Cuaresma: Para reflexionar sobre problemas sociales
11:00 a.m. | 10 mar 23 (CON/UCA).- Una sociedad basada en la cooperación, la igualdad y el compromiso con el medio ambiente puede afrontar los retos de la época contemporánea. Para los cristianos, la Cuaresma significa un tiempo de penitencia y de compromiso para producir cambios positivos en sus vidas. Pero, ¿podría ir la Cuaresma más allá de lo individual? Ahora mismo vivimos en sociedades que están fracturadas, con escasas soluciones concretas, y nos sentimos incapaces de mejorarlas, aunque sea un poco. Con esa preocupación, el escritor y periodista jesuita, Myron Pereira, ofrece sugerencias sobre cómo pensar el cambio social en estos tiempos.
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La Cuaresma se inició el Miércoles de Ceniza, un día en el que los cristianos de todo el mundo inician un tiempo de penitencia y se comprometen a cambiar su vida personal, sin tener en cuenta que estas buenas intenciones rara vez duran más de unos pocos días. Porque la Cuaresma es exactamente eso: las oraciones, las penitencias y las buenas obras están destinadas a producir cambios positivos en nuestras vidas. Pero, ¿va la Cuaresma más allá de lo individual y tiene en cuenta los procesos sociales de cambio?
No hace mucho, las sociedades modernas funcionaban bajo alguna forma de “contrato social”, en virtud del cual era posible que el Estado (es decir, el gobierno) redistribuyera los ingresos y corrigiera las desigualdades generadas por una economía capitalista. El Estado actuaba como un “contrapoder”, haciéndolo a través de un sistema redistributivo de impuestos, guiado por una serie de derechos sociales universales. Ahora mismo eso no funciona del todo bien. Los gobiernos actuales reducen el gasto social, privatizan y mercantilizan el sector público (el sistema educativo, por ejemplo) e imponen medidas de austeridad a los pobres.
En segundo lugar, existe una creciente división entre política y poder. El poder es ahora global, pero la política sigue siendo lamentablemente local. En palabras más sencillas, existe una creciente asimetría entre la política, que sigue jugándose en el obsoleto mapa de los Estados-nación, y el desplazamiento del poder hacia esferas financieras que operan a escala mundial.
En tercer lugar, la globalización ha hecho que el capital sea cada vez más móvil y que las grandes empresas puedan buscar la mano de obra más barata donde sea para reducir sus costes de producción. Pero la mano de obra no se beneficia de ello. La relocalización de las industrias ha supuesto la industrialización de los países del Sur al tiempo que ha creado problemas de desempleo en muchos países del Norte. Así que hoy tenemos una “globalización de la desigualdad”: una bajada constante de los salarios, una pérdida de poder adquisitivo y un empeoramiento de las condiciones sociales en casi todas partes.
Si otro mundo es realmente posible -y deseable- no estará dirigido por partidos políticos y sindicatos, como lo estuvieron las naciones en el siglo XX. Más bien, la transformación social surgirá de procesos de empoderamiento, que son colectivos, democráticos y se inspiran en las comunidades locales de base. Éstas se guían por valores que permiten un cambio global y personal, el uno relacionado con el otro. Hay cuatro grandes temas que están presentes en este movimiento hacia la emancipación social:
En primer lugar, se apuesta por una sociedad que avance hacia la igualdad y la justicia social. El mundo actual ha alcanzado niveles escandalosos de desigualdad, como han demostrado con demasiada claridad estudiosos como Thomas Piketty. Es imperativo, por tanto, establecer mecanismos de redistribución social como una fiscalidad justa, la eliminación de los “paraísos fiscales” offshore, salarios mínimos y máximos, servicios públicos universales, etc. Y aunque nunca debe perderse el énfasis en la justicia redistributiva, hay que procurar aceptar y reconocer las diferentes y diversas identidades en un mundo cada día más complejo.
En segundo lugar, la base del cambio social es la democracia y la participación ciudadana. Hoy es una triste verdad que muchas democracias son meramente electorales y no sustantivas. Esto significa que el ciudadano votante no puede influir en la sociedad más que votando una vez cada cinco años, y más allá de esto, no tiene absolutamente nada que decir sobre cómo se gobierna su ciudad/país. Esta es una de las razones por las que existe una desilusión generalizada con la democracia. En parte, esto se debe a la gran influencia del dinero en la política y a la rápida erosión de todos los valores éticos. He aquí un ámbito tangible en el que “la política ha sido despojada de poder” y las opciones democráticas se han vuelto impotentes.
En esta situación, es necesario abrir procesos de participación y autogobierno sobre la base de los derechos sociales y el bien común. En una democracia así, la representación se combina con espacios de participación donde la gente puede responder a los problemas colectivos.
