El bicentenario de la Restauración de la Compañía de Jesús

Restauración Jesuita

9.00 p m| 7 ago 14 (SJ/BV).- La Compañía de Jesús estuvo extinguida en la Iglesia durante 41 años (1773-1814) y fue restablecida por el Papa Pío VII el 7 de agosto de 1814 con la bula Sollicitudo omnium ecclesiarum, dando inicio al momento histórico denominado “Restauración”. Parte de los jesuitas sobrevivieron esas décadas en Prusia y Rusia (y los últimos años también en Italia), de donde brotaría la renacida orden. Con la finalidad de comprender el acontecimiento en su totalidad, presentamos un breve recuento histórico y datos de la coyuntura.

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“Hoy, 200 años después los jesuitas deseamos aprender de las luces y sombras de nuestro pasado, con el fin de percibir con mayor claridad y entregarnos con más generosidad a lo que el Señor pide de nosotros en el momento presente”.
– Adolfo Nicolás, Superior General de la Compañía de Jesús


Antecedentes y causas

La cultura política dominante en la segunda mitad del siglo XVIII era el despotismo ilustrado, potenciado por el regalismo, que asignaba al monarca competencias también en asuntos religiosos en detrimento de las atribuciones del Papa. La Compañía de Jesús, en plena fase expansiva, era una orden religiosa muy activa e influyente socialmente. Era muy estimada, pero también había acumulado grandes enemigos, a los que quizás minusvaloró, que orquestaron una campaña contra ella.

Para explicarlo hay que referirse a un entramado de causas y detonantes que provocaron su extinción. Entre ellas destacan éstas:

– Los privilegios y exenciones de la Compañía, como el no tener que pagar diezmos, los enzarzó en pleitos interminables con los obispos, algunos sacerdotes y religiosos. Los papas, desde Paulo III (en 1540) hasta Gregorio XIII (+1585) apoyaron la fundación de la Compañía y la dotaron para que pudiera desenvolverse allá donde fuese, adaptando el derecho de la Iglesia a la nueva forma de vida religiosa. Pero las órdenes existentes no lo vieron así. Los papas dieron a los jesuitas unas posibilidades canónicas que perjudicaban intereses de parroquias y de las antiguas órdenes.

Por otra parte, su forma de vivir la pobreza chocó también con la manera de vivirla de las órdenes mendicantes. Estos vivían “mendigando”, como indica su nombre, aunque también recibían legados. En cambio, la Compañía para sus colegios, no para las Casas Profesas, buscaba un capital inicial, cuyos intereses permitían la vida de una comunidad y la atención educativa gratuita a sus alumnos. Este interés por obtener el capital les dio fama de que acumulaban riquezas. En América del Sur, territorio inmenso, el capital lo obtenían de latifundios con ganado para alimentar a las comunidades y a los alumnos.

Este sistema de financiación no dejaba de tener sus peligros de devaluar el voto de pobreza de los jesuitas, pero asimismo es cierto que, cuando se suprimió la Compañía en el mundo (1773), dos terceras partes de sus colegios eran gratuitos.

Los jesuitas, como todos los religiosos, estaban exentos frente a los obispos, es decir, no estaban sujetos a su jurisdicción ordinaria, pues tenían sus propios superiores; y, entre otras cosas, estaban exentos de dar el diezmo de sus bienes al obispo, lo cual generó problemas con algunos obispos. La Compañía chocó también con los sacerdotes diocesanos. Fue el caso de los seminarios ingleses del continente, dirigidos por la Compañía, porque muchas vocaciones se pasaron a esta orden por influjo de sus formadores.

– Su cercanía al poder político les propició muchos enemigos y su imagen de autosuficiencia contribuyó a reforzar esa animadversión. Durante muchas décadas los confesores de los principales reyes de Europa fueron jesuitas que, a menudo, intervenían en los grandes asuntos de estado y se convertían en consejeros reales. El confesor real tenía una autoridad inmensa, ya que era el ministro de asuntos eclesiásticos de la nación.

– Su adaptación cultural en las misiones provocó una gran oposición a los llamados ritos chinos (China) y malabares (India) que fueron prohibidos por Roma. La evangelización de China comienza con la llegada del jesuita P. Mateo Ricci a este país en 1583. Siguió un método de adaptación misionera que produjo muchos frutos.

