Hno. Rodríguez Echeverría: ‘La Iglesia está redescubriendo la importancia de los jóvenes’
6.00 p m| 26 set 13 (VIDA NUEVA).- Desde hace trece años, el hermano Álvaro Rodríguez Echeverría, de origen costarricense, es el superior general de los Hermanos de La Salle. Su sensibilidad por el tema de los jóvenes deriva de su vocación de hermano, vivida con intensidad durante la reciente JMJ de Río. Presentamos la entrevista que brindó a la revista Vida Nueva, en la cual conversó sobre la JMJ y de sus esperanzas frente a las posibilidades de revitalización de la Iglesia de la mano de la juventud.
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¿Qué características de la juventud le llaman más la atención?
He visitado más de 80 países y, para mí, un descubrimiento que me emociona y ayuda a comprender el papel de los jóvenes en estos tiempos es el de su generosidad y actitud abierta. A diferencia de hace 10 o 20 años, hoy están mucho más abiertos a la espiritualidad, con todas las ambigüedades que esto pueda tener. En el pasado, algunas experiencias me enseñaron que lo que más les motivaba era la transformación de la sociedad, el compromiso con los pobres. Hoy están como en búsqueda de algo que los llene, como sintiendo un vacío existencial y buscando respuestas a sus inquietudes. Ni lo de ayer ni lo de hoy es lo mejor, pero es un signo de los tiempos que hay que equilibrar.
El trabajo con los jóvenes sigue siendo sumamente importante para la Iglesia porque, como decía san Agustín, “Dios es siempre joven”, y el joven refleja una dimensión de Dios que no encontramos en otras personas. Eso es lo que a mí más me impresiona de la juventud: su apertura, su deseo de cambio, incluso su fragilidad, reconocerse frágiles y que muchas veces solos no pueden resolver los problemas.
Desde esta mirada, ¿qué pueden ofrecer los jóvenes a la Iglesia hoy?
La Iglesia está redescubriendo la importancia de los jóvenes. Soy sensible a este tema porque participé en el último Sínodo de los Obispos y el tema que desarrollé fue “El papel de los jóvenes en la Nueva Evangelización”. Juan Pablo II decía que los mejores apóstoles de los jóvenes son los jóvenes. Este es un asunto fundamental, porque el joven está más cercano al joven, vive las mismas problemáticas y puede prestarle una ayuda más eficaz, de mayor cercanía.
Tengo mucha confianza en los jóvenes de hoy. En ellos hay menos prejuicios para saber convivir con los otros, hay una apertura más grande para colaborar en la construcción de un mundo mejor. Aunque a veces he sentido en ciertos países, sobre todo europeos, una visión más bien negativa de los jóvenes, yo no la tengo. Sigo viendo a la juventud como una gran esperanza.
Dicen que Francisco está rejuveneciendo a la Iglesia. ¿Cómo percibe este momento de renovación con un Papa latinoamericano y una JMJ en Latinoamérica?
Estamos viviendo un momento privilegiado. Francisco, en casi todas sus intervenciones, tiene una palabra para los jóvenes y, sobre todo, una invitación a no dejarse robar la esperanza. Aunque son la esperanza del mundo, también están tentados a perderla en un mundo que no responde a las expectativas más elementales de una sociedad justa, fraterna y más igualitaria. En ese sentido, el mensaje del Papa es muy importante porque los jóvenes tienden a buscar algo más, no están satisfechos, están abiertos a los valores espirituales, pero a veces eso los lleva a vivir un poco encerrados en sí mismos, a buscar comodidad y a entender la paz como “no tener problemas”.
Por su parte, el Papa está insistiendo en que no podemos concebir una Iglesia cerrada en sí misma, que es mejor una Iglesia accidentada. La renovación de la Iglesia tiene que ver con salir e ir a las periferias existenciales de la vida. Para los jóvenes, este mensaje es fundamental, porque corren el peligro de quedar atrapados, por un lado, en una espiritualidad un poco cerrada, y, por otro, en una sociedad que los absorbe con estímulos y propuestas que no les permite abrirse al servicio de los demás.
¿Qué posibilidades se abren con los jóvenes ante la nueva evangelización?
Una Iglesia misionera con los jóvenes debe creer, primero, en ellos. Creer que no son solo receptores de una evangelización, sino que deben ser sujetos activos y comprometerse con la nueva evangelización. Los jóvenes tienen capacidad de arrastre por su mayor cercanía a otros jóvenes y por experimentar sus mismas problemáticas. Por eso veo necesario que un joven que tiene inquietudes espirituales busque una relación profunda con Dios, pero un Dios que lo abre a las necesidades de los demás y no lo deja encerrado en sí mismo. De ahí que a los educadores nos compete ayudar a los jóvenes a conocer la realidad.
¿En qué consiste esta ayuda?
Cuando tengo la oportunidad de hablar con los jóvenes siempre los invito a estar atentos a tres actitudes. En un primer momento, ver la realidad, detenernos, contemplarla. Karl Barth decía que los dos libros de cabecera de un cristiano son la Biblia y el periódico. La Palabra de Dios, que ilumina una realidad concreta, y el periódico como símbolo de la historia, de lo que está sucediendo. Entonces, ver la realidad no es solo un asunto teórico, sino, sobre todo, tocar la pobreza con la mano.
En un segundo momento, juzgar la realidad. Yo prefiero, como Jesús, compadecerme de esa realidad, descubrir el dolor profundo de muchas personas, para, finalmente, transformarla, que es el tercer momento y, posiblemente, el más importante. No nos podemos contentar con ver y conmovernos, también debemos hacer algo por transformar la realidad según los valores evangélicos. Y creo que estas tres actitudes están presentes en los movimientos de indignados que no están de acuerdo con la manera como los adultos estamos llevando las cosas. Son una llamada a la conversión y a la transformación, que es un servicio que los jóvenes están prestando hoy.
¿América Latina está ofreciendo luces a la nueva evangelización?
Sí. Desde el primer día, el Papa le ha dado un toque latinoamericano a la vivencia de la fe. Él insiste en estar cerca de las personas, en no tener miedo de amar. Todo esto es lo latinoamericano, donde el corazón juega un papel primordial, y donde la cercanía, la fraternidad son elementos básicos de una fe que no es teoría, sino vida. Y eso ha sido el mérito de la teología latinoamericana, que nace del contacto con la realidad, que descubre a Dios en el corazón de cada persona y que tiene una sensibilidad muy especial para descubrir su rostro, especialmente en los pobres.
Una Iglesia pobre para los más pobres…
Es un grito que hoy, en América Latina, a lo mejor no tiene la fuerza de hace 30 o 40 años, pero que no deja de escucharse y Francisco nos ayudará a evocarlo. La propuesta de Aparecida de ser todos discípulos y misioneros es fundamental. Como religioso hermano, considero que la igualdad básica bautismal es fundamental para una Iglesia que no actúa desde arriba, sino que acompaña. Por eso el Papa ha insistido en que hay que ir delante, detrás y al lado. Debemos estar, pues, cercanos a todos y vivir a partir de una igualdad básica: ser hijos de Dios y hermanos entre nosotros.
Y en todo esto, ¿qué papel le compete a los religiosos y a las religiosas?
Ser testigos de ese Dios humano, que se hizo niño, que está cerca del que sufre. En un religioso o religiosa, lo más necesario y evangélico, para mí, es la cercanía y compartir las penas y las alegrías, no como alguien superior, sino como un hermano o hermana que acompaña, que comprende, que también tiene sus dudas y sus búsquedas.
Fuente:
Revista Vida Nueva