La raíz de la guerra es el miedo. Una mirada al interior ante violencia global
6:00 p.m. | 22 nov 23 (NCR/VTN).- Ante el brutal estallido de violencia en Israel y Gaza, sumado a la guerra en Ucrania -de casi dos años de duración- y a los varios otros conflictos actuales de impacto global, es fácil sentirnos abrumados y superados ante el panorama de desesperanza. Incluso, podemos llegar de manera voluntaria a un estado de apatía o ignorancia. Una alternativa nos la ofrece el monje Thomas Merton, que redirige la atención de esta preocupación hacia nuestro interior y nos invita a un examen de conciencia que pueda identificar nuestra responsabilidad y posible aporte ante la crisis de violencia. Reunimos también las últimas reflexiones y mensajes del papa Francisco, que constantemente clama por detener el avance de estas guerras.
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Dadas las recientes atrocidades en Israel y Gaza, las acciones terroristas de Hamás y la sostenida réplica del Estado de Israel, la guerra y la escalada de violencia han estado en la mente y el corazón de muchos en todo el mundo. Esta última guerra se suma a la de Ucrania, de casi dos años de duración, tras la invasión rusa en febrero de 2022, y a las decenas de otros conflictos en todo el planeta, incluidas las guerras civiles en curso en Yemen, Libia, Myanmar, Siria y la República Centroafricana, entre otras formas de violencia e inestabilidad.
En su carta encíclica Fratelli tutti de 2020, el papa Francisco reconoció que “se están creando nuevamente las condiciones para la proliferación de guerras” (FT 257) y describió el estallido de la violencia de los estados y del terrorismo en todo el planeta como el reflejo de una nueva e inquietante realidad: “En nuestro mundo ya no hay sólo ‘pedazos’ de guerra en un país o en otro, sino que se vive una ‘guerra mundial a pedazos’, porque los destinos de los países están fuertemente conectados entre ellos en el escenario mundial” (FT 259).
Es fácil sentirse abatido por la magnitud de la violencia y la aguda desesperanza que aflora cuando la escala de destrucción, brutalidad e injusticia sale a la superficie. En Fratelli tutti, el Papa se refirió a esta sensación de apatía e ignorancia voluntaria que surge ante tal violencia global. “En el mundo actual los sentimientos de pertenencia a una misma humanidad se debilitan, y el sueño de construir juntos la justicia y la paz parece una utopía de otras épocas. Vemos cómo impera una indiferencia cómoda, fría y globalizada, hija de una profunda desilusión que se esconde detrás del engaño de una ilusión: creer que podemos ser todopoderosos y olvidar que estamos todos en la misma barca” (FT 30).
Entonces, ¿a qué o a quién podemos recurrir para reflexionar sobre lo que está ocurriendo en Israel y Gaza, Ucrania y África central, el Sudeste Asiático y otros lugares? Cuando nos vemos abrumados por la magnitud de la violencia mundial, se sugiere volver a un ensayo del monje trapense y escritor Thomas Merton. “La raíz de la guerra es el miedo” aparece en el libro de Merton de 1961 New Seeds of Contemplation (Nuevas semillas de contemplación) y también se publicó una versión ligeramente ampliada en The Catholic Worker en octubre del mismo año.
Aunque Merton era muy conocido por sus críticas a la guerra y la violencia, especialmente en los años sesenta durante la guerra de Vietnam, la Guerra Fría y la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos -escribía a menudo sobre las dimensiones sistémicas y globales del conflicto-, el ensayo “La raíz de la guerra es el miedo” redirige brillante (e inquietantemente) el foco crítico hacia el interior y nos invita a todos a un profundo examen de conciencia. Merton escribe en el ensayo:
“En la raíz de toda guerra está el miedo: no tanto el miedo que los hombres se tienen mutuamente, sino el miedo que le tienen a todo. No es meramente que no confíen el uno en el otro: no se fían ni de sí mismos. Lo peligroso no es solo el odio que sentimos hacia otros, sino también, y sobre todo, el que sentimos hacia nosotros mismos: particularmente el odio a nosotros mismos que es demasiado profundo y demasiado poderoso para afrontarlo conscientemente, pues nos hace ver nuestro propio mal en los demás y nos incapacita para verlo en nosotros mismos”.
