EL TRÁNSITO

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Basta llegar a Lima de cualquier parte del extranjero para que, el primer choque cultural nos aporree entre las calles del Callao y Lima. Y si las estadísticas no evidencian más fallecidos o lesionados en los accidentes de tránsito, es porque verdaderamente Dios debe ser peruano.

La primera manifestación del derecho es el cumplimiento de reglas sociales esenciales. Las sociedades modernas dependen de dos factores para desarrollarse: su comunicación y sus vías terrestre, marítima, fluvial y aérea. Y, dentro de ellas, las vías de comunicación terrestre ocupan el primer lugar de utilización.

El tránsito es parte esencial de nuestra vía cotidiana. Desde que amanecemos nos movilizamos en el transporte público, en el privado o en el masivo. Las reglas del tránsito terrestre resultan esenciales para nuestro desarrollo vital. Y allí es donde aprecia la primera manifestación del derecho en nuestra sociedad: las reglas de tránsito no se cumplen. O, mejor dicho, se incumplen de manera sistemática, de manera que cuando se cumplen esporádicamente uno puede ser acusado de marciano, de suizo, o correr riesgo de tener un grave accidente.

No solo se trata de la anomia total, en donde rojo significa pase y verde pare, o cruce con precaución. Se trata de desaforados que han derogado toda ley lógica de manera que se paran en medio de la pista, incluyendo en ello a las propias autoridades policiales o del serenazgo (y, cuando se les llamada la atención, contestan que están “coordinando”); que se ponen a la izquierda para –con violento golpe de timón y sin hacer señal alguna- doblar a la derecha; de chiquillos intoxicados que corren y cierran a los demás carros como orates; de gente que no solo no aplica las reglas esenciales del tráfico, sino que las desconocen olímpicamente. Cuando en los EEUU hay un letrero de pare, los autos paran antes de cruzar, aun cuando en la esquina no haya otro vehículo. Es una costumbre de precaución, Y cuando llegan a una intersección de 4 cruces, sin semáforo, todos paran y empiezan a cruzar en orden de preferencia siguiendo de las manecillas del reloj. Resultado: todos pasan en orden y a tiempo. Aquí, en la jungla limeña, en una esquina sin semáforo todos pasan al mismo tiempo contraviniendo las leyes de la física. Resultado: nadie pasa y hay un atraco que fácilmente puede llegar a la media hora por esquina.

La propia policía parece desconocer las reglas de tránsito que está obligada a hacer cumplir. Se paran donde quieren, no hacen sus direccionales, sus motos, estén o no de servicio, van por vías restringidas, dan las espalda al tránsito en la vía expresa, hablan por celular aprovechando su gratuita conectividad o charlan amenamente entre sí cuando están en grupo, sin que el fárrago del tráfico les inmute. Y luego viene el maltrato al conductor cumplido. Resultado: los conductores, los buenos y los malos no tienen respeto alguno por la autoridad policial. Y así, tendríamos un interminable ecétera…

¿Qué hacer? Antes que aumentar exageradamente las penas, para complacer a la tribuna sin un efecto real y con aumento de la coima policial, algunas reglas esenciales:
1. Nombrar una autoridad nacional del tránsito con interfasse con las municipalidades nacionales. El asunto del tráfico en el Perú es tan grave que no puede ser sólo regionalizado ni municipalizado. Debe haber una autoridad central con verdaderos poderes.
2. La enseñanza de las reglas de tránsito no puede ser materia solo de un curso acelerado que se da malamente antes de sacar el brevete. Debe ser de enseñanza obligatoria en los colegios, públicos y privados, desde el nido, toda la primaria y la secundaria. Sólo así se internalizará para siempre, preparando a los peatones y a los futuros conductores.
3. Se debe municipalizar la responsabilidad del tránsito, bajo una autoridad nacional. Para dirigir el tráfico o para hacer cumplir las reglas de la circulación no se requiere de una pistola al cinto. Bastará de una libreta, un lápiz y una cámara. Y, ciertamente, una autoridad responsable y honrada que no se deje coimear ni con facilidad, ni con dificultad.
4. Las reglas deben ser iguales para todos dentro de la categoría. Los transportistas públicos deben acatar reglas más estrictas por el riesgo que su actividad les demanda. Los trágicos resultados están a la vista.

Si no hacemos algo inteligente, proactivo y eficaz pronto, no bastará que cada uno sea cumplidor del reglamento del tránsito. Ya que el conductor vecino puede ser un transgresor que nos ciegue la vida, nos lastime para siempre o lo haga con un familiar. Con cualquiera de nosotros. Todos somos, en esta sociedad de tráfico espantoso, víctimas potenciales.

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