Diálogo entre la fe cristiana y la teoría de la evolución de Darwin

Teoría Darwin Fe Cristiana

10.00 p m| 27 feb 14 (THINKING FAITH/BV).- En el marco evolucionista darwiniano, según el cual los seres humanos llegaron a existir a través del mismo proceso de descendencia con modificación, como cualquier otro ser vivo, ¿cómo podemos afirmar que tenemos un lugar único en el orden natural? Frances Murphy sostiene que aún adheridos al darwinismo podemos preservar la creencia en nuestra condición ontológica especial.

—————————————————————————
La teoría de la evolución darwiniana y su desarrollo en campos como la sociobiología y la psicología evolutiva son ahora temas permanentes del clima intelectual. Decir que la relación de la teoría de la evolución con la religión, y en particular con el cristianismo, ha sido un tanto controversial sería un eufemismo, el compromiso con uno asumía durante mucho tiempo el evitar cualquier posible adhesión al otro.

Sin embargo, a pesar de las aparentes dificultades de adoptar la fe cristiana y a la vez aceptar ideas de la teoría de la evolución, varios teólogos de la mitad del siglo XX en adelante han empezado a tomar en serio los argumentos presentados a favor de la teoría de la evolución, e intentan incorporar ideas evolucionistas en su teología, un ejemplo notable es el jesuita francés Pierre Teilhard de Chardin.

En 1950, el Papa Pío XII alentó la investigación de la teoría de la evolución “en conformidad con el estado actual entre las ciencias humanas y de la teología sagrada”. Además del interés en la evolución por parte de los teólogos, hay muchos académicos que se clasifican a sí mismos principalmente como biólogos evolucionistas que de ninguna manera rechazan la existencia de creencias religiosas, incluso en muchos casos también participan de ellas.

La obra de Michael Ruse, “¿Puede un darwinista ser cristiano? la relación entre ciencia y religión”, por ejemplo, está saturada de respuestas afirmativas a la pregunta que lleva por título. Puede ser muy útil tomar un momento para recordar lo que queremos decir cuando nos referimos a la evolución darwiniana -sobre todo porque el marco darwinista no es el único (aunque es el más aceptado) camino para formular las ideas evolutivas- y Ruse ofrece una definición útil:

Por Darwinismo entiendo que es el comprometerse con una evolución, de todos los organismos, vivos y muertos, del que han surgido lentamente desde formas primitivas, probablemente en última instancia, a partir de materia inorgánica. Entiendo también un compromiso con la selección natural, cuyo principal mecanismo de cambio es la reproducción diferencial provocado por una lucha por la existencia, siendo la adaptación la principal consecuencia. No creo que el darwinismo implica necesariamente que la selección es el único mecanismo o que hasta lo mínimo en vida orgánica logre una adaptación, pero la selección como causa y la adaptación como efecto son factores abrumadores.

Algunas de las razones a las que podemos atribuir la tensión entre los cristianos y los evolucionistas son obvias: sólo tenemos que mirar hacia el primer capítulo del libro del Génesis para encontrar una de ellas. Una explicación darwinista del origen de la vida humana, y de hecho toda la vida, es claramente incompatible con el relato de la creación de Dios del mundo en seis días que encontramos en esas páginas (si se toma literalmente).

Sin embargo, no debemos dejar que la oposición creacionista a la evolución darwiniana sea un obstáculo para nuestros intentos de discutir la fe cristiana y el darwinismo juntos: la historia de la creación en Génesis puede ser entendida como una alegoría, como teología, como la narrativa, y si lo aceptamos como verdad en un nivel diferente de un nivel literal e histórico de la verdad, entonces este no es necesariamente el final del camino del diálogo entre la teología cristiana y el darwinismo.


El fenómeno llamado hombre

Pero existieron otros escollos en el camino hacia el diálogo entre el cristianismo y el darwinismo. Uno de los desafíos más grandes -y no sólo para los cristianos- que el advenimiento de la teoría de la evolución ha presentado, es un cuestionamiento de la concepción de la humanidad a sí misma como fundamentalmente diferente (nos atrevemos a decir incluso superior) al resto del orden natural. Aquino fue claro en afirmar que era nuestra racionalidad lo que nos permitió distinguimos de los demás animales. Pero, según Darwin, nuestro ancestro común con todos los demás seres vivos, ya sea trazable a la historia “relativamente” reciente o a los orígenes de la vida misma, o en algún momento entre los dos, sugiere que la existencia de nuestra especie no es más necesaria o especial que la de cualquier otro.

