Cuando el emigrante era Bergoglio

Francisco visita Lampedusa

11.00 a m| 16 jul 13 (LA REPUBBLICA/BV).- Francisco ha reflexionado hace poco sobre nuestra creciente indiferencia y falta de cercanía para con los que sufren. El escenario que le ha dado contexto a este discurso fue la isla de Lampedusa, al sur de Italia, conocida por ser una puerta de entrada para inmigrantes indocumentados desde África, el Medio Oriente y Asia, y fuente de un sin fin de historias de sufrimiento y agonía de seres humanos que ponen sus esperanzas en la llegada a nuevas tierras.

Con su presencia en Lampedusa, el Papa no solo quiso ofrecer una oración y un gesto de cercanía, sino también despertar conciencias. Carlo Petrini, sociólogo, escritor y columnista de “La Repubblica”, nos ofrece una mirada distinta sobre esta visita de Francisco, una perspectiva sensible que recurre a hechos del pasado (que reflejan mucho de nuestro presente), y a la historia de un hijo de inmigrantes italianos pobres, que hoy es el sucesor de Pedro en la Iglesia católica.

El Papa es hijo de inmigrantes del Piamonte a la Argentina y tiene memoria de una epopeya que nuestro país ha olvidado.

Todos los observadores han notado la agudeza del magisterio del Papa Francisco al dedicar la primera salida del Vaticano a los migrantes, en el acto de lanzar una ofrenda floral al mar de Lampedusa, en la denuncia de la indiferencia, en ser capaz de llorar con los que lloran.

Francisco visita Lampedusa

Permítanme leer este extraordinario día a través de la simple historia de vida de este hombre, su familia y su pueblo. Hijo de inmigrantes de Piamonte a Argentina; conocedor, estoy seguro, de una epopeya que nuestro país ya ha olvidado: millones de personas desesperadas que huían de la miseria rural de nuestro país y se embarcaban en barcos a vapor para un viaje sin retorno. Los socialistas libertarios cantaban a finales del siglo XIX: “Italia bella mostrati gentile e i figli tuoi non abbandonare; ancor qua ci sarebbe da lavorà senza andare in America a emigrar” (“Italia bella muéstrate amable y no abandones a tus hijos, todavía se debería trabajar acá sin tener que ir a emigrar en América”).

Las cifras son impresionantes: en un siglo, desde 1876 hasta 1976, 24 millones de inmigrantes salieron de Italia, y 3 millones de ellos encontraron hogar en Argentina. En enero de 1929, la familia Bergoglio zarpa de Génova en la nave Julio César con destino Buenos Aires. No hay duda de que en el espíritu de esta familia y los muchos italianos en Argentina estaba viva y presente la memoria del hundimiento del Mafalda. Menos de dos años antes, el 25 de octubre 1927, se hundía el Principessa Mafalda cerca a las costas de Brasil, muriendo 314 inmigrantes italianos. Estas historias se cantaban versificadas en las plazas, y en “volantes” eran reconstruidos los hechos. La forma musical de esta trágica historia es la misma que la de otra canción, que narra el hundimiento del buque Sirio, que se produjo en 1906.

Recuerdo que al final de los años 60 en mi ciudad natal los viejos cantaban mezclando las letras sobre Sirio y Mafalda, y desde luego en el Buenos Aires del siglo pasado el acordeón evocaba estas notas. En los valles de Cuneo, sobre las colinas Berici, en los arrozales de Lomellina, así como en los barrios italianos de Boca o de Almagro en Buenos Aires, o en los viñedos de Mendoza y en la llanura de Rosario sonaban estos mismos temas: “E da Genova il Sirio Partiva / per l’America varcare il confin / 4 agosto le 5 di sera / urta il Sirio terribile scoglio / di tanta gente la misera fin / Padri e madri bracciavan i suoi figli / che si sparivan tra le onde del mar”. (“Y de Génova el Sirio partía / a cruzar de América el confín / 4 de agosto a las 5 en la tarde / choca Sirio un escollo terrible / para tanta gente un fin miserable / padres y madres abrazando a sus hijos / desaparecían en las olas del mar”).

