‘Un fundamento común para la humanidad, el de los derechos humanos: todos somos un cuerpo’
11.00 p m| 5 dic 13 (VIDA NUEVA/BV).- Paul Valadier, nacido en 1933, es miembro de la Compañía de Jesus, filósofo y especialista en el pensamiento de Nietzsche. Es también antiguo director de la prestigiosa revista jesuita francesa Études. Sus libros tratan muchas cuestiones de filosofía política.
En esta entrevista publicada en la Revista Vida Nueva reflexiona sobre la necesidad del reposo, cultura y relaciones en un mundo donde se prioriza el trabajo y la productividad, propone un dominio con sabiduría del hombre sobre la naturaleza y defiende que una ética común a la humanidad es posible dentro del marco del debate democrático.
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Dice que el sabbat judío hace al hombre responsable en relación a la naturaleza y a sí mismo… Pero hoy, en nuestras sociedades occidentales, se valora sobre todo el trabajo, la eficacia, la productividad. ¿Están en riesgo el reposo, la cultura y las relaciones con los demás?
El trabajo es esencial para el hombre, pero este no está hecho solo para trabajar. No es lo que Hannah Arendt llamó un animal laboriens, que yo traduciría por una bestia de carga. No somos bestias de carga. Necesitamos la distensión, la amistad, la belleza, la contemplación. El sabbat judío o el domingo cristiano son el momento de la respiración con la familia, los amigos, con uno mismo. Es muy grave que devoremos este tiempo de meditación y silencio, sin el cual no hay ser humano, y nos convirtamos en bestias de carga.
La dificultad del trabajo hoy no es como estar en el fondo de una mina en el siglo XIX. Es estar en oficinas con aire acondicionado, muy limpias y organizadas, pero trabajando duro, con una competencia incesante y la gente enervada. La verdad cristiana sobre el domingo, incluso sin hacer reivindicaciones, es esencial para que el hombre sea autónomo.
¿Deberían ser más críticos los cristianos con este modelo económico?
En el siglo XIX, fue la Iglesia, a pesar de todo, la que impuso a nuestros países el descanso dominical contra el capitalismo naciente. Lo hicimos sobre todo por razones religiosas, para que la gente fuera a misa. Hoy, en un ambiente más secularizado, el hombre necesita respiración y contemplación, en familia y con amigos, de forma gratuita. Las Iglesias pueden hablar, pero su palabra, desafortunadamente, es a menudo mal entendida. Es muy grave.
Dominar con sabiduría
Entre el respeto por todas las criaturas y el mandato de Dios de someter la tierra, ¿cuál es el equilibrio ecológico?
No debemos renunciar a la idea de dominar la tierra. Sé que esto va en contra de las ideas de algunos ecologistas, pero no podemos hacer otra cosa que no sea dominar la naturaleza. Pero hay que hacerlo de una manera que no sea salvaje, con sabiduría. Debemos cultivar la tierra tal como debemos cultivar nuestros talentos. Lo importante es respetar la jerarquía de las cosas. El hombre es más respetable que un árbol, una planta o un mosquito.
¿Ese dominio sobre la tierra puede llevarnos, con los avances de la tecnología, a la inmortalidad?
No. Eso es un sueño, una mitología para entretener a algunas personas. Muchas veces decimos que la modernidad triunfante terminó. Pero, en muchos estudios y en las neurociencias, se verifica que algunas corrientes siguen alimentando esa ilusión de que podemos vencer a la muerte. Esto no quiere decir que rechacemos el bien de la técnica. Todos estamos felices de ser operados en buenos hospitales y no morir con sufrimiento.
Somos frágiles y dependemos unos de otros, lo que es un mensaje claramente cristiano. ¿Las Iglesias deberían insistir en esa idea?
