Aníbal Quiroga León ([1])
Una de las frases que más se ha repetido -llegando al hartazgo- en los casi diarios extensos monólogos presidenciales sobre la pandemia- con la tinka en las preguntas de la prensa, a las que se pretende llamar “conferencias de prensa” en un claro exceso conceptual, es que si no se hubiera hecho lo que se hizo al principio, estaríamos en medio de una catástrofe.
Esa es una verdad absoluta del tamaño de una catedral que no admite refutación. Y eso ha sido reconocido por tirios y troyanos. Pero ese tiempo ya pasó, ya fue el inicio de la desgracia que nos azota y de las primeras medidas adoptadas. La pregunta ahora ya no es en pretérito perfecto, si ese acierto acaso da infalibilidad respecto de lo hecho después, de lo que se hace ahora y de lo que se hará mañana. Y allí las respuestas ya no son tan simples, ni tan optimistas. Eso se sabe desde las alturas del poder. Por eso la repetición cansina de lo obvio, por eso la “yapa” y los tutoriales presidenciales del lavado de manos, etc.
Es evidente que luego de 50 días de confinamiento obligatorio y de toque de queda nocturno, las medidas se han relajado y la gente ya no hace caso a las recomendaciones, ni a la policía, ni a las FFAA, ni a nada. El propio Ministro de Salud termina pechado por médicos y enfermeras por cuanto hospital intenta pasar. Por eso es que tratan de transferir la responsabilidad a la población desobediente e indisciplinada. Pero claro, si soy funcionario público confinado en casa, o empleado formal, a quien el 25 de cada mes le depositan su salario, trabaje o no, es fácil exigir coherencia y solidaridad. Pero si soy de los que en medio del confinamiento han perdido su trabajo y sus ingresos con el cese laboral ridículamente llamado “perfecto”, o si soy parte de esa ingente informalidad que caracteriza a la sociedad, a la economía y a la institucionalidad peruana, que se gana el sustento día a día en la calle, con el trabajo cotidiano, el confinamiento supone desesperación, hambre, fastidio, reclamo y, finalmente, el riesgo de salir a la calle a pesar de la muy posible contaminación. Eso no es porque la gente sea mala, o insolidaria, o simplemente ignorante, es porque no tiene alternativa: la muerte lenta de hambre o la ruleta rusa de salir a conseguir el pan y traerse de “yapa” (Presidente dixit) el COVID19, tanto a la familia como al entorno.
Mucha gente cree que esos migrantes, que a pesar del toque de queda, la presencia policial y las FFAA, se han lanzado a la carretera para regresar a sus regiones eran gente de tránsito en Lima y que pandemia los cogió en movilización. No, eran gente provinciana viviendo en Lima que trabajaban formal e informalmente, y que la cuarentena les ha hecho perder lo poco que tenían, que se han quedado sin ingresos, que han sido echados por propietarios por no pagar el arriendo, y que optaron por regresar al terruño con la esperanza de lograr, pandemia de por medio, mejores oportunidades de sobrevivencia que en la Capital. Es mano de obra perdida. Esa es la verdad dura y madura.
Por lo tanto, no se trata de solo preguntar mañana lo que no se pudo preguntar hoy por el parapeto presidencial en sus monólogos televisados; se trata de preguntar -y repreguntar- por el hoy y por el mañana. ¿Por qué se ha hecho dos recambios ministeriales en medio de la crisis? ¿Por qué se ha cambiado al jefe de la Policía cuando casi ni se había sentado en su puesto? Y, ¿Por qué hay señales de clara corrupción con los recursos asignados para la emergencia sin que sobre ello casi ni se frunza el ceño?
Se han limitado a pucheros televisados y al pésame a las familias de los policías y médicos fallecidos por atender a los contagiados, sin que se hayan hecho puentes aéreos o verdaderos esfuerzos por dotarles de una mejor atención, cuando a ciudadanos varados en el extranjero se les ha pagado hotel y comida por cuenta de nuestros impuestos. ¿Tan difícil es que el avión que lleva el oxígeno requerido a Iquitos y Pucallpa pueda traer a los médicos infectados por realizar con verdadero heroísmo su incomprendida labor? ¿Tan fácil es trocar su condena a morir a cambio de un póstumo ascenso, un pésame impostado y una pensión que llegará a su familia tarde, mal y nunca desde un Estado tan ingrato?