Necesitamos una nueva teología del trabajo

9:00 p.m. | 25 set 20 (AM).- Amazon parece un lugar difícil para trabajar, hay muchos reportes de trabajadores que se desmayan por agotamiento tratando de cumplir su labor diaria. Pero ese es solo un ejemplo, especialmente visible, del lamentable estado del trabajo en la economía digital. Las personas dedicamos cada vez más tiempo al trabajo y la línea que lo separa de nuestro espacio no laboral es cada vez más borrosa. Como resultado, se experimenta una situación laboral cada vez más precaria, inconexa y poco gratificante. En ese contexto, Jonathan Malesic, filósofo y especialista en estudios religiosos, observa que a pesar de la fuerza de su enseñanza social, la Iglesia católica debería actualizar la propuesta que tiene para orientar la vida laboral de sus fieles.

——————————————————————————————–

Miren el Génesis

Para la mayoría de los grupos cristianos, el tema del trabajo es una zona teológica desmilitarizada. El clero y los laicos tienden a no discutirlo. Ese silencio mutuamente aceptado se traduce en un fracaso pastoral, una oportunidad desperdiciada para comprender el llamado universal a la santidad en la vida económica cotidiana. Pero cuando la homilía o la conversación para romper el hielo sobre el trabajo se produzca, los oradores necesitarán nociones que sean acordes a la tradición y al mismo tiempo, adecuados a la realidad del trabajo en nuestra economía postindustrial.

La Biblia es un buen lugar para empezar. Los primeros cuatro capítulos del Génesis cuentan una historia trágica sobre el trabajo. El trabajo de Dios da origen a la creación; el primer humano es creado para “cultivar y cuidar” el jardín de Edén; el hombre es condenado a trabajar entre “espinas y cardos” a causa de su transgresión; y el primer asesinato ocurre después de que Dios sonríe al fruto del trabajo de Abel pero no al de Caín. Finalmente, el trabajo humano se vuelve infructuoso; la tierra “ya no dará [a Caín] su fruto”.

Hay un potencial ilimitado en esos pasajes bíblicos. El magisterio católico se ha basado en ellos para articular normas de ética social -incluyendo temas de salario, seguridad laboral y el derecho a organizarse- pero su historial en el desarrollo de términos para hablar pastoralmente a los trabajadores de manera individual no es convincente. La encíclica de San Juan Pablo II de 1981 “Sobre el trabajo humano” se centra en el Génesis y hace hincapié acertadamente en la experiencia subjetiva del trabajador, que es portador de la imago dei y, por tanto, da dignidad al trabajo. Sin embargo, la perspectiva de la encíclica sobre el trabajo necesita una actualización. Las preocupaciones de la época comunista, como la extensa defensa del derecho a la propiedad privada, rondan el documento.

San Juan Pablo también muestra los prejuicios que tenían sentido en los últimos años de la edad de oro industrial, pero no aborda la experiencia del trabajo en las economías más ricas. Hace hincapié en la cocreación, por ejemplo, en la idea de que el trabajo humano continúa la creación de Dios, como una forma primaria de pensar en el significado del trabajo. Pero este ideal es difícil de cuadrar con la naturaleza abstracta del trabajo en la economía actual. Incontables trabajadores hacen su trabajo en una computadora, manipulando objetos virtuales dentro de un orden simbólico.

Las encíclicas más recientes tampoco avanzaron mucho en la comprensión del trabajo por parte de la Iglesia. ¿Cómo contribuye el trabajo al desarrollo humano? La encíclica Laudato Si es confusa en el tema del ocio, que el filósofo católico alemán Josef Pieper argumentó que estaba alineado con el propósito último de la existencia humana. Francisco se hace eco de Pieper al decir, sobre el sabbat, “estamos llamados a incluir en nuestro obrar una dimensión receptiva y gratuita, que es algo diferente de un mero no hacer”.

Desafortunadamente, la siguiente frase revoca ese punto: “Más bien, [el ocio] se trata de otra manera de obrar que forma parte de nuestra esencia”. Este es un problema significativo para una encíclica dedicada al “cuidado de la casa común”. Al declarar el ocio como otra forma de trabajo, Francisco reitera la primacía del trabajo que, especialmente en las economías ricas, consume la casa común. Pieper argumentaba que la receptividad y la gratuidad no son precisamente trabajo. Sólo ellas resisten la hegemonía de la condición moderna que él llamó “trabajo total”.

Por otro lado, los términos teológicos que se podrían utilizar de manera frecuente para referirse al trabajo no son de mucha ayuda para navegar las cuestiones de hoy en día. ¿Cómo reconocer, por ejemplo, si el trabajo está perjudicando a la persona? ¿Cuánta atención debe prestarle? ¿Qué tan duro se debe trabajar? ¿Es un “robo de tiempo” tomarse un descanso mental del trabajo, dado que es en sí mismo una fuente de estrés? ¿Qué pasa si no se le paga un salario digno? ¿Debes permanecer en un trabajo aunque estés agotado porque necesitas el salario y los beneficios? Para responder a estas preguntas, la teología sobre el trabajo debe ser compatible y subjetiva en lugar de objetiva y atada a una sola “condición”. No debería sobrevalorar el trabajo o hacer que los que están sobrecargados trabajen aún más.

