Javier Campos y Joaquín Mora, jesuitas asesinados: un clamor por la paz

3:00 p.m. | 30 jun 22 (AO/VN).- En medio del dolor por el asesinato de dos jesuitas en México, Javier Campos y Joaquín Mora, surge una luz de esperanza: la conmoción causada por sus muertes ha inspirado una exigencia más fuerte por atender los muy altos niveles de violencia. Y en Haití, país que padece la misma urgencia, la religiosa Luisa Dell’Orto murió en circunstancias similares. Los tres dedicaron su vida a servir comunidades vulnerables (a mafias y carteles) de una manera ejemplar y reconocida por el pueblo que ahora sufre su pérdida. Como reflexionaron varios jesuitas mexicanos, tienen la esperanza que esta tragedia encienda el espíritu necesario en las personas para hacer frente a una rampante cultura de la violencia.

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Los sacerdotes jesuitas, Joaquín Mora (Morita) y Javier Campos (Gallo), asesinados en la tarde del 20 de junio, cuando intentaron atender espiritualmente a un hombre herido a punto de morir que ingresó a la iglesia de San Francisco Javier en el poblado de Cerocahui, Chihuahua (México), eran sacerdotes con una amplia trayectoria en la zona y, sobre todo, estaban “enamorados” de la cultura rarámuri, el pueblo originario que habita en la Sierra Tarahumara. El provincial de la Compañía de Jesús en México, Luis Gerardo Moro Madrid, lleva días en esta región. Tras el asesinato de sus hermanos jesuitas, ha estado acompañando a la conmocionada comunidad local. La revista Alfa y Omega publicó una entrevista donde explicó que ambos sacerdotes habían sido amenazados previamente. Además, compartió la última información oficial sobre lo acontecido, el contexto que vive la región y las expectativas que se tienen para que lo ocurrido sea un punto de inflexión en la búsqueda de la paz.

-¿Cómo están siendo estos días para la comunidad de Cerocahui?

Los primeros días fueron de dolor y tristeza. Para la comunidad rarámuri de Cerocahui, el asesinato de los dos padres y una persona más adentro del templo trastocó el orden cósmico, pues los lugares sagrados deben ser respetados. Adicionalmente, dado que el padre Joaquín y el padre Javier eran muy queridos en la comunidad por su labor de servicio, el pesar fue mucho. Y dado que el evento sembró terror, la comunidad tuvo que llorarlos en casa, sin poder salir; eso aumentó la sensación de soledad y orfandad. Con los días, la presencia de más seguridad y sobre todo la certidumbre de que los cuerpos serían traídos a la parroquia fueron devolviendo el ánimo. Estos últimos días, la decisión de realizar un acto de purificación del templo y de velar e inhumar los cuerpos conforme a la costumbre rarámuri ha sido una fuente de consuelo.

-¿Cómo eran?

Los dos eran hombres para los demás, de profunda fe. Tenían ya décadas en la sierra Tarahumara. El padre Morita era muy sereno y tranquilo. No buscaba los focos, ocupaba siempre el segundo plano para desde ahí dar testimonio de fe. Quienes fueron sus alumnos en un colegio de la Compañía en Tamaulipas lo retratan como alguien siempre cercano, que les proponía lecturas para animarlos a dar lo mejor. Siempre estuvo volcado en el acompañamiento pastoral de las comunidades. Que haya sido privado de la vida al intentar dar la unción a la otra persona que fue asesinada, retrata su modo de ser. El padre Gallo, al que apodaban así porque sabía imitar a la perfección su canto, era más extrovertido. Le gustaba arreglar con sus propias manos todo lo que necesitara reparación, incluyendo vehículos y muebles. Para eso llevaba siempre una navaja suiza, junto con sus botas, cinturón piteado y camisa vaquera a cuadros, como si fuera un ranchero de la región.

-¿Cómo afecta la presencia del crimen organizado al día a día de las comunidades de la sierra?

