Cristo sigue siendo crucificado en el mundo actual
11:00 a.m. | 6 abr 23 (RNS/RD).- La Semana Santa es un tiempo para recordar que el sufrimiento que vivió Jesús se sigue repitiendo en nuestros días, en todo el mundo. Con esa mirada, compartimos dos reflexiones, una primera nos muestra la diferencia entre sentir el sacrificio de Jesús como pago por nuestros pecados, comparado con verlo como consecuencia de un compromiso con la misión del Padre. Una segunda, observa cómo la condena a muerte del Nazareno fue consecuencia de su acción, del conflicto entre él y su entorno, y que incluso derivó en un desacuerdo entre los primeros cristianos que Pablo resume así: o Cristo o la tradición de la ley.
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Durante la Semana Santa, estamos llamados a mantener la mirada en Jesús mientras sigue el camino que le lleva al Gólgota y a la muerte en la cruz. En los años cincuenta, los predicadores solían insistir en que Cristo moría por nuestros pecados. Nuestros pecados -cualquier pecado- eran tan ofensivos que hacía falta el sufrimiento y la muerte de Jesús para compensar las cuentas, para expiar nuestros pecados. Esta teología conducía a sentimientos de culpa y dolor por nuestras ofensas. Y lo que es más importante, conducía a un gran aprecio y amor por Jesús, que estaba dispuesto a morir por nosotros.
En cambio, una teología más matizada y completa ve el sufrimiento y la muerte de Jesús no como el pago por nuestros pecados, sino como una consecuencia de Su compromiso con la misión que el Padre le encomendó: la misión de predicar el amor y la justicia en el mundo. Jesús murió intentando hacer del mundo un lugar mejor. Demasiadas personas, especialmente líderes religiosos y políticos, rechazaron su mensaje y lo vieron como una amenaza a las posiciones que ocupaban en el mundo. Las autoridades romanas y sus colaboradores judíos se unieron para deshacerse de la amenaza a sus cargos.
Si vemos la vida de Jesús desde esta perspectiva, veremos que la Semana Santa no es sólo una semana al año. Más bien es la vida cotidiana de millones de personas en todo el mundo que sufren porque su conciencia les dice que vivan y trabajen de una manera que las autoridades políticas y religiosas consideran cuestionable. Ellos, como Jesús, sufren y mueren por su compromiso con la justicia, la libertad, la paz y el amor.
Lo vemos en los ataques a los cristianos, a otros creyentes y a los que no tienen fe y son perseguidos por lo que creen o no creen. Cristianos en China e India, musulmanes en India y Myanmar, disidentes religiosos en Irán y Arabia Saudí, y personas de buena conciencia en demasiados países sufren por su fe. Pero no sólo los creyentes sufren por seguir su conciencia y asumir una misión de justicia. Miles de periodistas son acosados, perseguidos, detenidos y asesinados porque alzan su voz profética contra la injusticia, la corrupción y la tiranía. Como Jesús, son atacados por lo que dicen. Se les ataca porque defienden a los pobres y oprimidos frente a gobernantes y sistemas injustos.
La Semana Santa nos recuerda cómo los soldados arrestaron y torturaron a Jesús. Con demasiada frecuencia, quienes se supone que deben proteger la paz son utilizados como instrumentos de opresión. Se detiene a los inocentes, se consiente la violencia policial y se protege a los poderosos. Estos días recordamos cómo Jesús tuvo una última cena con sus amigos. Estaban contentos de disfrutar de su presencia cuando las cosas iban bien, pero huyeron cuando llegaron los problemas. Con frecuencia, nosotros también abandonamos a los que son perseguidos, a los que son arrestados. En lugar de interesarnos por lo que ocurre en el mundo, nos quedamos dormidos, como Pedro. La Semana Santa es un tiempo para recordar que lo que Jesús sufrió sigue ocurriendo en nuestro mundo de hoy.
Como dijo el Papa en su homilía del Domingo de Ramos, “Cristo, en su abandono, nos impulsa a buscarlo y a amarlo a Él y a los que están abandonados. Porque en ellos vemos no sólo a personas necesitadas, sino a Jesús mismo, abandonado”. Al participar en el sufrimiento humano, Cristo le da un sentido de redención, no de vacío. Conduce a la vida, no a la muerte. No se queda en el Viernes Santo, sino que avanza hacia la Pascua. En el bautismo, morimos con Cristo para resucitar con él. Como miembros del cuerpo de Cristo, nuestro sufrimiento se une al suyo para que también nosotros nos unamos a él en su victoria sobre la muerte.
La condena de Jesús de Nazaré
Sobre la condena a muerte (Mt 27,11-26), y “muerte en la cruz” (Fil 2,8) de Jesús se ha escrito mucho en los últimos tiempos. Merece especial atención lo escrito por Jürgen Moltmann en su famoso libro “El Dios crucificado” (1972): la condena a muerte del Nazareno no fue una casualidad, sino la consecuencia de su acción, del conflicto entre él y su entorno. Y este conflicto era fundamentalmente teológico, un conflicto entre el verdadero Dios y los muchos “dioses”: por un lado, entre el Dios que Jesús proclamaba como su Padre y el nuestro, y por otro, el Dios de la observancia meticulosa de la ley judía de los fariseos y el Dios político de las fuerzas romanas de ocupación con la aceptación del culto o supremacismo imperial como rito necesario de todo buen súbdito y ciudadano.
