Corpus Christi: Pan bendecido, multiplicado y repartido
7:00 p m| 20 jun 19 (RD).- Conforme al Evangelio de este domingo, el Cuerpo de Cristo no se identifica en primer lugar con pan de la Liturgia Eucarística Sacral (la Misa), sino con el pan de la Mesa Social, que Jesús bendijo y multiplicó, y que sus discípulos (clérigos y/o laicos) tienen que bendecir (poner al servicio de la vida de todos) y alcanzar a todos los hambrientos en el campo abierto de la vida, fuera de las iglesias en sí mismas. Así explica, el teólogo Xavier Pikaza, el sentido del Corpus Christi como un llamado a darnos a los demás, a vivir los unos para los otros, inspirados en “las diversas presencias de Cristo como pan para los hombres”.
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Texto. Lucas 9, 12-17 (Evangelio domingo 23 de junio)
“Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle: Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado. Él les contestó: Dadles vosotros de comer. Ellos replicaron: No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar comida para todo este gentío. Porque eran unos cinco mil hombres.
Jesús dijo a sus discípulos: Decidles que se recuesten en grupos de unos cincuenta. Lo hicieron así, y todos se recostaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos”.
Bendijo los panes, los partió y se los dio para que los repartieran
Estas palabras condensan el motivo de la multiplicación de los panes y los peces (comida normal, en el entorno del “mar” de Galilea) y forman un elemento clave de la vida y mensaje de Jesús. Más que un milagro físico de aumento material de comida, ellas nos sitúan ante un milagro de comunicación y alimentación, en un contexto marcado por el hambre, la división de grupos sociales y la oposición entre personas puras (que pueden compartir la mesa) e impuras (que no pueden acercarse a la mesa de los puros).
Frente al pan del diablo de las tentaciones (Mt 4 y Lc 4), que sirve para esclavizar a los hombres, eleva aquí Jesús el pan bendecido que se multiplica y reparte entre todos los hombres, como Cuerpo de Cristo, primera eucaristía.
Este pasaje de las multiplicaciones (con los de 6, 35-44 y 8, 1-10 y Mt 14, 13-31; 15, 32-39) constituye la mejor demostración histórica del interés de Jesús por la comida, que él identificará en la Última Cena con su propio cuerpo mesiánico.
Anterior y más importante que la Última Cena de “sacerdotes” (que la Iglesia Católica ha reservado sin razón a sus ministros oficiales) es esta Comida Diaria de hambrientos, que Jesús quiere celebrar con todos sus seguidores, con los hombres y mujeres de todos los pueblos, como lo recuerda la liturgia de este Corpus Christi. Lo primero es pan compartido de cada día, que se abre la fraternidad y, sobre todo, a la bendición de Dios.
Pues bien, esta bendición de Dios es el pan de cada día, compartido y multiplicado por los hombres. En ese contexto de la multiplicación, la beraká o bendición se dirige directamente a Dios que es el bendito, por dos razones: (a) Por los dones que Dios ofrece a los hombres, que en este caso son el pan y los peces, con los que se puede alimentar a los hambrientos, y (b) Por la comunicación que se establece a través de los dones (pan y peces) entre todos los que comparten la comida. En esa línea, el gesto entero de comer juntos, en pleno campo, participando de una misma comida, es una beraká o bendición.
En el contexto primitivo de Lc 12 (y en la vida de Jesús) el signo más importante es el pan bendecido, multiplicado y compartido por Jesús y sus primeros seguidores en el campo abierto, donde vienen todos. Eso significa que la bendición social del pan multiplicado y compartido por todos es más importante que la eucaristía más sacral del pan y vino de la última cena y de la celebración ya oficial de los “ministros” oficiales de la iglesia.
En la iglesia posterior se ha dado un “exceso” (una hipertrofia o “enfermedad” de la eucaristía sacramental reservada a los clérigos, como signo de poder), y un eclipsamiento creciente de la bendición y multiplicación del pan de alimento y vida para todos. En ese sentido debemos recordar que el primer “cuerpo de Cristo” es (son) el pan y los peces de las multiplicaciones/alimentaciones, antes que el pan y vino de la eucaristía privadas de los fieles.
De todas formas, la bendición y la eucaristía son las dos palabras básicas de la liturgia cristiana. La bendición o beraká proviene directamente del judaísmo, y ha tenido mucha importancia en todo el cristianismo primitivo, y así se conserva no sólo en los recuerdos de Israel, sino también en las oraciones de los creyentes, que bendicen a Dios por los dones de la vida (compartiendo con y por Jesús los panes y los peces).
Pero la experiencia de la pascua de Jesús ha sido tan grande, y ha sido tan fuerte la vivencia de la gracia (kharis, eucaristía), evocada especialmente por Pablo, que los cristianos posteriores han destacado más el lenguaje de gracia/eucaristía que el de la bendición, de manera que, aún siendo muy significativa para ellos, la beraká no ocupa ya el centro de su religiosidad que se ha vuelto más sacral, menos social.
