
La abrupta caída de la expresidenta Boluarte tuvo mucho de eso. En un primer momento, ella misma coactó su legitimidad. Luego designó un premier fantasma y mudo. Dejó que el entonces ministro de Defensa asumiera en los hechos la conducción del gobierno, hasta que lo hizo premier. Luego se enemistó gravemente con él. Lo echó. Feas acusaciones mutuas. Se desprendió de un buen consejero como Gutiérrez a quien envió a Madrid. Ahora es su acérrimo crítico. Desperdició a un buen canciller como González-Olaechea. Despreció malamente a un excelente embajador ante la ONU de Nueva York, como García Toma, quien también pasó a la fila de los críticos. ¿Quién la asesoraba? Entre el exministro de Educación, conocido por su absurda obsecuencia; el hiperbólico e hiperactivo exministro del Interior/Justicia, a quien —contra toda sindéresis política— insistió en arrastrar pese a una previa censura congresal; o su hermanísimo.
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