¿Qué balance deja el “juicio del siglo” del Vaticano?
6:00 p.m. | 14 feb 24 (RNS/LN).- El megajuicio del Vaticano concluyó después de más de dos años y casi un centenar de audiencias. El cardenal Angelo Becciu, quien llegó a ser la tercera persona con más poder en el Vaticano, fue declarado culpable de manejos turbios de fondos reservados para una fallida y millonaria inversión inmobiliaria. Es el primer cardenal condenado por un tribunal civil del Vaticano. Reunimos una breve reseña del juicio -en el que además se imputaron a una decena de personas- y un balance de este hecho inédito, que inicia por señalar que no se encubrió el proceso como se solía hacer en el pasado.
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Un panel de tres jueces determinó que el cardenal Giovanni Angelo Becciu y otros ocho acusados son culpables de delitos relacionados con una gran inversión inmobiliaria en Londres, pagos a una autodenominada consultora de seguridad y pagos al hermano de Becciu. El sábado 16 de diciembre, quien fue el número 3 de la Santa Sede, fue condenado a cinco años y medio de prisión. Permanecerá en libertad mientras se resuelva la apelación del caso. Todo el proceso es bastante complicado y a continuación se presenta una síntesis de lo ocurrido.
Los tratos de Becciu con su hermano y la asesora de seguridad son las partes más sencillas del caso y deberían haberse juzgado por separado del negocio inmobiliario. La autodenominada consultora de seguridad, Cecilia Marogna, debía ayudar en la liberación de una religiosa secuestrada en Mali. Marogna no tenía experiencia ni credenciales en materia de seguridad, pero Becciu le dio cientos de miles de euros de fondos vaticanos, parte de los cuales gastó en artículos de lujo. Afirmó tener conexiones con los servicios de seguridad italianos, pero éstos negaron sus afirmaciones. Que alguien con una pizca de sentido común la contratara para este trabajo no es creíble. Ella y Becciu fueron declarados culpables por los jueces.
También encendió varias alarmas los cientos de miles de euros pagados al hermano de Becciu y a su “organización benéfica” en Cerdeña. Tras la citación de los registros de la organización benéfica, las autoridades italianas encontraron recibos falsificados de donaciones de alimentos que la organización afirmaba haber realizado.
El negocio inmobiliario era más complejo, con muchos actores implicados. Ese ámbito ofrece una inversión atractiva para quienes tienen mucho dinero. Los beneficios pueden ser enormes cuando se tiene éxito, aunque existen riesgos. Por ejemplo, el valor de los edificios de oficinas ha caído en picado desde que la pandemia abrió la posibilidad de trabajar desde casa. Nadie lo vio venir. Los inversores prudentes pondrían su dinero en valores indexados, pero para el Vaticano el mercado de valores, desde lo moral, es un campo minado por las empresas que fabrican armas, contaminan el medio ambiente, tratan mal a sus empleados y producen productos médicos que la Iglesia considera objetables. La mayoría de los fondos indexados contendrían tales empresas.
Los bonos del Estado tampoco están libres de ambigüedad moral. ¿Se consideraría que la compra de bonos del Tesoro estadounidense supone financiar las intervenciones de Estados Unidos en el extranjero? Los bienes inmuebles, en cambio, se consideran una inversión moralmente neutra.
Por 200 millones de euros, el Vaticano se convirtió en propietario del 45% de un antiguo almacén de Harrods en el barrio londinense de Chelsea, que supuestamente iba a convertirse en apartamentos de lujo. Por diversas razones, la inversión salió mal y el Vaticano quiso retirarse. El problema era que tenía que absorber al otro inversor, Raffaele Mincione, un hombre de negocios anglo-italiano, antes de vender el edificio, y para ello necesitaba más dinero.
La inversión en Londres fue realizada por la Secretaría de Estado vaticana, no por el Banco Vaticano ni por la APSA (Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica). La Secretaría no tenía experiencia real en inversiones inmobiliarias. Posteriormente, en el marco de sus reformas, Francisco prohibió a la Secretaría realizar inversiones.
Para comprar la participación de su socio, la Secretaría de Estado del Vaticano quiso pedir un préstamo de 150 millones de euros al Banco del Vaticano, pero los funcionarios del banco se olieron un lío, se negaron a seguir el juego y denunciaron la propuesta a los fiscales del Vaticano. El banco objetó la implicación de Mincione y Gianluigi Torzi, cuyos nombres aparecían en una base de datos de personas implicadas en irregularidades financieras.
El secretario de Estado vaticano no sólo se encarga de los asuntos exteriores, sino que también es el equivalente del primer ministro. La secretaría de Estado está acostumbrada a salirse con la suya y ni siquiera quiso reconocer el derecho de los responsables financieros del Vaticano a examinar sus libros. Posteriormente, Francisco dejó claro que los funcionarios de finanzas podían mirar los libros de todo el mundo.
En cualquier caso, el rechazo del banco y la denuncia ante la fiscalía vaticana enfurecieron a Becciu. Siguió una riña con acusaciones de escuchas telefónicas, chantaje, contabilidad fraudulenta, manipulación de testigos y abuso de poder. A medida que avanzaba la investigación, todo el mundo se acusaba y negaba su responsabilidad. Al final, la secretaría encontró otro banco que le prestó el dinero necesario para comprar a su socio, pero las cosas empeoraron cuando Torzi se vio involucrado.
