Aníbal Quiroga León ([1]
Mucho se había escrito y advertido acerca de lo inconveniente, no solo desde el punto de vista político, sino -además- de los graves defectos constitucionales, de la decisión presidencial de disolver ¿constitucionalmente? el Congreso anterior, para ir a un interregno constitucional en que el Presidente gobernara casi solo, mediante decretos de urgencia ampliados en los hechos y por el Ministerio de Justicia que desnaturalizaron su esencia constitucional, para ir a unas apresuradas elecciones de un nuevo Congreso (corto o mocho) que solo completará el mandato congresal hasta julio de 2021 (poco menos de año y medio).
Pues el resultado está a la vista y, por lo tanto, no hay que llorar sobre la leche que fue derramada ex professo. Resulta evidente que se han cambiado mocos por babas. Y el actual Congreso mocho ya ha sido calificado por los mismos que auparon al Presidente al disolver el anterior, como populista, de quinta, generador de leyes que perforan el presupuesto nacional o que alteran nuestra Constitución económica, obligando a prodigar observaciones (vetos parciales del Presidente) a las leyes aprobadas por el Congreso mocho, forzando a su votación calificada por insistencia, si es que el Congreso insiste en convertirlas en leyes. Ahí están: la ley del peaje, que el propio Ejecutivo ha tenido que demandar ante el Tribunal Constitucional (TC), o la ley que pretende reprimir el acaparamiento y especulación en una economía donde no hay precios regulados oficialmente, por citar dos ejemplos.
No fue muy acertado el ex Premier Del Solar cuando, muy suelto de huesos declaró, cuando las elecciones complementarias, que era un día de “refresco democrático”, un poco avizorando el impensado triunfo de los “pescaditos”. Y claro, por querer desaparecer la coalición “aprofujimontesinista” tan aborrecida como mentada por varios fanáticos de la disolución congresal, terminamos llevando al hemiciclo a las huestes de Antauro Humala que preconiza el fusilamiento nada menos de quienes le permitieron tan expectante balcón político. ¡Qué gran jugada, maestro! Una exquisita carambola. Profesional…
En parte -para estos efectos- los hados estuvieron del lado presidencial, ya que la pandemia que nos agobia y nos ha puesto contra la lona en materia de salubridad pública y en nuestra agonizante economía, fue declarada en el Perú casi al mismo tiempo con la azarosa instalación e inauguración del Congreso mocho, de tal suerte que sus primeros días fueron de gran incertidumbre ya que el confinamiento oficial iba a contramano con el accionar público del Congreso, y mientras se tecnificaban y adentraban en las artes virtuales, el Presidente siguió gobernando -sobre todo en las primeras semanas de la pandemia en que se generó mucho temor e incertidumbre- prácticamente solo.
Pero he aquí que la creatura se creció, y se hizo hábil en el manejo virtual, y el Congreso de poca vida empezó a calentar motores expectorando leyes populistas, antitécnicas y, sobre todo, antieconómicas; empezando a dar dolores de cabeza al Ejecutivo y a malograr los planes de la joven Ministra de Economía. Ya el clímax llegó esta semana en que el Presidente, y su inefable Premier, se han quejado públicamente de que el Congreso funcione como funciona, y de que los ministros sean citados “muchas veces” a informar o a ser interpelados en medio de la pandemia, sin tomar en cuenta la crisis nacional, sin respeto a los tiempos y casi sin la sindéresis que los tiempos aconsejan. Los Congresistas cortos prontamente le han respondido que no es así, que son las labores de control normales en un régimen democrático, y que lo que en verdad sucede es que el Presidente se ha acostumbrado a gobernar solo, sin Congreso, sea porque los disolvió, sea porque la pandemia no lo dejó funcionar bien, así que tome su ticket y haga cola, que ellos seguirán ejerciendo las funciones de “padres de la patria” hasta el último día de sus funciones y hasta el último hálito de vida que la salud, la suerte o la pandemia les deje.
El Presidente se ha quejado amargamente de ello. Casi en tono de amenaza ha repetido el adagio callejero de que “respetos guardan respetos” que se decía en el colegio casi en la antesala de un “chócala para la salida”. Acostumbrado a que las encuestas lo hayan aupado en una relación binaria de confrontación con alguien (Congreso, corrupción, Chávarry, fujimoristas, tarjetazos, clínicas, etc.), ahora ya no se la puede agarrar con este Congreso mocho y envalentonado porque ya no podría disolverlo constitucionalmente, y porque además atentar contra el mismo lindaría en el filicidio ya este Congreso ha nacido de la voluntad, el ánimo, el esfuerzo y el punche del Presidente -muy bien apoyado de su Premier, que todo lo avala, convalida y traduce-. Por eso, en caso que el Presidente quisiera atacar de cualquier forma al actual Congreso corto, bastaría con recordarle: Padre, he ahí tu creatura…
Cuando se analizan las consecuencias de la pandemia, y los advertidos riesgos totalitarios que esta trae para los diversos gobiernos (población asustada, confinada, pauperizada, sometida), se piensa también en los riesgos que la pandemia trae para la democracia, y si tal vez uno de sus coletazos va a afectar nuestra forma constitucional de gobierno. No debiera ser una preocupación cuando uno está frente a un líder verdaderamente democrático que respeta en verdad -valga la redundancia- los postulados de la Constitución, y no solo para blandirla como arma de coacción en las conferencias de prensa regladas y verticales felizmente cada vez más esporádicas (o firmas, o te expropio…).
Eso lo dicen todos los pensadores mundiales que no pueden ser acusados de opinólogos, de generales después de la batalla, con ganas de lucimiento mediático barato. Líderes como Vargas Llosa, entre otros. Y entonces, no se puede dejar de pensar cómo el Reino Unido, en la Segunda Guerra Mundial, bombardeada, con el riesgo de una invasión nazi, salvada tan solo por un accidente geográfico llamado el Canal de la Mancha, con la mayoría de sus ciudades destruidas, su población diezmada y la totalidad de sus jóvenes entregando la vida por su patria; cómo, en medio de todo eso, pudo respetar las formas democráticas y cómo, en ningún momento, se puso en duda la autoridad legítima de sus dirigentes democráticos, empujándolos a pelear, a luchar, a resistir, aún a costa de su propia vida o de su familia, a guerrear con sangre, sudor y lágrimas, a pesar de las voces internas que pedían un armisticio (una semirendición) con Hitler.
Y la respuesta es una sola: tuvieron, antes que un gran estratega militar, a un gran líder político y democrático: un verdadero líder.