México vive desde hace tres lustros una grave crisis de violencia y violaciones de los derechos humanos. La raíz del problema es la llamada guerra contra las drogas. La cercanía con EE.UU. genera que los grandes carteles y grupos de narcotráfico se disputen el territorio y las rutas. Esta realidad, sin embargo, no se entiende si se asume que se trata de una guerra de las autoridades contra los grupos delictivos, como si fuera clara la línea que separa a buenos y “malos”. Por el contrario, tenemos territorios donde la línea que separa al Estado de los grupos criminales ha dejado de ser nítida. Se trata de redes criminales en las que a menudo participan de forma activa o cómplice las propias autoridades y que, por causa de un sistema de justicia roto, operan siempre con impunidad casi absoluta.

Esto ha generado que en algunas regiones surjan liderazgos criminales que ya no solo están vinculados al trasiego, sino que además extraen recursos de las comunidades mediante extorsiones, secuestros, desapariciones y otras atrocidades. Las comunidades quedan inermes entre la violencia de los grupos del narcotráfico y la violencia de las fuerzas de seguridad, viviendo viven situaciones de miedo permanente. Todos saben lo que está ocurriendo y quiénes son los responsables, sin que nadie pueda denunciarlo.

-¿Han podido saber más sobre lo que ocurrió exactamente el 20 de junio?

Después de que uno de sus equipos deportivos perdiera un partido, el líder criminal regional entró en cólera y atentó contra los dueños del equipo rival, aparentemente bajo los efectos de alguna droga. En ese acto fueron desaparecidas dos personas, cuyo paradero aún se desconoce. Después, esa persona se dirigió al hotel de Cerocahui y agredió a Pedro Palma, guía turístico, a quien llevó a la iglesia. Cuando al interior del templo de los padres intentaron intervenir, el agresor privó de la vida al guía y después a ellos. Es muy importante destacar que el agresor llevaba años operando con impunidad en la zona, habiendo cometido múltiples crímenes y atrocidades. No estamos ante un hecho aislado, sino que es consecuencia de cómo todo un sistema toleró y permitió la pérdida del control del Estado sobre un territorio, dejando inerme a la población.

-La Iglesia ha criticado la política de seguridad del Gobierno, y ustedes han reclamado además un programa integral de rescate para estas regiones. ¿Cómo debería funcionar?

La política de seguridad del actual Gobierno federal ha fallado porque ha prescindido del fortalecimiento de las policías locales, ha enfatizado solo la militarización del país y no se ha articulado con acciones de justicia en las que las fiscalías investiguen las redes criminales que controlan grandes porciones del territorio nacional. A esto se suma que gobiernos estatales, como el de Chihuahua, no han sido diligentes para capturar y llevar ante la justicia a quienes cuentan desde hace años con mandatos de aprehensión por crímenes que han cometido.

Respecto del rescate de la región, se trata de una zona con décadas de olvido y las cosas no cambiarán de la noche a la mañana. Lo primero es garantizar que las propias comunidades indígenas sean sujetos de su historia. Ningún gobierno, ni los jesuitas, estamos en posición de determinar cuáles son las prioridades de un programa de esta índole; es la propia voz de la gente la que podría ayudar a identificar por dónde empezar. En todo caso, cuando la vida misma de las comunidades y las personas está en riesgo, es claro que la seguridad de la región debe mejorar.

ENLACE. Hernán Quezada (Jesuitas): “Que la sangre de nuestros hermanos sea fermento de paz y justicia en México”

Rector de la Ibero México: “A la memoria de mis hermanos”

Desde hace 16 años el país está sumido en una guerra que parece no tener fin. A la fecha nos ha costado más de 350 mil vidas. Otras 100 mil personas están desaparecidas. Ahora, esa guerra alcanzó de manera muy personal a la Compañía de Jesús. Mis hermanos, Javier Campos Morales y Joaquín César Mora Salazar, fueron cruelmente asesinados dentro de la iglesia de Cerocahui mientras intentaban proteger a una persona que buscó refugio. El Gallo y Morita fueron jesuitas extraordinarios, verdaderos hombres de frontera que eligieron compartir la vida con las y los rarámuri. En más de 40 años de trabajo y entrega inquebrantable, aprendieron su lengua, participaron en yúmaris y en carreras de bola. Alimentaron el entusiasmo y consolaron las tristezas de sus hermanos y hermanas de la Sierra. Tomaron pinole “para agarrar fuerza” y continuar con su misión cuando sintieron cansancio.