Antiguos recursos

Afortunadamente, recursos antiguos pueden ser reutilizados para aplicarlos al trabajo del siglo XXI. Cuando se trata de cuestiones de valor, así como lo que se debe sentir al trabajar, la tradición benedictina, comenzando con la Regla de San Benito del siglo VI, tiene mucho que ofrecer. Religiosas y religiosos de las diferentes órdenes benedictinas son bien conocidos por hacer pan, queso y cerveza. Y esa Regla tiene una lección más grande: sus directrices para vivir en el monasterio enseñan que el trabajo puede ser un componente de la práctica espiritual y es esencial para satisfacer las necesidades de una comunidad, pero nunca debe convertirse en un fin en sí mismo y de hecho debe limitarse para evitar que inculque hábitos viciosos.

La disciplina que Benito ordena a sus monjes, y que los trabajadores de hoy en día podrían emular, es la separación selectiva del trabajo. Pone límites estrictos al trabajo de los monjes, comenzando con los tiempos en los que se les permite a los monjes hacer trabajos manuales. El horario de trabajo del monasterio está limitado por períodos de oración, que tiene prioridad sobre todo lo demás. Benito también establece límites en cuanto al tiempo que un monje debe realizar cualquier trabajo en el monasterio. Pide que las tareas esenciales como cocinar, limpiar y leer en voz alta a la hora de la comida roten entre los monjes. De hecho, Benito ve un peligro real -para el monje y la comunidad- en la especialización sin control. Los artesanos hábiles pueden fácilmente terminar con las prioridades equivocadas, colocando su trabajo por delante de los objetivos comunales o espirituales.

Tomar el enfoque de Benito nos obligaría a reconsiderar cómo pensamos sobre nuestro trabajo. En lugar de, “¿A qué trabajo estoy llamado?” podríamos preguntarnos, “¿Cómo contribuye o dificulta en mi camino a la santidad la labor que tengo por delante?”. En lugar de, “¿Cómo coopera este trabajo con la creación material?”, pensar “¿Cómo contribuye este trabajo a la vida de la comunidad y al bienestar material y espiritual de los demás?”. En lugar de, “¿Estoy haciendo lo que amo?”, más bien “¿Qué actividad es tan importante que debería, sin excepción, dejar mi trabajo para hacerlo?”.

Las respuestas a estas preguntas deben ser informadas reconociendo dos verdades teológicas clave que Josef Pieper hace explícitas en su libro Ocio, la base de la cultura. La primera se refiere a la creación como providencial, sus frutos son suficientes para las necesidades humanas. Pieper ve una falta de humildad en el impulso hacia lo que él llama “trabajo total”. Alguien que cree que todo debe ser ganado “se niega a tener algo como un regalo” y por lo tanto rechaza su propia condición de criatura de Dios.

Abraham Joshua Heschel se hace eco de esta idea al argumentar que el sabbat es el corazón de la existencia humana. En el sabbat, la persona “debe decir adiós al trabajo manual y aprender a entender que el mundo ya ha sido creado y sobrevivirá sin la ayuda de los seres humanos. Somos limitados, nuestras necesidades son limitadas, y Dios, a través de la creación, nos ha dado lo suficiente para satisfacerlas. Es seductor imaginar que en principio no hay límite a la riqueza que uno puede “crear” trabajando. Pero en algún momento, el trabajo y la riqueza dejan de hacerle bien a alguien. ¿Cuántas horas desperdician los que ya son ricos en trabajar para “mantener a mi familia”? ¿Y cuánto daño le hace a esas familias la obsesión ansiosa de los adultos por el trabajo? Tal ansiedad niega la creación. Mejor, entonces, “Mirad los pájaros del cielo”, que comen sin trabajar (Mt 6:26).

También debemos considerar el destino final de toda la creación, es decir, la comunión con Dios. El ocio por el que Pieper argumenta no es simplemente el descanso del trabajo. Es, en su forma más elevada, una celebración de la existencia; y la forma más elevada de celebración es el culto. Pieper escribe que en el culto sacramental, la persona “puede ser verdaderamente ‘transportada’ del cansancio del trabajo diario a una fiesta sin fin”, el banquete celestial.

 

Fuente:

Artículo “Why we need a new theology of work” de Jonathan Malesic. Edición tomada de America Magazine, original publicado en The Journal of Christian Ethics. Traducción libre por Buena Voz Noticias.

 

Puntuación: 0 / Votos: 0

Buena Voz

Buena Voz es un Servicio de Información y Documentación religiosa y de la Iglesia que llega a personas interesadas de nuestra comunidad universitaria. Este servicio ayuda a afianzar nuestra identidad como católicos, y es un punto de partida para conversar sobre los temas tratados en las informaciones o documentos enviados. No se trata de un vocero oficial, ni un organismo formal, sino la iniciativa libre y espontánea de un grupo de interesados.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *