Aranceles y guerra comercial, ¿qué dice la enseñanza católica?

2:00 p.m. | 13 mar 25 (AM/BBC).- La administración Trump ha puesto los aranceles en el centro del debate internacional, generando interrogantes sobre su impacto en las relaciones comerciales globales. America Magazine entrevistó al jesuita Stephen Pitts, experto en Economía Aplicada, quien analiza si estas políticas arancelarias coinciden con los principios de la enseñanza social católica. La Iglesia, a través de documentos como Populorum Progressio y Caritas in Veritate, ofrece una perspectiva sobre el uso de aranceles y su impacto en países en desarrollo y las poblaciones.

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La administración de Donald Trump ha implementado aranceles principalmente sobre productos importados de China como parte de su estrategia para proteger la industria nacional, reducir el déficit comercial y obtener mejores condiciones en las negociaciones comerciales. Estos aranceles afectan productos como tecnología, acero y electrónicos, y también fueron extendidos a otros países como México, Canadá y la Unión Europea bajo la política “America First”. Además, Trump utiliza los aranceles como una herramienta de presión, buscando forzar acuerdos más favorables para EE.UU. en diversas áreas comerciales.

Esta estrategia ha generado temores por el alcance que puede tener una guerra comercial, ya que los países afectados ya están respondiendo con sus propios aranceles, lo que podría escalar en un ciclo de medidas proteccionistas. Los efectos de una guerra comercial podrían ser graves, impactando el comercio global, aumentando los precios, reduciendo el crecimiento económico y alterando las cadenas de suministro internacionales. En 2018, EE.UU. impuso aranceles al acero y aluminio por razones de seguridad nacional, mientras que esta vez, las tarifas han sido justificadas por preocupaciones sobre la migración y el tráfico de drogas (fentanilo).

VIDEO. Trump impone aranceles al acero y aluminio (anuncio en febrero)

 

En este contexto, el jesuita Stephen Pitts, experto en Economía Aplicada, fue entrevistado por America Magazine y reflexiona sobre cómo estas políticas arancelarias se alinean o entran en conflicto con los principios de la doctrina social católica. Antes de la entrevista, compartimos la más reciente información al respecto, que sirve de contexto, pero tener en consideración que el presidente Trump ha sorprendido con respuestas de un día para otro, con lo que tan solo es una foto de la semana:


Contexto informativo hasta el 13 de marzo del 2025

Donald Trump dice que es su palabra favorita y, desde que regresó a la Casa Blanca, apenas se habla de otra cosa. Los aranceles, esos impuestos aduaneros que con la liberalización del comercio internacional fueron progresivamente bajando desde la Segunda Guerra Mundial, han regresado con fuerza de la mano del presidente de Estados Unidos. Trump asegura que son necesarios para proteger a la industria de su país, pero también los utiliza como arma negociadora para retorcer el brazo de sus rivales, muchos de ellos países que hasta su llegada a la presidencia eran considerados aliados y socios comerciales de EE.UU.

Sea como fuere, la guerra comercial ya está aquí, con consecuencias que empiezan a sentirse en las bolsas, el comercio internacional y, según los expertos, en breve también empezarán a percibirse en los bolsillos de los consumidores de muchos lugares del mundo, también Estados Unidos.

Hasta ahora, además, Trump ha sido bastante errático en sus anuncios, imponiendo un día un 25% de aranceles generales a los productos de México y Canadá, por ejemplo, para retrasarlos luego durante un mes, volver a imponerlos y anunciar su suspensión de nuevo. En ocasiones, el arancel que se anuncia por la mañana se cancela por la tarde, o el envite se duplica al día siguiente, generando una incertidumbre que ha espantado a muchos inversores de las bolsas mundiales, provocando fuertes caídas.

VIDEO. Unión Europea reponde a los aranceles de Trump


VIDEO. Trump contraataca tras la respuesta de la Unión Europea

 

Además de aranceles a países concretos, como China, México o Canadá, desde este 12 de marzo Estados Unidos impone un impuesto del 25% a todas las importaciones de acero y aluminio. El país es el mayor importador mundial de estos metales, y Canadá, Brasil y México son sus principales proveedores. El presidente también ha anunciado que a partir del 2 de abril impondrá “aranceles recíprocos” a muchos países, aunque sin detallar la cuantía ni los destinatarios.