Algunos pueden encontrar desconcertante el desafío inicial de Merton al autoexamen moral cuando pocos de nosotros somos directamente responsables del tipo de violencia y derramamiento de sangre que vemos hoy en todo el mundo. Pero Merton quiere que miremos más allá de las descripciones superficiales y las noticias de última hora, que nos hagamos la pregunta difícil: ¿Por qué existe este tipo de violencia y qué papel hemos tenido en ello?
Merton tiene cuidado en sus escritos de no ofrecer falsas equivalencias: no cree que todas las personas tengan el mismo grado de responsabilidad en la violencia de este mundo. Pero sí cree que todos estamos implicados de alguna manera, debido a nuestra interconexión y a las obligaciones éticas que tenemos unos con otros. En este sentido, Merton estaría de acuerdo con su amigo e interlocutor, el rabino Abraham Joshua Heschel, que escribió en su clásico libro de 1962 The Prophets: “Por encima de todo, los profetas nos recuerdan el estado moral de un pueblo: Pocos son culpables, pero todos son responsables”.
Si tomamos esto como una verdad fundamental de la condición humana, entonces todos necesitamos una mayor introspección. Las decisiones que conducen a la violencia tienen un origen similar, aunque desigual, en el corazón de las personas que se encuentran en posición de llevar a cabo la destrucción a diversas escalas. Para algunos, es la violencia verbal, psicológica, emocional, física o sexual perpetrada contra un individuo o un pequeño grupo. Para otros, como los funcionarios estatales y las organizaciones terroristas, se ejerce de formas impensablemente amplias.
Merton escribe: “Perdemos la cabeza con nuestra preocupación y al final no nos queda otra salida que la violencia. Tenemos que destruir algo o a alguien. Para entonces nos hemos creado un enemigo adecuado, un chivo expiatorio en el que hemos depositado todo el mal del mundo. Él es la causa de todos los males. Es el fomentador de todos los conflictos. Si tan sólo se le pudiera destruir, cesaría el conflicto, se acabaría con el mal, no habría más guerra”.
Muchas veces, al enseñar los escritos y pensamientos de Merton sobre la no violencia y la construcción de la paz, he visto que los alumnos se resisten a la afirmación que hace de que todos somos responsables de alguna manera de la perpetuación de las múltiples formas de violencia en este mundo. Estamos desesperados, como él señala, por identificar al “otro” fuera de nosotros, una especie de monstruo que no se parece a nosotros y que, por tanto, es la causa “real” de la violencia, de modo que podamos tranquilizarnos con nuestra propia falsa inocencia y absolvernos de las pequeñas y grandes formas de violencia en nuestras propias vidas.
Es esta forma de pensar, ciertamente moldeada por los efectos del pecado original que todos experimentamos, la que nos impide buscar la paz verdadera, que es la paz que el mundo no puede dar, como nos enseñó Jesús (Juan 14:27). Como dice Merton: “La paz que el mundo parece desear no es realmente en ningún modo la paz”. Pero en un momento en que la solidaridad y la oración son necesarias, pero en sí mismas no son suficientes, me parece instructiva la exhortación de Merton a la comunidad cristiana. Como individuo, quizá no podamos lograr un cambio sustancial en Tierra Santa, en Europa del Este o en África Central, pero podemos trabajar para moderar en mi vida y en mi pensamiento la forma en que contribuyo a la violencia en este mundo.
He descubierto que el párrafo final del ensayo de Merton sirve como un buen recordatorio del trabajo espiritual personal que necesito hacer en un momento como este para prepararme para una mayor claridad de visión e interpretación con respecto a la violencia global:
“Así, pues, en vez de amar lo que crees ser la paz, ama al prójimo y ama a Dios sobre todo. Y en vez de odiar a los hombres que tienes por promotores de guerras, odia los apetitos y el desorden de tu propia alma, que son las causas de la guerra. Si amas la paz, odia la injusticia, odia la tiranía, odia la avaricia, pero odia estas cosas en ti mismo, no en los demás”.
Si todos dedicamos atención y acción a eso, tal vez podamos pasar de lo individual a lo colectivo. Y entonces tal vez la familia humana sería más capaz de abrazar lo que el papa Francisco dice en Fratelli tutti: “Ya no podemos pensar en la guerra como solución, debido a que los riesgos probablemente siempre serán superiores a la hipotética utilidad que se le atribuya. Ante esta realidad, hoy es muy difícil sostener los criterios racionales madurados en otros siglos para hablar de una posible ‘guerra justa’. ¡Nunca más la guerra!” (FT 258).
