Carlos Blancas Bustamante (CBB), además de destacado jurista y profesor universitario es, ante todo, un hombre bueno en el buen sentido de la palabra, a decir de Machado. Al cabo de 30 años de entrañable amistad es lo que en justicia se puede constatar en un medio egoísta, competitivo y fratricida donde las envidias y exclusiones son pan diario.
Barranquino de nacimiento, hombre de familia, hizo sus estudios en el Colegio Inmaculada recibiendo una innegable impronta jesuita que le llevó, tan solo en cuarto de media, a afiliarse a la Democracia Cristiana en 1964 abriendo paso a su vida política. La formación universitaria la recibió en la Facultad de Derecho de la PUC y su predilección fue el derecho público, el derecho constitucional y el derecho laboral.
Luego de los iniciales escarceos políticos en la vida universitaria, participando activamente en la entonces poderosa FEPUC (Federación de Estudiantes), ya en su vida profesional pasó a hacer vida militante en su partido. Por eso es que muy joven, con 38 años, jura en julio de 1985 como Ministro de Trabajo del primer Gabinete en el primer gobierno del entonces joven presidente Alan García, dando forma a la alianza de gobierno APRA-DC. Estando en una Cartera de su especialidad, hizo muy buena labor y meritorio papel. Lamentablemente la grave crisis de los penales Frontón y Lurigancho, con trágico saldo en víctimas, hizo rodar la cabeza de Luis González Posada, entonces Ministro de Justicia, dando lugar a que el Presidente García hiciera un enroque con CBB entregándole la Cartera de Justicia hasta 1988.
En su paso por Justicia literalmente vió –paradojas de la vida- desde el 6to. piso del edificio del Banco Continental en Lampa –sin participar ni en la gestación ni en su ejecución- el equivocado intento de estatizar la banca, que nunca le fue consultado y que tanto pesar trajo para el Presidente García, dando nacimiento al movimiento Libertad liderado entonces nada menos que por Mario Vargas Llosa, intento que tanta complicación económica trajo para el país y para el propio primer gobierno aprista. Quizás la historia no lo registre pero gracias a CBB la barrera judicial levantada por los dueños de los bancos contra ese errado intento fue finalmente acatada por el gobierno.
Regresó a su práctica profesional y a intentar hacer vida partidaria hasta que la militancia en la Democracia Cristina cayó en estado de nirvana, hasta la actualidad. Hoy solo pertenece a un lugar en la historia política del Perú. Pero CBB siguió militando sus ideas socialcristianas en su vida profesional y personal. También regresó a la docencia universitaria en su alma mater. La maledicencia, que nunca falta, y la intolerancia que siempre sobra en la sociedad peruana de toda laya, intentó vetar su regreso a la cátedra Constitucional, y el decano de entonces ordenó que sólo dictara el curso de laboral. Sus amigos y discípulos lograron, entonces, vencer tan antidemocrático veto y, desde entonces, constituye un innegable referente constitucional y laboral en su Facultad formando a cientos de estudiantes. Incansable estudioso y preocupado lector de la realidad nacional, sigue la política día a día, siempre informado, siempre versado, siempre entretenido y siempre generoso en la docencia, a que ha sumado los grados de Magister y de Doctor en Derecho, e innumerables publicaciones, siendo la más reciente, como para el momento, el “Derecho Electoral Peruano”, la obra más versada y completa de esa especialidad.
Quizás el rasgo más importante en CBB es el apego a su ideal socialcristiano y la lealtad a sus amigos, discípulos y colaboradores. Es, pues, un hombre digno e íntegro. Y, además, un buen amigo siempre enseña con su ejemplo de vida. Pocos como él.
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Expreso mi solidaridad con Rafo León, a quien no conozco personalmente, pero a quien si conozco por sus colaboraciones que me han acompañado desde la universidad. Con una pulcra prosa hace radiografía y sátira semanal de sociedad peruana, sobre todo de la pituquería-huachafería limeña. Estoy seguro que la Corte Superior corregirá tan débil como poco sustentada sentencia. Un poco más de tolerancia, correa y democracia no nos vendría mal, sobre todo entre comunicadores, si es que realmente queremos construir una sociedad democrática. Por que como bien se ha repetido -desde Marguerite Duras hasta Gabo, pasando por Bryce- uno escribe para que lo quieran…