Sobre el amor, la fraternidad y los olvidados: Cartas de los hermanos Berrigan
8:00 p m| 08 set 17 (TF/BV).- “Ambas partes están besando sus reliquias e ignorando a los hombres vivos”. Así escribió Daniel Berrigan SJ, sobre el cristianismo y el marxismo en una carta a su hermano, Philip, en la víspera de Navidad de 1963. El comentario capta la espiritualidad y las convicciones de ambos hombres.
Ellos compartieron un profundo deseo de que el cristianismo resista las distracciones del clericalismo y esté constantemente y fundamentalmente preocupado por las cambiantes realidades humanas, materiales y espirituales. Reseña de un libro que recopila correspondencia entre los hermanos a lo largo de su vida. Publicado en Thinking Faith.
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Daniel Berrigan, sacerdote jesuita conocido como poeta y activista de la paz, nació en 1921. Philip, dos años más joven, era igualmente identificado por su activismo por la paz; también fue sacerdote, hasta que se casó en 1970. Esta nueva recopilación de su correspondencia, editada por Daniel Cosacchi y Eric Martin, estaba en planificación mucho antes de la muerte de Daniel el 30 de abril de 2016, y contiene extractos de cartas enviadas entre los hermanos a través de siete décadas hasta la muerte de Philip en diciembre de 2002.
Leer las cartas es una experiencia emocionante, incluso meditativa, y solo en parte por las cosas que los hermanos discuten. Lo que más impacta es la intimidad con la que Dan y Phil se escriben. Se percibe en cada escrito un amor y afecto inmenso, tanto en malentendidos o discusiones como en cumpleaños y celebraciones. La mayoría de las cartas dan gracias por la presencia de uno en la vida del otro. En la introducción, los editores citan a Dan: “Me resulta muy difícil separar el destino de Phil del mío, por una cuestión de afecto y de existencia misma. No sabría dónde comenzó su vida y terminó la mía”.
Esta profunda intimidad es el gran regalo de las cartas. Como dicen los editores, “este libro es una historia de amor mutuo más que cualquier otra cosa”. Ese amor penetra cada aspecto de los escritos de los hermanos, hasta la última línea. Esa cercanía se hace presente también en la partes en que escriben de manera “graciosa”: “I love youse”, escribe Philip, o “With mucho love”. Dan escribe en junio de 1978 para decirle a Phil, que está en la cárcel:
I hope you are receiving some books regularly, today I sent Flannery O’Connor a coupla books of pomes. Plus Simone Weil…
Yestidday was pretty good. We had some 400 arrests, the pooolice were on their best behaviour. Citations for ‘disorderly conduct’. I marched with the Cath. Worker, who were in full force. Prior to that we had a mass at a good Franciscan house for street women on 40 st. It was jammed, just like the ol days.
Además de O”Connor, los Berrigans conocían a Dorothy Day y eran amigos íntimos de Thomas Merton hasta su muerte en 1968. Me encantaría saber qué libro de Simone Weil le envió Daniel a O”Connor: Me lo imagino reaccionando a “Echar raíces” de Weil, especialmente en su preocupación por sustituir el discurso de los “derechos” por el de “obligaciones”. El reconocimiento de las obligaciones que los seres humanos tienen de tratarse humanamente es un tema recurrente a lo largo de las cartas, tanto para Phil como para Dan, que comparten un profundo deseo de reavivar la Iglesia para que mantenga el amor hacia los marginados en su centro.
Cosacchi y Martin han elaborado una edición de las cartas que ofrece una fascinante visión del mundo espiritual, moral y político de los dos hermanos. El problema con cualquier selección es que deja tentadoramente abierta la cuestión de lo que falta, por lo que sería útil tener más información sobre el criterio de selección de los editores, así como más orientación sobre las cartas que han incluido. A veces no está claro qué hermano está escribiendo (“Dear Bruv”, “Love, Bruv”) o lo que está siendo discutido.
Sin embargo, eso no importa cuando las cartas ofrecen un ejemplo tan fuerte de lo que se entiende por “amor fraternal”. “Nunca estás ausente en mis Misas”, escribe Dan a Phil en 1954, dos años después de la ordenación del ex sacerdote. Dan se unió a los jesuitas directamente de la escuela secundaria y las primeras cartas muestran su preocupación de que Phil también encuentre su vocación, que descubra un camino a lo largo del cual pueda ofrecer sus dones a los demás. En una carta de 1942, cuando tenía 21 años y Phil no llegaba a los 20, Daniel escribe:
Las ventajas espirituales que tienes a tu disposición son magníficas; haz pleno uso de ellas. Tienes tanto a tu disposición -por un bien mayor y a futuro. Y ora por mí. Necesito más de la ayuda y la fuerza de la unidad sobrenatural con nuestro Señor. Como verás, mi hermano, un jesuita no existe para sí mismo, es un instrumento de nuestro Señor, asegurado y separado como el siervo de los hombres, para llevar sus cargas y olvidar la suya propia.
