Teresa de Jesús: una doctora de la Iglesia “imparable”

2:00 p.m. | 14 oct 20 (VTN/RD).- En 1970 el papa Pablo VI proclamó a la española Santa Teresa de Jesús la primera doctora de la Iglesia. Es un título para quienes hicieron una contribución trascendental a la teología, y solo 36 santos lo han recibido. Considerando el tiempo en el que vivió (siglo XVI) Teresa destaca por su empuje que la llevó a reformar y fundar una histórica orden religiosa. Fue una monja singular y sencilla, que expresó una vida muy cercana a Dios gracias a la oración, y una manera de pensar que vincula la verdad a la experiencia. Además, fue una “escritora brillante y fecunda, maestra de vida espiritual, contemplativa incomparable e incansable alma activa” (Pablo VI). Su fiesta se celebra el 15 de octubre.

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Pablo VI, un gran intelectual, de gran profundidad humana y cultural -además de espiritual-, en el tiempo de su pontificado, ciertamente quiso indicar a las mujeres de todos los continentes un ideal femenino y cristiano a seguir y contemplar en la vida cotidiana. Teresa de Jesús (Teresa de Ávila) fue la primera mujer de la historia en ser proclamada Doctora de la Iglesia, seguida -una semana después- por el doctorado de Santa Catalina de Siena. No una, por lo tanto, sino dos mujeres para subrayar la importancia de la presencia y la contribución de la mujer en la Iglesia y en la sociedad.

En su homilía del 27 de septiembre de 1970, no sin emoción, el Sumo Pontífice declaró: “La vemos aparecer ante nosotros como una mujer excepcional, como una religiosa que, velada en la humildad, la penitencia y la sencillez, irradia a su alrededor la llama de su vitalidad humana y su vivacidad espiritual; luego como una reformadora y fundadora de una Orden religiosa, histórica y distinguida”. Estas pocas líneas resumen toda la persona de Teresa de Ávila, que fue de hecho una mujer extraordinaria por su sencillez y encanto místico que atrajo, y sigue atrayendo, el interés de muchas personas.

La relación con Cristo, el pilar de su vida

Teresa nació el 28 de marzo de 1515, en Ávila, Castilla, España, en una familia numerosa de 12 miembros. Su padre se casó dos veces, su primera esposa murió prematuramente. Después de un momento de típica crisis adolescente, a los 20 años, entró en el Monasterio Carmelita de la Encarnación, también en Ávila. De doña Teresa de Cepeda y Ahumada, pasó a ser la hermana Teresa de Jesús.

Su singularidad, incluso como monja, no está arraigada en sí misma, sino en Dios, “en las misericordias que el Señor me ha dado”, en los dones divinos que la transforman en su ser y le dan la íntima certeza de que finalmente ha encontrado toda su vida. No es casualidad que Teresa se convierta en una escritora fructífera sólo después de la experiencia de su encuentro con Dios, es decir, cuando entra en la “vida nueva”. Es allí donde conoce y entra en una relación con el Dios de la misericordia, viviendo una relación extremadamente personal con Aquel que se convertirá en su fiel Amigo.

Teresa escribe: “Para mí, la oración mental no es otra cosa que una relación de amistad, es frecuentemente estar a solas con Aquel que sabemos que es amado”. Para ella, solo ésta “especial amistad” hace posible tener una relación íntima con Dios. De la fidelidad a la oración y la fe absoluta en Dios surge su vitalidad como mujer y como persona.

Su fructífero apostolado es el fruto de este “cara a cara” con Cristo, con quien se casó místicamente, pero también del coraje y la obstinación con que afronta los acontecimientos de la vida: en un momento histórico-religioso marcado por la reforma protestante y la presencia en España de la secta de los iluminados, está sometida a los duros procedimientos de la Inquisición. Pero no se desanimó y, a lomos de un burro, viajó por toda la Península Ibérica para fundar sus monasterios reformados (Carmelitas Descalzos).

Una mujer decidida en una época cerrada

Por sus increíbles dones, Teresa de Ávila es todavía hoy un ejemplo vivo de todo lo que una mujer resuelta y decidida puede lograr en una época cerrada en la que no existía “la virtud de una mujer que no fuera mirada con sospecha”. La insignia “maestra espiritual” indica a las mujeres de hoy un camino de fe fuertemente enraizado en Cristo a través de un recorrido hecho a medida y trágico para la mujer de todos los tiempos, en el marco de una trama urdida por otros, con la que Teresa no se conforma en absoluto. El mundo en el que vivió y la Iglesia de la que se sintió hija terminan aceptando la “palabra de mujer”.

Y su palabra estaba profundamente arraigada en la Sagrada Escritura: el Evangelio, de hecho, era para Teresa un río de agua viva donde podía venir y llenar su corazón. Y como mística inefable, en el Castillo Interior Teresita colocó todo según su experiencia interior: Dios en el centro, y el alma humana en el corazón de Dios, encuentro que tuvo lugar en la Última Cena, esa “séptima cámara” a la que Edith Stein -Santa Teresa Benedicta de la Cruz- llegará en el último y extremo sacrificio de amor. En esta sala, en el centro del castillo, “el alma siempre permanece con su Dios, en este centro” del que nunca se aparta.

Doctora en experiencia de vida

David Jiménez, prior del convento de La Santa en Ávila que ha descubierto una placa dedicada a la efeméride, destacó que “cuando la Iglesia mira a Teresa de Jesús es una mujer de experiencia. Su doctrina nace de la experiencia y así lo dice el papa san Pablo VI el día de su doctorado. ¿De dónde brota esa maravilla de doctrina? De la experiencia. Doctora de la experiencia de una vida que nos quema, nos consume y nos invita a engolosinarnos con esa misma experiencia con la que ella alimentó su corazón. Le pedimos que nos haga arder el corazón”.

La verdad en un mundo de mentiras oficiales

El teólogo Xavier Pikaza comenta un estudio biográfico y filosófico de la Verdad en la Vida y Obra de Teresa, escrito por el filósofo y teólogo Macario Ofilada, con años de estudios sobre la Santa de Ávila.

Es un libro sobre “la verdad”, en línea moderna, sobre la verdad del conocimiento, de la experiencia y de la vida, en contra de un tipo de escolástica que, en aquel tiempo (siglo XVI) parecía cerrarse en la verdad de un dogma “encorsetado” por autoridades de diverso tipo.

En contra de eso, Santa Teresa apela a su vida, a la verdad de su experiencia, y así la cuenta, la dice en un momento de grandes sospechas, cuando los inquisidores de diverso tipo querían “cazarle” en herejías. Teresa dice, Teresa cuenta lo que vive, la verdad de su experiencia. Y el impacto de esa verdad, esa experiencia es tal que todos los inquisidores tienen al fin que callarse.

Teresa no quiere demostrar nada, sino decir lo que ha sentido y siente, compartir lo que ha querido y quiere. Ella lo puede hacer, porque como mujer, y mujer culta, en un mundo que se va extendiendo a su lado como tela de araña de honras, de poderes, de verdades impuestas. No hay quizá nadie en el comienzo de la modernidad (en el siglo XVI) que haya explorado en su verdad, presentándose como mujer que piensa y ama, diciendo como ama y lo que piensa (click aquí para leer artículo completo).

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Fuentes:

Vatican News / Vida Nueva / Religión Digital

 

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