En tercer lugar, hay una necesidad urgente de responder a la crisis ecológica a la que se enfrenta nuestro planeta. La modernidad nos ha infligido a todos una visión antropocéntrica, en el sentido de que creemos que los seres humanos son el centro y que la naturaleza está hecha para que la usen y abusen de ella a su antojo. Esto también ha llevado a la visión errónea de que el crecimiento ilimitado es posible, y cuando se vincula a la acumulación capitalista y al consumismo desenfrenado, se convierte en economía depredadora. Con esto queremos decir que para crecer, aún más, hay que extraer recursos naturales de la naturaleza, para fabricar aún más bienes, consumir aún más electricidad y generar aún más residuos.
¿No es esto una invitación al colapso social y ecológico? Este es, pues, el reto: romper con la mentalidad dominante que ve la felicidad únicamente en términos de posesiones y de explotación de la naturaleza. Pero también requiere un profundo cambio cultural en la sociedad.
Por último, cualquier propuesta de transformación social debe basarse en una economía al servicio de las personas y no en la acumulación de riqueza. Tal alternativa requiere (a) crear una economía en la que el trabajo se organice en torno a las necesidades reales de las personas, y esto se hace (b) garantizando una renta mínima básica que sustente una vida digna, y (c) se ajuste a los límites impuestos por el planeta. La justicia social y la justicia medioambiental son inseparables.
Sólo una sociedad postcapitalista basada en la cooperación, la igualdad y el compromiso con el medio ambiente puede dar una respuesta colectiva eficaz a los retos a los que nos enfrentamos. De hecho, otro mundo es posible, incluso cuando cada vez más personas que recorren caminos diferentes se hacen eco de aquellas palabras de Gandhi: “Conviértete en el cambio que deseas ver”.
Ha llegado la Cuaresma: Un par de lecturas sugeridas
Este periodo de 40 días conduce a la Semana Santa, algunos de los días más sagrados del calendario eclesiástico, incluida la Pascua, que conmemora la creencia esencial de los cristianos de que Jesús fue crucificado y enterrado para luego resucitar de entre los muertos. Pero si la Pascua se asocia con la celebración y la alegría triunfal, la Cuaresma es más bien una temporada de examen de conciencia y disciplina espiritual. El portal The Conversation ofrece algunas sugerencias de lecturas de archivo que exploran el significado de la Cuaresma.
El largo camino de la Cuaresma
Después del Miércoles de Ceniza comienza el periodo de 40 días de Cuaresma, una palabra cuyas raíces se refieren al “alargamiento” de las horas de día -con luz- al pasar del invierno a la primavera. Espiritualmente, sin embargo, su propósito es la preparación: un tiempo de ayuno y oración antes de la alegría de la Pascua. El ayuno era habitual en el siglo IV como forma de evitar la autocomplacencia durante un tiempo de arrepentimiento; incluso el matrimonio estaba prohibido durante la Cuaresma, como explica Joanne Pierce, profesora del College of the Holy Cross.
Algunos cristianos siguen ayunos tradicionales hoy en día, pero otros renuncian a algo placentero durante los 40 días, desde el chocolate hasta la televisión. Pero la Cuaresma no consiste sólo en renunciar, según Pierce. Su renovación espiritual también tiene que ver con dar, como “hacer las paces con familiares y amigos distanciados”, o hacer servicio comunitario.
Buscar a Dios en Internet
Otro “ayuno” cada vez más popular es especialmente propio del siglo XXI: desconectarse. Hacer una pausa en Internet, especialmente en las redes sociales, se promueve a veces como una forma de centrarse en la fe y en las conexiones con el “mundo real”. Puede funcionar, pero algunos de los supuestos de estas teorías sobre la tecnología son erróneos, argumenta Heidi Campbell, experta en comunicación de Texas A&M que estudia la religión.
El ayuno digital suele aceptar la idea del “determinismo tecnológico”, que a menudo presenta la tecnología como algo deshumanizado y todopoderoso. Pero esto pasa por alto la capacidad de los usuarios para elegir qué objetivos suyos puede y no puede cumplir la tecnología, incluidos los objetivos espirituales. Hoy en día, las aplicaciones incluso ofrecen ayuda para estudiar textos religiosos, encontrar productos basados en la fe o ponerse en contacto con otras personas que comparten sus creencias. “La tecnología puede, de hecho, ser buena para la religión”, escribió Campbell. “La pregunta es: ¿cómo nos involucramos con la tecnología de forma reflexiva y activa?”.
Los cristianos viven la Cuaresma de muchas maneras diferentes. Sin embargo, “la Cuaresma en el siglo XXI sigue siendo esencialmente la misma que en siglos pasados”, como escribió Pierce: “un tiempo de reflexión tranquila y disciplina espiritual”.
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Fuentes
UCANews / The Conversation / Video: Rome Reports / Foto: Prensa Libre (Gua)