Líbano: de acoger refugiados a valorizar un patrimonio inestimable

8:00 p m| 11 abr 19 (LOR/EP).- No más ayuda, sino estrategias. Líbano, después de la oscura sombra del conflicto en la vecina Siria, trata de volver a encontrar la luz. Una vez más, está abierta al turismo y a las peregrinaciones, pero pide a la comunidad internacional que se comprometa a fomentar el retorno de los refugiados a Siria. Hasta ahora, según las últimas cifras del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), sólo han regresado 150000 personas del millón y medio de emigrantes sirios. Texto de Fausta Speranza, publicada en L’Osservatore Romano.

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El país, ejemplo de convivencia entre cristianos y musulmanes, se ha convertido también en un símbolo de solidaridad: unos cuatro millones de libaneses han acogido a más de un millón y medio de refugiados sirios, dando al mundo una lección de humanidad frente a una carga numéricamente abrumadora. Pero ningún país u organismo internacional puede pensar que, mientras se normaliza laboriosamente la situación de Damasco, se olvidan los nuevos refugiados en el país de los cedros, que incluso todavía tiene en algunos campos 500.000 palestinos llegados en 1948.

Visitamos la tierra de los cedros con una delegación de la Opera Romana pellegrinaggi encabezada por el director general Don Remo Chiavaroni, quien, por invitación del papa Francisco, también ha incluido al Líbano en la lista de itinerarios religiosos para 2019. Es la Tierra Santa: Jesús llegó a Tiro y Sidón, así como a otros lugares del sur.

El jefe de Estado, el general Michel Aoun, maronita católico, nos recibió en su palacio presidencial con palabras de agradecimiento por la decisión del Papa y afirmando que “hay todas las circunstancias de seguridad porque se ha ganado la guerra contra el terrorismo”. El Ministro de Asuntos Exteriores, Gebran Bassil, también nos dio la bienvenida, subrayando “la capacidad del país, tierra de encuentro entre Occidente y Oriente, para resistir, para defender su identidad a pesar de todos los desafíos”.

Construir el futuro con las piedras de la historia

Al visitar el Líbano hoy en día, se percibe a varios niveles el intento de redención de la crisis económica y el deseo de renacer para sitios arqueológicos como el famoso Baalbek, que se encuentra a sólo 20 kilómetros de la frontera con Siria. Basta recordar esta proximidad para contar cómo el lugar, uno de los más importantes de Oriente Próximo -Robert Byron lo llamó “el mundo en piedra”- ha desaparecido sustancialmente de los circuitos de visitas guiadas en los ocho años de conflicto en Siria.

El alcalde de Baalbek, el general Hussein Lakis, tiene la sonrisa de los que vuelven a vivir y se proyectan felizmente hacia el futuro, pero también habla de los “coches bomba que explotaron cerca de la frontera, de los misiles avistados por la población, del miedo generalizado a la infiltración”, de una frontera que ahora ha sido reabierta al tráfico oficial, pero que nunca ha parecido lo suficientemente cerrada para los terroristas del llamado Estado islámico que han traído la muerte en Siria como en Irak.

Y, a sólo unas decenas de metros de las magníficas columnas y de los enormes pero muy detallados capiteles que quedan del antiguo templo de Júpiter, en lo que se llama el Valle de Baak, se encuentran algunos de los campos de refugiados donde se reúnen las familias sirias. La mayoría están esperando la oportunidad de regresar a su patria en paz.

Hasta ahora, según las últimas cifras del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), sólo han regresado 150.000 personas. Pero algunos, procedentes en particular del torturado Raqqqa elegido como capital de las islas, han abandonado la idea de repatriarse en un futuro próximo y sueñan con quedarse en el Líbano o trasladarse a otros países.

De hecho, estos campos son una excepción en el Líbano. El gobierno ha intentado no forzar a los refugiados a entrar en zonas que podrían convertirse en guetos permanentes, como ha ocurrido en muchos campos palestinos. Por ejemplo, también se abrieron escuelas de todos los niveles por las tardes para ofrecer oportunidades de estudio a los jóvenes sirios.

“El Líbano, a pesar de haber sufrido durante la guerra civil, ha sido invadido y ocupado por sus vecinos”. Con estas palabras el nuncio apostólico Joseph Spiteri, en la entrevista con “L’Osservatore Romano”, define el compromiso del Líbano como “más que loable”. Sin embargo, el nuncio advirtió: “no se puede pedir que se mantenga por mucho tiempo, especialmente en vista de las oportunidades de trabajo que faltan, incluso para los libaneses”.

