‘Los Juegos del Hambre’: Inquietante y madura para el debate

Los Juegos del Hambre

11.00 p m| 12 dic 13 (AMERICA/IE/BV).- La trilogía escrita por Suzanne Collins, nos traslada a un futuro distópico en el que la capital de un país, tiene sojuzgados a doce distritos que se ven obligados a enviar cada año a dos adolescentes para participar en una especie de reality-show en el que deben matarse los unos a los otros hasta que sólo quede un superviviente.

Es el modo del Capitolio de demostrar que la vida de los súbditos de sus distritos está en sus manos, pero cuando los protagonistas, Katniss y Peeta, del distrito minero, participan, se desatará una dinámica que llevará a la rebelión de los distritos contra el Capitolio. La obra, llevada al cine con gran éxito de público, es rica en contenido y plantea numerosas cuestiones.

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A continuación repasamos algunos de los temas planteados:

Los distritos son verdaderos campos de concentración donde la gente vive en pobreza extrema y, como castigo y a la vez para prevenir insurrecciones, el gobierno totalitario ha creado “Los Juegos del Hambre”, en los que cada distrito debe enviar a una mujer y un hombre entre 12 y 18 años, seleccionados al azar, para competir en una guerra a muerte de la que sólo uno saldrá vivo. Las competencias son televisadas para entretenimiento tanto para los distritos como para los capitalinos ricos e insensibles.

Una de las cuestiones más polémicas es la de la violencia explícita en el espectáculo de unos adolescentes matándose entre sí ante las cámaras de televisión y en horario de máxima audiencia. La violencia y, aún peor, la crueldad, está presente en la obra, es indudable, pero no creo que sea presentada de modo positivo, al contrario, y se puede distinguir perfectamente y comprender el mal que se encierra en ese macabro espectáculo.

Juegos del Hambre

Resulta interesante destacar los rasgos que “Los Juegos del Hambre” comparte con otras distopias (1984, Un mundo feliz,…), especialmente la presencia de gobiernos todopoderosos (o casi) y centralizados que determinan las vidas de sus ciudadanos. El gobierno es controlado por una élite que impone un pragmatismo carente de toda consideración moral. Además utilizan a ciertos grupos de personas, que demonizan, como chivos expiatorios y también fomentan la masificación de sus súbditos, obligados a formar parte de multitudes en las que la persona se diluye.

Estos rasgos no están tan alejados de algunos que conforman nuestras sociedades actuales. De hecho nos asemejamos en muchas cosas a Panem, un escenario que además no es inconcebible, pues en la historia ya hemos asistido a situaciones similares, la más evidente la Roma del panem et circenses y de los gladiadores y las multitudes que asistían y contemplaban con pasión el circo del mismo modo que los telespectadores de Panem siguen la retransmisión de la matanza, mientras el gobierno los manipula hábilmente para sus fines políticos. Los Juegos del Hambre es en realidad un circo con gladiadores adolescentes retransmitido por televisión.

La elección de jóvenes para ser sacrificados no es patrimonio exclusivo de los gladiadores romanos. Los aztecas elegían a un guerrero especialmente fuerte y apuesto de entre los pueblos a ellos sometidos y, durante un año, le trataban a cuerpo de rey. Transcurrido el año, el joven guerrero era sacrificado en lo alto de una pirámide y ante la mirada atenta de la multitud (al estilo de lo que muestra la película Apocalypto, de Mel Gibson). Y en la historia de Teso y el Minotauro, el rey de Creta obligaba al rey de Atenas a enviar cada año a siete chicos y siete chicas a combatir con el Minotauro en el interior del laberinto, una misión imposible hasta que Teseo logró matarlo y escapar. Los paralelismos con “Los Juegos del Hambre” son evidentes: la necesidad de enviar víctimas al poder dominante, el periodo previo al combate en la arena, en el que los jóvenes se convierten en estrellas televisivas y gozan brevemente de todas las comodidades imaginables, al estilo azteca, y finalmente la pareja protagonista que, como nuevos Teseos, cambian ligeramente las reglas del juego y consiguen escapar con vida.

