En la historia de humanidad, la evolución del hombre (y de la mujer) data de muy antiguo. Desde el “homo hábilis” que pobló la tierra hace 2’000,000 de años, hasta el “homo sapiens” que apareció entre 40,000 y 25,000 años a.c., pasando en el intermedio por el “homo erectus” y el “homo de Neanderthal”, denominaciones asignadas a estos “homínidos”.
Desde esa perspectiva la evolución de la humanidad en la era cristina es nada: poco más de 2000 años. Desde la historia antigua (800 años a.c.) hasta el esplendor romano 200 años d.c., pasando por el medioevo, el oscurantismo, la ilustración hasta llegar a la era moderna con la concreción del Estado de Derecho a finales del Siglo XVIII, las grandes revoluciones libertarias, el proceso de industrialización, la modernización de la economía y el imparable avance tecnológico alcanzado en los inicios del Siglo XXI que nos ha llevado a avances científicos impensables, enviando al hombre (y la mujer) de la era moderna fuera de los confines de la tierra lanzándolos hacia el espacio interestelar.
Se tiende a pensar que ese progreso, que lleva de la mano un mayor desarrollo cultural, cívico y democrático, también debería haber logrado la necesaria evolución del alma humana a fin de contenerse frente a tropelías sin nombre, al abuso, la muerte del enemigo, la eliminación de inocentes como forma de demostración de poder, o sencillamente de quien –sin ser enemigo- no comulga con el asesino, o por sólo imponer la fuerza, un dios, una nación, una frontera o un descarriado ideal que hace creer al criminal tener una posición mental de superioridad sobre sus víctimas.
No es un tema de cultura, de educación ni de desarrollo cívico. Desterremos el maniqueísmo de pensar que la vesanía humana es privativa de los pueblos subdesarrollados, atrasados, incultos o pobres. Lamentablemente no es así y, existencia de malvados, abusivos o sádicos cortan horizontalmente la existencia de la humanidad pululando en todos los lares y de toda laya.
¿Cómo explicar, sino, los horrores de los campos de concentración y los millones de víctimas inocentes –niños, mujeres y ancianos- gaseados en la mitad del Siglo XX por alemanes provenientes de una de las sociedades más cultas de Europa con estándares muy exigentes en su educación? ¿Cómo entender que hermanos, familiares, amigos y vecinos se matasen unos a otros en la Guerra Civil española por el sólo hecho de que el conflicto trazó, de la noche a la mañana, una línea divisora entre los unos y los otros? ¿Cómo comprender que en Argentina, Chile o Uruguay la represión indiscriminada contra la subversión propiciara secuestros, muerte y desaparición de miles de personas, muchos de ellos conocidos o familiares de los verdugos? ¿Cómo aceptar que Sendero aniquilara pueblos enteros del ande para imponer su ideología basada en el terror? ¿Y cómo explicar que sociedades desarrolladas y modernas se vean prontamente asaltadas por turbas, desmanes, muertes y latrocinios ante una catástrofe en Nueva Orleans o ante una huelga de su policía en Nueva York o Los Angeles, donde bastó la ausencia de control y de sanción -que impone el derecho para los crímenes- para que ciudadanos pacíficos -hasta el día anterior modelos de civilidad- sacaran sus armas dando rienda suelta a sus atávicos temores, frustraciones y fanátismos frente a sus pacíficos vecinos, echando por delante lo que –los estudiosos del alma- llaman “el impulso de dominio” que lleva al ser humano al delicioso y peligroso ejercicio del poder sin límites.
Causar el sufrimiento del otro, su desdicha o su muerte por el solo prurito de poderlo hacer o en nombre de un descarriado ideal produce en algunos un insondable placer que nos pone muy lejos de nuestra esencia humana. Y es curioso porque la humanidad ha logrado muestras excelsas en el arte, en todas sus dimensiones, creaciones culturales y arquitectónicas que evidencian un alma depurada y una especial sensibilidad del espíritu que e, precisamente, lo que nos distingue de los animales irracionales.
Sin embargo no todo nuestro espíritu ha evolucionado de modo uniforme y, a pesar del desarrollo alcanzado, en la escala de la evolución humana aún mantenemos serios rezagos que, día a día, nos acercan más a los homínidos, evidenciado que aún estamos muy lejos de haber logrado una verdadera evolución del alma humana.
me gusta pero no encuentro mi homos