Aníbal Quiroga León [1]
La abrupta aparición de la pandemia del Covid 19, de etiología, alcances y real letalidad aun desconocidos, pero con una velocidad de contagio ciertamente exponencial, ha puesto de vuelta y media a los aparatos del Estado de varios países, se ha desbordado en no pocos países del primer mundo, ha puesto en vitrina a los verdaderos estadistas y a aquellos que solo son un mero remedo de tales. Desde aquellos que han tomado en serio tan grave amenaza, tomando las mejores previsiones del caso, hasta aquellos bufos que creen que, con demagogia y populismo, como los brujos de antaño, alejarán al maléfico virus de sus fronteras y que con sus naciones no será. El tiempo y los resultados les enrostrarán la fatalidad de sus equívocas decisiones.
El gran peligro para la salud pública que esta pandemia representa es que su incontrolado avance sobrepase en mucho la magra oferta que el Estado ofrece y se vea avasallado por la enfermedad, sin tener cómo asistir a los contagiados en sus diversos niveles de gravedad. Esa línea media es la que no debería sobrepasarse so riesgo de caer en el caos social.
A nivel social esto presenta un caos laboral y económico. Servicios que no se prestan, gente atrapada dentro y fuera de su hogar, ingresos que no se perciben, salarios que no se reciben, sueldos que hay que pagar sin obtener las ganancias para eso, obligaciones que se vencen, bancos implacables, la Sunat, etc.
Poco a poco todo aquello irá solucionándose después del 30 de marzo, y recogeremos los platos rotos, nivelaremos la economía, recompondremos la política en lo que queda del Congreso corto que a duras penas se acaba de instalar, literalmente entre gallos y medianoche, y también evaluaremos las experiencias que el manejo publico de esta pandemia dejará para el futuro. Esperemos que en ese balance nuestra lista de fatalidades sea inexistente o, en el peor de los casos, la menor posible. No queremos la selección natural darwiniana ni menos aún la solución inglesa de corte economicista exhibida por uno de los máximos exponentes del populismo mundial.
A nivel social esta pandemia -grado mucho más grave que una epidemia- también nos dejará diversas experiencias, ya que el afrontarla tan abrupta y duramente nos muestra lo mejor y lo peor del ser humano en sociedad. Desde el egoísta que corre al supermercado a llenarse de mercadería que no necesita sin importarle dejar desabastecido a su vecino, sin darse cuenta que le está regalando pingues ganancias a sus empresas propietarias con una artificial e innecesaria sobre demanda, hasta aquella apacible ama de casa, adulta mayor, que de pronto se arrancha como fiera leona una plancha de papel higiénico con su vecina; desde aquella joven profesional que envía un mensaje a su vecindario ofreciéndose para hacer las compras de sus vecinos mayores, sin recargo alguno, bastando que se lo pidan, hasta aquellos adultos mayores que sin paciencia ni empatía alguna mandan callar a los críos -en obligado confinamiento- del apartamento contiguo.
Egoísmo y generosidad, entrega y desprendimiento, irresponsabilidad y disciplina. Este forzoso aislamiento inevitablemente sacará lo mejor y lo peor de nosotros. Desde las autoridades, policías, militares, enfermeras, médicos y trabajadores de los servicios básicos que se baten heroicamente en medio de la emergencia, so riesgo de contagio, y que han merecido el espontáneo reconocimiento de la ciudadanía, hasta alcaldes distritales reyezuelos que creen que tienen “fronteras” allí donde la ley y la Constitución solo les otorgan límites jurisdiccionales administrativos, tratando de sacar ventaja política pensando en cargos mayores -que ciertamente les quedarán muy grandes- por lo que sólo han recibido un unánime rechazo.