Para enfrentar las paradojas del Evangelio

3:00 p m| 19 ago 16 (MENSAJE/BV).- El mensaje del Evangelio es complejo. Interpretaciones parciales o simplistas pueden conducir a la estrechez y al fanatismo. Las grandes paradojas que existen en el corazón del cristianismo reflejan la riqueza religiosa y humana que ese texto encierra, pero hacen muy difícil su cabal comprensión. Un texto publicado en la revista Mensaje propone que la mayor de todas las paradojas es que el cristiano sostiene que el Creador se hizo hombre y así habitó entre nosotros. Sobre eso observa cómo una interpretación superficial provocó que en el pasado muchos se creyeran dueños de la verdad por sentirse discípulos de Jesús, y en la actualidad no impide una preferencia por lo material antes que el gozo espiritual, debido a que nos cuesta aceptar a Dios como Padre.

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Qué difícil es mantener el equilibrio y manejar el encuentro entre Dios y el hombre, entre lo grande y lo pequeño, entre el espíritu y la materia, entre la perfección y la debilidad, sin destruir uno de los polos o reducirlos a ambos a la mediocridad.

San Juan dice en su Evangelio: “Al principio existía el Verbo y el Verbo se hizo carne”. Mucho se ha discutido sobre el sentido de esta frase. El Verbo es la palabra, la sabiduría de Dios, que al encarnarse no solo asumió una inteligencia y un espíritu humano, sino que tuvo un cuerpo material, que sintió hambre, cansancio y limitaciones, como todo cuerpo. Pero más importante aún es que ese Verbo encarnado fue profundamente “humano”: amó, lloró, tuvo compasión y cercanía con los débiles, y compartió con ellos la más humillante de las muertes.

Pablo dice que se hizo esclavo y se abajó hasta la muerte en cruz. La paradoja es que a ese ser humillado se le dio un nombre sobre todo nombre y está sentado a la diestra del Padre.

No es fácil vivir esta tensión constitutiva de la fe. El cristianismo ha estado siempre amenazado por visiones que rompen la riqueza de esa paradoja. Unos han visto en Jesús solo a Dios, y otros solo a un hombre. El deseo de perfección, la búsqueda espiritual o el ansia de radicalidad generaron a veces un espiritualismo desencarnado. La mirada trascendente hizo que muchos pensaran más en la otra vida que en esta, aunque Jesús anunció un reino que venía a este mundo trayendo los criterios del Señor.

Sabiéndose discípulos de Jesús, algunos se creyeron superiores, dueños de la verdad y se encerraron generando exclusiones. Influencias platónicas, gnósticas, estoicas, llevaron a un desprecio de la materia, de la debilidad, del vulgo, que generó una moral y una espiritualidad de los selectos, que prefirieron el aislamiento, la mortificación y el ayuno a la fiesta de bodas… a cenar con publicanos.

Hoy tenemos el peligro contrario. Preferimos un reino terrenal, sin atender a la trascendencia. Más que la piedad, nos interesan las luchas políticas y sociales. Preferimos el consumo al gozo del espíritu, nos cuesta aceptar a Dios como Padre. Qué difícil es asumir el cristianismo en su rica y paradójica realidad.

Jesús, comprehensivo y paradójico, tuvo una preferencia por los marginados, pero formuló un mensaje de salvación universal. Cenó en casa de fariseos y publicanos. Sanó al siervo de un centurión romano y a la hija de una siriofenicia. Lo acompañaba la esposa del mayordomo de Herodes. Conversó con una samaritana. No deja de ser sorprendente que a la hora final, cuando todos lo abandonan, fueran a rescatar su cuerpo Nicodemo, un fariseo, y José de Arimatea, un rico.

Necesitamos hoy un mensaje universal. El Evangelio nos ayuda a comprender que hay un solo lenguaje que genera cercanía respetando las diferencias; que puede ser común a Dios y al hombre… que humaniza a Dios y diviniza al hombre.

Como lo ha recordado el Papa en este año, solo el lenguaje de la misericordia que nos hace más humanos soporta tanta paradoja y tanta complejidad.

Fuente:

Texto de Fernando Montes SJ. Publicado en la revista Mensaje.

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