El nuncio se ilumina mencionando el histórico documento de fraternidad firmado en el Memorial del Fundador en Abu Dhabi por el papa Francisco y el gran imán de Al-Azhar Ahmad Al-Tayyeb, y confía: “Se siente realmente que la fraternidad se intensifica en este momento”. Y añade: “Los hermanos y hermanas representados por el gran Imán son hombres y mujeres de fe junto a los cuales podemos caminar y quieren tener apoyo para reconocer que no son terroristas”.

Entusiasmo por cercanía y diálogo interreligioso

En el Líbano, el eco del documento de Abu Dhabi es muy fuerte. Todos hablan de él con entusiasmo y emoción, tanto cristianos como musulmanes. El Padre Salim Daccache, rector de la Universidad San José, una universidad fundada en 1975 por los padres jesuitas y que sigue siendo una de las más prestigiosas del Líbano, donde nos recibió, explica que “el fermento es grande”, que “se multiplican las invitaciones a encuentros interreligiosos con chiítas, sunitas, drusos”, que “el acuerdo ya se está estudiando en universidades católicas y centros de formación islámica”.

En Beirut también nos reunimos con el profesor Mohammed Al Summak, Secretario General del Comité Cristiano Musulmán para el Diálogo y asesor del Gran Mufti del Líbano. Recuerda con orgullo que participó, por parte musulmana, en la preparación de la Declaración de la Hermandad y nos deja dos peticiones sustanciales: “Recordad que el camino partió de Nostra Aetate”, para poder “evaluar todos los pasos y frutos dados” precisamente sobre la base del documento del Concilio Ecuménico Vaticano II, que trata del tema del sentido religioso y de las relaciones entre la Iglesia católica y las religiones no cristianas.

En palabras de Summak, la declaración de Abu Dhabi es “un gran salto adelante” aún más significativo en un momento en que “hemos sobrevivido al tsunami del terrorismo y a los crímenes del llamado Estado islámico”. Una recomendación concreta: “Ante el crecimiento de tantos extremistas y populismos fáciles, debemos mantener los ojos abiertos” y “hacer lo que queda por hacer: insertar el mensaje de la Declaración en los planes de estudio académicos, en los itinerarios de estudio y en los procesos culturales de los países islámicos”. Para terminar, Summak advierte: “Siempre hay gente que no cree en la fraternidad humana: sólo ellos pueden ser hostiles al documento”.

El Patriarca de Antioquía de los Maronitas, el Cardenal Béchara Boutros Raï, dándonos la bienvenida al Patriarcado de Bkerké, también acoge con satisfacción el eco de la Declaración de Abu Dhabi. Luego hizo un llamamiento enérgico al mundo. Recuerda que “Líbano es el único Estado en el que cristianos y musulmanes no sólo viven uno al lado del otro, sino que gestionan juntos la cosa pública”.

En este equilibrio, “no se puede apoyar a más de un millón y medio de refugiados sirios en un país que es más pequeño que Cerdeña”. Por lo tanto, hace un llamamiento real: “Es necesario que la comunidad internacional no vincule su regreso a su patria a la solución política de la crisis en Siria”. Existe el riesgo de que el proceso sea demasiado largo -subraya el Patriarca- y de que en el Líbano se pierda el equilibrio numérico, y por lo tanto el equilibrio de representación, entre cristianos y musulmanes, “porque los refugiados sirios son sunitas: sólo 200 son cristianos de los que llegaron al Líbano”.

Pero la advertencia del Patriarca es también para Siria: no permitir que los sirios regresen a casa desde el Líbano, Jordania u otras zonas a las que han huido, significaría infligir a Siria “una segunda guerra: después de la destrucción sobre el terreno, la destrucción de la identidad, interrumpida por tantas fugas”. En cualquier caso, el impulso de las comunidades monásticas sigue siendo excepcional en el Líbano, que tiene tanto que ofrecer a los que buscan la espiritualidad tras las huellas de Jesús o a los que se sienten atraídos por la riqueza histórica y cultural del más pequeño de los estados del Cercano Oriente.

 

Ocho años de guerra en Siria en ocho datos

El 15 de marzo de 2011 los sirios se echaron a las calles de la ciudad de Deráa, en el suroeste de Siria, en unas protestas que pronto se extendieron a las principales ciudades del país y que reclamaban la democratización del país. Aquellas protestas pacíficas, a las que el Gobierno de Bashar al Assad respondió con virulencia, terminaron desencadenando una compleja guerra que aún no ha terminado.

Aunque en el último año la violencia ha remitido en gran medida, después de que el régimen, principalmente con el apoyo de Rusia y en menor medida de Irán, haya recuperado buena parte del territorio que cedió primero ante grupos rebeldes y luego ante los yihadistas, los sirios aún sufren los estragos del conflicto, también en las zonas liberadas.