Es una declaración extraordinaria de una persona tan joven, y encaja totalmente con la espiritualidad de ambos hombres, que es lo que motiva su activismo por la paz. Como la cita que la que comencé, demuestra que la lucha de los hermanos es tanto contra las distorsiones del cristianismo que se manifiestan como distracciones de lo que realmente importa, como contra un gobierno con intención de guerra.
Ambos hermanos fueron encarcelados en numerosas ocasiones por sus protestas radicales contra la guerra y la defensa de la no violencia. Phil pasó cerca de once años de su vida en la prisión, y la última vez que estuvo encarcelado fue hasta un año antes de su muerte por un cáncer. Pero las cartas que dan testimonio de la adversidad son las pocas en las que discuten. En un intercambio notable, cuando los hermanos están cerca de los setenta años, es claro que se causan dolor profundo, y, también, significativamente, que luchan por la genuina reconciliación fraternal, incluso en medio de la confrontación.
Aquí leemos a Phil, en junio de 1989, escribiendo a Dan después de una discusión en Berlín, expresando admiración y frustración:
Me acerco a trabajar contigo en reverencia. ¿Necesito deletrearlo? Eres el mejor intérprete del Reino de Dios y la vida de nuestro Señor en habla inglesa -tal vez en el mundo. Y tu vida respalda sólidamente tu elocuencia. En cuanto a mí -y tal vez aquí mi ego habla- preferiría ser tratado por ti como un igual. A mi vista, quizás no en la de Dios, he cedido tanto por la paz como tú.
Pero la respuesta de Dan rechaza por completo los términos de Phil. Expresa su desconcierto incluso ante la noción de competencia entre ellos, preguntando: “¿Qué es lo que te ofende de mí?” En consonancia con su espiritualidad ignaciana, la respuesta de Dan es una “larga revisión de conciencia”, tratando de ver, “¿En qué te he ofendido hermano?””.
¿Cómo puede ser, me pregunto sin cesar, que dos hermanos, que tanto se aman y respetan, pudieran tener puntos de vista tan diferentes de los mismos acontecimientos, casi como si recibieran y enviaran señales de dos planetas? Estoy estupefacto.
Dan sugiere que la carta de Phil ha caído presa de una lógica incompatible con la convicción de que es el amor, bien entendido, el que da sentido a sus vidas. Él escribe: “Querido hermano, hay una cierta violencia que le aflige”, ofreciendo un recordatorio equilibrado y deliberado a Phil para honrar lo mejor de su relación, y no ser atraídos a un modo más cínico de evaluar sus méritos y logros relativos. Los editores no proporcionan la respuesta de Phil, y no está claro si existe; la siguiente carta, a partir de septiembre del mismo año, no hace referencia a la disputa.
Esas cartas son dolorosas de leer, así como aleccionadoras. Cualquiera que haya causado un daño profundo a alguien a quien ama, sin deseo ni intención, lo sentirá nítidamente al leerlas. Vale la pena recordar que el intercambio sigue años de la forma más cercana de apoyo mutuo, cada uno sosteniéndose sobre el otro. Los argumentos impactan en ambos hermanos -un recordatorio, si es necesario, de que somos más vulnerables a aquellos que más amamos.
Ahí es donde el reto de pensar de nuevo, de pensar de forma diferente, en la respuesta de Dan a Phil, es la respuesta más honrosa y amorosa que puede darle a su hermano. Pide una lógica diferente por completo. Ni entrega ni acepta la culpa, la carta de Dan, sin embargo, insta a Phil a una honesta auto-confrontación. Mira con desconcertante concentración a su dolor compartido, sin retener la reconciliación o el amor, en el mismo acto de reconocer su frustración y dolor.
Las cartas son igualmente valiosas para expresar el deseo de que la Iglesia redescubra su verdadera esencia. Dan se refiere a un “sacerdote obrero”, Père Magand SJ, que trabaja en las fábricas con otros trabajadores en un acto de comunión y por deseo de entender otras vidas, no muy diferente a lo que hace su compatriota Weil. Berrigan admira la forma en que Magand,
habló con verdadera pasión, no tanto sobre su propio trabajo, sino en la necesidad de la caridad, de la justicia, de la pobreza. Fue inolvidable. Había entrado en el tren de la tarde, con su viejo traje de obrero, nos habló e incluso dijo misa con la misma ropa, sin sotana. También me trajo a la mente muchas cosas que he tenido dando vueltas mucho tiempo; habló, por ejemplo, de lo distante con la realidad de los católicos franceses, en el sentido de que teorizan, analizan y oran sobre las condiciones pero resulta en poca acción.
Esto es cierto también para sus eclesiásticos; para quienes el elán, la encarnación, el espíritu y todo lo demás se entiende después de un período de auténtica frescura, una serie de gastadas frases hechas tan viejas como los clichés que comenzaron a sustituir. Y por eso los sacerdotes obreros representan una salida maravillosa, sacrificial y admirable; son uno de los pocos pasos tomados para poner bajar a la tierra todas esas teorías distantes.