Esa inculturación procuraba adaptar el cristianismo a la cultura y mentalidad del pueblo evangelizado y adoptar las tradiciones que eran asimilables al cristianismo. Pero este método, también empleado en la India, chocó con la visión de la transmisión cristiana clásica (europea y latina), por la que no sólo se transmitía el cristianismo, sino también el soporte cultural europeo que lo sustentaba.

En China, algunos dominicos trataron a los jesuitas de blasfemos por juntar en un mismo altar “a Dios y a Belial”, y aceptar el culto a los antepasados y a Confucio. Los jesuitas pensaban que aquel culto era puramente social, sin carga religiosa.

En Japón los jesuitas consiguieron del Papa Gregorio XIII que sólo ellos pudieran acudir a este país como misioneros, para no crear incomprensiones entre los nativos con la aparición de otras órdenes religiosas. Dominicos y franciscanos protestaron. La controversia de los ritos chinos y malabares, tras reiteradas condenas por parte de Roma sobre los métodos jesuitas, acabaron con la prohibición de los citados ritos en 1710.

– Sus misiones provocaron muchos recelos y en Europa se llegó a creer que en ellas acumulaban riquezas e incluso tenían su propio rey (Nicolás I, rey de Paraguay). En concreto, las Reducciones o misiones Jesuitas del Paraguay (1609-1769) fueron asentamientos de unos 5000 indios guaraníes cada una, que promovieron los jesuitas en las tierras conquistadas por Portugal y España, con el deseo de salvaguardar su identidad de personas y de vasallos de la corona.

Fueron verdaderos pueblos “civilizados” que tenían organizada su subsistencia (agricultura, ganadería, confección de vestidos), estructura social (cabildo, corregidor, alcaldes, jueces, etc.) y cultural (educación, arquitectura, escultura, música, y hasta la ciencia), así como su espiritualidad (estos pueblos considerados por los conquistadores como salvajes recibieron la fe a través de los misioneros).

La firma en Madrid del Tratado de Límites -para sus colonias en América del Sur- entre España y Portugal (el 13 de enero de 1750) constituyó el principio del fin de las Reducciones y fue un detonante más para la expulsión de los jesuitas de España y Portugal. Este tratado transfería a Portugal todo el territorio de las Reducciones al este del río Uruguay (unos 250.000 kilómetros cuadrados), mientras España se aseguraba la confianza de Portugal para reconocer las márgenes del Río de la Plata como oficialmente españolas.

El tratado tuvo desastrosas consecuencias humanas para los 30.000 indios guaraníes asentados en 7 reducciones al este del río Uruguay, a los que se les obligaba, en contra de su voluntad, a trasladarse al otro lado del río, en tierras malas, dejando sus propios pueblos y haciendas a los portugueses. Si se quedaban, se exponían a perder la libertad de la que habían disfrutado bajo la corona de España, ya que las leyes portuguesas permitían la esclavitud. Esa situación provocó la sublevación de los pueblos guaraníes que hicieron guerra a España y Portugal (1754-1756).

Las Reducciones habían nacido en 1610 y acabaron con la expulsión de la Compañía de Jesús de España y sus tierras (1767) ordenada por Carlos III. En el momento de la expulsión había unos 89.000 indios asentados en todas las reducciones de América.

– Su enérgica defensa de la ortodoxia doctrinal católica los enfrentó con protestantes, jansenistas y filósofos franceses.

– Los gobiernos absolutistas no soportaban su defensa incondicional del papado, y fueron justamente causas políticas las que al final fueron decisivas. Los Estados, y sobre todo los Estados gobernados por los Borbones, tuvieron sus conflictos con la Iglesia y con la Compañía. El galicanismo en Francia, el josefinismo en Austria y el regalismo de Carlos III en España fueron un choque continuo entre las autoridades de aquellos países y la Compañía, a la que achacaban por su voto de obediencia al Papa que actuaba en contra del poder político de sus monarcas. Las conciencias de los jesuitas franceses se vieron continuamente zarandeadas. Portugal, en su ataque a la Compañía, a la búsqueda de sus “imaginados” tesoros en las Reducciones del Paraguay, logró el citado Tratado de Límites con España, que perjudicó sobre todo a las Reducciones, pero también a la Corona española. Ya, sin jesuitas, expulsos y sin tesoros encontrados, Portugal y España se volvieron a intercambiar los territorios en 1761.


La expulsión

A partir del Tratado de Límites de 1750 se desencadenó un momento muy crítico para la Compañía de Jesús en toda Europa. Comenzó la expulsión de los jesuitas de Portugal y del resto de sus tierras. Fueron presos en Brasil y deportados a Portugal entre 1755 y 1759. En 1759 la mayoría de los jesuitas de Portugal fueron expulsados a los Estados Pontificios, acusados de tramar un fallido atentado contra el rey, junto con algunas familias nobles que fueron ejecutadas (Távora y Aveiro).

