Elección de Francisco como síntoma de madurez y esperanza de la Iglesia latinoamericana

Iglesia de América latina

6.00 p m| 04 abr 13 (THE TABLET/BV).- La revista The Tablet publicó poco antes de la elección del Papa el artículo “la Iglesia católica en América Latina”. Los hechos y situaciones que se mencionan, dejan la sensación de que respaldan lo declarado por algunos expertos (no solamente religiosos): era tiempo que el Papa sea de tierras Latinoamericanas, es justo.

No solamente estamos hablando de números, factor importante, sino de madurez: por ejemplo, la capacidad para adaptar las instrucciones del Concilio Vaticano II al entorno propio, gracias a los consejos y conferencias de obispos que comenzaron a reunirse muy pronto para debatir problemas locales. El redactor no tenía manera de saber que cuando se refería a Aparecida y a las dificultades de algunos obispos conservadores con el documento final de la reunión, se estaba refiriendo a un texto cuya redacción presidió el cardenal Bergoglio, hoy Papa Francisco.

Aquí el texto publicado en The Tablet, traducido por Buena Voz:

Los números de la Iglesia Católica en América Latina son impresionantes: 455 millones de fieles, algo más del 75 por ciento de la población del continente, 133.000 centros pastorales, 33.000 parroquias, 1.345 obispos, casi 73.000 sacerdotes, aproximadamente 123.000 religiosas. Y los números son solamente un indicio.

América Latina y el Caribe fue la primera región en desarrollar las estructuras pastorales y administrativas requeridos por la Iglesia moderna, por ejemplo la “Conferencia nacional de obispos del Brasil” (CNBB) fundada en 1952 y el “Consejo episcopal Latinoamericano” (CELAM) de 1955, logrados gracias al gran talento organizativo del arzobispo brasileño Dom Hélder Camara. También fue la Iglesia de América Latina la primera en adaptar las enseñanzas del Concilio Vaticano a sus propios términos, en la “Conferencia general de obispos de América Latina” de Medellín en 1968, y estas conferencias han seguido, hasta la última, en Aparecida, Brasil, en 2007, inaugurada por el mismo Papa Benedicto XVI.

Es la única región en la Iglesia que ha desarrollado su propia versión de enseñanza episcopal, (su magisterio por así decirlo) en comunión con Roma, filial pero distintas. Ha producido teólogos mundialmente famosos: Gustavo Gutiérrez, de Perú, Jon Sobrino, el jesuita vasco que ha dedicado su vida a El Salvador, el brasileño Leonardo Boff. Tiene también sus mártires de la justicia celebrados en toda la región y hasta más allá de sus fronteras: el arzobispo Oscar Romero de San Salvador; el obispo argentino Enrique Angelelli, asesinado por la dictadura argentina en 1976; Sor Dorothy Stang nacida en EE.UU. y asesinada por propietarios de tierras de la Amazonia brasileña en 2004 debido a su defensa de los pequeños agricultores; tres nombres que evocan cientos a través de estas décadas.

En la Conferencia en Aparecida del 2007, los obispos latinoamericanos definieron los desafíos que enfrentan a partir de la fórmula ya tradicional de identificar los “rostros de los que sufren”: los indígenas, los afroamericanos, los trabajadores rurales, las mujeres, los jóvenes “que reciben una educación de baja calidad y carecen de oportunidades de ingresar al mercado laboral y formar una familia”, las personas que viven con el VIH y el SIDA, los migrantes y las víctimas de la trata de personas. Tomaron nota de las presiones sobre la región por parte de la economía globalizada, que “subordina la preservación de la naturaleza al desarrollo económico, daña la biodiversidad y genera el cambio climático”, lo que resultó una de las primeras referencias al cambio climático en algún documento oficial de la iglesia.

Para los conservadores de la Iglesia latinoamericana, invocar los “rostros de los que sufren” equivale a importar sociología, -o incluso marxismo- a la teología. Pero a pesar del éxito de varias de las economías de América Latina frente a la recesión mundial, a la mejora en las políticas sociales y a la disminución de las tasas de pobreza en varios países, es evidente que la gente sigue sufriendo, porque por lo general los problemas no han desaparecido. Algunos economistas han expresado su preocupación por el “retorno a la exportación primaria” en muchos países de América Latina, que los hace dependientes de importaciones para cubrir las necesidades de tecnología avanzada – y en el caso de Brasil incluso de requerimientos básicos como frejoles y arroz. El problema del cambio climático también se ha vuelto más grave. Y desde Ciudad Juárez, en la frontera con Texas, hasta Santa Catarina, en el sur desarrollado de Brasil, hay un trasfondo constante de violencia, a menudo vinculada al tráfico de drogas.

Hay también otra vertiente en el análisis en el texto episcopal de Aparecida, respecto a la dificultad de encontrar sentido un mundo de comunicaciones globales e Internet, y a la falta de fervor entre los católicos.

