Cinco desafíos activos 60 años después: “Paz en la Tierra”
11:00 p.m. | 18 abr 23 (VTN/RVN).- En abril de 1963, Juan XXIII publicó su encíclica Pacem in Terris, un texto “sobre la paz entre todos los pueblos que ha de fundarse en la verdad, la justicia, el amor y la libertad” en un tiempo marcado por la Guerra Fría. 60 años después la polarización mundial y las sombras de guerra no se han disuadido. La revista Vida Nueva repasa cinco desafíos de un mensaje que, según Andrea Tornielli, es casi tan “actual” como “ignorado”. Para el director editorial de las comunicaciones vaticanas el texto “conserva una fuerte carga de actualidad en este mundo de la guerra a pedazos que no logra desarmar el corazón”.
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Encíclica actual e ignorada
“Crece entre los seres humanos la convicción de que las controversias entre los pueblos no pueden resolverse recurriendo a las armas, sino mediante la negociación”. Hace sesenta años, el santo papa Juan XXIII, ya a las puertas de la muerte, entregó al mundo su encíclica sobre la paz, que formaba parte de los primeros pasos hacia el desarme y la distensión. La doctrina de la “guerra justa” llegaba a su fin y, con gran realismo, el Pontífice advertía de los riesgos de nuevos y poderosos armamentos nucleares. Sesenta años después, ese texto sigue siendo aun actual y, por desgracia, ignorado.
La persuasión sobre los efectos devastadores de una posible guerra atómica no parece hoy tan presente como en aquel abril de 1963: el mundo está desgarrado por decenas de conflictos olvidados, y una terrible guerra, que comenzó con la agresión de Rusia a Ucrania, está en curso en el corazón de la Europa cristiana. La cultura de la no violencia lucha por hacerse un espacio, mientras que incluso las palabras “tratativas” y “negociar” parecen blasfemas para muchos. Incluso el fortalecimiento de una autoridad política mundial capaz de fomentar la resolución pacífica de las disputas internacionales ha dado paso al escepticismo. La diplomacia parece apagada, la guerra y la loca carrera a los armamentos se consideran inevitables.
Y, sin embargo, a pesar de este sombrío panorama, los principios enumerados por el Papa Roncalli en Pacem in Terris no sólo siguen interpelando a las conciencias, sino que son puestos en práctica a diario por quienes no se rinden ante la inevitabilidad del odio, la violencia, la prevaricación y la guerra. Lo atestiguan los “artesanos de la paz” que hoy llevan a cabo sus misiones en Ucrania y en tantas otras partes del mundo, a menudo poniendo en peligro sus vidas. Lo testimonian todos aquellos que se toman en serio las palabras que el papa Francisco pronunció en la nunciatura de Kinshasa al encontrarse con las víctimas de una violencia indecible: “Para decir verdaderamente ‘no’ a la violencia no basta con evitar los actos violentos; es necesario arrancar de raíz la violencia: pienso en la codicia, en la envidia y, sobre todo, en el rencor”. Hay que tener “el valor de desarmar el corazón”.
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Desafíos que perduran hasta nuestros días
Unos derechos humanos
Puestos a desarrollar, en primer término, el tema de los derechos del hombre, observamos que éste tiene un derecho a la existencia, a la integridad corporal, a los medios necesarios para un decoroso nivel de vida, cuales son, principalmente, el alimento, el vestido, la vivienda, el descanso, la asistencia médica y, finalmente, los servicios indispensables que a cada uno deber prestar el Estado. De lo cual se sigue que el hombre posee también el derecho a la seguridad personal en caso de enfermedad, invalidez, viudedad, vejez, paro y, por último, cualquier otra eventualidad que le prive, sin culpa suya, de los medios necesarios para su sustento.
A la persona humana corresponde también la defensa legítima de sus propios derechos: defensa eficaz, igual para todos y regida por las normas objetivas de la justicia, como advierte nuestro predecesor, de feliz memoria, Pío XII con estas palabras: “del ordenamiento jurídico querido por Dios deriva el inalienable derecho del hombre a la seguridad jurídica y, con ello, a una esfera concreta de derecho, protegida contra todo ataque arbitrario”.
Frente a la carrera armamentística
La justicia, la recta razón y el sentido de la dignidad humana exigen urgentemente que cese ya la carrera de armamentos; que, de un lado y de otro, las naciones que los poseen los reduzcan simultáneamente; que se prohíban las armas atómicas; que, por último, todos los pueblos, en virtud de un acuerdo, lleguen a un desarme simultáneo, controlado por mutuas y eficaces garantías. “No se debe permitir -advertía nuestro predecesor, de feliz memoria, Pío XII- que la tragedia de una guerra mundial, con sus ruinas económicas y sociales y sus aberraciones y perturbaciones morales, caiga por tercera vez sobre la humanidad”.
Una subsidiariedad mundial
Además, así como en cada Estado es preciso que las relaciones que median entre la autoridad pública y los ciudadanos, las familias y los grupos intermedios, se regulen y gobiernen por el principio de la acción subsidiaria, es justo que las relaciones entre la autoridad pública mundial y las autoridades públicas de cada nación se regulen y rijan por el mismo principio. Esto significa que la misión propia de esta autoridad mundial es examinar y resolver los problemas relacionados con el bien común universal en el orden económico, social, político o cultural, ya que estos problemas, por su extrema gravedad, amplitud extraordinaria y urgencia inmediata, presentan dificultades superiores a las que pueden resolver satisfactoriamente los gobernantes de cada nación.
El bien común universal
El bien común universal requiere que en cada nación se fomente toda clase de intercambios entre los ciudadanos y los grupos intermedios. Porque, existiendo en muchas partes del mundo grupos étnicos más o menos diferentes, hay que evitar que se impida la comunicación mutua entre las personas que pertenecen a unas u otras razas; lo cual está en abierta oposición con el carácter de nuestra época, que ha borrado, o casi borrado, las distancias internacionales. No ha de olvidarse tampoco que los hombres de cualquier raza poseen, además de los caracteres propios que los distinguen de los demás, otros e importantísimos que les son comunes con todos los hombres, caracteres que pueden mutuamente desarrollarse y perfeccionarse, sobre todo en lo que concierne a los valores del espíritu. Tienen, por tanto, el deber y el derecho de convivir con cuantos están socialmente unidos a ellos.
La verdad por principio
Hay que establecer como primer principio que las relaciones internacionales deben regirse por la verdad. Ahora bien, la verdad exige que en estas relaciones se evite toda discriminación racial y que, por consiguiente, se reconozca como principio sagrado e inmutable que todas las comunidades políticas son iguales en dignidad natural. De donde se sigue que cada una de ellas tiene derecho a la existencia, al propio desarrollo, a los medios necesarios para este desarrollo y a ser, finalmente, la primera responsable en procurar y alcanzar todo lo anterior; de igual manera, cada nación tiene también el derecho a la buena fama y a que se le rindan los debidos honores.
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Fuentes
Vatican News / Revista Vida Nueva / Videos: UCatólica Chile – Vatican News / Foto: America Magazine