Iglesia por la paz en Japón: 70 años tras la bomba atómica

3.00 p m| 07 ago 15 (AGENCIAS/BV).- El verano, y en particular el mes de agosto es el período en que se contempla la paz de manera más intensa en Japón. El 6 de agosto de 1945, Hiroshima fue devastada por la primera bomba atómica detonada en la historia. Nagasaki recibió el mismo ataque tres días después. El 15, como consecuencia, Japón decide rendirse sin condiciones a las fuerzas aliadas y esto marcó la finalización de la II Guerra Mundial. Este año se conmemora el 70° aniversario del fin de la guerra y obispos católicos y anglicanos se reunieron el 5 de agosto para rezar en la catedral de Hiroshima e iniciar los “Diez días por la paz”, iniciativa que la Iglesia promueve cada año.

Por otro lado, autoridades políticas locales e internacionales recordaron la tragedia con un homenaje, centrado en el llamamiento antinuclear y enmarcado en un particular contexto doméstico. Abe, primer ministro japonés, busca la aprobación en el Parlamento de una serie de leyes que permitirán que en ocasiones Japón participe en misiones de combate fuera de su territorio para ayudar a aliados en peligro. Los que se oponen afirman que se trata de una iniciativa anticonstitucional que expone al país de verse implicado en un conflicto bélico tras 70 años de paz. La conferencia episcopal japonesa, a través de un comunicado que compartimos, ha mostrado su preocupación.

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Reflexión de Mons. Tarcisius Isao Kikuchi (Obispo de Niigata – Presidente de Caritas Asia)

El actual gobierno japonés, guiado por el señor Shinzo Abe del Partido liberal-democrático, está tratando de introducir serias modificaciones en la políticas de seguridad nacional. Estos nuevos decretos fueron aprobados por la Cámara baja del Parlamento y están en discusión en la Cámara alta. No obstante la fuerte oposición de la sociedad civil, que se puede entender por el gran número de personas que están manifestando en estos días en la zona del Parlamento, para pedir el retiro de la ley, el Premier Abe está determinado en hacer pasar el decreto. Su partido tiene la mayoría en ambas Cámaras.

Es claro que nosotros reconocemos el derecho soberano de una nación en defenderse de cualquier amenaza que provenga de más allá de los confines. Sin embargo, basándose sobre la experiencia histórica de la agresión militar japonesa, antes del segundo conflicto mundial, la actual Constitución japonesa prohíbe al gobierno ejercitar el poder militar fuera de Japón.

En el Art. 9 de la Carta, se lee de hecho: “Aspirando sinceramente a una paz internacional fundada en la justicia y en el orden, el pueblo japonés renuncia para siempre a la guerra, como derecho soberano de la Nación y a la amenaza o al uso de la fuerza como medio para resolver las controversias internacionales. Para conseguir el objetivo proclamado en el subpárrafo precedente, no serán mantenidas fuerzas de tierra, del mar y del aire y ningún otro medio bélico. El derecho de beligerancia del Estado no será reconocido”.

No obstante este gobierno presentó diversas “re-interpretaciones” del artículo que permiten a Japón de establecer Fuerzas de auto defensa como instrumento mínimo para la propia seguridad. Sin embargo, según el ejecutivo, el cambio de la situación de seguridad en el área que rodea a Japón y las esperas de la comunidad internacional- que quisiera una contribución militar mayor de Tokio- obligan a revisar la interpretación pacifista.

Ya el año pasado el mismo ejecutivo cambió la interpretación del Art. 9 y decidió permitir que las Fuerzas de autodefensa se unan a otras naciones- y a otros ejércitos, como el americano- para ejercitar el derecho de auto-defensa si bien con algunas limitaciones. Obviamente para muchos países este ejercicio no es algo extraño. Pero es el Japón que en los últimos 70 años con una Constitución pacifista que, lo repito, no presupone que las fuerzas nacionales operen en territorios extranjeros.

Los obispos católicos japoneses están en contra de esta movida del gobierno y nuestros pensamientos se expresan en el Mensaje de la Conferencia episcopal para el 70° aniversario de la finalización de la II Guerra mundial.

El señor Abe, subraya un punto: Japón debe iniciar una política de “contribución proactiva a la paz” en modo de responder a las expectativas de las otras naciones como conviene a un gigante económico. También agrega que los cambios de la política pacifista y la nueva ley refleja los cambios en curso y darán al gobierno el instrumento necesario para hacer la propia parte en el garantizar la paz mundial.

Podría ser así. Sin embargo, mientras en este verano contemplo el significado de la paz, creo que Japón pueda contribuir a la paz mundial no con nuevas armas, sino con sus actividades conocidas y de noble y larga historia en el desarrollo mundial, en modo particular en las así llamadas naciones en vías de desarrollo.