Los “Juegos del Hambre” están diseñados para que los tributos actúen en una especie de estado de naturaleza en el que la supervivencia es lo único que vale. Frente a esta imposición en la que la moralidad queda excluida, el gran mérito de Katniss y Peeta es resisitirse a seguir ese guión. Empezando por Katniss, que se ofrece voluntaria para salvar a su hermana pequeña, un gesto de piedad fraternal que está en el origen del movimiento que lo cambiará todo.

Juegos del Hambre

Luego será Peeta quien insistirá en no seguir el juego del Capitolio, en no dejar de ser él mismo, en mantenerse fiel al gesto de piedad que tuvo, hace muchos años, con una hambrienta y deseperada Katniss y que le llevará a preferir mantener a Katniss con vida antes que salvarse a sí mismo. Finalmente, el gesto de desafío de ambos, que quiebra las reglas de “Los Juegos del Hambre”, mostrará a toda la población que es mejor sufrir una injusticia antes que cometerla, una enseñanza que es todo lo contrario de lo que los Juegos pretendían.

De este modo, Los Juegos del Hambre también muestran que la tiranía es siempre débil, aunque momentáneamente parezca poderosísima e imbatible. Su injusticia hace que sólo pueda sobrevivir mediante la fuerza y el miedo, y nunca puede relajarse en la administración de estos dos factores (por eso la gira del tributo vencedor por todo el país, de modo que los “Juegos del Hambre” nunca acaban).

Otro de los elementos clave de Los Juegos del Hambre es la reflexión que nos brinda acerca de lo que Debord bautizó “sociedad del espectáculo”.

En este caso, el poder político utiliza este nuevo “pan y circo” para mantener a los distritos “entretenidos”, consiguiendo a través de este morboso espectáculo que centren su atención en el mismo y que, al mismo tiempo, tengan presente en todo momento que están sometidos al Capitolio. Pero quizás lo más inquietante es que esa imagen de un poder y de una cultura enfermiza, de una cultura de la muerte aceptada por las masas y promovida desde los medios de comunicación, no está tan alejada del mundo en que vivimos.

Juegos del Hambre

“Los Juegos del Hambre” la serie, en el cine o en los libros, es realmente una parábola social y moral. Es “El Señor de las moscas” y “La granja de animales” para el siglo 21, y su concepción se intensifica por la maleficencia de todo régimen inhumano que vino antes a enriquecer la visión narrativa de la autora Suzanne Collins.

“Los Juegos del Hambre: En llamas”, la segunda parte, se trata de la pasión: la pasión del amor, la pasión por el poder y la pasión de la humanidad oprimida que vive en la esperanza, algo que el presidente Snow entiende pero no puede permitir que florezca.

El hecho es que ellos no quieren matar para sobrevivir, pero están en una situación de moral extrema que amenaza todo. Pero como alguien le dice a Katniss en las “fiestas” en la capital: “Si renuncias a tu conciencia, se puede disfrutar de todo el brillo y el glamour del Capitolio como si nada más importara”.


Cristianismo en Los Juegos del Hambre

Los Juegos del Hambre es fantasía adolescente, pero la trilogía ilustra dos temas cristianos fundamentales: el sufrimiento que viene del pecado y nuestra necesidad de un Salvador.

A primera vista, la idea de que los habitantes de la capital sean tan crueles como para ordenar que los jóvenes seleccionados -dos de cada uno de los distritos subyugados- luchen entre sí hasta la muerte como forma de entretenimiento ciertamente parece fantástico. Pero, ¿realmente lo es? Ya vivimos en una sociedad que crea celebridades sólo con el propósito de explotar sus sufrimientos, sus esperanzas, incluso su dignidad. Esa es la premisa de gran parte de los reality shows. Es más, una de las grandes afrentas morales de nuestro tiempo es convertir los seres humanos en mercancías.

