Francisco en el inicio del Sínodo: “Una Iglesia con las puertas cerradas se convierte en barrera”

6:00 p m| 7 oct 15 (VI/RV/BV).- El Papa Francisco ha instado a buscar, acoger, y acompañar al hombre contemporáneo, con una verdad que no responde a modas y con una caridad que “no señala con el dedo para juzgar a los demás… La Iglesia debe buscarlo (al hombre contemporáneo), acogerlo y acompañarlo, porque una Iglesia con las puertas cerradas se traiciona a sí misma y a su misión, y en vez de ser puente se convierte en barrera”, dijo en la homilia durante la misa que inauguró el Sínodo Ordinario sobre la familia, celebrada en la basílica de San Pedro.

Un día antes, en la vigilia, reflexionó sobre la importancia del accionar del Espíritu Santo entre los padres sinodales, “sin el Espíritu, Dios resulta lejano, Cristo permanece en el pasado, la Iglesia se convierte en una simple organización, la autoridad se transforma en dominio”. Y en la primera sesión de la Asamblea, anunció que hay que tener claro que el Sínodo “no es un Parlamento o un Senado en donde ponerse de acuerdo, es más bien una expresión eclesial, es la Iglesia que camina junta para leer la realidad con los ojos de la fe y con el corazón de Dios”.

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“Cada familia es siempre una luz, por más débil que sea, en medio de la oscuridad del mundo”
Vigilia de oración preparatoria

Con intensa oración reinicia el camino sinodal de los obispos con el Papa. La invocación del Espíritu Santo que ilumina, guía a la comunidad, es siempre el punto de reinicio del proceso sinodal convocado y presidido por Francisco. La multitud de fieles y peregrinos en la plaza de san Pedro, unida al mundo entero por Radio Vaticana y el Centro Televisivo Vaticano, se concentró en oración en la víspera de la apertura del Sínodo ordinario de los obispos sobre el tema: “La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo”.

En la vigilia de oración de tantas familias junto a religiosas, religiosos, sacerdotes y obispos, titulada: “Las Familias iluminan el Sínodo”, el obispo de Roma animó a la oración precisamente con la imagen de la pequeña vela encendida en la oscuridad. Entiendo que la imagen y las preguntas sobre la misma dan luz sobre aspectos esenciales de este “caminar juntos” que significa la palabra “sínodo”.

Preguntó Francisco: “¿Vale la pena encender una pequeña vela en la oscuridad que nos rodea? ¿No se necesitaría algo más para disipar la oscuridad? Pero, ¿se pueden vencer las tinieblas? Frente a las exigencias de la existencia, existe la tentación de echarse para atrás, de desertar y encerrarse, a lo mejor en nombre de la prudencia y del realismo, escapando así de la responsabilidad de cumplir a fondo el propio deber”.

El Papa recordó que con este espíritu, hace precisamente un año, en esta misma plaza, invocábamos al Espíritu Santo pidiéndole que los Padres sinodales –al poner atención en el tema de la familia– supieran escuchar y confrontarse teniendo fija la mirada en Jesús, Palabra última del Padre y criterio de interpretación de la realidad. Y afirmó que: “Esta noche, nuestra oración no puede ser diferente. Pues, como recordaba el Patriarca Atenágoras, sin el Espíritu Santo, Dios resulta lejano, Cristo permanece en el pasado, la Iglesia se convierte en una simple organización, la autoridad se transforma en dominio, la misión en propaganda, el culto en evocación y el actuar de los cristianos en una moral de esclavos”.

El Sucesor en la cátedra de Pedro pidió: “Oremos, pues, para que el Sínodo que se abre mañana sepa reorientar la experiencia conyugal y familiar hacia una imagen plena del hombre; que sepa reconocer, valorizar y proponer todo lo bello, bueno y santo que hay en ella; abrazar las situaciones de vulnerabilidad que la ponen a prueba: la pobreza, la guerra, la enfermedad, el luto, las relaciones laceradas y deshilachadas de las que brotan dificultades, resentimientos y rupturas; que recuerde a estas familias, y a todas las familias, que el Evangelio sigue siendo la ‘buena noticia’ desde la que se puede comenzar de nuevo. Que los Padres sepan sacar del tesoro de la tradición viva, palabras de consuelo y orientaciones esperanzadoras para las familias, que están llamadas en este tiempo a construir el futuro de la comunidad eclesial y de la ciudad del hombre”.

Enlace al mensaje completo.