Creo que esta contribución al desarrollo- que lleva al pleno respeto y a la realización de la dignidad humana- sería muy apreciado y respetado por la comunidad internacional.


En el 70 aniversario del fin de la guerra, los obispos japoneses reiteran el mensaje de paz

Párrafos centrales de su declaración:

“La ocupación colonial japonesa de Corea hasta 1945 y las agresiones contra China y otros países asiásticos causaron gran sufrimiento y numerosas víctimas. La Segunda Guerra Mundial fue una experiencia horrible también para el pueblo japonés. Tras los bombardeos sobre Tokio (Marzo, 1945), ataques aéreos en gran escala golpearon ciudades japonesas. En los combates en tierra tras el desembarco en Okinawa, además de numerosas tropas japonesas y extranjeras, hubo muchas víctimas civiles. Finalmente, cayeron bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki (1945).

De estas experiencias nació el propósito de paz de la Constitución Japonesa (1946), basada en la soberanía del pueblo, la renuncia a la guerra, y el respeto a los derechos humanos básicos.

La vocación de paz de la Iglesia japonesa, influída por el horror de las armas nucleares, nace también del hondo remordimiento por la actitud de la Iglesia japonesa antes y durante la guerra.

Setenta años después, la memoria se diluye. Hay intentos de escribir la historia negando lo que ocurrió. El gobierno promueve leyes para proteger secretos de estado, permitir el derecho a la autodefensa colectiva, modificar la Constitución (arículo 9) y posibilitar acciones militares en ultramar.

Es preocupante la situación en Okinawa, sus bases militares (norteamericanas) tienen gran capacidad bélica y se está construyendo una nueva base (norteamericana) contra la voluntad de la población.

En diversos lugares del mundo surgen conflictos bélicos y terrorismo, sembrando violencia en nombre de la religión. Minorías étnicas y religiosas son amenazadas y mueren. Responder con violencia a la violencia conduciría a la destrucción de la humanidad.

En un mundo dominado por la globalización de los sistemas financieros, no podemos ignorar la pobreza, el deterioro del medio ambiente, la desigualdad y la exclusión.

Jesucristo nos llama a no permanecer indiferentes ante estos problemas: “Dichosos los que construyen la paz” (Mt 5, 9). Junto con otros cristianos, creyentes de otras religiones y todas las personas que desean la paz, renovamos el propósito de construirla.

Texto completo del mensaje (en inglés)

A 70 años de la bomba, católicos y anglicanos elevan plegaria por la paz

Con una plegaria solemne y ecuménica, los obispos católicos y anglicanos del Japón iniciaron el 5 de agosto, en la catedral de Hiroshima, los “diez días por la paz”, acontecimiento anual promovido por la Iglesia en ocasión del aniversario de la finalización de la guerra. Para los 70 años de la conclusión del conflicto, más de 100 naciones enviaron representantes para las solemnes celebraciones que se realizaron el 6 de agosto justamente en Hiroshima y el 9 de agosto en Nagasaki, días aniversario del lanzamiento de las bombas atómicas sobre ambas ciudades.

Como cada año, sonó la “Campana de la Paz”, coordinado por la Municipalidad de Hiroshima. En el monumento que recuerda a las víctimas, el intendente agregó los nombres de los sobrevivientes que murieron el 6 de agosto. Estas personas -que llevan los signos y enfermedades derivadas de las radiaciones nucleares- son conocidas en Japón como “hibakusha” y son muy respetadas: por el momento están aún vivos unos 190 sobrevivientes al ataque y su edad media es de 79,44 años.

En marzo, en el mensaje por el 70 aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial, la Conferencia Episcopal había afirmado que los obispos “tenemos, como pastores, una vocación especial a favor de la paz. Tal vocación no se basa en ninguna ideología política. Nosotros continuamos invocando la paz no como argumento político, sino como hecho humano”.

El 6 de agosto de 1945 por primera vez en la historia se lanzó una bomba atómica, y las consecuencias fueron terribles: 80 mil muertos y casi 40 mil heridos, a los que hay que añadir más de 13 mil desaparecidos, y en los años sucesivos, las numerosas víctimas a causa de las radiaciones. En total se cuentan unos 250 mil muertos. A ellos se añaden los causados por la otra bomba que también lanzó Estados Unidos en Japón, el 9 de agosto de 2015, en Nagasaki, apenas tres días después de la de Hiroshima: aquí las víctimas fueron 70 mil antes de final de año y otros 70 mil en los años siguientes.

Según los Aliados fueron justamente estas dos devastaciones las que aceleraron el fin de la Guerra mundial, dado que Japón había quedado como el único país del Eje en combatir. El 2 de septiembre de 1945, Tokio firmó su rendición incondicional.


Fuentes:

AsiaNews / Religión Digital / AICA

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