En definitiva, vivieron con plenitud la construcción de una Iglesia que toma la forma del pueblo al que acompaña. Que tiene la claridad de que siempre hay que estar del lado y al servicio de las personas que el sistema a excluído. En favor de la paz y la justicia. Los homicidios de Javier y Joaquín no son casos aislados. Nos colocan nuevamante ante el horror de la violencia y la incertidumbre de la impunidad. Este hecho nos lleva a pedir para nuestros hermanos lo que desde hace años hemos exigido a las autoridades en casos similares: i) implementación inmediata de medidas de protección para todas las personas de la comunidad; ii) integración de carpetas de investigación que permitan acceso a la justicia y la verdad; iii) adopción de políticas que aseguren la protección y respeto de los derechos y la vida de todos y todas.

ENLACE. “Gallo” y “Morita”, los jesuitas que dieron su vida por la Tarahumara

Jesuitas piden aprovechar este punto de quiebre para buscar la paz

En una negociación –hipotética hasta ahora– entre el gobierno y la sociedad civil para revisar las estrategias de seguridad, la Iglesia católica bien podría jugar un papel de mediación. No sería la primera vez. Al menos en la sierra Tarahumara, en Chihuahua, con los jesuitas, “sí lo veo posible”, asegura del sacerdote Javier Ávila Aguirre. “Somos la institución que estamos con el pueblo, y de manera constante, como opción de vida, no de sexenio, como los políticos”. En medio de la conmoción por el asesinato de sus hermanos de congregación religiosa, admite sentir que en la sociedad “hay un quiebre. Este dolor provocó algo, un movimiento, y no lo podemos desaprovechar para buscar la paz y la reconciliación”.

En entrevista, insiste que la apuesta, hoy, debe ser por la memoria. “Los sistemas políticos le apuestan al olvido. En México los muertos de hoy sepultan a los de ayer. Nosotros decimos, los muertos de ayer, los de hace 20 años, siguen provocando el mismo dolor. Que no se pierda ninguno. Es de desear que este acontecimiento tan trágico haga que se saquen las antenas, se abran los ojos y las conciencias; que nacional e internacionalmente se diga: ¡Ya basta!”… (click aquí para leer el artículo completo).

ENLACE. Cientos de personas despiden a jesuitas asesinados en México

Luisa Dell’Orto, la última misionera que derrama su sangre en la martirizada Haití

Una vez más, Haití ha visto derramar sangre misionera en su ya de por sí martirizado suelo. Tristemente, el último caso lo ha protagonizado la religiosa italiana Luisa Dell’Orto, misionera de las Hermanitas del Evangelio (la congregación de Carlos de Foucauld), asesinada este pasado 25 de junio en Puerto Príncipe. La religiosa milanesa llevaba 20 años de misión en la capital haitiana, donde se entregaba en cuerpo y alma al Kay Chal, un hogar infantil en un suburbio marcado por la vulnerabilidad extrema. Además, daba clases de Filosofía con una comunidad de salesianas en el Seminario de Notre Dame.

Las reacciones a su asesinato, del que apenas hay datos confirmados (se habla de que trataron de robarla y asaltaron su coche), han sido numerosas en las últimas horas. Empezando por el papa Francisco, que la recordó ayer en el ángelus dominical, destacando que “la hermana Luisa” llevaba dos décadas “al servicio de los niños de la calle”. Un servicio que se ha cortado drásticamente, por lo que Bergoglio ofreció su oración por “su alma” y “por el pueblo haitiano, especialmente por los más pequeños, para que puedan tener un futuro más sereno, sin miseria ni violencia. Sor Luisa hizo de su vida un don para los demás, hasta el martirio”.

ENLACE. Francisco: Sor Luisa Dell’Orto, una vida entregada hasta el martirio

Información adicional
Fuentes

Revista Alfa y Omega / Revista Vida Nueva / AICA / Twitter José Luis Caballero Ochoa / Videos: Euronews y Bloomberg / Foto: Herika Martínez – AFP

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Buena Voz

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