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“Defendamos el amor fiel, no señalemos con el dedo para juzgar a los demás”
Homilía de la misa que abrió el Sínodo

La Iglesia defiende el amor fiel duradero, frente al cual “también el hombre de hoy –que con frecuencia ridiculiza este plan– permanece atraído y fascinado”, y no señala “con el dedo para juzgar a los demás”, sino que busca y cura “a las parejas heridas con el aceite de la acogida y de la misericordia”. Lo dijo Papa Francisco en la homilía de la misa que concelebró con los 270 padres sinodales, que estarán empeñados con él desde mañana (y durante tres semanas) para discutir sobre la familia en el Vaticano.

Las lecturas bíblicas de este domingo, subrayó Bergoglio, “parecen elegidas a propósito para el acontecimiento de gracia que la Iglesia está viviendo”. El Papa propuso tres argumentos de reflexión: el drama de la soledad, el amor entre hombre y mujer, la familia.

La soledad

Francisco indicó que Adán vivía en el Paraíso, imponendo “los nombres a las demás criaturas” y “ejerciendo un dominio que demuestra su indiscutible e incomparable superioridad”. Pero, a pesar de ello, se sentía solo. “La soledad, el drama que aún aflige a muchos hombres y mujeres -continuó el Papa. Pienso en los ancianos abandonados incluso por sus seres queridos y sus propios hijos; en los viudos y viudas; en tantos hombres y mujeres dejados por su propia esposa y por su propio marido; en tantas personas que de hecho se sienten solas, no comprendidas y no escuchadas; en los emigrantes y los refugiados que huyen de la guerra y la persecución; y en tantos jóvenes víctimas de la cultura del consumo, del usar y tirar, y de la cultura del descarte”.

Hoy, dijo Bergoglio, “se vive la paradoja de un mundo globalizado en el que vemos tantas casas de lujo y edificios de gran altura, pero cada vez menos calor de hogar y de familia; muchos proyectos ambiciosos, pero poco tiempo para vivir lo que se ha logrado; tantos medios sofisticados de diversión, pero cada vez más un profundo vacío en el corazón; muchos placeres, pero poco amor; tanta libertad, pero poca autonomía… Son cada vez más las personas que se sienten solas, y las que se encierran en el egoísmo, en la melancolía, en la violencia destructiva y en la esclavitud del placer y del dios dinero”.

La experiencia que viven los seres humanos de hoy es semejante a la de Adán, subrayó el Pontífice: “tanto poder acompañado de tanta soledad y vulnerabilidad; y la familia es su imagen. Cada vez menos seriedad en llevar adelante una relación sólida y fecunda de amor: en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, en las buena y en la mala suerte. El amor duradero, fiel, recto, estable, fértil es cada vez más objeto de burla y considerado como algo anticuado. Parecería que las sociedades más avanzadas son precisamente las que tienen el porcentaje más bajo de tasa de natalidad y el mayor promedio de abortos, de divorcios, de suicidios y de contaminación ambiental y social”.

Amor entre hombre y mujer

Comentando la Lectura del Génesis, Francisco recordó que Dios dijo: “No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude”. Estas palabras “muestran que nada hace más feliz al hombre que un corazón que se asemeje a él, que le corresponda, que lo ame y que acabe con la soledad y el sentirse solo”. Dios creó al ser humano “para la felicidad, para compartir su camino con otra persona que es su complemento; para vivir la extraordinaria experiencia del amor: es decir de amar y ser amado; y para ver su amor fecundo en los hijos, como dice el salmo de hoy”.

Jesús, en el Evangelio del día, frente a la pregunta retórica sobre la duda de repudiar a la propia mujer que le plantean, “probablemente como una trampa, para hacerlo quedar mal ante la multitud que lo seguía y que practicaba el divorcio, como realidad consolidada e intangible”, responde, dijo Francisco, “de forma sencilla e inesperada”. “Restituye todo al origen de la creación, para enseñarnos que Dios bendice el amor humano, es él el que une los corazones de dos personas que se aman y los une en la unidad y en la indisolubilidad. Esto significa que el objetivo de la vida conyugal no es sólo vivir juntos, sino también amarse para siempre”.

La Familia

“Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”, responde Jesús. Se trata, explicó el Papa, de una “exhortación a los creyentes a superar toda forma de individualismo y de legalismo, que esconde un mezquino egoísmo y el miedo de aceptar el significado autentico de la pareja y de la sexualidad humana en el plan de Dios”. Solo “a la luz de la locura de la gratuidad del amor pascual de Jesús será comprensible la locura de la gratuidad de un amor conyugal único y usque ad mortem”, comentó Francisco. Para Dios, “el matrimonio no es una utopía de adolescente, sino un sueño sin el cual su creatura estará destinada a la soledad”.