Los aranceles son una parte central de los planes económicos de Trump. Según él, los aranceles impulsarán la manufactura estadounidense y protegerán el empleo, además de aumentar los ingresos fiscales y hacer crecer la economía. Además, Donald Trump ha sustituido la diplomacia por la amenaza arancelaria, blandiendo estos impuestos como arma para conseguir que otros países se plieguen a su voluntad.

La reciprocidad ha sido la principal respuesta a la imposición de aranceles. Donde Trump ha impuesto aranceles se ha encontrado con una respuesta proporcional por parte de los países afectados. Este miércoles, por ejemplo, la Unión Europea anunciaba medidas de represalia por valor de más de US$28.000 millones en respuesta a los impuestos a la importación de acero y aluminio. Estos aranceles gravarán productos estadounidenses como el bourbon, las motocicletas Harley Davidson o los jeans Levi’s (a lo que por supuesto Trump ya respondió también).

Los expertos advierten de que la imposición de aranceles agresivos amenaza con una guerra comercial de gran escala que podría afectar a la economía mundial, más allá de las consecuencias en los países involucrados, entre ellos Estados Unidos. Los analistas aseguran se podría estar encaminando hacia la recesión económica, y los miedos a este decrecimiento han espantado a los inversores.

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Entrevista al P. Stephen Pitts SJ.

El presidente Donald Trump ha dicho que planea “aprovechar al máximo la posición económica de Estados Unidos” a través de los aranceles, que describe como una “fuente probada de influencia para proteger el interés nacional”. ¿Sus políticas arancelarias fortalecerán realmente la economía estadounidense?

Para tratar de atribuir una interpretación positiva a la motivación de Trump, creo que está tratando de responder a las preocupaciones de su base, que está sufriendo los efectos a largo plazo de dos acontecimientos importantes: la aprobación del TLCAN (en inglés North American Free Trade Agreement o NAFTA) y la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio.

Estados Unidos, México y Canadá firmaron el Tratado de Libre Comercio de América del Norte en 1994. En el momento de su aprobación, contaba con el apoyo bipartidista y el respaldo de la mayoría de los economistas. Desde entonces, muchos economistas han admitido que subestimaron los posibles efectos negativos del TLCAN, sobre todo para los trabajadores sin estudios universitarios.

China entró en la Organización Mundial del Comercio en 2001. Los economistas también han planteado que la competencia de China en determinadas industrias, lo que denominan el “China trade shock”, provocó la pérdida de medio millón de puestos de trabajo estadounidenses en la década siguiente. Estas industrias de Estados Unidos aún no se han recuperado.

Así pues, debido a la competencia de China y México, la producción nacional se ha resentido en EE.UU. durante las dos últimas décadas. Los aranceles suelen utilizarse para fortalecer la producción nacional ayudándola a competir con productos más baratos procedentes del extranjero. Creo que la estrategia de Trump es, mediante el uso de aranceles, intentar que parte de esta fabricación regrese a EE.UU. y crear así puestos de trabajo para estas personas que han perdido oportunidades económicas ayudando a que la fabricación estadounidense sea más competitiva.

Hay dos objeciones potenciales a este argumento.

En primer lugar, una de las afirmaciones de la administración Trump es que de alguna manera estos aranceles van a detener la inflación, y también van a bajar los precios. Lo que muchos economistas dirían es que si un arancel es solo un impuesto y los impuestos tienden a subir los precios a corto plazo, entonces usar aranceles de esta manera solo va a subir los precios de los bienes en un periodo en el que ya hemos experimentado mucha inflación como resultado de la pandemia.