El Vaticano le contrató como intermediario para que ayudara en las negociaciones, pero Torzi preparó el acuerdo de forma que, aunque el Vaticano fuera el propietario de la finca, él la controlara. Entonces obligó al Vaticano a pagarle 17 millones de dólares para hacerse con el control y poder vender la propiedad. Fue declarado culpable de estafar al Vaticano, aunque abogados competentes deberían haber detectado los términos y haberse opuesto a ellos antes de firmar el acuerdo. Al final, el Vaticano pagó unos 350 millones de euros por el edificio y sufrió una pérdida de 100 millones cuando finalmente se vendió. Becciu, Mincione, Torzi y Nicola Squillace, un abogado que asesoró a la Secretaría en el acuerdo de Londres, fueron declarados culpables. Otras personas, incluidos funcionarios del Vaticano, también fueron condenadas.
VIDEO. El Vaticano condena a un cardenal a prisión por fraude financiero (clic en “Mirar en Youtube”)
Ahora que las aguas se han calmado, ¿qué debemos pensar sobre dichos escándalos y la respuesta del Vaticano? En primer lugar, la buena noticia es que estos delitos se hicieron públicos y el Vaticano no los encubrió, como solía hacer en el pasado. Quedan algunas preguntas sin respuesta, porque en un caso como éste es difícil saber a quién creer. Esperemos que la decisión escrita de los jueces, que tardará meses en redactarse, responda a algunas de estas preguntas. Como mínimo, deberíamos saber qué pruebas y testimonios consideraron creíbles.
En segundo lugar, se celebró un juicio público dirigido por abogados y jueces experimentados llegados de fuera del Vaticano. En general, el proceso parecía excesivamente largo y complejo, con 85 audiencias que duraron más de dos años. Pero el sistema judicial italiano, que el Vaticano sigue en su mayor parte, es un animal diferente. Los observadores han cuestionado la estrategia y las tácticas del fiscal, Alessandro Diddi, pero no hay indicios de mala conducta por parte del fiscal que hubieran alterado el resultado. Su caso dependía en parte de si se creía a Becciu o a monseñor Alberto Perlasca, el funcionario del Vaticano que obtuvo inmunidad a cambio de testificar contra Becciu. Conseguir que un subordinado delate a su jefe es una táctica habitual de los fiscales.
Las pruebas, los testimonios y las réplicas se presentaron en audiencia pública. Desde ese ámbito, no se ve alguna razón para no aceptar la decisión de los jueces. La condena de Becciu demuestra que nadie, ni siquiera un cardenal, está por encima de la ley en el Vaticano.
En tercer lugar, si el Vaticano quiere jugar en las grandes ligas de la inversión inmobiliaria, necesita asesoramiento jurídico competente de un gran bufete especializado en el sector. No se consigue asesoramiento experto a bajo precio. No se trata con personas que figuran en una base de datos de individuos implicados en malas prácticas financieras. Que el Vaticano hiciera negocios con personas como Mincione, Torzi y Squillace es un escándalo de proporciones épicas.
Como mínimo, el Vaticano necesita un abogado interno que no se fíe de nadie y que sepa cuándo recurrir a expertos externos para revisar las inversiones y los contratos. Los clérigos pueden ser incompetentes y demasiado confiados. También pueden ser corruptos. Como mínimo, todas las oficinas del Vaticano deberían someterse a una auditoría anual por parte de una empresa externa y los resultados deberían hacerse públicos.
Por último, está la cuestión del papel del Papa y del secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin, en el escándalo. Ninguno de los dos declaró ante el tribunal, aunque se presentaron pruebas escritas. No creo que se pueda culpar a ninguno de los dos de las decisiones en materia de inversión. Ambos son hombres con muchas ocupaciones que esperarían que sus subordinados se ocuparan de los detalles de tales inversiones.
También se ha acusado al Papa de interferir en el proceso judicial y de cambiar la ley para favorecer a la fiscalía. El abogado canónico Ed Condon, del portal web católico conservador The Pillar, que ha seguido de cerca el escándalo, ha examinado estas acusaciones y las ha encontrado infundadas. Señala que los jueces rechazaron todos los recursos procesales presentados por los acusados ante el tribunal. “La ‘injerencia’ del Papa en el caso”, según Condon, “se resumió en autorizar que una investigación sobre un alto departamento del gobierno se mantenga en secreto para los investigados, conceder una orden para las escuchas telefónicas y levantar el secreto de Estado para permitir que la investigación continúe”.
“Es difícil ver”, concluye, “cómo cualquiera de estas acciones pudo negar el debido proceso a los eventuales acusados, o constituye un cambio de la ley vaticana para fortalecer un caso de acusación débil, como se ha afirmado repetidamente”.
Por otra parte, el Papa y Parolin tienen parte de culpa por Becciu, que aunque fue nombrado por sus predecesores, fue mantenido por ellos y nombrado cardenal. Nunca debería haber llegado tan alto en el Vaticano ni haber sido nombrado cardenal.
VIDEO. Lo que ha desvelado el juicio al cardenal Becciu
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Fuentes
Religion News Service / La Nación / Videos: AFP Español – Rome Reports / Foto: Reuters – Vatican Media