“O Cristo o la tradición de la ley”
Según la ley judía, Jesús fue condenado como “blasfemo”. Porque con la pretensión de autoridad que hizo en su Sermón de la Montaña (“…han oído que se dijo a los antiguos… ¡Pero yo les digo…!”) se situó a sí mismo y a su mensaje del Reino de Dios por encima de la autoridad de Moisés y de la Torá.
Al proclamar su yugo suave y su carga ligera, al hablar de un Dios misericordioso inclinado al perdón, que prefiere la justicia y la tradición mesiánico-profética de la Nueva Alianza a los “sacrificios cultuales”, que mira en los corazones y derrama su “gracia” sobre todos los que consciente o inconscientemente le buscan con buena voluntad, ya sean de Judea o de Samaria, Jesús desafió los límites de la comprensión farisaica de la ley judía en su época. Por eso, Pablo resume más o menos así el conflicto de los primeros cristianos: “o Cristo o la tradición de la ley”.
Por otra parte, los romanos condenaron a Jesús como “rebelde” porque le consideraban un zelote, uno de los que acabarían tomando la espada contra ellos o animarían a hacerlo. Por los estudios bíblicos sabemos que Jesús no era un zelote, sino que se distanció de ellos al igual que lo hizo de los fariseos y de los saduceos. Precisamente por eso Judas, que simpatizaba con los zelotes, estaba tan decepcionado que decidió traicionarle, quizá como un último acicate para la rebelión armada, que el mismo Jesús cortó de raíz al decirle a Simón-Pedro: “Mete tu espada en la vaina” (Jn 18,11). Pilato tomó a Jesús por un rebelde, lo que explica su condena a la cruel crucifixión, aunque no le consideraba muy peligroso y estuvo dispuesto a soltarle.
Sin embargo, si tenemos en cuenta el cuestionamiento de la pax romana, sus dioses y leyes por parte de los primeros cristianos con su rechazo del culto al emperador como religión política, Pilato no parece haber comprendido la peligrosidad real de Jesús para todos los imperios. Pues la sentencia “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21), con la que Jesús evitó caer en la trampa de los fariseos, marcó la historia política del cristianismo. Denota la separación fundamental entre política y religión como base de toda cooperación de esas dos esferas. Esa separación se ha convertido en santo y seña de la vía occidental del cristianismo, como decía Joseph Ratzinger, mientras que algunas iglesias ortodoxas continúan con la unión (e incluso subordinación) de la religión y el poder político, lo que el Papa ha criticado con ironía al decir al patriarca de Moscú que no tiene que ser el monaguillo de Putin.
La famosa frase de Jesús advierte contra una “sacralización” de la política, contra las pretensiones mundanas de salvación de los líderes políticos y sus ideologías. Cuando surgen religiones políticas que, como el antiguo culto imperial, nos exigen lealtad según el principio del seguimiento ciego del líder (aquello de “el que se mueva no sale en la foto” es una banalización moderna de ese principio), los cristianos deben recordar esta alternativa: “o Cristo o el líder político, o el cristianismo o la ideología política de un partido o del Estado”, o también de una Iglesia con aires totalitarios que condena y quema a los disidentes, como se ha hecho con los herejes. Cuando un partido político o el propio Estado se convierten más o menos en una pseudoiglesia con sus ritos, sus cultos, sus dogmas y su ética sin respetar la libertad de conciencia, los cristianos deben distinguir también hoy entre el verdadero Dios y los “dioses”.
Estamos acostumbrados a decir que Jesús murió en la cruz por la salvación de todos, y especialmente por cada uno de nosotros. Y, ciertamente, su muerte en la cruz se ha convertido en una fuente de gracia y de salvación. Por eso nuestros grandes místicos Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz nos han exhortado a mirar al crucificado. Y por eso las procesiones de nuestra Semana Santa nos lo presentan en tallas de gran belleza, expresividad y espiritualidad que no nos dejan impasibles.
Pero su camino hacia la cruz no fue accidental, sino la consecuencia de su acción: la consecuencia de su crítica a la “religión de la ley” de los fariseos y a la “religión política” del Imperio romano. Lo hizo clarificando la imagen de Dios como fuente de amor y misericordia con su “Pero yo les digo”: llamando “bienaventurados” a los pobres, a los que trabajan por la paz, a los que tienen hambre y sed de justicia, a los perseguidos por su causa… e invitándonos a todos, aún hoy, a seguirle porque no es un embaucador, sino un Maestro “manso y humilde de corazón” (Mt 11,29), un “Maestro de doctrina y de vida”.
Su resurrección de entre los muertos “al tercer día”, no sólo es una esperanza más allá de la muerte para todos los que “se unen” a él (1 Co 6,17) y cuya vida ya está aquí “con Cristo escondida en Dios”(Col 3,3), sino también una confirmación de su obra mesiánico-profética por su Padre y el nuestro: ¡merece la pena seguir las huellas de Jesús de Nazaré, el Cristo!
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Fuentes
Religion News Service / Religión Digital / Videos: Diócesis de San Sebastián / Foto: Internet