En segundo lugar, los aranceles tienen el potencial de elevar los precios porque es más caro fabricar bienes en EE.UU. que en el extranjero. Para ver por qué, tomemos el ejemplo de un automóvil. Desde el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, la fabricación de automóviles está muy integrada entre Estados Unidos, Canadá y México. Las piezas de un automóvil cruzan la frontera más de una docena de veces antes del montaje final del vehículo. Los aranceles podrían aumentar sustancialmente el coste de un automóvil, no sólo en el producto acabado, sino en cada una de sus piezas. Además, gran parte de la fabricación de automóviles se realiza en México debido a los costes de mano de obra más baratos, por lo que si los aranceles desplazaran la fabricación de automóviles a Estados Unidos, los fabricantes de automóviles trasladarían estos costes de mano de obra más altos también a los consumidores.

¿Son los aranceles moralmente justificables desde el punto de vista de la doctrina social católica?

Desde el punto de vista de la doctrina social católica, es difícil ver cómo la manipulación e imposición de aranceles al mundo en desarrollo respeta la dignidad humana. Dos encíclicas concretas tratan directamente de los aranceles. En primer lugar, tras la descolonización de los años sesenta, la Populorum Progressio del Papa Pablo VI subraya la importancia de unas relaciones comerciales justas (nº 58-61). Para los países desiguales, la lógica de mercado del comercio justo no es suficiente. Al igual que la enseñanza católica apoya los salarios mínimos como forma de garantizar que los trabajadores reciban un salario suficiente para respetar su dignidad, también promueve los precios justos en las relaciones comerciales para garantizar que los países reciban ingresos suficientes para respetar su dignidad.

En 2009, Caritas in Veritate del papa Benedicto XVI fue más allá. Al principio, menciona los elevados aranceles de los países ricos como un problema que obstaculiza el desarrollo económico de los países pobres. Más adelante, invoca el principio de subsidiariedad para hablar de las formas más eficaces de ayuda internacional. Lo ideal sería ayudar al mundo en desarrollo de forma que se desarrollen sus economías locales. Dar a esos países acceso para sus bienes y servicios a los mercados del mundo en desarrollo es una buena forma de hacerlo.

En mi tesis doctoral he estudiado un ejemplo de este tipo de desarrollo: una cooperativa cafetera del sur de México patrocinada por la provincia mexicana de los jesuitas. Podemos aplicar el análisis anterior al caso concreto de un caficultor mexicano. Una forma de ayudarle sería comprarle su café verde a un precio superior al del mercado. Eso es lo que hacen muchas opciones de comercio justo. Los jesuitas han ido un paso más allá: Han construido unas instalaciones para que los productores puedan tostar y comercializar su café directamente en las zonas rurales de México. Este método elimina a los intermediarios. A corto plazo, ambas opciones podrían proporcionar el mismo beneficio económico al agricultor, pero a largo plazo, el segundo método es mejor según la enseñanza católica porque capacita a la comunidad.

Es difícil ver cómo la imposición de aranceles al mundo en desarrollo respeta la dignidad humana, porque lo que estos países necesitan es acceso al mercado mundial, especialmente los países que nos envían muchos migrantes. La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, ha sido muy elocuente en algunas de las respuestas a la amenaza de imponer aranceles a México. Una de las cosas que ha dicho es: “Si incluso un pequeño porcentaje de lo que Estados Unidos destina a la guerra se dedicara en cambio a construir la paz y fomentar el desarrollo, se abordarían las causas subyacentes de la movilidad humana”.

La administración Trump enmarcó sus políticas arancelarias en poner “America first”. ¿Cómo se alinea o entra en conflicto esto con el énfasis de la doctrina social católica en el bien común global?

Creo que los defensores del bien común global dirían, en primer lugar, que EE.UU. ha estado involucrado en México y en la historia de América Central y del Sur durante más de cien años. Así que no es como si los migrantes surgieran de la nada. Nuestro ejército y nuestra economía son responsables de muchas de las condiciones que hacen que la gente sienta que no tiene forma de ganarse la vida, lo que hace que la gente sienta que tiene que emigrar. Por tanto, tenemos la obligación moral de ser parte de la solución, y debemos buscar una solución que sea mejor para esos países para que la gente pueda ganarse la vida en ellos. Y entonces nosotros también estaremos mejor.