Las diferencias entre nosotros y los demás seres vivos han surgido a través de los mismos procesos que el resto de las diferencias entre todas las demás especies: por descendencia con modificación. Entonces, ¿podemos todavía sostener que somos ontológicamente únicos? ¿podemos decir que nos diferenciamos del resto del orden natural por clase, en lugar de grado, como podríamos haber hecho sin cuestionamientos antes de tener que lidiar con el darwinismo? ¿Cómo es la situación actual de dar sentido a la afirmación cristiana de que los seres humanos -y sólo nosotros- estamos hechos a imagen de Dios? ¿Cómo podemos dar sentido a lo que nos gustaría llamar “nuestra naturaleza humana” en un marco darwinista?

Pierre Teilhard de Chardin parecería sugerir que la diferencia entre nosotros y otras especies se produjo por cuestión de grado… pero eso llevó a un cambio de clase. Postula la idea de que la conciencia del hombre representa una diferencia radical entre el hombre y el animal, que no es comparable a otras adaptaciones evolutivas o incrementos en la complejidad:

Es cierto que el animal sabe. Pero no puede saber que es lo que sabe: eso es muy cierto… En consecuencia ahora se le niega el acceso a todo un dominio de la realidad en la que nosotros nos podemos mover libremente. Estamos separados por un abismo -o un umbral- que no pueden cruzar. Porque somos reflexivos no sólo somos diferentes, sino somos otros. No es simplemente una cuestión de cambio de grado, sino de un cambio de naturaleza, como resultado de un cambio de estado.

Lo que es crucial de reconocer en el pensamiento de Teilhard es que este “abismo” que la humanidad ha atravesado no supone un separatismo entre la humanidad y el resto de la biosfera. De hecho, para Teilhard, el proceso evolutivo ha sido un viaje continuo hacia la conciencia, que la raza humana ahora posee. En palabras de Julian Huxley, “El hombre es un producto de casi tres mil millones de años de evolución, en cuya persona el proceso evolutivo por fin ha tomado conciencia de sí mismo y de sus posibilidades”. La humanidad representa un nuevo modo de ser en el mundo, pero de ninguna manera está separado del mundo.

Pero, ¿cómo podría producirse este cambio de estado que Teilhard postula? Queremos resaltar que los principios de descendencia y selección en el que se basa el darwinismo no fueron vulnerados, y que la aparición de la conciencia, el pensamiento, el sentido moral y así sucesivamente, se produjeron a través de procesos naturales -pero ¿cómo? Se regresará a esta cuestión en breve, ya que en primer lugar se va a considerar brevemente la cuestión de si la llegada de nuestra naturaleza humana fue al azar, inevitable, o prevista.

¿Un resultado inevitable?

Para Teilhard, la existencia social es la culminación del proceso biológico de la evolución. Es difícil de leer una declaración como esta, sin connotaciones que surjan sobre progreso, diseño o propósito, discusiones sobre cada una de ellas que en relación con el darwinismo podrían ser fácilmente el tema de tesis enteras en sus propios territorios. Pero aquí no dejan de tener importancia aquí.

El filósofo Daniel Dennett afirma que el proceso evolutivo es uno algorítmico, uno que se ajusta a una serie de leyes y patrones. Es tentador ver a la humanidad como el objetivo final de un proceso de este tipo, la “causa final” para utilizar términos aristotélicos. Pero Dennett deja claro que se trata de un error fundamental. La selección natural, el mecanismo principal de la introducción de variación en la vida, es ciego, no puede prever cualquier fin a su acción; así que decir que el proceso evolutivo impulsado por la selección natural siempre ha estado dirigiendo hacia un cierto fin, es incorrecto. De acuerdo con este punto de vista, el origen de la especie humana es al azar tanto como el origen de cualquier otra especie.

Click aquí para leer el artículo completo.


Fuente:

Thinking Faith

Puntuación: 4.5 / Votos: 2

Buena Voz

Buena Voz es un Servicio de Información y Documentación religiosa y de la Iglesia que llega a personas interesadas de nuestra comunidad universitaria. Este servicio ayuda a afianzar nuestra identidad como católicos, y es un punto de partida para conversar sobre los temas tratados en las informaciones o documentos enviados. No se trata de un vocero oficial, ni un organismo formal, sino la iniciativa libre y espontánea de un grupo de interesados.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *