Ni en los más cálidos sueños de verano, ni Freddy Chirinos ni Gilbert Violeta se pudieron haber imaginado condiciones más favorables para la campaña de la segunda vuelta, como la que han protagonizado Kenji Fujimori (KF) y su hermana candidata Keiko Fujimori (KSF), ambos hijos de papá Alberto Fujimori (AFF), el expresidente.
Siempre se ha sabido que KF, quien ingresó a la pubertad y adolescencia como hijo de presidente de la república, con todas las prebendas, facilidades, gollerías y engreimientos, ha sido engreído de papá AFF, y que éste lo prefería como candidato antes que a su hija KSF. Después de todo, como buen nisei, AFF es machista y eso se le escapa por los poros. Para su lamento, la ocasión (KSF fue joven, improvisada y abrupta primera dama en su primer gobierno cuando KF era tan sólo púber) y los tiempos hicieron que su dinástico legado político recayese en su hija KSF y no en su pichón.
Por eso es que KF se siente con derecho a reclamar la cabecera del fujimorismo. Por eso pecha a la hermana y, en una suerte de profecía autocumplida, proclama su derrota en la segunda vuelta y reivindica para sí el liderazgo nada menos que para el 2021. Y por eso trata de hacer su propio juego. La diferencia es que KF, al contrario de su hermana que luce cierto orden y chanca la lección paporreteándola disciplinadamente, expone cierta oligofrenia política ante la cual conceptos como: partidos políticos, democracia interna, institucionalidad y Estado democrático de derecho poco o nada le dicen.
Se puede afirmar, entonces, que esta semana, el mejor vocero de la campaña por el voto a PPK para la segunda vuelta ha sido KF. Y no ha sido un exabrupto, o impromptus: no. Revela una desinteligencia, rebeldía, envidia y juego propio quizás desde el origen mismo del liderazgo de KSF impuesto por la pragmaticidad de papá AFF desde la DIROES y que KF mastica, pero no termina de asimilar, envalentonado por su voto preferencial. Lo que olvida es que ese voto no es a él, ni a lo que representa políticamente, sino al apellido, a la mochila que le hace estar donde está. Esa es quizás la lección más importante que aún le falta aprender. Ya se ha dicho que si fuera Kenji Quispe, o Sánchez, otra sería su realidad.
Al manjar del pastel se han sumado las cerezas de los congresistas Chacón y Becerril que, embriagados por la cifra repartidora del Congreso 2016-2021, han adelantado la “salida por la puerta grande” de papá AFF de su carcelería en la DIROES impuesta por una condena de la Corte Suprema que goza de la autoridad de cosa juzgada que obliga a su cabal cumplimiento conforme al mandato constitucional.
Al lado de ello KSF le ha saltado a la yugular a PPK acusándolo de viajar a los EEUU bien sea por negocios, bien sea por supuestos problemas de salud. Y lo simple y sencillo es que PPK es también papá en segundas nupcias y la única hija de su segundo matrimonio cumplió la mayoría de edad graduándose en la preparatoria para la universidad. Hay quienes por la política lo sacrifican todo, y la familia paga los platos, sobre todo en gente joven y ambiciosa. Hay quienes, sin embargo, no están dispuestos a sacrificar ni a los hijos, ni a la esposa por la política, el trabajo o por ninguna otra ambición personal, ya que hay momentos en la vida familiar que se dan una sola vez, y no vuelven. Una graduación, la mayoría de edad, un matrimonio, un bautizo o un sepelio. Debería ser -más bien- un activo, una buena señal, de PPK percibírsele como amoroso padre dispuesto a deponer toda ambición personal por acompañar a su hija. Claro, quien no ha tenido una verdadera familia no entiende de qué va eso.
Lo que a PPK le hace falta es conectar con la gente. Extender su halo democrático sobre el fantasma autoritario que rodea, no sin razón, a la dinastía Fujimori que se cree con derecho a repartirse periódicamente el poder en el Perú. AFF sostenía que “había nacido para ser gobernante”, como confiesan sus allegados. Parecería que antes que el amor de un buen padre de familia, esa ambición política es el principal legado a sus cachorros. Ahí está el detalle.