TODOS DEBEMOS PERDER

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Aníbal Quiroga León ([1])

La pandemia nos está enfrentando como nación a retos que no habíamos afrontado en los últimos 140 años, como lo ha destacado con sinceridad el Presidente del BCR y la joven Ministra del MEF. Los ratios económicos de los casi tres meses de forzada cuarentena son de espanto, y ya se dijo que la economía peruana, que era una de las más briosas de la región, había sido inducida al coma.  Ahora la prensa internacional señala que nuestro fulgurante desarrollo era solo un barniz que ocultaba serias carencias estructurales en salubridad, seguridad, institucionalidad, informalidad, bancarización y deshonestidad.

Si eso es así, y así debe ser internalizado por todos sin excepción, no habrá sector social, económico, productivo o de servicios que salga indemne de esta crisis total. Aquel, o aquellos, que crean que pueden pasar piola sin ser afectados no han comprendido nada y viven en una realidad aumentada, sin pisar tierra ni llegar a entender lo que en verdad nos está agobiando. O viven con los ojos vendados o han metido la cabeza en la tierra, como el avestruz.

Los bancos, que han recibido una ingente ayuda del Estado por intermedio del BCR, no pueden pretender salir indemnes cobrando los mismos intereses, teniendo las mismas ganancias o colocando los mismos productos como hasta febrero, como si nada hubiese pasado, esquilmando a sus ya exprimidos clientes con deudas y altísimos intereses, sin tener una mínima empatía, sean personas naturales o jurídicas las que soportan la dura crisis económica.

Las empresas de telefonía, cable e internet, que prestan el servicio vital de conectividad, que permite dar sentido real al mensaje “quédate en casa” que pretenden cobrar como si nada hubiese pasado, con la amenaza de cortar o degradar sus servicios, dejando a los ciudadanos -aupados en el regulador- sin teletrabajo, educación virtual ni comunicación, cuando esos servicios generados -más temprano que tarde- igual se pagarán.

Los servicios médicos, públicos y privados, fabricantes de medicinas esenciales, del elemental oxígeno, que en algunos casos han elevado sus tarifas pese a su gran demanda, aprovechándose de gente necesitada. La falta de empatía de las clínicas privadas, en esta última semana, ha sido tan clamorosa que terminó forzando a que el Presidente muestre una vez más su faz autoritaria al poner sobre la mesa la pistola de la expropiación, como clara amenaza en una negociación que nunca debió escalar hasta donde llegó y que debió manejarse con prudencia, tino y -nuevamente- empatía de parte y parte.  Nadie se pelea con una pared, enseñaba un viejo profesor cuando hablaba de la teoría de la negociación, y para bailar tango se requiere de dos (“It takes two to tango”) dice otro antiguo refrán; y, añadiría, también para presentar una postura se requiere de una vocería apropiada que transmita un mensaje claro y limpio, y no una fórmula detestable de solo escucharla, como ha ocurrido con el affaire de las clínicas privadas. ¿Y todo para qué? Para que en la misma noche de proferida la amenaza, las clínicas arruguen y firmen asustadas el ansiado acuerdo. No se trata de ganar o perder, se trata de salir de la pandemia; no es hora de las sumas y las restas de contabilidad, se trata de poner el hombro y salir adelante, aún a costa del propio bolsillo. Pero cómo cuesta…

Por eso, tantas empresas han utilizado el Reactiva Perú para pagar planillas con crédito barato antes que meter mano a los bolsillos de las utilidades y dividendos. Baste mirar la lista y los millones otorgados. Muchos artífices de las finanzas criollas, sobre todo con plata ajena. Cero empatía con nuestro entorno. Por eso estamos como estamos y por eso no avanzamos.

Hemos perdido en institucionalidad democrática. Nuestros derechos se han visto reducidos, nuestras libertades también y nuestra democracia está afectada.  Eso se refleja en el rostro del Presidente de la República, cada vez más exhausto, menos tolerante y más tozudo, al punto que cuando se le pide corrección o autocrítica, ha clamado que a él solo le juzgará la historia.  Con ello los ciudadanos hemos quedado reducidos a: (i) aplaudirle como focas en sus encuestas; o, (ii) callar las criticas porque hemos perdido ese derecho. Deberemos esperar al juicio de la historia. No antes.

Pero los que más han perdido y carecen de voz -y no los queremos ver ni oir- son los que han visto súbitamente partir a sus seres queridos: padres, madres, esposos, esposas, hijos, hermanos, parientes, amigos; gente que no debía marcharse en el primer semestre del 2020, que merecían vivir, y que han perdido la vida por esta pandemia que no se logra domeñar, que ni siquiera se la comprende bien, para la que no hay tratamiento seguro ni eficaz, que no distingue naciones, colores, razas, posición social, profesiones, intelectos, riquezas ni pobrezas. Desde una óptica macabra, es una tragedia bastante democrática.

Ellos, que ni siquiera pudieron despedir ni velar a sus seres queridos, que durante la enfermedad no pudieron tener contacto, ni han podido acompañarlos en su agonía, han perdido invaluable e irremediablemente. Ellos, los que no vemos, o no queremos ver, que terminan ahora reducidos a meras estadísticas.

([1]) Jurista. Profesor Principal PUCP

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