Creencia y propósito de enmienda en “Juego de Tronos”
2:00 p m| 29 may 19 (VN/AM).- Una de las series que ha marcado una época durante la última década, acaba de emitir su último capítulo, dejando impactados a sus seguidores, y alta repercusión en redes sociales. Ya con espacio para el análisis, Miguel Ángel Malavia, de la revista Vida Nueva, reflexiona sobre el papel que ha tenido la religión en la historia, y Jim McDermontt, de America Magazine, refiere a lo que considera el momento clave del final de la serie, cuando se da un encuentro y una discusión, y se entiende que el futuro demanda un mejor y mayor esfuerzo (contiene spoilers).
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¿Qué papel ha tenido la espiritualidad en la obra nacida de George R. R. Martin? (Texto de Miguel Ángel Malavia)
Puesto que hablamos de un mundo fantasioso (aunque con claras resonancias medievales), aquí no hay señales de las religiones de nuestro mundo. No, en “Juego de Tronos” no hay cristianismo, islam, judaísmo, budismo o hinduísmo. Pero, siendo cierto esto, ¿acaso no hay ecos de la esencia trascendente que habita en la mayoría de los seres humanos?
Así, ¿qué decir del Gran Septo de Baelor, encabezado por un Gorrión Supremo que no es descabellado asociar al legendario Savonarola? Acudamos al siglo XV, a la Florencia de los Médicis. Allí nos encontramos con un apasionado dominico que llenaba las plazas para, con sus enfervorizadas predicaciones, cargar con todas sus fuerzas contra el lujo, la usura y la corrupción de los poderosos.
También en la Iglesia, pues, ni más ni menos, que fue azote del papa Borgia, el valenciano Alejandro VI. Algo que le acabó llevando a la excomunión, a la condena por herejía y, finalmente, a arder en la hoguera a manos de la Inquisición.
¿No nos suena eso a lo que le ocurrió al Gorrión Supremo, que encabezó un movimiento espiritual tan intransigente contra la falsedad que, ni más ni menos, llegó a encarcelar y a juzgar a algunos de los principales miembros de la familia Lannister, en la que reposaba el Trono de Hierro? ¿No se hizo deambular desnuda por las calles de Desembarco del Rey a la madre del rey, Cersei, para que recibiera sobre su piel el castigo de la turba enfurecida?
¿Y cómo acabó todo? Con el triunfo de la venganza (a través de un método tan expeditivo como el fuego valyrio arrasando todo) y la aniquilación desde la raíz de esa comunidad religiosa, aunque, al final, la propia Cersei también pagara un precio por ello: el suicidio de su hijo más querido, Thommen Baratheon, el Rey, quien no pudo soportar la muerte de su mujer, Margaery Tyrell.
Crimen y castigo, muerte y expiación, a uno y otro lado… Lo que, de algún modo, nos lleva a Melisandre, sacerdotisa del R’hllor; una especie de bruja o chamana que sirve a la Luz y lucha con todas sus fuerzas contra la oscuridad de la Noche, que cuenta con muchos representantes, pero cuyo signo más visible son los caminantes blancos, que amenazan con convertir todo el mundo conocido en el Reino de la Muerte.
-Sacrificio y redención
En las ocho temporadas de Juego de Tronos, Melisandre aparece y desaparece en los momentos culminantes, ya sea para hacer que Stannis Baratheon haga arder a su propia hija en la hoguera (sacrificada a la divinidad) o, ni más ni menos, que para devolver a la vida a Jon Nieve.
Pero, sobre todo, para llegar a la etapa final y ser clave en el hito central de toda la trama: que Arya Stark cumpla su profecía (“not today”) y acabe con el Rey de la Noche. Tras ello, misión cumplida, Melisandre avanza entre la masa del horror y, sencillamente, muere. Sacrificio y redención.
Y, hablando de Arya Stark, ¿cómo olvidar su paso por la Casa de Blanco y Negro, en Braavos, donde sigue al maestro Jaqen H’ghar en un templo dominado por la pérdida de la identidad propia para asumir las de otros e infringir con ellas castigos a diestro y siniestro? Allí llega a su momento de máxima expansión en cuanto a su sed de venganza, nacida de un odio absoluto tras la ejecución de su padre, Ned Stark, modelo de bondad, autenticidad y lealtad en un contexto político marcado por la traición, la mentira y el horror.
Simbólicamente, en el penúltimo capítulo, nos encontramos con una nueva Arya. Consciente ya de las consecuencias del odio y la ceguera por el poder, con Desembarco del Rey quemado por entero (con su millón de habitantes incluido) por una Daenerys Targaryen que ha traicionado su íntimo anhelo de ser una reina que “liberara de las esclavitudes del poder” a los hombres y mujeres de su tiempo, se sube a lomos de un caballo blanco (símbolo de la paz y la inocencia) y abandona el improvisado templo erigido al dios de la Nada.
Se puede decir, sin temor a equivocarse, que aquí, al final del camino, estamos ante una Arya creyente. ¿En qué religión? En la de la vida.
El desafío final en Juego de Tronos: “Necesitamos hacerlo mejor” (Texto de Jim McDermott)
Para mí, el momento más importante del final de Juego de Tronos (más que ver a un dolido Drogon derretir el Trono de Hierro) fue una escena que podría pasar un poco desatendida entre los instantes decisivos tanto para Dany como para Bran.
Me refiero a cuando se reunen las señoras y los señores de Poniente, y les cuesta llegar a un acuerdo sobre qué hacer después de la muerte de Daenerys Targaryen a manos de Jon Snow. Y Ser Davos Seaworth, un contrabandista que en el transcurso de siete temporadas se convirtió de alguna manera en la voz de la sabiduría, interrumpe: “ya hemos tenido suficiente de guerras”, dice, con voz emotiva. “Miles de ustedes, miles de ellos. Ya sabes cómo termina. Debemos encontrar una mejor manera”.
También resalto lo que ha hecho que el programa sea tan apasionante: la manera en que ha reflejado el horror y las dificultades de nuestra propia realidad. Sabemos que la verdadera “Larga Noche” de la humanidad no es una lucha contra lo sobrenatural que se nos impondrá, sino la insensatez que estamos dejando crecer en nosotros y nuestro alrededor. Sabemos lo frágil y difícil que puede ser encaminarse a un futuro esperanzador.
En una entrevista hace seis meses, Peter Dinklage, que interpreta a Tyrion, dijo que la última temporada “cuestiona todo, y eso es algo que me gusta. Te lleva a reflexionar sobre uno mismo, a cuestionarse”. Aun cuando los creadores se equivocaran con Dany al final, también es cierto que pasé siete temporadas creyendo de alguna manera que una reina autoproclamada, que amasa seguidores en territorios lejanos, podría aparacer en Poniente y esperar que la gente, el pueblo le permitiera sentarse en el trono así nomás.
Es la misma fórmula que el show ha ido repitiendo con éxito: la historia te hace creer tanto en un personaje que simplemente pierdes de vista los profundos problemas y traumas que está viviendo.
Antecedentes en Buena Voz:
- Serie “Juego de Tronos” y la Biblia comparten el protagonismo de los marginados
- Religión y fe en series: True Detective, Juego de Tronos, Los Sopranos y más
Fuentes:
America Magazine / Vida Nueva