‘Queremos que nuestras instituciones educativas sean focos de nueva evangelización’
Cuando se le preguntó si por ser llamados “hermanos” (de la Congregación Marista) llegaban mejor a las personas, el comentó, “La palabra ‘hermano’ indica una relación de horizontalidad entre iguales. Eso me parece profético, tanto en nuestra sociedad como en la Iglesia”.
Creo que es una gracia haber podido participar en un acontecimiento como éste. Por una parte, la experiencia de internacionalidad es muy rica, aunque no es nueva para mí: llevo 11 años en el Gobierno general de un Instituto con presencia en 80 países de los cinco continentes. Por otra parte, el Sínodo ofrece una vivencia eclesial única: se puede palpar la riqueza de la diversidad que aportan obispos provenientes de tantos países.
Lo mismo digo de algunos sacerdotes y representantes de la vida consagrada o del laicado. Además, en este caso, hemos tenido una presencia ecuménica muy importante, a través de los 13 “delegados fraternos”, entre los cuales se contaba una mujer obispo, vicepresidente del Consejo Metodista Mundial. El Papa, en unas palabras que pronunció espontáneamente al final del Sínodo, calificó a esa Asamblea de “espejo de la Iglesia universal”, y creo que así lo hemos sentido muchos.
¿Cuál es el papel de los auditores?
Los auditores son personas invitadas al Sínodo que, al no ser obispos, participan de manera distinta. Se les invita a expresarse desde su propia experiencia de vida y, por tanto, contribuyen a la reflexión con otra mirada, quizás con otros puntos de vista o perspectivas. Como es normal, al no ser obispos, no votan en las decisiones que el Sínodo toma.
Llama la atención la escasa presencia femenina en el aula sinodal
También aquí el Sínodo ha sido “espejo de la Iglesia universal”, en el sentido de que se ha reflejado lo que ocurre a nivel local o diocesano… En el aula sinodal se habló del papel importantísimo que juegan las mujeres en la vida de la Iglesia, donde son mayoría, pero creo que todos somos conscientes de que la realidad estructural que hoy tenemos limita su participación.
También sorprende (en positivo) la libertad con la que se expresaron los sinodales
La misma configuración del aula sinodal, en estricto orden jerárquico, es muy imponente, y hace que uno se piense bien qué va a decir o no va a decir… Por eso mismo es de valorar la libertad con que algunos se expresaron, tanto en el aula sinodal como en los grupos lingüísticos.
¿Cuál fue la intervención que más le impactó?
Así, que yo recuerde… por ejemplo, la del Arzobispo de Atenas, justamente por su libertad de espíritu. O la del Arzobispo de Manila, por su invitación a la humildad… En fin, podría destacar bastantes por motivos diversos.
Pero subrayo de manera especial la intervención del Primado de la Iglesia anglicana, que tuvo una intervención larga, no limitada a los cinco minutos de que disponían los sinodales, y que considero un programa excelente de nueva evangelización. Una propuesta profunda, en sintonía con la sensibilidad de los hombres y mujeres de hoy, y además muy realista.
¿Para qué sirven estas reuniones o no pueden medirse con criterios de utilidad?
Mi impresión es que la organización del Sínodo está enfocada a una realidad: hay que terminar con una serie de documentos elaborados. Se trata de la “relatio”, y sobre todo el mensaje y las propuestas que se pasan al Papa para la elaboración de la Exhortación Apostólica correspondiente. Todo, pues, está orientado a que se llegue al final del Sínodo con ese trabajo hecho, y eso es mucho, teniendo en cuenta que se trabaja con lenguas diversas. Reconozco que el trabajo de organización y secretaría es formidable.
La metodología está condicionada por esa finalidad, creo, y eso hace que los temas se traten de manera muy general, sin poder profundizar realmente en ellos.
¿Para qué ha servido este Sínodo?
En primer lugar hay que decir que consiguió producir los documentos que se esperaba… pero, sobre todo, me parece que ha confirmado que la gran mayoría del episcopado está en sintonía con las líneas maestras trazadas por el Vaticano II: una visión esperanzada del mundo; la apertura al diálogo; la Iglesia como comunidad “samaritana”; la primacía de los excluidos; la necesidad de empezar la evangelización trabajando nuestra propia conversión, etc. Dado el momento actual de la Iglesia, creo que ese primer mensaje ya es en sí positivo. Algunas voces que suenan como de “profetas de calamidades” no son mayoría, aunque se les oiga mucho.