Cómo se distribuyan las culpas por la explotación no es tan importante como el reconocimiento de que la humanidad está atrapada en una red de sufrimiento que nosotros mismos hemos tejido. Al igual que los combatientes en los “Juegos del Hambre”, nos vemos obligados a hacer daño a los demás como un medio de supervivencia. ¿Podría haber una mejor ilustración de la doctrina del pecado original? No podemos enviar a los jóvenes a la muerte como una forma de entretenimiento, y sin embargo, la misma naturaleza de pecado implica la explotación de los demás a fin de salvarnos a nosotros mismos. La ironía es que cada uno de nosotros sufre, porque tenemos miedo del sufrimiento. Herimos en lugar de permitir quedar heridos nosotros mismos.

Todas las religiones del mundo tratan de dar sentido al sufrimiento, se presentan como una respuesta al sufrimiento. El Evangelio asume la tarea de explicar por qué Jesús tiene que sufrir, por qué se tiene que cumplir en su propia carne la profecía de Isaías. “Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, mis mejillas a los que arrancaban la barba ; mi cara que no oculté de insultos y escupitajos” (50:6). O, como San Marcos lo describe, ¿por qué “el Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser asesinado, y resucitar después de tres días”? ( 8:31) ¿La respuesta? Debido a que sólo una persona en la arena puede poner fin a su mal.

Si el cristianismo tiene razón, y el sufrimiento provenía del mal uso de nuestra libertad, sólo el sacrificio, la ofrenda, de nuestra libertad puede acabar con ella. Dicho de otra manera, si la historia humana tejió la trama de pecado, la historia humana también debe desgarrarla. En palabras de uno de nuestros prefacios eucarísticas “vino a la ayuda de los seres mortales con su divinidad e incluso elaboró para nosotros un remedio, de la mortalidad en sí: que la causa de nuestra caída podría convertirse en instrumento de nuestra salvación, por medio de Cristo nuestro Señor”. Cristo viene como Dios, pero también es su obediencia como un ser humano, en la arena, la que salva.

Todo el mundo en “Los Juegos del Hambre” lamenta lo que sucede en la arena. La mayoría son agradecidos de no ser consignados a los juegos, pero por supuesto que la moraleja de la novela es que todo el mundo es víctima de su tiranía. Los juegos son simplemente una forma de enmascarar el mal, pero Katniss voluntariamente al correr el riesgo de tomar el veneno, una decisión que forjó en libertad, poco a poco va quebrando las cadenas del pecado.

Juegos del Hambre

Otras ideas que se pueden mencionar: víctimas inocentes y justas, idea que florece en un entorno cristiano, hasta el valor de la piedad y del sacrificio personal, pasando por las obras de misericordia (dar de comer al hambriento, cuidar al enfermo, enterrar a los muertos) que Katniss irá cumpliendo durante su periplo en la arena.

La presencia de la esperanza, virtud teologal, en la obra. Incluso en los peores momentos parece que existe una cierta esperanza que el Capitolio y su presidente Snow no consiguen arrancar por completo. Además, esta esperanza se concreta muchas veces en el pan, alimento que, en un contexto cristiano, adquiere una clara dimensión simbólica. Desde el pan que envía el distrito de Rue, hasta el pan que Peeta le da a Katniss y que encarna la esperanza de seguir con vida. En estas acciones en las que se da pan a quien lo necesita contemplamos una expresión concreta de amor que tiene como resultado la esperanza.

El mismo presidente Snow reconocerá que se permite que haya un ganador precisamente para dar esperanza, lo único más fuerte que el miedo en sus propias palabras. Una esperanza que quiere utilizar como medio de control: “un poco de esperanza es eficaz, demasiado es peligroso”. Katniss y Peeta darán más esperanza de la que Snow puede controlar y de este modo la rebelión que acabará con la tiranía se desencadenará. En un mundo en el que todo parece perdido, esos pequeños actos de misericordia alimentan la esperanza de un mundo mejor.


Fuente:

America Magazine / National Catholic Reporter / Intereconomía

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