Magis es más que educar
Por ejemplo, alguien bajo nuestra responsabilidad no está cumpliendo a cabalidad su trabajo, así que le exigimos que haga más hasta que lo cumpla. En ese caso el uso del término “más” implica “más trabajo” porque ese es el resultado que estamos esperando, pero esa forma de usarlo aplana su significado al restarle otras importantes dimensiones del “más” ignaciano.
Tenemos la costumbre a pensar en “más” como una lista de cosas que tenemos por hacer. Por ejemplo, si nos esforzamos es probable que podamos hacer alguna cosa más antes de tomar el bus. Podemos acelerar el paso, correr, saltar y lograrlo. Pero hacer más cosas, más rápido o más frecuentemente no siempre es la mejor manera cuando se trata de algo importante. El P. Adolfo Nicolás, Superior General de la Compañía de Jesús, sugirió que una mejor palabra para asociar al término ignaciano “magis” sería “profundo” ¿A qué se refiere con eso?
Si voy a la Galería Nacional, difícilmente mi visita será provechosa si trato de ver pintura por pintura en solamente un par de horas, será todo a la rápida. Si la mayor parte de mi trabajo consiste en escuchar atentamente a las personas y sus preocupaciones, para poder responderles de la mejor forma debo encontrar un balance entre el número de personas que atiendo y la calidad de atención que les voy a dar.
Dos conclusiones podemos obtener de los ejemplos, primero, la importancia de la calidad en lo que hacemos, en este caso podemos pensar en la forma en que un artesano atiende cuidadosamente a su obra. Segundo es lograr un balance entre la cantidad y calidad de cosas que se hacen. A veces tendremos que reducir nuestro enfoque en alguna labor y aumentarlo en otra para obtener mejores resultados de manera global.
Según eso debemos entender “magis” en términos de calidad, cantidad y el balance de estos. También tener la capacidad de ajustar adecuadamente y sobre la marcha el esfuerzo en cada labor, para mantener el equilibrio. Pero además necesitamos reconocer el contexto en el cual Ignacio nos pidió más profundidad. Su “magis” cobra sentido en el contexto de una relación entre un ser humano y Dios. Está enraizado en un profundo sentimiento de gratitud por el don de la vida. Su fuerza proviene del deseo de corresponder a los dones otorgados.
Y eso es “más” del AMDG Ignaciano: “ad maiorem Dei gloriam” (“A la mayor gloria de Dios”). Para aquellos incómodos con el lenguaje religioso, podemos decir que es el “más” el que se regocija y busca el valor supremo en las situaciones que realmente importan.
Enseguida nos encontramos en el reino de la libertad humana, y en la búsqueda personal de una vida que valga la pena. No implica una obligación para las personas, sino más bien se le invita a discernir dónde los dirige el “magis”. Cada uno de nosotros debe elegir su camino en libertad, una vez que reconocemos ese elemento del “magis” seremos cuidadosos de no utilizarlo simplemente como una herramienta de persuasión. Podríamos tener las mejores intenciones de corazón, pero no podemos adelantarnos, ni decidir por alguien más a donde le dirige el “magis”, la elección debe ser en completa libertad.
Para los que trabajamos en educación, pienso que hay formas en que nuestro esfuerzo constante hacia el “magis” pueden tener una influencia directa en nuestro enfoque educativo.
De juzgar a reconciliar
A diferencia de los antiguos romanos, no observamos a la gente mutilarse entre sí por placer, sin embargo nos fascina cuando la gente conspira entre sí hasta llegar a niveles de una humillación pública. Esto indica una tendencia profundamente arraigada en nosotros a justificarnos, condenando a los demás. También resalta una característica de nuestra vida pública.
Con razón celebramos la búsqueda colectiva de la excelencia, pero esto tiene un lado oscuro, la creación de una cultura de la sentencia y la condena. Está omnipresente en el lenguaje de la prensa y en la retórica del gobierno sobre los servicios públicos. Esa cultura coloniza todos los ámbitos de la vida profesional moderna y deja tres caminos, o bien agudiza nuestras acciones, nos hace la vida una miseria o las dos cosas. Este es un mundo en el cual las personas con riqueza en su vida interior son reducidos públicamente a su mera funcionalidad.
