mejor no usarlas, no sólo para evitar agredirlos con ellas, si no para que ellos no escuchen cómo sus padres las utilizan para agredir a otras personas o para hablar mal a sus espaldas.
Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe
Comment upbring un enfant est en effet le cours le plus dur. Merci pour les conseils.
Sí, es verdad, la crianza del ser humano, al dejar de ser instintiva, se ha convertido en algo muy complejo y difícil, como mencionas. De nada, y gracias por comentar =)
Yo crecí bajo insultos, críticas constantes (les faltó criticarme por respirar) y continuos gritos de mi padre y de mi abuela. Una puñetera pesadilla. Concuerdo en que hubiera preferido crecer con palizas a como crecí. De los golpes eres más consciente y, además, es más fácil que el entorno se asuste más y se pongan a hacer algo para ayudarte.
Cuando eres víctima de maltrato psicológico te cuesta mucho más verlo y, cuando lo ves, los demás, en vez de ayudarte, te dicen que seguro que no es para tanto. Y esa revictimización te acaba de dar la puntilla que te faltaba para terminar de hundirte.
Ya, cuando llegas a la veintena y no puedes ni con tu alma, empiezan con: “no puedes ir por la vida con ese nivel de autoestima”, “tienes que hacer algo para arreglar tu problema”, “tienes que salir de ahí” y tú te quedas como diciendo: “ya me podríais haber ayudado antes, que ahora no sé ni para dónde está el camino”.
Gracias por dar visibilidad a esta lacra. A ver si con un poco de suerte, en un siglo o antes, llegamos a que ningún niño tenga que saber lo que es la violencia emocional.