Estos dos análisis son, por supuesto, complementarios antes que contradictorios, pero uno de los problemas de la Iglesia Latinoamericana es que Roma ha tomado partido en este debate, e incluso lo polarizó. Esa es la historia de lo que el teólogo y sociólogo colombiano Héctor Torres Rojas ha llamado “el largo pontificado de Juan Pablo II / Benedicto XVI”. A partir de la famosa escena de Juan Pablo II llamándole la atención al P. Ernesto Cardenal, entonces ministro de Cultura del revolucionario Gobierno Sandinista de Nicaragua, en 1980, el Vaticano interpretó las innovaciones pastorales y teológicas a través de perspectivas polarizadas ideológicamente. Leonardo Boff ha descrito recientemente cómo, en una de sus audiencias en Roma, fue acompañado por dos cardenales brasileños franciscanos, Paulo Evaristo Arns y Lorscheider Aloísio. Los cardenales arguyeron largo y tendido con el cardenal Ratzinger, entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cómo su instrucción de 1984 -que condena la Teología de la Liberación- estaba basada en interpretaciones tendenciosas enviadas a Roma desde Brasil, y que sólo entonces Ratzinger acordó la instrucción más conciliadora de 1986.

El liderazgo de la Iglesia en América Latina ha cambiado radicalmente durante el “largo pontificado”. Uno de los casos más dramáticos fue el del Perú, la tierra natal de Gustavo Gutiérrez, uno de los fundadores de la Teología de la Liberación. El historiador Jeffrey Klaiber SJ, describe cómo una “Iglesia dinámica centrada en la religiosidad popular y en los laicos” de los Andes del sur, cuyos catequistas (campesinos Quechua y Aymara hablantes) se convirtieron también en líderes sociales y políticos, fue destruida por el nombramiento de obispos de movimientos conservadores como el Opus Dei, el Camino Neocatecumenal o el Sodalicio, un movimiento peruano. Klaiber dice que de los 36 obispos del Perú, 12 son miembros o están afiliados al Opus Dei, incluyendo al Arzobispo de Lima, Cardenal Juan Luis Cipriani. Uno de los impactos, práctico -y pastoral- de esto, es que la escuela de teología de verano a cargo del “Instituto Bartolomé de Las Casas”, que solía contar con la presencia de 2.000 personas para escuchar Gutiérrez, ahora tiene que celebrarse fuera de la arquidiócesis de Lima, en un lugar residencial para sólo un par de cientos de personas.

Otra de las diócesis claves que mereció la atención de Roma fue São Paulo, la mayor metrópoli brasileña. Bajo el cardenal Paulo Evaristo Arns, se alentó el debate teológico y la experimentación pastoral. Pero todo eso cambió cuando Claudio Hummes fue designado para suceder Arns en 1998. Se dice que Hummes comunicó al clero de São Paulo en Roma le había dejado claro que  él debía poner fin al estilo de la Iglesia animada por Arns. Este enfoque más conservador ha sido continuado por su sucesor, Odilo Scherer, protagonista actualmente de una disputa con el personal y estudiantes de la Universidad Católica, sobre la designación del rector, único punto que parece poder ejercer su autoridad.

La alternativa promovida por el Vaticano alentó el movimiento carismático y la liturgia como espectáculo, en un intento de competir con los pentecostales, pero no parece haber tenido buenos resultados. El sacerdote sociólogo brasileño Luiz Roberto Benedetti ofreció el mes pasado esta descripción de la situación: “Lo que parece estar sucediendo es un proceso de creciente aliento de la mediocridad, de la imposición acrítica de la doctrina, de falta de una hermenéutica seria en la predicación de la Palabra, y un creciente énfasis en el espectáculo y pompa ritual”.

Existe la sensación de que el dinamismo se ha perdido. Los números están cayendo, especialmente en Brasil, donde el porcentaje de católicos decreció en la última década del 73,6 al 64,6 por ciento. En general, el porcentaje de católicos en la región se redujo en un 7 por ciento entre 2011 y 2012, aunque sigue siendo más del 90 por ciento en Colombia, Argentina, México y Paraguay. Los principales beneficiarios de la caída han sido las llamadas iglesias neo-pentecostales, que presentan al Evangelio como solución de los problemas y celebración de la prosperidad. También va en aumento un fenómeno reciente, sobre todo entre los jóvenes, de personas que se declaran “sin religión”, situación que llama la atención en una región tradicionalmente empapada en creencias religiosas.

Si este análisis es válido, entonces la principal tarea del nuevo Papa será “unificar el rebaño”. Pero eso no significa imposición de la uniformidad, sino la creación de una dinámica de unidad de la diversidad de este continente, de modo que la Buena Nueva se pueda escuchar en todas sus culturas. Casi el 40 por ciento de los católicos del mundo se encuentran en América Latina y todo parece indicar que la gente quiere más decisiones a nivel local – en otras palabras, que se aplique la doctrina de la subsidiariedad de modo que sean reconocidos espacios para las conferencias episcopales y los consejos regionales de la Iglesia. Como muchas personas han estado diciendo durante los últimos días: “El problema no es el Papa, sino el papado”.


Fuente:

Traducción de “In the front line of theology and ideology” de Francis McDonagh. Edición impresa de Revista The Tablet – 23 de febrero 2013.

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