Atender a la realidad de las cosas, a la “tierra”, es de lo que se trata para los hermanos. Una carta de 1965 de Dan enumera las preocupaciones que exigen su atención: “Cómo llegar al exterior es, para los clérigos, infinitamente más crucial que retener irrelevancias dentro”; “Una forma de llegar al exterior es hacer que toda actividad sagrada sea una inmediata actividad exterior”; “En la actualidad, los clérigos tienen la responsabilidad de escuchar y aprender mucho más que hablar o enseñar”; “El verdadero trabajo está en el mundo”.
Los Ejercicios Espirituales de Ignacio están detrás de muchas de estas preocupaciones. Tres preguntas resaltan a través de los Ejercicios: ¿Qué he hecho por Cristo? ¿Qué estoy haciendo por Cristo? ¿Qué debo hacer por Cristo? En esa misma carta de 1965, Daniel pregunta maravillosamente: “¿Quiénes son las personas que están formando el mundo mediante la acción de sacrificio? ¿qué podemos hacer con ellas? ¿Cuánto del mundo podemos permitirnos ignorar en la hora de nuestra muerte? Presumiendo que debemos encontrarnos con un Cristo que vino, murió, resucitó por todo el mundo”.
Leer las cartas de los Berrigans durante el cierre del Año de la Misericordia, brinda una particular conciencia de momentos de poderosa afinidad entre la espiritualidad de los hermanos y la del actual Papa, que escribe en Misericordiae Vultus: “El perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza”(§ 10).
Es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre.
La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo. De este amor, que llega hasta el perdón y al don de sí, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres. Por tanto, donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. En nuestras parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movimientos, en fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia (Misericordiae Vultus, §12).
Rowan Williams escribe algo muy similar en Being Christian. El bautismo, dice,
significa que podría esperar encontrar gente cristiana cerca de aquellos lugares donde la humanidad está en mayor riesgo, donde la humanidad está más desordenada, desfigurada y necesitada. Los cristianos se encuentran en el barrio de Jesús -pero Jesús va a los barrios donde están los que sufren y están confudidos, indefenso junto a los necesitados. Si el ser bautizado es ser llevado a donde Jesús está, entonces ser bautizado es ser conducido hacia el caos y la necesidad de una humanidad que ha olvidado su propio destino.
Un cristiano bautizado debe ser alguien que no tiene miedo de mirar con honestidad en ese caos interior, así como también estar afuera donde la humanidad está en riesgo. Así que el bautismo significa estar con Jesús “en las profundidades”: las profundidades de la necesidad humana, incluyendo las profundidades de nosotros mismos en su necesidad, pero también en las profundidades del amor de Dios; en las profundidades donde el Espíritu está recreando y refrescando la vida humana como Dios quiso que fuera.
Tenga en cuenta que él dice, “debe ser”. Al igual que las cartas de los Berrigans, las palabras del Papa Francisco y del ex Arzobispo de Canterbury exhortan a los cristianos al movimiento, a los cambios de los corazones, a una novedad en la manera de ver las cosas, como se entiende en el significado original de lo que usualmente traducimos como arrepentimiento: μετάνοια. La palabra también podría traducirse como un vuelco de corazón, una transformación, mirar nuevamente.
Francisco señala que “también la misericordia es una meta por alcanzar y requiere compromiso y sacrificio”; requiere “silencio para meditar la Palabra que se nos dirige” (Misericordiae Vultus, § 13-14): el tipo de contemplación que se expresa en acción. El cristianismo significa intentar cambiar las cosas en la tierra, ahora, permitiendo que una visión renovada infiltre la idea equivocada de que las cosas son como son y no pueden ser de otra manera. Los Berrigans llaman a los cristianos a pensar rigurosamente sobre cómo pueden hacerlo, como Pedro Teilhard de Chardin, quien enfatizó en la Energía Humana: “Toda la cuestión es cómo liberar (del sufrimiento) y dar una conciencia de su significado y potencialidades” .
Para los hermanos Berrigan, el trabajo de la Iglesia tiene que estar en “el mundo real” de otro modo está fallando. En esa notable carta de 1965, Dan pregunta:
¿Es nuestra libertad ser leal 1) a aquellos en dificultades, que no pueden encontrar nuestros ojos, en gran parte por lo que les hemos hecho, y 2) a aquellos en el exterior que han olvidado que existimos? Creo que ambos … “Ser olvidado como existente” no es una buena definición de quiénes somos – ¿podemos empezar por ahí? “
Termina la carta: “Creo que solo estamos obligados a lo que vemos -como máximo, no como mínimo-, es decir, que nuestra pobreza + estupidez + alienación + enfermedad son las únicas riquezas que podemos reclamar”.
Las cartas son fascinantes, tanto como documentos históricos como expresiones de modos de pensar que son muy necesarios hoy en día. Se agradece a Cosacchi y Martin por llevar estas cartas al dominio público. Espero que vengan más.
Fuente:
Thinking Faith