Pienso que los frutos de una reunión de este tipo están muy ligados al proceso que se sigue y, como ya dije, en este caso todo queda a un nivel bastante general.
Se esperaba algo más en el “Mensaje al Pueblo de Dios” sobre los divorciados vueltos a casar. ¿El tema no está todavía maduro?
Este es un caso muy claro de uno de esos aspectos que se hubieran podido profundizar, ya que se detectaba claramente como un caso problemático. La metodología hizo que se tratara de manera rápida y, por tanto, lo que se dice es muy general.
¿Qué actitudes cree usted que tenemos que tener para avanzar en la nueva evangelización?
Algunas personas criticaron el título mismo del Sínodo, especialmente lo de “transmitir la fe”, porque les parecía que excluye la dimensión de diálogo. A mí, en cambio, me parece un término sugerente, porque me parece que se evangeliza principalmente por “contagio”… Evangelizar con la vida y, si hace falta, con palabras. Por tanto, creo que lo primero es dejarse evangelizar uno mismo por el Espíritu Santo…
Por otra parte, una actitud que muchos sinodales han recordado ha sido la humildad, que se traduce en la capacidad de silencio y de escucha atenta, fundamentales para un diálogo genuino. Además, aceptar nuestras propias vulnerabilidades, y ser capaces de reconocer nuestros errores.
Destacaría también la necesidad de creatividad. Es interesante que en el Instrumentum laboris la palabra creatividad no aparezca nunca… ¡tratando de una evangelización que debe hacerse NUEVA! Una asamblea tan universal y tan diversa no podía dar fórmulas válidas para todo el mundo, por eso creo que la creatividad debe fomentarse a nivel local.
¿En Occidente, las escuelas católicas se están convirtiendo en el casi único lugar en el que las jóvenes generaciones entran en contacto con la fe y la praxis religiosa?
El obispo Drennan, de Nueva Zelanda, dijo en el aula sinodal que en países secularizados que cuentan con una red de instituciones educativas católicas, éstas se han convertido en “comunidad primaria de fe”. Decía que allí la mayoría de los bautizados encuentran por primera vez, de manera sistemática, la persona de Jesús, la oración, la liturgia y la vida sacramental de la Iglesia. Y añadía: “los profesores, más que los padres, se han convertido en muchos casos en los primeros formadores en la fe de nuestros jóvenes”.
Fue él mismo quien dijo una frase que después ha sido recogida en una de las proposiciones: “las escuelas católicas no son productos, sino agentes de la misión de la Iglesia”.
En efecto, muchas familias quizás no se acerquen jamás a una parroquia, por motivos diversos, pero en cambio nos confían la educación de sus hijos, generalmente llenas de buena voluntad y con una actitud de apertura. Esa es una gran responsabilidad y, por supuesto, un reto enorme.
¿Cuáles son sus “recetas”, para conectar de nuevo con los más jóvenes?
La imagen con que se abre el Mensaje del Sínodo es excelente: el diálogo de Jesús con la mujer samaritana. De ahí me parece intuir una serie de actitudes fundamentales: sentarse al lado, que significa pasar tiempo con ellos; escuchar con auténtico interés, en un diálogo que parte de la vida real; acogida incondicional, sin juzgar ni condenar; invitar a confrontarse con la propia vida y a reflexionar sobre lo que se está haciendo con ella, sin ofrecer respuestas prefabricadas…
Jesús se encuentra con una persona marginada por ser mujer, por pecadora y por samaritana, y la acogida incondicional de Jesús hace que surja una “evangelizadora”, que se va a anunciar la novedad de Jesús a los de su pueblo.
¿El hecho de que los Maristas, que usted dirige, sean hermanos, puede hacerles más capaces de sintonizar con la gente?
Durante el Sínodo, cada vez que se nombraba a alguien se utilizaban todos esos títulos como “Eminentísimo”, “Excelentísimo”, “Reverendo”… pero en cambio me encantó que a los “hermanos” no se nos puso ningún añadido: ese fue el caso del prior de Taizé, y luego del H. Alvaro, Superior general de la Salle, y yo mismo.
La palabra “hermano” indica una relación de horizontalidad entre iguales. Eso me parece profético, tanto en nuestra sociedad como en la Iglesia, donde a veces se da un cierto clericalismo, como algunos sinodales han reconocido.
En nuestro caso, además, como maristas, nos sentimos llamados a contribuir a formar el “rostro mariano de la Iglesia”, lo cual subraya que aportamos a la vida de la Iglesia no sólo por lo que hacemos, sino, sobre todo, por lo que somos.
Artículo publicado en el blog Religión Digital.