El segundo escenario fue Francia. El P. Lavalette, procurador de las misiones de la Isla Martinica, se lanzó a empresas comerciales aventureras sin permiso de los superiores y entró en quiebra tras la captura de sus mercancías por piratas. Fue expulsado de la Compañía, pero los acreedores reclamaron a los jesuitas y éstos apelaron al Parlamento de París. Allí se inició una causa contra la misma Compañía, acompañada de un proceso difamatorio con gran implicación de los jansenistas. En 1762, el Parlamento de París ordenó a los jesuitas desalojar sus casas y les prohibió vivir según su Instituto. Finalmente, Luis XV, alentado por su ministro Choiseul, promulgó el edicto de noviembre 1764 por el que la Compañía quedaba disuelta en Francia, aunque sus antiguos miembros podrían continuar viviendo en ella como personas privadas bajo la jurisdicción de los obispos.

En España el detonante de la expulsión fue la extensión de la idea de que los jesuitas habían sido los instigadores del motín de 1766 (conocido como motín de Esquilache) y de que tenían el propósito de acabar con la vida del rey Carlos III para imponer a un monarca que mostrase total obediencia al Papa. Esto lo desmiente la crítica histórica, que explica estos levantamientos como una manifestación promovida por el llamado “partido español” y provocada por el descontento general debido a la carestía de la vida y al rechazo a los ministros extranjeros.

Pero la clave de la expulsión fue el exagerado absolutismo y regalismo de Carlos III y sus ministros, que suponían el acatamiento incondicional de la voluntad del rey y la sacralización de su persona. La Compañía de Jesús era contraria a esas teorías, por lo que fue percibida como un grave peligro para sus proyectos políticos, dada su autoridad moral sobre la población y la aristocracia. Carlos III, por el real decreto de 27 de febrero, encargaba al conde Aranda la ejecución de la expulsión de los jesuitas.

En total unos cinco mil jesuitas fueron expulsados de la corona de España; dos mil setecientos en la península y unos dos mil trescientos en las colonias.


La extinción

Aunque Clemente XIII se resistió a las presiones que le pedían suprimir la Compañía, su fallecimiento propició un cónclave que eligió un Papa favorable a este fin. El breve de extinción, Dominus ac redeptor, fue firmado por el Papa Clemente XIV el 16 de agosto de 1773 y se fue aplicando, sin dificultad, en todas partes, excepto Prusia y Rusia. La Compañía de Jesús estuvo extinguida en la Iglesia durante cuarenta y un años (1773-1814) y fue restablecida por Pío VII el 7 de agosto de 1814 por la Bula Sollicitudo omnium ecclesiarum. Parte de los jesuitas sobrevivieron esos 40 años en Rusia, de donde brotaría la renacida orden.

Hasta ese año, en el mundo había unos 23.000 jesuitas, dirigiendo unos 700 colegios. Pero la Compañía no desapareció del todo. En una parte de la Europa oriental, paradójicamente, dos gobernantes no católicos, Federico II de Prusia y la zarina Catalina II de Rusia, se negaron a prescindir de la formación que los jesuitas impartían en sus tierras y allí pudieron seguir trabajando durante varios años con total libertad. Incluso otros jesuitas llegaron hasta allí desde otros lugares.

A la muerte del Papa Clemente XIII, el ministro español José Moñino recibió la misión de ir como embajador a Roma para conseguir la supresión de los jesuitas. Se entrevistó con los cardenales a quienes manipuló para que eligieran un papa que colaborase con su causa. Elegido Clemente XIV en 1769, con una política de acoso al papa y a su entorno, consiguió su objetivo. Así, finalmente, siguiendo el proyecto español, el 21 de julio de 1773, el pontífice Clemente XIV firmó el breve Dominus ac Redemptor por el que se suprimía la Compañía de Jesús. Moñino recibió en premio el título de conde de Floridablanca.


El refugio en Prusia y Rusia

La Compañía fue suprimida, pero no extinguida. Curiosa y afortunadamente, el Breve supresor no fue publicado por los obispos ni en Rusia (donde comenzó a haber jesuitas en 1772, cuando Rusia se anexionó una parte de Polonia) ni en Prusia, por prohibición de sus soberanos interesados en mantener los colegios jesuitas.