La constante insistencia del papa Francisco por la paz justa
Tanto en catequesis, ángelus, mensajes o encuentros, Francisco no desaprovecha la oportunidad para pedir un alto al fuego de los conflictos más críticos -como lo que ocurre en Gaza e Israel- y mirar a futuro para crear las condiciones de una paz justa, con una transformación individual y colectiva. El 8 de noviembre, al final de su catequesis dirigió su mirada preocupada, angustiada hacia los pueblos que están viviendo una guerra. La guerra es siempre una derrota. Pidió que el Señor nos traiga una paz justa:
“Pensemos y recemos por los pueblos que sufren la guerra. No olvidemos a la atormentada Ucrania y pensemos en los pueblos palestino e israelí: que el Señor nos traiga una paz justa. Hay tanto sufrimiento: sufren los niños, sufren los enfermos, sufren los ancianos y mueren tantos jóvenes. La guerra es siempre una derrota: no lo olvidemos. Siempre es una derrota”.
Al día siguiente, en una audiencia a los participantes en la Consulta de la Orden Ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén dedicó una reflexión a Tierra Santa, desgarrada por la violencia y por un conflicto que ya ha causado miles de muertos: “Asistimos con tristeza a una tragedia que tiene lugar precisamente en los lugares donde vivió el Señor, donde nos enseñó con su humanidad a amar, a perdonar y a hacer el bien a todos. Y en cambio los vemos desgarrados por un tremendo sufrimiento que afecta sobre todo a tantos inocentes, a tantos inocentes muertos”.
En el Ángelus del 12 de noviembre, llamó a no olvidar la guerra en Sudán y a favorecer el acceso a la ayuda humanitaria. Luego, dirigió su preocupación al conflicto en Gaza: “Estoy cerca de todos los que sufren, palestinos e israelíes. Los abrazo en este momento oscuro. Y rezo mucho por ellos. ¡Que las armas se detengan, no traerán nunca la paz, y el conflicto no se amplíe! ¡Basta! ¡Basta hermanos! ¡Basta!”. También se refirió a las condiciones de vida:
“Que en Gaza, se ayude de inmediato a los heridos, se proteja a los civiles y se entregue mucha más ayuda humanitaria a esa población exhausta. Los rehenes, entre los que se encuentran numerosos ancianos y niños, deben ser liberados. Todo ser humano, ya sea cristiano, judío, musulmán, de cualquier pueblo y religión, todo ser humano es sagrado, precioso a los ojos de Dios y tiene derecho a vivir en paz. No perdamos la esperanza: oremos y trabajemos incansablemente para que el sentido de humanidad prevalezca sobre la dureza de los corazones”.
Y en estos últimos días, nuevamente en el Ángelus del 19 de noviembre, recordó a Myanmar, cuya población “sigue sufriendo violencia y abusos”. Desde hace semanas se suceden violentos combates en el norte del país entre soldados de la junta militar, que tomó el poder en un golpe de Estado en 2021, y grupos rebeldes armados. También condenó a aquellos que se enriquecen con el uso de las armas: “La paz es posible. Hace falta buena voluntad. La paz es posible. No nos resignemos a la guerra. Y no olvidemos que la guerra siempre, siempre es una derrota: sólo ganan los fabricantes de armas“.
Y finalmente, el 22 de noviembre se reunió en encuentros separados con familias de prisioneros. “Esta mañana recibí a dos delegaciones, una de israelíes que tienen familiares como rehenes en Gaza y otra de palestinos que tienen familiares prisioneros en Israel”, señaló el pontífice tras los encuentros, en la Audiencia General de los miércoles en la Plaza San Pedro. “Ellos sufren mucho: las guerras hacen esto, pero aquí hemos ido más allá de las guerras, esto no es hacer la guerra, esto es terrorismo”, indicó y agregó: “Recen por la paz, recen mucho por la paz. Que el Señor ponga allí su mano y ayude a resolver los problemas y a no a seguir adelante con las pasiones que al final matan a todos. Rezamos por el pueblo palestino y por el pueblo israelí”.
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Fuentes
National Catholic Reporter / Vatican News / Videos: Rome Reports – Vatican Media / Foto: AFP