En el este, en Baghuz, las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), respaldadas por Washington e integradas principalmente por las milicias kurdas sirias, están librando la batalla final para expulsar de su último reducto al grupo terrorista Estado Islámico, que llegó a controlar buena parte del país.En el norte, la provincia de Idlib, en la frontera con Turquía se ha convertido en el último bastión en manos rebeldes, aunque en los últimos meses la alianza Hayat Tahrir al Sham (HTS), de la que el antiguo Frente al Nusra -otrora filial de Al Qaeda en Siria-, se ha hecho prácticamente con el control.

El pasado septiembre, un acuerdo entre Rusia y Turquía para la creación de una zona de distensión frenó el asalto de las fuerzas gubernamentales sobre Idlib, donde residen tres millones de personas, en su mayoría desplazados llegados de otras partes del país, evitando así lo que tanto la ONU como las ONG habían alertado de que podría ser una tragedia humanitaria. No obstante, en los últimos tiempos el régimen parece haber puesto sus ojos de nuevo en la región y ha intensificado sus ataques.

Mientras, en el noreste, las fuerzas kurdas sirias han consolidado su control sobre las zonas que arrebataron a Estado Islámico, creando una entidad con su propio gobierno de futuro incierto ahora que Estados Unidos, su mayor aliado y respaldo, ha anunciado que procederá a una retirada aunque no total sí parcial de sus tropas en Siria.

El conflicto ha dejado cientos de miles de muertos, buena parte de ellos combatientes aunque también numerosos civiles, si bien la ONU hace ya tiempo que dejó de contabilizar a las víctimas.

Así las cosas, repasamos en ocho datos las consecuencias de ocho años de guerra en Siria:

– 13 millones de personas necesitan asistencia humanitaria en el país, de las que 5,2 millones necesitan ayuda urgente. Del total de personas que necesitan algún tipo de ayuda, 5,6 millones son niños.

– El conflicto ha dejado 6,2 millones de desplazados internos, si bien en el último año, ante la reducción de la violencia, 1,4 millones han regresado a sus casas.

– Otros 5,6 millones de sirios han optado por cruzar la frontera y buscar refugio en otros países, incluidos 2,8 millones de niños. Esto convierte a Siria en la mayor crisis de refugiados a nivel mundial. De ellos, más de 3,6 millones (el 64 por ciento del total), se encuentran en Turquía. Líbano acoge a algo menos de un millón, mientras que Jordania alberga a unos 670.000, Irak a 250.000 y Egipto a 133.000, según datos de ACNUR.

– El 83 por ciento de la población vive por debajo del umbral de la pobreza. La guerra ha provocado la destrucción de viviendas e infraestructuras, dejando muchas zonas sin servicios de agua potable y saneamiento adecuados.

– El coste de la reconstrucción del país se estima que podría alcanzar los 400.000 millones de dólares, una factura que por el momento los países occidentales no están dispuestos a ayudar a sufragar a falta de una solución política al conflicto.

– Más de dos millones de niños no pueden ir a la escuela, según UNICEF. Muchas han quedado destruidas o son usadas por las partes en el conflicto, mientras que en otros casos los centros no cuentan con personal debido a que los profesores se han visto desplazados, como el resto de la población.

– Entre marzo de 2011 y diciembre de 2018 se han registrado 553 ataques contra 348 instalaciones sanitarias en el país, según el recuento de la ONG Physician for Human Rights. Este tipo de ataques han sido “distintivo característico” de la guerra en Siria, denuncia la organización, que apunta a que el 90 por ciento de los ataques fueron obra de las fuerzas gubernamentales.

Del total de ataques contra instalaciones médicas constatado, casi el 73 por ciento fueron bombardeos aéreos, el 98 por ciento de los cuales fueron obra del Gobierno sirio o de su aliada Rusia. Según la ONG, en el último año, ante el avance de las fuerzas gubernamentales, este tipo de ataques han disminuido, algo que ya se constató por ejemplo en Alepo, donde en 2016 hubo 54 ataques y desde su reconquista en diciembre de ese año solo ha habido nueve.

– 8.800 millones de dólares. Esa es la cantidad de dinero que la ONU ha solicitado para atender las necesidades en 2019 tanto de los sirios dentro del país como de los que han buscado refugio en los países de la región. De ese total, 3.300 millones se destinarán a la asistencia dentro del país y 5.500 millones para ayudar a los refugiados sirios y las comunidades que les acogen.

En 2018, se solicitaron también algo más de 3.300 millones para asistir a los sirios necesitados de ayuda dentro del país, de los que se recabó alrededor del 65 por ciento. En cuanto a los 5.600 millones solicitados para la respuesta regional, se recibió el 62 por ciento.

 

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Fuentes:

L’Osservatore Romano / Europa Press

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