En el pasado, las Iglesias han insistido demasiado en la fragilidad del hombre, hablando del pecado. Creo que hoy podemos darle una versión secularizada a ese discurso, hablando de la vulnerabilidad humana. Para saberlo, no es necesario ser creyente, porque cualquiera sufre, es herido por una palabra que destruye, se siente débil y tiene hambre o sed. La vulnerabilidad es parte de nuestra condición y, más que los animales, la especie humana es, paradójicamente, la más frágil de todas. Pero esa es también nuestra fuerza. Porque podemos ser heridos, somos capaces de reaccionar; porque tengo hambre, voy a trabajar para ganarme la vida. El hombre es capaz de progresar, precisamente, a causa de su vulnerabilidad.
Sostiene que el cristianismo ha sido muy importante para la formación de la conciencia. Pero hay un conflicto entre la conciencia individual y las normas y tradiciones de la Iglesia. ¿Dónde reside el equilibrio?
Puede haber conflicto. Las normas recuerdan cosas que debemos hacer y, a veces, no somos capaces de hacer: por ejemplo, no mentir o tomar la mujer de otro. Tenemos deseos que nos llevan a amar a otra mujer y a no decir la verdad. Pero estos principios me recuerdan que no me debo abandonar a mis tendencias. Y que me degrado si me quedo con la mujer de otro hombre o me miento. Hay que reconocer que somos criaturas de pasión, que no estamos regulados por el ideal. Por eso la Iglesia nos recuerda los ideales.
Y ahí surge el conflicto…
Es inevitable que haya conflictos. Pero el último recurso es, a pesar de todo, mi conciencia: ¿qué me siento llamado a hacer en cada situación? No es el obispo ni el papa quien juzgará, en el lugar de cada uno, aquello que debo hacer. Cada uno asume su situación. Y eso, el cristianismo lo viene admitiendo: la persona, después de informarse, hablar con otros y reflexionar, es la responsable. La responsabilidad personal es fundamental, incluso si se va a tientas. Como dice san Pablo, no estoy seguro de hacer siempre el bien, pues puedo engañarme e ilusionarme, pero por eso tenemos una historia; puedo rectificar, volver hacia atrás y, eventualmente, pedir perdón por las faltas e intentar convertirme. Esta es la vida humana.
Un fundamento común
Si pasamos de lo individual a lo colectivo –como trata en su libro Inevitable moral– en nuestra sociedad pluralista, ¿hay espacio para una ética común?
La evolución de nuestras sociedades, las técnicas y la biomedicina avanzan tan rápidamente que tendemos a perder el pie. Pero, a pesar de la diversidad de las morales e interpretaciones que se pueden dar, hay un fundamento común que se conecta a nuestra común humanidad. El fundamento de los derechos humanos es ese: todos somos un cuerpo, sabemos lo que es nacer, sufrir, morir, tener hambre. Hay grandes problemas fundamentales relativos al final de la vida –es necesario decir, en un momento dado, que se está terminando, y aceptamos morir–, pero, ¿con qué medios? También están los problemas del medio ambiente o el terrorismo internacional, que no son simples. Debemos luchar contra el terrorismo, pero ¿por qué medios? ¿Como los Estados Unidos, espiando nuestro correo electrónico? Estoy de acuerdo en luchar contra el terrorismo, pero no llegando a ser estados terroristas. Si utilizamos los medios que matan a la democracia, hacemos el juego de Bin Laden, que quería matar a la democracia.
¿Y cree posible esa ética común?
Eso espero. Tal vez sea más difícil para un tema como la eutanasia, pues hay que ir reflexionando para darse cuenta de los riesgos que traerían ciertas medidas que abrirían el camino del suicidio asistido. Pero es parte del debate democrático, y creo que la diversidad de las morales es la que nos enriquece en el debate, porque entendemos el punto de vista del otro: el médico, el paciente, la familia, el creyente. Ese es el fundamento común: si somos demócratas, estamos convencidos de que nos entenderemos unos a otros, de que no solo yo tengo la verdad y el otro es un loco o un tonto. Ese es el fundamento democrático común y esta es también la idea de los derechos humanos.
Fuente:
Revista Vida Nueva