Así,  la Compañía  de  Jesús,  hostigada  por  el  católico  rey  español,  fue  protegida  por  un soberano protestante (Federico II de Prusia) y una zarina ortodoxa (Catalina II de Rusia).

Federico II cedería un poco más tarde a las presiones borbónicas (en 1776), pero Catalina II hizo caso omiso a las reclamaciones de Carlos III, con lo que la Compañía de Jesús permaneció en aquella región como en hibernación, al principio con la anuencia del papa y después con la aprobación verbal de Pío VI en 1783, y con una aprobación oficial en 1801.

Durante los años de la supresión, el jesuita zaragozano José de Pignatelli se convirtió en sostén y apoyo de muchos ex jesuitas y fue figura clave para la posterior Restauración. En 1792 el infante duque de Parma Don Fernando, sobrino de Carlos III de España, puso en manos de los ex jesuitas la educación de sus súbditos y pidió que enviasen 3 jesuitas de Rusia para abrir un noviciado en Colorno, al frente del cual colocó a José de Pignatelli, que formó a nuevos candidatos,  reorganizó  a antiguos  jesuitas  españoles  e  italianos  dispersos  y buscó  nuevas vocaciones que forzosamente habían de adherirse, como él mismo, a la Compañía de Rusia.

La actividad de los jesuitas bajo el gobierno de la Rusia ortodoxa duró más de cuarenta años y tuvo un doble objetivo: mantener viva la Compañía de Jesús y velar por el cuidado pastoral e intelectual  de  los  católicos  que  permanecieron  bajo  el  dominio  e  influencia  de  la  Rusia ortodoxa, después de la división de Polonia. Con perseverancia y determinación alcanzaron ambos objetivos.


La restauración

Asegurada y reconocida, en primer lugar, la existencia de la Compañía en la Rusia de Pablo I (1754-1801) por medio del Breve Catholicae Fidei (1801) y en la Italia de los Borbones por medio  de  otro  Breve,  Per  allias  (1804),  faltaba  su  Restauración  final.  Ésta  llegó  con  la publicación y puesta en práctica del Breve Sollicitudo omnium ecclesiarum (7 de agosto de 1814) del Papa Pío VII. Aquí tres factores importantes para la restauración:

1) La ruptura de la unidad entre los Borbones en relación a los jesuitas : el Duque Fernando de Parma anuló la orden de expulsión y exigió el retorno de los jesuitas a su Estado, pidiendo un grupo de jesuitas a Catalina II de Rusia (en 1793). El 30 de julio 1804, Pío VII extendió la concesión del breve Catholicae fidei el Reino de las Dos Sicilias (Para alias corto ). Sin embargo, Fernando IV , afectado por los acontecimientos de la Revolución Francesa, pidió el Papa permitir el regreso de los jesuitas a Nápoles.

2) El cambio gradual en la actitud de Pío VI, quien, de una aprobación prudente , pasó al deseo explícito de restaurar la Compañía de Jesús, aunque murió sin ser capaz de hacer una declaración oficial.

3) La determinación de Pío VII , después de su regreso a Roma, de restaurar universalmente la Orden para garantizar la reconstrucción religiosa después de la revolución.

Lee aquí la Bula de Restauración del Papa Pío VII “Sollicitudo omnium ecclesiarum”


Otros vínculos recomendados:

A propósito de la celebración de esta fecha importante en la historia de la Compañía de Jesús, adjuntamos algunos enlaces con más reflexiones y comentarios:

Expulsión y exilio de los jesuitas de los dominios de Carlos III (Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes)

200 años de la restauración jesuita (II): una entrevista al padre Hernán Quezada, S.J.

Jesuit Restoration – Part One: The Jesuits in Europe before 1769 (Thinking Faith)

Order Restored. Remembering turbulent times for the Jesuits (America Magazine)

Universal Restoration. What happened today?

La Supresión de la Compañía de Jesús en el Perú


Fuentes:

– Dossier de prensa “200 años de la Restauración de la Compañía de Jesús” (Compañía de Jesús. Provincia de España).

– Misión Jesuita peruana: hacia los 450 años

Puntuación: 4.17 / Votos: 6

Buena Voz

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Un pensamiento en “El bicentenario de la Restauración de la Compañía de Jesús

  • 12 agosto, 2014 al 7:46 pm
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    Que interesante articulo! Los felicito por la informacion. Dios los bendiga. Saludos a todos Uds. Sres de BuenaVoz Noticias

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