Sentir que eres juzgado continuamente, que cada error es resaltado y analizado, y que cualquier cosa que hagas nunca será lo suficientemente bueno es terrible y devastador. En una cultura que enjuicia, hasta los actos de bondad son menospreciados o tratados con sospecha. Los errores son difícilmente perdonados. En este mundo de juicios, todos terminan por igual viviendo un infierno.
¿Qué tendría que decir nuestra tradición ante esto? Después de todo, queremos un sistema que funcione mejor para aquellos a los que sirven. Yo no tengo ninguna respuesta clara, sino una sugerencia que podría ayudar a dar forma a nuestro entorno de manera diferente.
Cuando Ignacio inició los Ejercicios Espirituales, fue llevado a juicio por sospecha de herejía. A pesar de esto, él y sus Ejercicios fueron aceptados por la Iglesia y se utilizaron cada vez más. Como parte de su práctica es importante no evitar confrontar los problemas, sin embargo tampoco arriesgar emocionalmente a las personas por errores en la comunicación. Ignacio nos invita a ser generosos en cómo interpretamos el pensamiento que hay detrás de las palabras y acciones de los demás.
Toda institución humana tiene sus conflictos, desaires -reales y percibidos-, decepciones y fracasos. Todo podría dejarse así, en la amargura y la tragedia, o podría haber un “más” de esperanza y reconciliación, un proceso que implica una dolorosa honestidad, desapego, rendición de justa indignación, la capacidad de ver a nuestros adversarios como seres humanos, con apertura, generosidad, compasión y hasta el riesgo de una traición.
Sin embargo, este “más” no se puede solicitar en una bolsa de trabajo, su valor va más allá del dinero. Solamente se puede lograr en un estatus de libre humanidad.
Valor y libertad
En los sistemas educativos nacionales no hay duda que son importantes los lineamientos que se proponen desde las autoridades, una pauta para ordenar y guiar al profesor en su propuesta para las clases. Sirve a modo de lista de cosas por cumplir, condiciones que se deben considerar.
Sin embargo, cuando estos parámetros se convierten en exigencias temáticas a cumplir en cada clase, se vuelve un obstáculo. En el caso de Inglaterra existen inspectores que supervisan las clases. Cuando la supervisión va más allá de asegurarse niveles óptimos de calidad en la enseñanza y se busca cuadricular el estilo de brindar los contenidos a los estudiantes, surge un problema. El camino de aprendizaje y la observación de la lección, que de otro modo podría haber sido una fuente de ayuda y apoyo, se convierten en una fuente de temor y sospecha.
Luego están los exámenes, que se han convertido en un fin en sí mismos y son los criterios por los que profesores (y estudiantes) serán juzgados, a pesar de que los exámenes no son intrínsecamente valiosos.
¿Puede nuestra tradición brindarnos una alternativa creativa?
Una palabra clave es “libertad”. La educación es una actividad humana, no de las máquinas. Cuando los parámetros de una lección se convierten en una jaula, en un instrumento de opresión, sin duda los resultados no serán los mejores. Por el contrario, cuando se ofrece material para explorar y experimentar, es un recurso liberador. Nuestra tradición nos recuerda que no somos máquinas programadas para cumplir un conjunto de funciones, sino más bien seres humanos llamados a ejercitar nuestra libertad creativa.
Cuando nos referimos a los exámenes, la palabra clave es “valor”. Las notas de mis ensayos de grado en Homero y Horacio no dicen nada sobre las horas de lectura apasionante que les precedieron. Nuestra antigua tradición educativa nos recuerda que lo que se estudia y cómo influye en nuestra vida tiene un valor mucho más profundo que cualquier resultado mensurable.
La invocación es a intercambiar la preocupación por exámenes y reportes de inspección, por un “más” profundo en el salón de clases. Ese “más” nos recuerda que estamos haciendo algo que trascenderá, estamos transfiriendo a una nueva generación algo relevante de nuestras vidas. Es el “magis” lo que nos llevará más allá de la eficiencia funcional que alimentan estadísticas nacionales, y podremos encontrar el verdadero valor de la educación.
Por John Moffatt SJ (Escuela San Ignacio en Enfield, North London). Extracto de artículo publicado en el blog Thinking Faith.