San Francisco y el origen del pesebre navideño
Nueve días antes del 25 de diciembre convocó a todo el pueblo para celebrar una misa en presencia de la representación del Nacimiento. San Francisco cantó el Santo Evangelio y predicó sobre la natividad del rey pobre sobre la pequeña ciudad de Belén con tanto amor y devoción que todos los presentes vivieron una verdadera navidad.
Se le atribuye haber comenzado en aquella ocasión la tradición del “belén” o “nacimiento”. Nos dice Tomás Celano en su biografía del Santo: “La Encarnación era un componente clave en la espiritualidad de Francisco. Quería celebrar la Encarnación en forma especial. Quería hacer algo que ayudase a la gente a recordar al Cristo Niño y cómo nació en Belén”. San Francisco de Asís pidió luego la autorización al Pontífice Honorio III para reproducir siempre el misterio del nacimiento.
La idea de reproducir el nacimiento se popularizó rápidamente en Italia y en todo el mundo cristiano. A fines del siglo XV los napolitanos construyeron los primeros pesebres con figuras de barro, en las que aparecían San José, la Santísima Virgen y el Niño Jesús con algunos animales de corral y pastores. Tres siglos después, Carlos III de España ordenó la construcción de pesebres navideños en todos sus dominios europeos, costumbre que frailes y misioneros introdujeron en las posesiones de ultramar. A estas reproducciones se les llamó Belenes refiriéndose al pequeño pueblo en donde nació Jesús.
Al principio solo estaban San José, la Virgen y el Niño junto a algunos pastores y animales, pero con el correr de los años se agregaron nuevos personajes, entre los que se destacan los Tres Reyes Magos a quienes la tradición bautizó Melchor, Gaspar y Baltasar (no se trataba de reyes propiamente dichos sino de tres hombres sabios, procedentes de Oriente, muy versados en matemáticas y astronomía, al parecer embajadores de las tierras de Persia, Siria y Etiopía).