En muchas partes de Estados Unidos, las ciudades tienen la sensación de que sus infraestructuras se ven muy afectadas por tener que acoger a tantos inmigrantes. Y eso por no hablar de todo el sufrimiento que se produce en el trayecto. Como sacerdote hispanohablante en los últimos siete años, no puedo contar el número de historias que la gente me ha contado sobre las cosas que pasan si atraviesan Centroamérica, si atraviesan México. Mejorar el bien común significa encontrar la solución política que mejore el bienestar en el origen, el bienestar en el desplazamiento y el bienestar en el destino. Y ese tipo de soluciones existen. Sólo tenemos que ser más creativos.

Los aranceles de Trump se diseñaron para proteger las fronteras y las industrias estadounidenses, en particular el acero y la manufactura. ¿Se inclina la doctrina social católica por apoyar medidas proteccionistas o favorece un mercado global más libre?

Su pregunta sobre aranceles y proteccionismo es como una pregunta más amplia: ¿Cómo queremos diseñar el mercado? No es algo fácil de hacer. La doctrina de la Iglesia tampoco dirá la sugerencia exacta de política pública, pero siempre te da una pauta adecuada para sostener una conversación. Una de las cosas buenas de la enseñanza católica es que en gran parte utiliza la razón natural, por lo que podemos dialogar con personas de buena voluntad. En este diálogo natural, podríamos observar un conflicto en torno a las medidas proteccionistas que surge cuando nos damos cuenta de que muchas políticas insulares, de “America First”, sencillamente no funcionan para mejorar los precios o el bienestar general.

Por otro lado, y esto es lo que escribí en mi tesis, se plantea la cuestión de qué criterios estamos utilizando para evaluar lo que parece un mercado más justo. No se trata sólo de más dinero para todos. Tenemos que considerar medidas más amplias como la educación, el empoderamiento, etc. Las Naciones Unidas, por ejemplo, han propuesto 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, que son un “llamamiento urgente a la acción de todos los países -desarrollados y en desarrollo- en una alianza mundial”.

En este sentido, creo que la doctrina social católica puede incidir en los resultados que medimos, y entonces podemos pensar en un sistema de aranceles, menos aranceles, más aranceles, más libre comercio, menos libre comercio, y podemos evaluar diferentes escenarios como nación o quizá como comunidad global y decir qué conduce a los resultados deseados.

¿Qué puede hacer el ciudadano de a pie que no es economista ni político para apoyar los principios de la doctrina social católica en medio de esta situación?

Todos somos agentes morales porque participamos en el mercado. Creo que puedes empezar por fijarte en tus preferencias, incluida la forma en que gastas tu dinero. Volviendo al ejemplo del café, puedes averiguar dónde lo adquiere tu empresa, dónde lo adquiere tu escuela y reconocer que tienes voz en los acuerdos de compra institucionales. Una de las cosas que más me gusta de utilizar una tarjeta de crédito es que, una vez al mes, puedo hacer una especie de examen ignaciano de adónde va mi dinero. En general, tiendo a apoyar la compra local y consumir menos.

Algunos de mis amigos están descontentos con la política federal, lo que les ha inspirado a implicarse más en la política local, porque el consejo escolar o la comisión de parques de tu localidad son probablemente mucho más apartidistas, y porque todos sois vecinos y no hay tanto en juego. Lo mismo puede decirse del desarrollo económico de la comunidad local. Si toda la conversación sobre los aranceles surgió porque hay una gran parte de la población estadounidense que sufre la falta de oportunidades, quizá haya alguna pequeña cosa que puedas hacer en tu comunidad, como contratar a un veterano o apoyar a algún negocio local. Puedes contribuir a contrarrestar estas tendencias nacionales para que la gente no se sienta tan amenazada por las importaciones extranjeras.

VIDEO. Aranceles a los metales de Trump: Brasil, el latinoamericano más afectado

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Fuentes

America Magazine / BBC.com / Videos: DW Español – RTVE Noticias – El Heraldo (MX) – France 24 Español / Imagen: AFP – El Comercio

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