El desafío de la pastoral urbana

8:00 p m| 23 ago 18 (LOR).- El parangón con el urbanismo siempre ha implicado un desafío para la Iglesia. A veces se ha percibido como problemático; otras tan fascinante además de necesario. La atención a la ciudad se deriva de la observación de cómo se generan los nuevos paradigmas culturales en ella. Y dado que el binomio cultura-fe es constitutivo del proceso de evangelización, una Iglesia que quiera anunciar el Evangelio de una manera apropiada al tiempo no puede escapar a tal confrontación. Textos publicados en L’Osservatore Romano y Vida Nueva.

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La línea de “cuidado urbano pastoral” que se inserta en el surco de la “teología del pueblo” de matriz latinoamericana también sigue la noción del binomio cultura-fe como elemento importante del proceso de evangelización. A través del pontificado de Francisco, su difusión ha sobrepasado las fronteras de Sudamérica para imponerse también en el debate europeo.

Se trata de entender si este modelo pastoral con fuertes implicaciones teológicas y eclesiológicas es capaz de revitalizar incluso a la Iglesia del viejo continente. Si el problema de Europa occidental es la indiferencia religiosa y el ateísmo, el contexto latinoamericano, aunque presenta algunos aspectos negativos típicos del tiempo actual, parece preservar todavía un horizonte globalmente religioso dentro del cual la cuestión de Dios se da por supuesta.

El proyecto de la “pastoral urbana” es el resultado de un viaje que la Iglesia en América Latina llevó a cabo en las décadas siguientes al Vaticano II y responde al hecho de una región que es la más urbanizada del mundo. Encuentra su trampolín en el documento que concluye la Quinta Conferencia General de América Latina y el Caribe, celebrada en Aparecida en 2007.

En el horizonte de una ruptura general de la transmisión, la Iglesia de América Latina reconoce su dificultad para la transmisión de la fe especialmente a los jóvenes debido a la falta de conocimiento / comprensión de los nuevos códigos existenciales que las mutaciones culturales han determinado. La respuesta de una Iglesia que no quiere cerrarse en el miedo, sino que quiere mantener su celo misionero requiere la confrontación con los grandes laboratorios de la cultura que son las ciudades, en los que procesan los nuevos lenguajes y los nuevos símbolos.

Movido por la instancia teológica según la cual el proyecto de Dios es una ciudad, la ciudad santa, el documento sugiere la Iglesia a asumir una mirada contemplativa, capaz de reconocer que Dios está presente en la ciudad. Aquí hay algunas perspectivas pastorales y la propuesta de un proyecto conjunto del ministerio urbano, cuyos puntos principales son: la construcción de una red entre las diferentes instituciones eclesiales, el intento de una presencia de la Iglesia en los nudos en los que se elabora la cultura, la obra de descentralización de los servicios eclesiales.

Las afirmaciones del documento de Aparecida marcan un camino en el que se insertan las diversas contribuciones que, en esta década, han favorecido el desarrollo del modelo de la “pastoral urbana”. Al proceder de compartir las premisas, intentan trabajar en torno a las acciones que la Iglesia está llamada a alentar con el objetivo de pasar de un cuidado pastoral a una pastoral misionera, de ser el “arca de Noé” a convertirse en la “barca de Pedro” (texto de Paolo Carrara).

 

Iglesia y ciudad: el desafío de las culturas urbanas (extracto)

La industriosa movilidad que viabiliza y permite el mundo urbano constituye un fenómeno permeado de posibilidades, ambigüedades y paradojas que conjeturan un contexto en continua transformación. Se trata de un movimiento sin precedentes y que, en definitiva, afecta a las más recónditas dimensiones de la vida humana y de la organización social. Tal metamorfosis, presente en la realidad latinoamericana y caribeña, enmarca uno de los aspectos principales de la supresión de una mentalidad rural supuestamente arcaica.

Progresivamente, se rompe aquella idílica imagen donde predomina la armonía del espacio centralizado, muchas veces definido por la plaza, la iglesia y sus alrededores; una vida social movida y definida por el ritmo cíclico y calmado de un orden vital natural, agrícola, rural, tradicional.

El mundo urbano, por el contrario, se distingue por su constante re-creación, por sus discontinuidades fragmentarias y por sus lógicas pluricéntricas. Ya no hay un punto geográfico material, fijo, central, delimitado capaz de responder a las infinitas necesidades, intereses y actividades de las personas que allí se localizan, se descubren, se tropiezan en total anonimato.

El mundo urbano asume así una plasticidad estética “pluriespacial” que es versátil al reclutar los medios de comunicación y las ofertas publicitarias, las redes de intercambio social y la permuta de informaciones que, de esa manera, interconectan las más diversas unidades que componen los espacios urbanos.

Esa complejidad urbana genera, favorece y moviliza un estado permanente de locomoción y circulación que está ávido de apropiarse de las innumerables alternativas que se entretejen en la territorialidad urbana: infraestructura (física e institucional), ofertas laborales, tiempo de ocio (actividades culturales, deporte, zonas verdes), libertad, etc.

A la luz de esos procesos de cambios, en los cuales el distanciamiento crítico de esa situación ya constituye diferentes perspectivas de una misma historia de desarrollo social, un aspecto importante es la necesidad de acompañar los muchos desdoblamientos y los alcances de esa situación de mudanzas diversas.

En tal sentido, todos esos procesos de vaivenes socioculturales descritos en el Documento de Aparecida, se manifiestan de manera evidente como problemática principal de las culturas urbanas. La ciudad figura como un particular ambiente donde se explicitan los diferentes aspectos culturales del cambio de época. En ese sentido, parece fundamental la afirmación de Aparecida cuando sostiene que “las grandes ciudades son laboratorios de esa cultura contemporánea, compleja y plural” (DA, n. 509).

La urbanización es un fenómeno cada vez más efectivo en orden a lo socio-cultural de la globalización (económica), pero no es menos prospectivo en orden a los retos que presenta a la labor eclesial-evangelizadora de la Iglesia: América Latina y El Caribe se convierte en una región típicamente urbanizada. Frente a esta realidad cambiante, es redoblada la atención de la Iglesia ante este inexorable y acelerado proceso de urbanización que se visibiliza en el contexto regional. Parece suficiente sugerir que la inevitabilidad de esta realidad condiciona y determina todas las posibilidades de una “nueva evangelización” (cf. Evangelii gaudium, n. 11).

No se trata de una tarea fácil. Heredera de una larga tradición rural que sostuvo su base fundamental en la Edad Media, en el contexto del duradero feudalismo, la Iglesia, de manera general, tuvo dificultades para asimilar la cultura moderna, caracterizada por la emergencia de las ciudades y de las culturas urbanas.

En ese particular, la institución eclesial, en su cosmovisión, estructura y organización pastoral-parroquial, mantiene una reserva plural de categorías y elementos rural-urbanos que encuadran su acción teológica y pastoral. Se trata de una limitante que ha sido profundamente cuestionada. En orden a promover las mudanzas necesarias, todavía hay un largo camino.

Extracto del artículo publicado en la revista Vida Nueva. Leer aquí versión completa, del P. Vitor Hugo Mendes y P. Islas Olvera (CELAM).

 

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Fuentes:

L’Osservatore Romano / Vida Nueva

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