(Audio: Il naufragio del Sirio)

Esas son las madres e hijos que evoca Francisco, que hoy en día son negros de África, pero que hace cien años, eran Piamonteses, Lombardos, Vénetos. Muertos en el mismo mar de indiferencia y desprecio de una clase política que ya entonces aplicaba mecánicamente reglas obtusas sin tener en cuenta la vida humana.

Escuchen el informe de la Inspección de Inmigración del Congreso de Estados Unidos sobre el tema de los inmigrantes italianos, en octubre de 1912: “Por lo general son de baja estatura y piel oscura, no les gusta el agua y muchos de ellos apestan porque mantienen la misma ropa durante varias semanas; construyen chozas de madera en la periferia de la ciudad, donde viven cerca unos de otros. Cuando logran aproximarse al centro, alquilan a un precio caro apartamentos en ruinas. Por lo general se presentan de a dos en busca de una habitación con acceso a cocina. Después de unos días son cuatro, seis diez. Entre ellos hablan idiomas incomprensibles para nosotros, probablemente antiguos dialectos, hacen muchos niños que mantienen a las justas y son muy unidos entre sí. Dicen que son adictos al robo y que si se les obstaculiza se vuelven violentos; nuestros gobernantes han abierto demasiado las fronteras, pero sobre todo no han sido capaces de seleccionar entre los que ingresan a nuestro país a trabajar y los que piensan vivir de cualquier tipo de actividades, incluso criminales”. Si no se contextualizara, este pasaje podría ser obra de algún político de nuestros días.

La última estrofa del Sirio dice: “E tra loro un vescovo c’era / dando a tutti la sua benedizion” (“Y entre ellos había un obispo / dando a todos su bendición”). De hecho, los obispos eran dos según lo documentado por la Domenica del Corriere del 19 de agosto 1906. “Los dos obispos de Sao Paulo y Belem de Pará, viéndose perdidos se arrodillaron uno contra el otro en la cubierta, y después de haberse  dado mutuamente la absolución, desaparecieron en el agua. El primero, Monseñor José Camargo de Barcos se ahogó, mientras que el segundo fue rescatado”.

Este lunes, el primero de los obispos, el obispo de Roma, ha dado testimonio “dando a todos su bendición”. Estos recuerdos resurgen indelebles, y la gente honesta sabe que los migrantes de ayer y hoy son víctimas de la injusticia. ¿Cómo hizo esta Italia nuestra para permitir tanto cinismo? ¿Dónde está la izquierda europea frente a este drama?

En el fondo, el sueño de estos jóvenes que arriesgan sus vidas para llegar a Europa es el mismo del de nuestros abuelos, y sin duda el joven Bergoglio habrá escuchado de sus abuelos el canto: “Trenta giorni di nave a vapore / fino in America siamo arrivati / abbiam trovato né paglia né fieno / abbiam dormito sul nudo terreno / come le bestie abbiamo riposà” (“Treinta días de buque a vapor / en América acabamos llegando / no encontramos ni paja ni heno / hemos dormido sobre el duro terreno / como las bestias hemos reposado”).

(Audio: Merica, Merica)

El Papa Francisco recuerda a menudo la sabiduría pedagógica de su abuela Rosa. La memoria de los humildes y la fe fuerte de los sencillos evocada por aquellas abuelas “vínculo fuerte” de las familias, se repite en las memorias de los migrantes, y debería asignar un papel primordial en el Panteón de Italia a la multitud de campesinos que mandamos por el mundo en busca de trabajo, o a morir en las montañas del Carso o en el Adamello.

Tal vez es hora de retomar ese sentido de fraternidad con respecto a los migrantes africanos, tal como lo interpretaban los socialistas “verdaderos cristianos” en los albores del siglo XX, conscientes del hecho de que el destino de estos hermanos nuestros es también el nuestro y el de nuestros hijos, porque todos pertenecemos a la misma única Madre Tierra.


Fuente:

“Quando l’emigrante era Bergoglio” de Carlo Petrini publicado el 10 de julio en La Repubblica.

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