“Paradójicamente también el hombre de hoy –que con frecuencia ridiculiza este plan– permanece atraído y fascinado por todo amor autentico, por todo amor sólido, por todo amor fecundo, por todo amor fiel y perpetuo. Lo vemos ir tras los amores temporales, pero sueña el amor autentico; corre tras los placeres de la carne, pero desea la entrega total”. Francisco después citó una frase de Joseph Ratzinger: “Los placeres prohibidos perdieron su atractivo cuando han dejado de ser prohibidos. Aunque tiendan a lo extremo y se renueven al infinito, resultan insípidos porque son cosas finitas, y nosotros, en cambio, tenemos sed de infinito”.

El Papa después indicó, en “este contexto social y matrimonial bastante difícil”, la misión de la Iglesia. Esta, explicó, debe “defender el amor fiel y animar a las numerosas familias que viven su matrimonio como un espacio en el cual se manifiestan el amor divino; para defender la sacralidad de la vida, de toda vida; para defender la unidad y la indisolubilidad del vinculo conyugal como signo de la gracia de Dios y de la capacidad del hombre de amar en serio”. Debe “vivir su misión en la verdad que no cambia según las modas pasajeras o las opiniones dominantes”.

Una misión que debe ser ejercida “en la caridad que no señala con el dedo para juzgar a los demás, sino que -fiel a su naturaleza como madre – se siente en el deber de buscar y curar a las parejas heridas con el aceite de la acogida y de la misericordia; de ser ‘hospital de campo’, con las puertas abiertas para acoge a quien llama pidiendo ayuda y apoyo; de salir del propio recinto hacia los demás con amor verdadero, para caminar con la humanidad herida, para incluirla y conducirla a la fuente de la salvación’. Una Iglesia que “enseña y defiende los valores fundamentales, sin olvidar que ‘el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado’; y que Jesús también dijo: ‘No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar justos, sino pecadores’”.

Francisco concluyó citando a san Juan Pablo II, que decía: “”El error y el mal deben ser condenados y combatidos constantemente; pero el hombre que cae o se equivoca debe ser comprendido y amado […] Nosotros debemos amar nuestro tiempo y ayudar al hombre de nuestro tiempo”. La Iglesia “debe buscarlo, acogerlo y acompañarlo, porque una Iglesia con las puertas cerradas se traiciona a sí misma y a su misión, y en vez de ser puente se convierte en barrera”.

Durante la oración del Ángelus, después de la misa, Bergoglio rezó de esta manera: “Que el Señor nos ayude a no ser sociedades-fortaleza, sino sociedades-familia, capaces de acoger, con reglas adecuadas, pero acoger”. “Acoger siempre -añadió el Pontífice- con amor”. “Hoy -dijo- pidamos al Señor que todos los padres y los educadores del mundo, así como toda la sociedad, se conviertan en instrumentos de esa acogida y de ese amor con el que Jesús abraza a los más pequeños. Él ve sus corazones con la ternura y la preocupación de un padre y, al mismo tiempo, de una madre. Pienso en todos los niños hambrientos, abandonados, explotados, obligados a la guerra, rechazados”. “Es doloroso -confió Francisco- ver las imágenes de niños infelices, con la mirada perdida, que escapan de la pobreza y de los conflictos, que tocan a nuestras puertas y a nuestros corazones implorando ayuda”.

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“El Sínodo no es un Parlamento que busca compromisos”
Primera sesión del Sínodo

El Sínodo sobre la familia “no es un Parlamento, en donde para alcanzar un concenso o un acuerdo común se recurre a la negociación o a los compromisos”; el único “método del Sínodo es el de abrirse al Espíritu Santo con valentía apostólica, humildad evangélica y oración confiada”. Papa Francisco inauguró con este consejo la primera sesión de la asamblea ordinaria.

La Iglesia, dijo Francisco en un breve discurso introductivo, “retoma el diálogo que comenzó con el Sínodo extraordinario sobre la familia, y claramente mucho antes, para reflexionar juntos sobre el texto del “Instrumentum laboris”, elaborado por la “Relatio synodi” y con las respuestas de las Conferencias Episcopales y de los organismos que tienen derecho. El Sínodo, como sabemos, es un caminar juntos con espíritu de colegialidad y sinodalidad, adoptando valientemente la parresía, el celo pastoral y doctrinal, la sabiduría, la franqueza y poniendo siempre ante nuestros ojos el bien de la Iglesia, de las familias, y la “suprema lex”, la “salus animarum”. Quisiera recordar –prosiguió el Papa– que el Sínodo no es un congreso o un locutorio, no es un Parlamento o un Senado en donde ponerse de acuerdo, el Sínodo, por el contrario, es una expresión eclesial, es decir es la Iglesia que camina junta para leer la realidad con los ojos de la fe y con el corazón de Dios, es la Iglesia que se interroga sobre la fidelidad al depósito de la fe, que para ella no representa un museo que visitar y tampoco que salvaguardar, sino fuente viva en la que la Iglesia sacia su sed para saciar la sed e iluminar el depósito de la vida. El Sínodo se mueve necesariamente en el seno de la Iglesia y dentro del santo pueblo de Dios, del que formamos parte en calidad de pastores y servidores”.

