La misericordia es doctrina

6.00 p m| 2 jun 15 (VATICAN INSIDER/BV).- ¿Cómo conciliar la doctrina y la misericordia? es la pregunta que plantea de entrada el padre Gian Luigi Brena en un artículo que abrirá el próximo número de La Civiltà Cattolica dedicado a los argumentos del Sínodo sobre la familia. Al exponer sus argumentos afirma que la misericordia es doctrina y, sobre todo, la “sustancia misma del Evangelio”, como ha repetido en varias ocasiones el Papa Francisco. El P. Brena recuerda que “para Jesús la misericordia vale más que el sacrificio, y que el sábado mismo fue hecho para el hombre y no el hombre para el sábado. Lo más importante es interiorizar este estilo del Señor, ilustrado también en las parábolas del buen samaritano y del padre misericordioso”.

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Según el autor, la misericordia permite “mantener firme la fidelidad a la verdad”. “Si nosotros –explica– medimos a los hombres con una regla, es inevitable dividirlos entre justos y pecadores; y después solo queda invitar a los últimos a convertirse, adecuándose a la norma; y, en sustancia, el discurso se acaba aquí. Así, la tensión se lleva al extremo, pero no se trata de una incompatibilidad absoluta. Desde siempre, en la tradición, la confrontación entre la doctrina y las exigencias de las personas en las diferentes situaciones nunca ha sido ni neta ni definitiva. Queda abierta la posibilidad de una conciliación, puesto que, en el campo de las realidades humanas, la verdad no se puede determinar generalmente por leyes sin excepciones, como en el campo puramente teórico. En la aplicación de los preceptos morales se admiten, pues, acomodos a las circunstancias, sobre todo si implican un cambio en el caso”. El padre Berna cita, por ejemplo, la cuestión del transplante de órganos, que antes se consideraba inadmisible moralmente y ahora, por el contrario, “acción loable”.

“Las normas son válidas y sensatas, pero no se puede pretender que decidan siempre todos los casos particulares en los que la acción adquiere un significado concreto y decisivo. Y, puesto que no se pueden prever todos los casos, es necesario encomendar a la consciencia de los protagonistas la responsabilidad última de la decisión sobre lo que hay que hacer en circunstacnias individuales. También es tradicional –especifica Brena– el principio de la consciencia individual como criterio próximo de la responsabilidad de las personas”.

El autor recuerda que ahora han cambiado también algunas circunstancias históricas “generales”. Mientras hace tiempo la validez de las normas morales “se consideraba tradicionalmente como la situación normal, y la regla general era preponderante”, puesto que las “excepciones” eran raras en una sociedad homogénea y sustancialmente estática, “en la modernidad, en cambio, las cosas han cambiado, sobre todo durante el último siglo”.

Esto ha provocado, explica, que se considere “que en las cosas humanas la singularidad de las personas y de sus situaciones únicas tenga un peso propio en el contexto de lo que es sustancialmente común a todos. Se llega así a dar una prioridad a la singularidad de las personas sobre la generalidad de la doctrina. Un simple cambio de acentuación caracterizó incluso una orientación de fondo del Concilio Vaticano II: de la condena de las desviaciones modernas con respecto a la doctrina tradicional, que no fue revocada, se pasó a una actitud de diálogo con las personas, que tiende a dar valor a sus mejores aspectos. La misión pastoral exige aceptar y acoger sobre todo a las personas de carne y hueso”.

Y esto “se puede hacer”, precisa el padre Brena, “sin renunciar absolutamente a la verdad cristiana, que ahora es confirmada como objetivo que alcanzar, ayudando a las personas a conocer mejor tal verdad, a asimilarla y a realizarla en la vida. La prioridad otorgada a la persona está en sintonía con la actitud de la misericordia, porque permite acoger a todos sin condiciones previas y danto valor principalmente al deseo de las personas de acercarse al Señor en la verdad. La misericordia tiene que ver sobre todo con los casos en los que se admite, por parte de todos, que la norma no ha sido respetada y que se ha cometido un mal y un pecado”.

La conciliación con la norma resulta posible si, añade el autor del artículo, “en el espíritu del Evangelio, se da prioridad a la persona. La misericordia no niega la doctrina ni la norma general, es más las confirma por el simple hecho de que invita a las personas a un camino penitencial que reconozca el mal cumplido e invita a la esperanza en Dios. Pero también dice a la persona en defecto que ante el Señor ella no es identificada con su pecado y que no todo está perdido: todavía hay una posibilidad en la vida”.

En esta perspectiva de la prioridad de acuerdo con las personas y sus situaciones concretas, son mucho más comprensibles “la posibilidad y la necesidad de ocuparse también de las situaciones de convivencias irregulares y de acompañarlas en recorridos graduales. Si nos ponemos frente a las personas que invitamos a la reconciliación y a que se vuelvan a acercar a la Iglesia, no podemos pedirles todo inmediatamente, puesto que se trata de mejorar aspectos importantes de sus vidas”.

“Debemos cuidarnos –se lee en La Civiltà Cattolica, que cita al Papa– de una teología que se pierde en las disputas académicas o que ve a la humanidad desde una torre de cristal”. ¿Cómo convergen, pues, la misericordia y la verdad en Jesús? El Nazareno “es una verdad personificada, que no se limita, por ello, a una constatación fotográfica de un herido en la calle, sino que tiene el corazón que siente su sufrimiento hasta la conmoción. La verdad recibida con un corazón acogedor se encuentra con la misericordia y se convierte en una fraternidad que no conoce límites”.


Fuente:

Texto de Andrea Tornielli. Publicado en Vatican Insider.

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