Cuerpo de Cristo, nueve formas de presencias
Partiendo del evangelio de este día de Corpus (Lc 9, 12‒17) quiero recordar y recoger las diversas formas presencia de Cristo en la celebración de la vida (plano social) y de la entrega de amor de Jesús (plano litúrgico):
1. En primer lugar, Cristo está presente en los pobres y hambrientos, como sabe Mt 25, 31‒46 (tuve hambre…) y como ratifica el texto de Lc 9 par. (la primera bendición de Jesús), su Beraká, consiste en dar de comer a los hambrientos, en el ancho mundo, a judíos y gentiles, a cristianos confesados y a todos los que van y vienen. Sin esta primera presencia bendita de Cristo en los hambrientos carece de sentido hablar de una fiesta del “cuerpo de Cristo” que son los pobres del mundo.
No se puede hablar de presencia en el rito y la palabra, en la celebración y en la comunidad, si no se pone de relieve la especial presencia de Cristo en los necesitados y los pobres, con los que hace el camino de la vida, en búsqueda de Reino. Si la comida no es comida abierta a los pobres no puede ser comida eucarística.
2. La primera eucaristía es dar de comer a los hambrientos. Bendecir el pan significa multiplicarlo al servicio de la vida de los pobres. Éste es el pan bendecido de las multiplicaciones, pan que parte y comparte, no un pan elitista de los ricos que no can y no portante (pan del diablo), aunque que el pan eucarístico de una iglesia que ha construido grandes catedrales para “poner en el altar al Santísimo”, pero a veces a olvidado a los más que santísimos, que son los pobres. El Jesús del Evangelio está presente allí donde se bendice y comparte (se regala y multiplica) la comida.
3. Cristo está presente también, en segundo lugar, pero de un modo especial, en el pan y el vino consagrados de la Cena del Señor, es decir, en las “especies eucarísticas”, que son dos signos básicos de la vida humana, vinculados a la comida compartía y la fiesta, en el ámbito mediterráneo en el que vivió Jesús y nació el cristianismo. Éste es el Cristo que está presente en la vida entera que se entrega y comparte en amor por los demás.
Más que el pan y los peces materiales, más que el vino de la vida, el verdadero “pan de vida” para un hombre o una mujer, para un niño o un enfermo, es otro ser humana que le da su vida, compartiéndola con él. La disputa teológica medieval y posterior sobre la Eucaristía se ha centrado en estos signos, insistiendo en la necesidad de que el pan sea pan y el vino sea vino, distinguiendo accidentes, substancia y transubstanciación, ha sido y es muy importante, pero esa disputa no puede monopolizar el tema. Lo que importa no son las “especies” como tales, sino el pan de la vida (y de la muerte) de Jesús que se convierte en verdadera eucaristía.
4. Jesús está presente en la celebración, es decir en el rito, realizado en nombre de Jesús, por los representantes de la comunidad, en su doble forma. (a) En primer lugar por todos los creyentes, que son ministros del pan compartido de las multiplicaciones, pero también, en segundo lugar, en el pan‒vino de los celebrantes oficiales (obispos, presbíteros, se entiendan como sacerdotes estrictos o no).
El rito es presencia actuante, y en ella se incluye el “mito”, es decir, la narración que evoca el sentido de esa presencia, es decir, la palabra de la vida que se multiplica al darse, la palabra de recuerdo de Jesús que entregó su vida diciendo “esto es mi cuerpo”. Un rito que no hace presente aquello que evoca está muerto.
Un rito no se puede razonar, demostrar. Si se razona y explica no es rito, es otra cosa. Desde el principio de la humanidad existen ritos de diverso tipo, especialmente sacrificios en los que expresa lo sagrado (sacrum-fácere), en los que se hace presente Dios. Dios no es alguien a quien se demuestra, sino alguien a quien se hace presente, al evocarle y al llamarle, en gestos (ritos).
5. Cristo está presente como cuerpo de vida en la palabra, de llamada, de diálogo y consuelo y de revelación, es decir, en el mensaje actualizado de Jesús, en su Evangelio, pero no sólo en la Biblia sino en la palabra de todos los hombres y mujeres que proclaman con su vida la primacía de la comunión interhumana. Ésta es la palabra que hace presente lo que dice. La verdadera palabra no deja lo dicho fuera, lejos, sino que lo acerca, lo hace presente.
La palabra dice lo que parecía estar lejos, el que encuentra las palabras de Dios, ése lo hace presente. Ésta es la novedad cristiana: Jesús se atreve a hablar y habla en nombre de Dios, al prometer y al curar, al anunciar el Reino y al ir regalando su vida al servicio del Reino. La Presencia originaria de Dios se hace Palabra que los hombres pueden escuchar, que siguen escuchando a través del Evangelio.
ENLACE. Leer la reflexión completa del teólogo español Xavier Pikaza
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Fuente:
Texto tomado del Blog de Xavier Pikaza, contenido en el portal Religión Digital
Pintura:
Milagro de los panes y los peces, de Giovanni Lanfranco. Óleo sobre tela, 1620-1623. Galería Nacional de Irlanda