“El Sínodo, además, es un espacio protegido, y la Iglesia experimenta la acción del Espíritu Santo”, dijo el Papa. “En el Sínodo, el Espíritu habla a través de la lengua de todas las personas que se dejan guiar por el Dios que sorprende siempre, por el Dios que revela a los pequeños lo que oculta a los sabios y a los inteligentes, por el Dios que ha creado la ley y el sábado para el hombre y no al contrario, por el Dios que deja a las 99 ovejas para buscar a la única oveja perdida, por el Dios que siempre es más grande que nuestras lógicas. Pero recordemos que el Sínodo podrá ser un espacio de la acción del Espíritu Santo solo si nosotros que participamos en él nos armamos de valentía apostólica, de humildad evangélica y de oración confiada”.

“La valentía apostólica que no se deja atemorizar frente a las luces del mundo que tienen a apagar en el corazón de los hombres la luz de la verdad, sustituyéndola con pequeñas luces temporales, y tampoco frente a la petrificación de algunos corazones, que, a pesar de las buenas intenciones, alejan a las personas de Dios. La valentía apostólica de no hacer de nuestra vida cristiana un museo de recuerdos. La humildad evangélica que sabe vaciarse de las propias convenciones y prejuicios para escuchar a los hermanos obispos y llenarse de Dios. La humildad que lleva a no señalar con el dedo para juzgar a los hermanos, sino tender la mano para volver a levantarlos sin sentirse nunca superiores. La oración confiada es acción del corazón cuando se abre a Dios, cuando se hacen callar todos nuestros humores para escuchar la suave voz de Dios que habla en el silencio. Sin escuchar a Dios, todas nuestras palabras serán solo palabras, que no sacian ni sirven. Sin dejarnos guiar por el Espíritu, todas nuestras decisiones serán solo decoraciones que, en lugar de exaltar el Evangelio, lo cubren y lo ocultan”.

“Queridos hermanos, como he dicho, el Sínodo no es un Parlamento, en donde para alcanzar un concenso o un acuerdo común se recurre a la negociación o a los compromisos, sino el único método del Sínodo es el de abrirse al Espíritu Santo con valentía apostólica, humildad evangélica y oración confiada, para que sea Él quien nos guíe e ilumine, y ponga frente a nuestros ojos, con nuestros pareceres personales, la fe en Dios, la fidelidad al magisterio, el bien de la Iglesia y la ‘salus animarum'”.

El Papa concluyó su discurso agradeciendo al Secretario del Sínodo, el cardenal Lorenzo Baldisseri, al subsecretario, mons. Fabio Fabene, al relator general el cardenal Peter Erdö, al secretario especial, mons. Bruno Forte, a los presidentes delegados, a los escritores, asesores, traductores, a todos los que han trabajado “con verdadera fidelidad y dedicación a la Iglesia”, y a todos los padres sinodales, a los delegados fraternos, a los oidores y a las oidoras. Concluyó son un agradecimiento especial “a los periodostas presentes en este momento y a los que nos siguen desde lejos, por la apasionada participación y admirable atención”.

La sesión matutina comenzó con una meditación del cardenal Óscar Rodríguez Maradiaga, arzobispo de Tegucigalpa y consejero del Papa, que pronunció la acostumbrada meditación sobre las lecturas del día. El Purpurado hondureño, indicó en español, que espera que el Sínodo produzca un camino de alegría y de esperanza para todas las familias, y, comentando el texto de San Pablo, que en la Iglesia se dé un diálogo y no la defensa de ideas a ultranza, en nombre de ese diálogo que propuso el Papa en la exhortación apostólica “Evangelii gaudium”.

Después tomó la palabra el cardenal arzobispo de París, André Vingt-Trois, presidente de turno, quien subrayó que el Sínodo tiende a “buscar con convicción y humildad hacer aumentar la comunión”, no como una “prueba de fuerza”, sino como una conversión “común en el espíritu de la unidad de la que usted –dijo el purpurado francés dirigiéndose a Francisco– es guardián y servidor”.


Fuentes:

Vatican Insider / Radio Vaticana / Rome Reports

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